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Test de religión. Prueba


El columnista de The New York Times y ganador de dos Premios Pullitzer, Nicholas Kristof, ha retado a sus lectores --Test Your Savvy on Religion-- a que prueben sus conocimientos en religión con un test muy original.

Lo hace en aras de la tolerancia y contra el fanatismo, tras conocerse un sondeo donde se constata que buena parte de los católicos norteamericanos desconoce el significado de la palabra 'comunión', que muchos protestantes no tienen ni idea de quién era Martin Lutero y que bastantes judíos desconocen que Maimónides era judío.

Estás son las preguntas de la encuesta. Pruebe y denos su opinión.

1. ¿Qué libro sagrado comenta que una chica que no sangra en su noche de boda debe ser lapidada hasta la muerte?
A. Corán
B. Antiguo Testamento
C. Hinduísmo

2. ¿Qué texto sagrado dice: "No habrá obligación de saber la verdad en materia religiosa"?
A. Corán
B. Evangelio de Mateo
C. Carta de Pablo a los Romanos

3. Los terroristas que fueron pioneros en el uso de chalecos suicidas y en la utilización de mujeres en los ataques, ¿a qué religión pertenecían?
A. Islam
B. Cristianismo
C. Hinduismo

4. "Cada niño es tocado por el demonio tan pronto como nace y este contacto le hace llorar. Exceptuando a María y su hijo." Este versículo es de:
A. Las cartas de Pablo a los Corintios
B. El Libro de la Revelación
C. Un texto del salafismo árabe

5. ¿ Qué texto sagrado apoya la esclavitud?
A. Antiguo Testamento
B. Nuevo Testamento
C. Corán

6. En el Nuevo Testamento, Jesús ve la homosexualidad como:
A. Fuertemente condenatoria
B. Perdonable
C. Nunca mencionó nada referente

7. ¿Qué texto sagrado insta a responder al mal con la bondad, diciendo: "Repeler el mal hecho con otro peor"
A. Evangelio de Lucas
B. Libro de Isaías
C. Corán

8. ¿Qué figura predica la tolerancia religiosa, al sugerir que Dios se ocupa de todos los pueblos y los lleva a todos a la tierra prometida?
A. Mahoma
B. Amos, profeta de Israel del siglo VIII
C. Jesús

9. ¿Cuál de estos líderes religiosos fue un polígamo?
A. Jacob
B. Rey David
C. Mahoma

10. ¿Qué es lo que caracteriza el comportamiento de Mahoma hacia los Judíos de su tiempo?
A. Él los mató.
B. Se casó con una judía
C. Les elogió como un pueblo elegido.

11. ¿Qué sagrada escritura insiste en: ¡Feliz el que tome a tus hijos y los estrelle contra las rocas!
A. Libro de los Salmos
B. Corán
C. Levítico

12. ¿Qué sagrada escritura sugiere golpear mujeres que se portan mal?
A. Corán
B. Cartas de Pablo a los Corintios
C. Libro de los Jueces

13. ¿Qué líder religioso cita a las mujeres al mando a guardar silencio durante los servicios?
A. El primer Dalai Lama
B. San Pablo
C. Mahoma




Respuestas:
1.  B: Deuteronomio 22:21.
2.  A: Corán, 2:256. Sin embargo, en otras secciones del Corán se describe la coacción.
3.  C: La mayoría de los atentados suicidas primeros fueron por tamiles hindúes (algunos seculares) en Sri Lanka y la India.
4.  C: Salfismo. El Islam enseña que Jesús fue un profeta para ser venerado.
5.  Todos ellos.
6.  C: No hay indicación de los puntos de vista de Jesús.
7.  C: Corán, 41:34. Jesús dice lo mismo con distintas palabras.
8.  C: Amós 9:07.
9.  Todos ellos.
10.  Todos ellos.
11.  A: Salmo 137.
12.  A: Corán 4:34.
13.  B: San Pablo, ambos en 1 Corintios 14 y 1 Timoteo 2, pero muchos eruditos creen se trata de añadidos posteriores.

