Episodio nº 1
Esa tarde, al entrar en el cuarto de baño le extrañó el sonido de las tuberías, dado que no tenía puesto el riego del jardín. Cuando regaba por goteo, en esa parte de la casa escuchaba el suave zumbido del agua a través de la instalación. Salió, pues a investigar qué ocurría, y comprobó que el contador estaba moviéndose. “Habrán dejado algún grifo abierto”, pensó. Era muy posible, porque habían estado los albañiles practicando una roza en el hogar de jubilados, y la habían vuelto a tapar. El relleno a base de poliuretano tenía por objeto probar si se quitaba la humedad de la pared del fondo que, desde que hicieron los chalés vecinos, no paraba de trepar por toda ella.
Pues no, no había ningún grifo abierto, ninguna cisterna goteaba, y a simple vista no había razón que justificara el sonar de tuberías.
Abrió y cerró varias veces la llave de paso, husmeó por todo el recorrido de la instalación, y no encontró nada que empujara a la maldita aguja del contador a moverse lenta pero inexorable.
No hay vuelta de hoja, hay que llamar a Víctor, el fontanero de la casa. “Que tengo una fuga de agua, pero ni idea de dónde pueda estar”, le dijo tras los saludos de costumbre. “Mañana a las nueve estoy allí, y si no soy yo, es mi nieto el que la localiza”, concluyó desde el otro lado de las ondas.
Por la mañana, a la vuelta del paseo, ya estaba allí. No vino el nieto, que aún dormía. Sin más preámbulos, observaron por todas partes, y concluyeron que si había fuga tenía que ser en el patio, debajo de la tierra. Así que decidieron buscarla.
“Lo del pico y la pala ya pasó a la historia”, dijo el profesional. Sacó de la furgoneta una hilti, la armó de puntero y en un santiamén removió una porción del suelo. “Esta tierra está más dura que muchos pavimentos de hoy en día”, añadió mientras se apartaba y le hacía espacio para que retirara el cascajo suelto. Tras varios intentos dieron por fin con el tubo. “No hay que mirar más”, dijo él y asintió el otro.
Lo que se hizo como para salir del paso, ha servido durante casi treinta años, pero ya no da más de sí. Entonces, de haber tenido más medios, tal vez lo habrían hecho mucho mejor; aún así, bien estuvo. Hierro galvanizado enterrado bajo la tierra durante tanto tiempo ha sido un milagro que no avisara mucho antes de que estaba pudriéndose. Y así está, la foto lo dice todo.
Hay que levantar el suelo, y colocar tubería nueva de polietileno, y solucionado. Pero hay que hacerlo con una excavadora.
Pues, ¡manos a la obra!, dijo. “Yo me encargo”, respondió el fontanero. Y se fue.
Tiene dentista a las 12:00 debe asearse. Da la llave general del agua y comprueba con sorpresa que el contador no se mueve. Cierra, abre, y nada. Espera y vuelve a repetir la operación. La fuga ha volado. Llama a Víctor y se lo dice y va y responde, “pues lo dejamos por esta vez, ya dará la cara. Se pone remedio cuando hay necesidad”.
Episodio nº 2
El endodoncista tiene la consulta a tope, ha habido una urgencia y todo se ha atascado. Le toca esperar y aprovecha para ver el partido de voley playa femenino, está empezando. Y mientras contempla las imágenes le da por largarse a unas navidades del 81.
Aquel domingo, al salir de misa, charlaron como de costumbre en el patio cochambroso que tenían de atrio. Se hablaba de que pronto iban a embrear las calles y de que había aún desagües sin hacer. Que luego sería más complicado y más caro. Alguien dijo que vendría bien tener retrete a mano, que mucha gente mayor no se lo aguata ni siquiera durante la misa. Y que también ayudaría en los estudios y en la catequesis. Pues habría que hacerlo, respondió alguno. Y otro dijo que entre muchos no sería mayor problema. Y así la cosa se fue hilando y quedaron para el sábado, bien temprano.
El viernes, a última hora, Palmero apareció con su furgoneta hasta arriba de tubos de cemento de 100, y es que Fructuoso era y es así, sorprendente.
¡Cómo va a recordar la hora! Intentó madrugar el sábado, pero ya le habían adelantado. Allí había ya quien estaba señalando la trazada y quien había empezado a picar.
Al mediodía estaba la labor apenas iniciada. Aquel invierno heló más de la cuenta y el terreno estaba duro de pelar. Pensaron que echando agua la tierra se ablandaría y sería menos costoso de picar. A la vuelta de la comida el trabajo cundió más. Pero con todo y con eso, era noche bien cerrada cuando pusieron la tapa sobre la conexión del desagüe con el colector de la calle. Habían cavado una zanja de 30x0,5 metros con un desnivel desde 0 hasta 2 metros y medio, conectado los treinta tubos de cemento y tapado la zanja. Al día siguiente, en la calle nadie hizo ningún comentario al venir a misa. Obras así de tapadillo se hacían aún por aquí. Pero en ésta no echó en falta a ningún vecino, aunque también es verdad que no llevó la cuenta.
Poner la tubería del agua fue coser y cantar a partir de trozos de galvanizado que fueron encontrando por todo el barrio. Por entonces, y dado que era para salir del paso, no tuvieron mayores precauciones, y todo quedó enterrado, aguas limpias y sucias, en la misma zanja.
Ganaron las brasileñas; y, mientras ellas recibían su trofeo, él se estaba decidiendo a que Víctor pusiera en marcha el plan de renovación de la entrada de agua corriente. Entonces le llamaron, entró en el quirófano, y durante una hora larga un amable dentista y su no menos encantadora ayudanta le tuvieron en sus manos para acabar con los males que le estaban acosando desde hacía más de un mes.
Epílogo
Llegó tarde a comer, pero pudo hacerlo a pesar de todo. Durmió una siesta inquieta, aún tocado por los recuerdos. Apenas se despertó llamó a Víctor: “Que digo que hay que poner el tubo nuevo, más vale hacerlo ahora que esperar a que falle en pleno invierno, con todo ocupado por la gente y las actividades funcionando. Ahora es el momento”. “De acuerdo, mañana empiezo”, rubricó su fontanero favorito.
Pero en aquellas lejanas Navidades del 81 hicieron teatro los pequeños mientras los mayores miraban y aplaudían.