—La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos
dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los
tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre: por la libertad, así como por
la honra, se puede y debe aventurar la vida; y, por el contrario, el cautiverio
es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien
has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos
tenido; pues en metad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de
nieve, me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre,
porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos; que las
obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son
ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo
dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al
mismo cielo!
(El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha, 2ª Parte, Capítulo LVIII, Espasa Calpe 1982, pág. 716)
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