Un ser humano completamente necesario, a pesar de todo


Sebastián y Kichijirô en Chinmoku (Silencio), 1971, de Masahiro Shinoda



Terminé la novela justo al amanecer el 6 de febrero, día en que la Iglesia Católica celebra a los mártires de Japón santos Pablo Miki y compañeros*. Silencio (Chinmoku) de Shūsaku Endō, una historia novelada, o una novela cuasi histórica, que relata un episodio concreto ficticio, —pero más que posible, probable— de aquella terrible época en el país del sol naciente en que se prohibió el cristianismo, siglo XVII. Apagué la luz y tardé demasiado tiempo en conciliar el sueño. ¡Qué difícil relajarse con la tensión acumulada!
Dejé de pensar en Sebastián Rodrigo, el jesuita protagonista, muerto en vida antes de morir definitivamente tras su gesto de apostasía simulada o real, allá él y sus circunstancias. Ocupó su lugar un personajillo descrito en la novela con muy peyorativos adornos: “En la habitación entró tambaleándose un borracho cubierto de harapos. Su nombre, Kichijirô. Su edad, veintiocho o veintinueve años. Por lo que respondió a las breves preguntas que le hicimos, supimos que era pescador, de la región de Hizen, cerca de Nagasaki, y que, antes de la rebelión de Shimabara, fue recogido por una nave portuguesa cuando flotaba a la deriva sobre el mar. Borracho y todo, era un hombre de mirada ladina. Durante nuestra conversación, con frecuencia desviaba la vista”.
Lejos de resultar un ser ocasional —y providencial— para que los jesuitas penetraran en la inexpugnable isla, Kichijirô va a ser permanente, tanto si está como si no. Su presencia ocupa toda la narración y densa la trama hasta extremos para mí insoportables. La mala impresión inicial del personaje no mejora con la acción, aunque hay pinceladas que le dulcifican en algún momento, y es el contrapunto que una y otra vez ha de enfrentar el protagonista en su lento progreso hacia su destino final. Aquel ser ignominioso, cobarde, mendaz, remolón y borracho va a convertirse en el yo de Sebastián cuando todo acaba:
“Aguzando el oído evocaba el rumor de la brisa tiempo atrás, cuando estuvo encerrado en el calabozo, el rumor de la brisa meciendo el follaje. Esa noche, como todas las noches, evocaba en su alma el rostro de aquel hombre. El rostro del hombre que había pisoteado.
—Padre, padre…
Se quedó mirando con ojos hundidos hacia la puerta, de donde venía aquella voz conocida.
—Padre, soy yo, Kichijirô…
—Yo ya no soy un padre —respondió en voz baja, abrazado a sus rodillas—. Márchate inmediatamente. Si te descubre el «otoña» vas a meterte en un lío…
—Pero usted puede oír todavía mi confesión…
—Qué sé yo… —el padre dobló la cabeza—. Soy un apóstata, un sacerdote apóstata.
—En Nagasaki lo llaman a usted el apóstata Pablo. No hay quien no sepa el nombre.
Abrazado como estaba a sus rodillas, el padre rió tristemente. Sin que nadie viniera a contárselo, sabía de tiempo atrás que le habían puesto ese mote. A Ferreira le llamaban el apóstata Pedro y a él, el apóstata Pablo. A veces venían los niños a la puerta y le daban la cencerrada gritándoselo.
—Por favor, escúcheme. Si puede oír confesiones, aunque sea el apóstata Pablo, déme la absolución de mis pecados. Por favor…
«¿Quién es el hombre para juzgar? ¿Quién mejor que el Señor conoce nuestra debilidad?», pensaba el padre en silencio.
—Yo vendí al padre. Y pisé también el «fumie»… —la voz llorona de Kichijirô seguía sonando en sus oídos—. ¿Sabe, padre? En este mundo hay débiles y hay fuertes. Los fuertes no se rinden al tormento y podrán ir al paraíso, pero los cobardes de nacimiento como yo, cuando los llevan al sitio del «fumie» y les dicen los guardias: «¡Pisa!», y les empiezan a dar tormento…
«Yo también puse mi pie sobre el «fumie». Este pie mío pesó sobre el rostro hundido de aquel hombre... El rostro en que soñé cientos de veces. El rostro en que no dejé de soñar errante por los montes y después en el calabozo.
Sobre el rostro del hombre al que quise amar toda mi vida. El rostro estaba vuelto hacia mí desde la tabla. Un rostro gastado, hundido, con aquellos ojos tristes. Y aquellos ojos tristes me dijeron: “Písame... Sí, písame. Tienes los pies doloridos como tantos otros que me han estado pisando hasta el día de hoy… A mí me basta que los pies os duelan. Yo participo de vuestro dolor, vivo vuestro sufrimiento. Para eso estoy en el mundo…”».
—Señor, me dolía que estuvieras siempre en silencio…
—No estaba en silencio. Estaba sufriendo contigo.
—Pero tú le dijiste a Judas: «Vete… ». Le dijiste: «Vete y haz lo que tienes que hacer». ¿Qué fue de Judas, Señor?
—Yo no le dije eso. Le dije a Judas «hazlo» como te he dicho a ti «pisa». Porque Judas tenía dolorido el corazón como tú tienes los pies…
Fue entonces cuando puso él su pie sobre el «fumie», sucio de sangre y de polvo. Los cinco dedos de su pie cubriendo el rostro del hombre que amaba. Aquel gozo violento, aquella emoción, no la podría él explicar a Kichijirô…
—No existen fuertes y débiles… ¿Quién asegura que los débiles no han sufrido menos que los fuertes? —Se puso a hablar atropelladamente, vuelto hacia la puerta—.
—Si no quedan padres en este país que puedan oír tu confesión, tendré que hacerlo yo. Di al final las oraciones de después de confesar… Vete en paz.
En Kichijirô la tensión había desaparecido. Lloraba ahora ahogando sus sollozos. Por fin se arrancó de la puerta. Él, Sebastián Rodrigo, había tenido la arrogancia de conferir a aquel hombre un sacramento que sólo los sacerdotes en activo podían dar. Sus compañeros le atacarían violentamente, le dirían que era un sacrílego; pero aunque a ellos los traicionase, sabía muy bien que a aquel hombre no le traicionaba. Le seguía queriendo de manera muy distinta que hasta ahora. Para llegar a ese amor todo lo sucedido hasta ahora había sido necesario”.
A lo largo de su apresurado proceso de acercamiento a la nueva realidad hasta ahora sólo contemplada desde la lejanía, Sebastián había lanzado antes esta queja al “vacío”:
“En tales ocasiones le hervía en el pecho la desesperación: «¿Por qué esto a mí?». No sabía si los misioneros de Macao y Goa se habrían enterado ya de su apostasía. Pero muy probablemente los comerciantes holandeses, a quienes se permitía residir en Dejima, junto a Nagasaki, habrían llevado ya la noticia hasta el mismo Macao y a estas horas habría sido expulsado de su orden misionera. y no sólo eso, quizá había sido despojado de sus derechos como sacerdote y lo miraría el clero como una lacra de la que había que avergonzarse. «Pero, ¿a qué viene eso? ¿Qué significa eso? El único que me puede juzgar por dentro es el Señor, no son mis compañeros… ». Se lo decía a sí mismo, mordiéndose los labios, sacudiendo la cabeza.
