Hoy me he puesto sensible, porque me ha dado por recordar. O tal vez sea que he recordado porque amanecí ya sensible. No sé. El caso es que me han sucedido ambas cosas, y he tenido que cargar durante el día con todo ello.
Han contribuido a este mi estado de ánimo varias circunstancias. Ninguna de ellas tienen nada que ver entre sí, e intentar relacionarlas es pérdida de tiempo. Pero ahora tengo un ratico.
Para empezar, el tsunami en Asia y el desastre ocurrido en Japón. A pesar de la dureza de las imágenes, los muertos, con ser muchos, no van a llegar a las cifras de otros terremotos, merced a la seguridad que en aquel país se toman previsoramente. Lo que me ha dejado patidifuso ha sido la explosión en la central nuclear de Fukushima. Si se ha producido un escape radiactivo como a la vista de las imágenes se puede presumir, que Dios nos coja confesados a todos, incluidos los japoneses. A los haitianos no creo que les importe demasiado, con lo que aún tienen encima.
A los que sí ha pillado confesados, y bien, ha sido a los chavales y chavalas de mi catequesis parroquial. Hoy han participado en su Primera Confesión. Lo pongo así, con mayúsculas, porque no se suele hacer, incluso apenas se comenta, como si la cosa no tuviera mayor importancia ante lo realmente significativo: hacer la Primera Comunión. Pues aquí, no; hoy hemos estado de fiesta, y los padres y algunos familiares han acompañado a estos guajes que han celebrado por medio de un sacramento que la vida nunca tiene que ser un culo de saco ni un callejón sin salida. Con la seguridad de saber que siempre van a ser perdonados, han aceptado el compromiso de ser comprensivos no una vez, ni dos, ni tres; sino, como dijo una de ellas, setenta veces siete, es decir, siempre, en todo lugar y con cualquier persona.
No fue así mi primera confesión, de la que no me acuerdo y que nadie me animó a celebrar festivamente. Tan sólo puedo suponer que pasé mucho miedo antes de, que temblaba durante y que después con toda seguridad correría al retrete a aliviar mis nervios contenidos. Lo digo porque de otras veces sí me acuerdo, y en absoluto fui alegre al confesor, que tampoco me trató demasiado indulgentemente; pero me sentía obligado porque el miedo a otras cosas era aún mayor; y ya se sabe que más vale lo malo conocido, que lo peor por conocer.
Porque uno viene de allá lejos, de cuando parece que no había alegría, que todo era un valle de lágrimas, y las fotos eran sólo y gracias en blanco y negro. Ya digo, veo un confesionario, y, si puedo, me aparto.
Que ¿de dónde vengo? Véase, si se tiene un poco de paciencia y algo de tiempo disponible.