Y sin embargo, a veces a media noche, el fantasma de sus compañeros le desvelaba de repente y sentía sus uñas afiladas arándole el pecho por dentro. Entonces se le escapaba un alarido y saltaba de la cama. Tenía ante sus ojos un cuadro de la inquisición, la escena del juicio final que describe la Apocalipsis.
«¿Lo podréis entender? Sí, vosotros, los superiores de Europa y de Macao… » —y en las tinieblas se volvía a sus compañeros abogando por su propia causa. «Vosotros vivís tan felices misionando en sitios tranquilos y seguros, en sitios en que no azota asoladora la tormenta de la persecución, de las torturas... Os quedáis en la otra orilla y la gente os venera como a ministros de Dios fuera de serie… Generales que mandan a la tropa a un frente de combate y se quedan en la tienda de campaña al amor de la lumbre, eso sois vosotros. y, ¿cómo pueden esos generales censurar a un soldado que ha caído prisionero? Pero no. Todo esto son excusas tontas. Me estoy engañando a mí mismo» —se repetía negando lánguidamente con la cabeza. «¿Por qué estas disculpas degradantes? He apostatado, de acuerdo, y sin embargo, Señor, tú sabes muy bien, tú lo sabes, que yo no he renunciado a mi fe. El clero se estará preguntando por qué he apostatado. ¿Porque me aterraba el tormento de la fosa? Pues sí, eso es. ¿Porque no pude soportar los gemidos de los campesinos colgados de la fosa? Eso es. ¿Porque cedí a la tentación de Ferreira y pensé que si yo apostataba, aquellos pobres campesinos se salvarían? Exacto, eso es. Claro que a lo mejor ese ceder por amor era sólo una excusa para justificar mi propia debilidad… »”.
Kichijirô, por su parte, sólo se mira a sí mismo, no se engaña al verse como es, su escusa no le da más que para una queja lastimera, fatalmente inevitable, una disculpa que a pesar de ello le duele demasiado:
“Día nueve. Desde la mañana caía una lluvia menuda como neblina. El bosque que había frente a nuestra cabaña perdía sus contornos envuelto en la llovizna. Los tres cristianos subieron por el bosquecillo. Mokichi parecía un poco agitado. Ichizo, como siempre, fruncidas las cejas y el gesto reservado. Detrás de ellos, Kichijirô nos miraba con aire resentido, con los ojos tristones de un perro apaleado por su amo.
—Padre, y si nos mandan pisar el Cristo del «fumie»… —dijo Mokichi en un susurro, hundida la cabeza como si hablase consigo mismo. Si no pisamos, no sólo nosotros, todo el pueblo sufrirá el mismo interrogatorio. ¿Qué hacemos entonces, padre?
Sentí que el pecho me iba a estallar de pena y, sin más, le di una respuesta que ustedes probablemente por nada del mundo darían. Cruzaron por mi imaginación las palabras del padre Gabriel, tiempo atrás, en la persecución de Unzen, cuando le pusieron delante el «fumie»: «Prefiero que me corten la pierna antes que pisarlo». Sabía yo muy bien que muchos padres y cristianos japoneses habían sentido lo mismo, al verse frente a la santa imagen puesta ante sus pies. Y, sin embargo, ¿cómo iba a poder exigir eso mismo de estos tres pobres hombres?
—¡Pisadlo, podéis pisarlo! —grité, y al punto comprendí que había dicho algo que, como sacerdote, jamás debió asomar a mis labios. Garpe me dirigió una mirada de reproche.
Kichijirô seguía con los ojos empañados en lágrimas.
—Padre, ¿por qué nos manda «Deus» tantos sufrimientos? Si nosotros no estamos haciendo nada malo…”
...
“Por la rejilla del ventanuco podía ver a los guardias dando voces y más voces a un hombre embozado en su capote de paja. Debido al embozo no podía saber quién era, pero estaba seguro de que no pertenecía al grupo de los presos. Algo les suplicaba, pero los guardias se lo negaban con la cabeza y trataban de quitárselo de encima. No parecían hacerle caso. Sin embargo, de pronto:
—Si sigues así de pelma, te ganas un golpe, ¿oyes?
El guardia levantó en alto una estaca y el otro escapó hacia el portón como un perro callejero. Después volvió al patio y allí seguía inmóvil en medio de la lluvia.
Al anochecer volvió a mirar otra vez por la rejilla, y allí seguía el hombre del capote sin el menor desmayo, inmóvil en medio de la lluvia. Los guardias parecían haberse resignado; ya no salían de la garita. Cuando el intruso se volvió hacia él, se encontraron mirada y mirada. Miraba él hacia el padre con gesto amedrentado y reculando dos o tres pasos:
—Padre... —le dijo con una voz que más parecía el aullido de un perro—. Padre, escúcheme, por favor. Tómelo como confesión: escúcheme por favor…
El padre retiró el rostro de la ventana, cerró sus oídos a aquella voz. No podía olvidar el sabor del pescado seco, la sed que entonces le abrasaba la garganta. Aunque tratase de perdonar de corazón a ese hombre, el resentimiento, la ira, no se borraban de su memoria.
—¡Padreee… ! ¡Padreee… !
Continuaban las súplicas lastimeras, lo mismo que el niño que se agarra a las faldas de su madre.
—Yo, padre, le he estado engañando todo el tiempo. ¿No me quiere escuchar un rato? Pensando que a lo mejor el padre me despreciaba, le he estado odiando a usted y a los cristianos. He pisado el «fumie», sí, lo he pisado. Mokichi e Ichizo eran fuertes. Yo no tengo esa fuerza…
Los guardias perdieron la paciencia y salieron fuera estaca en mano.  Kichijirô seguía gritando mientras escapaba:
—Pero mire, yo tengo mi excusa. También los que pisan el «fumie» tienen su excusa. ¿O es que se cree usted que lo hice por gusto? Estos pies míos me dolían al pisarlo. Sí, me dolían. Dios me hizo cobarde de nacimiento y ahora me manda que imite a los valientes. ¿No es eso absurdo?
Eran verdaderos alaridos que se iban cortando, entrecortando más y más; después sólo una súplica; al final, la súplica se fundió en llanto.
—Padre, un cobarde como yo, ¿qué hace? ¿Qué puede hacer? Si entonces le denuncié, no fue por dinero, fue porque me amenazaron los alguaciles…
—Pero, ¿no te irás de una vez? Oye, largo, fuera —le gritaban los guardias asomando la cabeza por la garita—. Vamos, ya está bien de abusar…
—Padre, escúcheme. He hecho una cosa mala. He hecho algo que no tiene remedio. Guardias, ¡yo soy cristiano! ¡Encerradme en la cárcel… !
El padre cerró los ojos y se puso a recitar el credo. Realmente, sentía cierta satisfacción en abandonar a su suerte a aquel hombre que lloraba a gritos en medio de la lluvia. Aunque Cristo rezase, ¿sería por Judas por quien rezaba, cuando Judas se ahorcó en el «campo de la sangre»? Nada de eso estaba en la Escritura, pero aun suponiendo que estuviera, él, en estos momentos, no podría asumir con sinceridad la misma actitud. No sabía hasta qué punto podría creer uno a aquel hombre. Sí, es verdad que estaba pidiendo perdón; pero él se inclinaba a creer que esos gritos se debían a una emoción pasajera.
Poco a poco los gritos de Kichijirô se fueron calmando hasta extinguirse. Miró por la rejilla y vio cómo los guardias, malhumorados, se lo llevaban a empellones al calabozo”.

No sé si Martin Escorsese (Queens, Nueva York, 17 de noviembre de 1942) ha atinado al traducir la obra de Shūsaku Endō (Tokio, 27 de marzo de 1923 – Keio University Hospital, Japón, 29 de septiembre de 1996) al celuloide. Tampoco si en 1971 lo logró Masahiro Shinoda (Gifu, Japón, 9 de marzo de 1931). No he visto ninguna de las dos películas. He leído la novela. He pasado muy mal rato. Tengo que volver a ella. Necesito releerla.

* Paulo Miki nació en el seno de una familia rica. Fue bautizado a los cinco años con el nombre de Pauro (‘Paulo’). Fue educado por los jesuitas en Azuchi y Takatsuki. Entró en la Compañía de Jesús y predicó el evangelio entre sus conciudadanos. El poder japonés temió la influencia de los jesuitas y los persiguió. Paulo Miki fue apresado junto con otros compañeros cristianos, conocidos como los 26 mártires de Japón; dos de ellos eran también jesuitas, el erudito Juan de Soan de Gotó y Diego Kisai, y los 23 franciscanos. Para servir de escarmiento a la población, fueron forzados a caminar casi 1.000 kilómetros, desde Kioto hasta Nagasaki, por ser la ciudad más evangelizada de Japón, y allí fueron crucificados el 5 de febrero de 1597. Paulo predicó desde la cruz su último sermón y se afirma que perdonó a sus verdugos, diciendo: «Yo declaro que perdono al jefe de la nación que dio la orden de crucificarnos, y a todos los que han contribuido a nuestro martirio». Todos los mártires fueron canonizados por el papa Pío IX en 1862 junto con el religioso trinitario Miguel de los Santos, el santo bajo cuya protección me puso mi mamá al bautizarme y darme su nombre.

¿Cogido por los pelos?



Hoy, domingo de la Transfiguración, se me ha ocurrido citar a Umberto Eco, recientemente fallecido, en la homilía, y no sé si he acertado.
Osé lanzar la idea de que tanto Abrán como Saulo como Jesús se tiraron sin arnés desde el acantilado, en pos de una meta soñada, expresada en la Escritura como misión recibida de Dios. Fieles a la promesa, y confiando profundamente en quien la hacía, rompieron con todo; Abrán salió de Ur con lo puesto y llegó a ser Abraham padre de multitud de pueblos, Saulo cambió la espada de perseguidor por el evangelio para ser Pablo el Apóstol de los gentiles, y Jesús llegó a ser el Cristo, previo paso por Jerusalén. La gloria a través de la cruz.
La noticia fresca de su fallecimiento me dio pie para hablar del docto profesor en semiótica, autor de más de cuarenta libros de sesuda sapiencia, que tomó la opción a edad madura de lanzarse a la novela. En pos de su sueño escribió El nombre de la rosa, una trama detectivesca… y pasó de ser un desconocido ratón de biblioteca a un bum editorial en todo el mundo conocido, con más de cincuenta millones de libros editados. Arriesgó todo su prestigio acumulado al más estrepitoso fracaso de no ser leído ni por el bedel de la biblioteca de su pueblo.
El caso es que en una residencia de ancianos donde celebro casi me quitan la palabra y recitaron de corrido las siete novelas que Eco publicó, incluso la más reciente, la del año pasado: Numero cero.
Entre mi gente, sin embargo, apenas se notaron algunos murmullos y como un gesto de extrañeza al escuchar palabras como semiótica, nominalismo… en una homilía.
¿Será que no procedía? ¿Impertinencia además de desacierto?
Definitivamente una rosa es una rosa, pero cuando tenga a mi mano la primera rosa que florezca en el jardín, no pensaré en ninguna otra, sólo ella me embriagará con su perfume, deslumbraráme con su belleza. Pero en ella disfrutaré intensamente de la rosa y poco importará su nombre, se escriba como se escriba.

Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado;
pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?


Este lugar es tan bueno como cualquier otro para rezar el Padre Nuestro

No es Jesús quien te replica, soy yo, yo mismo en persona. Dolors Miquel, me he sentido abofeteado con tu recitado del otro día parodiando un texto que los evangelios ponen en boca de Jesús. No creo haberte ofendido, ni siquiera te conozco. Me duele, no tanto que lo hayas hecho en público, en lugar tan notable como el Salón de Ciento del Ayuntamiento de Barcelona; me duele siquiera que lo hayas pensado y luego pasado a la escritura. Me da dolor y tristeza que no hayas tenido en cuenta a los muchos miles de millones de personas que, igual que yo, lo recitan varias veces cada día de su vida.
Tal vez te haya dado pie, yo y todos los demás, lo mal que lo utilizamos. Eso puede haberte inducido a error, y a pensar que total para lo que les sirven y lo usan, vamos a poner una pica en flandes. Pero no lo has conseguido, no has logrado trasmitirme el sentido de tu poesía. Tampoco el de tus reivindicaciones.
Ignoro por qué te sientes herida, y si yo tengo alguna culpa. En todo caso, no puedo ser hipócrita al rezar la Plegaria Dominical – La Oración que el Señor nos enseñó, y desde ya te pido perdón.
Yo también te perdono.
Evangelio de hoy, martes de la 1ª semana de Cuaresma, de Mateo 6,7-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así:
“Padre nuestro del cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo,
danos hoy el pan nuestro de cada día,
perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido,
no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno.”
Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»

De “ya no te quiero” a “donde hay amor, allí está Dios” (Cfr 1ª Juan)



Peña Lara
No empecé demasiado bien este mes de mayo, pero a poco me fui entonando. Al compás de las cosas que he vivido en estos días pasados, y más en concreto por la manera como las he soportado, puedo afirmar sin mentir que mayo no traerá buena cosecha en grano, pero no deja mal sabor de boca. Y eso que hay dos gestos, precisamente en los últimos días, que han encrespado a la inmensa mayoría: la pitada al himno nacional en la final de la copa del rey y no quitarse la gorra tras quedar tercero en el giro de Italia. Lo primero fue obra de las hinchadas del barça y del atleti; lo segundo, de un tal mikel landa. No me han hecho perder la compostura, pero sí me han molestado.
Como también me han molestado manifestaciones de personajes de la política tras las votaciones del pasado domingo. No han conseguido asustarme, por más miedo que avisaren.
Otras cosillas se han dado, pero ni merecen citarse. Allá cada cual con el resquemor que acumule; si no sabe cómo liberarse de él, siempre puede encontrar algún manual de autoayuda, que hay cantidad y de balde.
El caso es que termina mayo con una fiesta que no recibe la atención y el eco que merece, la Santa Trinidad. Eso está claro que es normal en una sociedad que además de no confesional está convencida de haberse liberado de cualquier lazo religioso. Lo anómalo es que precisamente hoy no se notara más significativamente entre quienes debieran sentirse implicados.
Pelillos a la mar. Yo por mi parte he encontrado esto, que me parece colocarlo para deleite y reflexión, también para anuncio y proclama. Ojala haya muchos que al leerlo se sientan reflejados.

Bienaventuranzas de la misericordia
de Miguel Ángel Mesa Bouzas

Felices quienes han comprendido que la Divinidad está más allá de los nombres, las imágenes, las afirmaciones de la fe. Pero la sentimos: nos mira, nos respira, nos envuelve.
Felices a quienes cada mañana les despierta el mismo sol y les acuna por la noche la luna de siempre y en ello comprenden que el Dios de la Vida se mantiene día y noche cuidándonos, esperándonos. Quienes han llegado a descubrir que es como un Padre lleno de bondad, ternura y misericordia, con un corazón de Madre.
Felices quienes ayudan a los demás a descubrir lo que han vislumbrado bajo la inmensa luz del misterio de Dios Padre y Madre, e intentan expresarlo con profunda humildad, desde sus palabras y, sobre todo, con sus hechos diarios.
Felices quienes se han dejado impregnar por la Buena Noticia de Jesús, el deseo del Reino de Dios, es decir, la construcción de una sociedad que no esté basada en el dinero, en el poder, en el dominio de unos sobre otros, sino en la igualdad y la fraternidad.
Felices quienes experimentan como Jesús, la cercanía, la presencia y la íntima certeza de un Dios-todo-bondad que nos fortalece, anima y acompaña en el sendero de la vida.
Felices quienes se comprometen, como lo hizo Jesús, en curar, aliviar, liberar, integrar y dar valor a cada persona con la que nos encontremos, especialmente con las más marginadas y humilladas a las que debemos salir al encuentro.
Felices quienes creen que el Espíritu de Dios es la fuerza, el aliento, la audacia y la profecía para emprender cada día una nueva vida.
Felices quienes ven las señales del Espíritu en cualquier signo que muestre semillas de fraternidad, de ternura, de acercamiento, de superación del sufrimiento, de paz.
Felices quienes gozan al contemplar el Espíritu de Dios que se cierne sobre los océanos, las montañas, los animales, las flores y sobre el ser humano, que llegan a ser ellos mismos en profundidad cuando se dejan amar por Él entre las sábanas del alma.
Felices quienes descubren que la Trinidad no es un misterio incomprensible, sino la cotidiana experiencia del Amor, desde una vida encarnada en nuestra historia, con un respiro, un ánimo y una pasión especial por seguir viviendo cada día con los mismos sentimientos de Jesús, junto a tanta gente en toda nuestra tierra que trabaja por otro mundo más fraterno, justo y solidario. Es el espejo que nos muestra cómo debe ser y comportarse la mejor comunidad.

Sindiós



Esta palabra no es lo mismo que “sin Dios”, y está en uso aunque el diccionario no la considere. La he oído bastante y leído alguna vez.
En la mayoría de las ocasiones se refiere a un desorden total, a desbarajuste, descontrol y caos absolutos, incluso a un “cachondeo generalizado” donde nadie sabe si la vergüenza murió definitivamente o está desaparecida de momento.
Pero yo la he visto escrita para referirse a aquella persona que perdió el norte, de manera que no tiene referencia alguna hacia la cual orientarse o de la cual alejarse.
Y no sé si este último significado puede ser de aplicación a nuestro entorno patrio, tras leer una información que dice que “el 20% de los españoles se declaran ateos” según WIN/Gallup International.
A las personas que conozco que afirman no tener fe, no creer, no las tengo por ateas. Simplemente consideran que el asunto Dios no les interesa. No les sirve, no lo necesitan, no lo echan en falta.
Hay quienes se consideran engañados y adoptan una postura displicente: Dios les han fallado y no quieren saber nada de él. También ocurre que han visto incoherencia y mal hacer en quienes nos decimos creyentes, y rechazan aquello que decimos creer. En fin, me he encontrado con diversidad de posturas, pero propiamente con ateos, no.
Cuando me entero que este/esta, aquel o aquella milita activamente por echar a Dios de donde se le supone que está, veo que será lo que quiera ser, pero no precisamente una persona atea.
¿Qué hay ateos? Pues claro que habrá. Pero no suelen decirlo ni manifestarse como tales. Quienes sí dan la nota, y sobradamente, son quienes dicen, incluso lo pregonan, pero no se les nota nada, nada, nada, que creen en Dios.

¿Aquí dan algo que me pueda llevar?


"El reparto"
Preguntas como ésta, o del estilo ¿y esta cola para qué es?, suelen hacerme en mañanas de Jueves Santo cuando, tras la Misa Crismal, voy rápido a recoger los óleos para la parroquia.
Ese reparto constituye el único punto negro en una celebración que considero única en nuestra liturgia católica.
Capilla de los Santos Óleos

Mesa para reparto
Toda la diócesis, todo el pueblo sacerdotal, arropando a su obispo, bendice y dedica –consagra– unos aceites especiales para celebrar los sacramentos, en una única celebración en cada lugar, que recuerda que cada bautizado está entroncado en Cristo único y definitivo Sacerdote.
La falta de información/formación y la dejadez, además de la insistencia desviada en que sólo los curas son sacerdotes, provoca que luego se hagan preguntas como la titular de este escrito u otras semejantes.
Esta mañana atravesé una ciudad desierta, me salté todos los semáforos que me encontré, y sólo respeté el de la plaza de  Zorrilla, y eso porque un autobús me cerró el paso. Recorrí del revés la Calle de los Tintes, y paré junto a la catedral con el reloj marcando las diez y cuarto.
El pueblo espera
Tengo tiempo, pensé, para sacar algunas fotos. Candé la bici y entré en una seo aún por rellenar.
Preparatorios

Presentación de los óleos

Los óleos presentados

Bendición del Óleos para los Enfermos

Óleos de Catecúmenos

Santo Crisma

Los Santos Óleos ya están disponibles

La ceremonia fue según el ritual, sin salirse ni una tilde de las prescripciones. El remate fue intentar salir de allí, mientras los hermanos de penitencia del Cristo de la Luz, se posicionaban para entrar.
Volví a atravesar una ciudad que empezaba a despertar tímidamente, porque en Jueves Santo todo está cerrado, menos los bares y el corte inglés.
La tarde, que aún no ha concluido, me ha llevando en volandas de misa a misa, y ahora la hora santa, para rematar un día que luce más que el sol, como el corpus y la ascensión.
Más o menos…
Ahora es la luna la que apunta maneras.

Esta tarde voy a probar


Me dije después de siesta, tras hojear por internet lo que se dice y comenta.
He terminado la prueba… y he despejado mis dudas. Me explico.
Yo tenía ya asentada una manera de nadar que me servía: mezclaba estilos, a ratos apretaba y a ratos aflojaba sin dejar de bracear y patalear, terminaba casi siempre en el mismo tiempo y salía del agua relajado y los deberes hechos.
Desde que cambié, no. Durante dos meses he practicado sólo un estilo, el crol, la w la omito por innecesaria. Y el resultado es que he ido más rápido, pero me he cansado mucho al comienzo, en las primeras vueltas, y nunca he podido saber cuántas he dado porque siempre me perdía en la numeración. Y lo que es peor, sólo nadaba. No había lugar para divagar…
Decididamente eso no me hace feliz. Y yo quiero serlo mientras nado. Con vuelta americana o con vuelta a la remanguillé, no ansío competir, sino divertirme. Y de paso hacer el ejercicio físico adecuado a mi edad y condición.
Así pues, volveré a lo acostumbrado.
Quien no se ha movido un ápice de lo que acostumbra es el que acaba de pontificar que en el espectro político español no hay partido político que pueda ser votado coherentemente por una persona católica. Incluso se pregunta si “es coherente que los católicos se integren en partidos políticos que acogen en sus programas propuestas diametralmente contrarias a los valores evangélicos”. Y claro, no encuentra ninguno libre del estigma.
Tampoco se ha salido de lo habitual aquel otro que, con palabras bastante más ofensivas, ha definido al partido en el gobierno como un nido de liberales e infectado por radicalismos perniciosos.
Hay un tercero que también es de piñón fijo. Con una diferencia respecto a los dos de antes: éste sí puede mover molino. Le he escuchado unos trozos de entrevista y lo he dejado. ¿Estará convencido de lo que dice? No me lo puedo creer.
Yo he probado cambiar, y no me conviene. Estos tres personajes no. Tal vez ellos no lo quieran, puede que ni les interese. Pero no se hacen ni idea de a cuántas personas nos gustaría que lo hicieran… o se callaran.
Pero no, que sigan hablando. Así sabremos dónde están.

De niño, yo también llevé escapulario



Era de tela, y no recuerdo cuándo lo perdí. Por aquel entonces creo que no había ser humano de mi entorno que no lo tuviera. En la parte que daba al pecho estaba la imagen de la Virgen del Carmen. En la de detrás, ¿una corona de estrellas tal vez, con una M en su interior? Cuando se deshizo y desapareció, alguien me colocó una medalla con cadena. Tampoco recuerdo en qué circunstancias desapareció.
Piadoso, no fui sin embargo especialmente devoto, ni viví pendiente y preocupado por lo que fuera a ser de mí en el purgatorio. Tras mucho tiempo sin tener nada en el cuello, ahora sólo porto el crucifijo de la Michel.
Recuerdo que era normal que algunas mujeres vistieran el hábito color café del Carmen de por vida. En mi pueblo, por ejemplo. Devoción o promesa, vaya usted a saber. Incluso de alguna supe que se casó, no de blanco, de marrón. Sin tirar cohetes, entonces se le tenía mucha devoción a la Virgen en su advocación del monte Carmelo, aunque es de suponer que nadie supiera demasiado sobre su origen e historia.
Del mundo carmelitano tampoco puedo reseñar nada interesante, salvo que con mi mamá frecuenté la iglesia de San Benito. La orden teresiana me quedaba lejos, hasta que llegué al seminario.
En cuanto a las cármenes de mi vida, sólo dos: una tía abuela, Carmen “Mona”, inocente por demás y que me acunaba mimosona; y una prima de mi madre, Carmita, casi tan joven como yo.
Luego ya supe algo más, sobre el monte Carmelo, el profeta Elías, la pequeña nube que venía de la costa, la “stella maris” y la larga historia de hombres y mujeres creyentes convencidos que extendieron su piedad allende las fronteras.
No hay lugar sin una imagen de la Virgen del Carmen que venerar, según una tradición antiquísima. No hay familia en este país que no tenga una Carmen o un Carmelo.
¡Felicidades!

Sin comentarios


Mientras veía las imágenes y escuchaba a la locutora, mi mente viajaba seiscientos kilómetros al sur para contemplar como en sueños aquel lugar en medio de los arenales. La masa humana que veían mis ojos, y la imagen de la Virgen del Rocío zarandeada sobre miles de cabezas, se parecía de lejos a esta otra estampa, ocurrida bien cerca de mi casa, al otro lado de la ciudad, en la pradera del Carmen, junto al barrio de San Pedro Regalado.

Una y otra, el asalto de El Rocío y la romería del Carmen, similares a otras muchas tomadas en lo ancho y alto del mapa español, están hablándome de cosas que ni entiendo ni consiguen acercarse a mi sensibilidad. En multitud de lugares patrios, el lunes después de Pentecostés, se celebran verbenas, procesiones y eventos similares en honor de la Virgen o de los Santos. Tradiciones nacidas en algún momento de la historia más profunda que siguen vivas, y que no consigo hilvanar con lo central de lo que creo es esta pascua que completa y rubrica la Pascua.
Sólo me queda observar y callar. Antes de hacerlo, sin embargo, quiero dejar resaltadas las diferencias de estilo que separan al festejo andaluz del castellano.

Como digo, sobran comentarios.

Además de con tirantes, también con cabeza y corazón



Así sería el título con el que yo, si fuera periodista, publicaría la entrevista que Eugenio Scalfari, escritor y periodista del diario italiano La República, ha realizado a papa Francisco.
Pero como ni soy escritor ni soy periodista, tampoco entiendo de titulares. Y pongo lo primero que se me ocurre.
Tal vez sea así mejor, no poner titulares, ni textos resaltados, ni frases entresacadas. Que cada quien lea y opine. Y si quiere, luego, diga lo que quiera, o simplemente reflexione.

Me dice el Papa Francisco: «El mal más grave que afecta al mundo en estos años es el paro juvenil y la soledad de los ancianos. Los mayores necesitan atención y compañía, los jóvenes trabajo y esperanza, pero no tienen ni el uno ni la otra; lo peor: que ya no los buscan más. Les han aplastado el presente. Dígame usted: ¿se puede vivir aplastado en el presente? ¿Sin memoria del pasado y sin el deseo de proyectarse en el futuro construyendo un proyecto, un futuro, una familia? ¿Es posible continuar así? Este, en mi opinión, es el problema más urgente que la Iglesia tiene que enfrentar».

-Santidad, le digo, es un problema sobre todo político y económico, relacionado con los estados, los gobiernos, los partidos, las asociaciones sindicales.
-«Cierto, tiene razón, pero también está relacionado con la Iglesia, incluso, sobre todo con ella, porque esta situación no hiere solo a los cuerpos sino a las almas. La Iglesia debe sentirse responsable tanto de las almas como de los cuerpos».

-Santidad, usted dice que la Iglesia debe sentirse responsable. ¿Debo deducir que la Iglesia no es consciente y que la incita a ir en esa dirección?
-«En gran medida esta conciencia existe, pero no basta. Yo quisiera que fuera más grande. No es el único problema que tenemos por delante pero es el más urgente y el más dramático».

El encuentro con el Papa Francisco se dio el pasado martes [24 de septiembre de 2013] en su residencia de Santa Marta, en una pequeña habitación vacía, solo con una mesa y cinco o seis sillas y un cuadro en la pared. Este encuentro fue precedido por una llamada telefónica que no olvidaré en mi vida. Eran las dos y media de la tarde. Sonó mi teléfono y se oyó la voz nerviosa de mi secretaria que me dice: "Tengo al Papa en línea, se lo paso inmediatamente".

Me quedé estupefacto, mientras la voz de Su Santidad se escuchaba al otro lado del hilo telefónico diciendo:

-«Buenos días, soy el Papa Francisco».

-Buenos días, Santidad -digo yo y después: Estoy conmocionado, no me esperaba que me llamase.

-«¿Por qué conmocionado? Usted me escribió una carta pidiéndome conocerme en persona. Yo tenía el mismo deseo y por tanto le llamo para fijar una cita. Veamos mi agenda: el miércoles no puedo, el lunes tampoco ¿le vendría bien el martes?»

Respondí:  -¡Perfecto!

-«El horario es un poco incómodo, ¿a las 15 le va bien? Si no, cambiamos el día».

-Santidad, a esa hora me va fenomenal.

-«Entonces estamos de acuerdo, el martes 24 a las 15. En Santa Marta. Debe entrar por la puerta del Santo Oficio».

No sé como terminar la conversación y me dejo llevar diciéndole:

-¿Le puedo abrazar por teléfono?

-«Claro, le abrazo también yo. Ya lo haremos en persona. Hasta luego».

Ya estoy aquí. El Papa entra y me da la mano, nos sentamos. El Papa sonríe y me dice:

-«Alguno de mis colaboradores que lo conoce me ha dicho que usted intentará convertirme».

-Es un chiste -le respondo. También mis amigos piensan que usted querrá convertirme.

Sonríe de nuevo y responde:

-«El proselitismo es una solemne tontería, no tiene sentido. Es necesario conocerse, escucharse y hacer crecer el conocimiento del mundo que nos rodea. A mí me pasa que después de un encuentro quiero tener otro porque nacen nuevas ideas y se descubren nuevas necesidades. Esto es importante, conocerse, escuchar, ampliar el cerco de los pensamientos. El mundo está lleno de caminos que se acercan y alejan, pero lo importante es que lleven hacia el "Bien"».

-Santidad, ¿existe una visión única del Bien? ¿Quién la establece?
-«Cada uno de nosotros tiene una visión del Bien y del Mal. Nosotros debemos animar a dirigirse a lo que uno piensa que es el Bien».

-Usted, Santidad, ya lo escribió en la carta que me mandó. La conciencia es autónoma, dijo, y cada uno debe obedecer a la propia conciencia. Creo que esta es una de las frases más valientes dichas por un Papa.
-«Y lo repito. Cada uno tiene su propia idea del Bien y del Mal y debe elegir seguir el Bien y combatir el Mal como él lo concibe. Bastaría eso para cambiar el mundo».

-¿La Iglesia lo está haciendo?
-«Sí, nuestras misiones tienen ese objetivo: individualizar las necesidades materiales e inmateriales de las personas y tratar de satisfacer como podamos. ¿Usted sabe lo que es el ágape?»

-Sí, lo sé.
-«Es el amor por los otros, como nuestro Señor predicó. No es proselitismo, es amor. Amor al prójimo, levadura que sirve al bien común».

-Ama al prójimo como a ti mismo.
-«Es exactamente así».

-Jesús en su predicación dice que el ágape, el amor a los demás, es el único modo de amar a Dios. Corríjame si me equivoco.
-«No se equivoca. El Hijo de Dios se encarnó para infundir en el alma de los hombres el sentimiento de hermandad. Todos somos hermanos e hijos de Dios. Abba, como Él llama al Padre. "Yo marqué el camino", dijo, "Seguidme y encontraréis al Padre y seréis sus hijos y se complacerá en vosotros". El ágape, el amor, de cada uno de nosotros hacia los demás, desde el más cercano al más lejano, es el único modo que Jesús nos indicó para encontrar el camino de la salvación y de las bienaventuranzas».

»Sin embargo, la exhortación de Jesús, la recordamos antes, es que el amor por el prójimo sea igual al que sentimos por nosotros mismos. Por tanto lo que muchos llaman narcisismo se reconoce como válido, positivo, en la misma medida del otro. Hemos discutido mucho sobre este aspecto.

»A mí -decía el Papa- la palabra narcisismo no me gusta, indica un amor desmesurado hacia uno mismo y esto no va bien, puede producir daños en el alma de quien lo sufre y también en la relación con los demás, incluso en la sociedad en la que vive. El verdadero mal es que los más afectados por esto que en realidad es un tipo de desorden mental, son personas que tienen mucho poder. A menudo los jefes son narcisistas.

-También muchos jefes de la Iglesia.
-«¿Sabe qué opino sobre esto? Los jefes de la Iglesia a menudo han sido narcisistas, halagados y exaltados por sus cortesanos. La corte es la lepra del papado».

-La lepra del papado, ha dicho exactamente esto. ¿Pero qué corte? ¿Se refiere a la curia? Pregunto.
-«No, en la curia puede haber cortesanos, pero en su concepción es otra cosa. Es lo que en los ejércitos se llama intendencia, gestiona los servicios que sirven a la Santa Sede».

»Pero tiene un defecto: Es vaticano-céntrica. Ve y atiende los intereses del Vaticano, que son todavía, en gran parte, intereses temporales. Esta visión vaticano-céntrica se traslada al mundo que le rodea. No comparto esta visión y haré todo lo que pueda para cambiarla.

»La Iglesia es o debe volver a ser una comunidad del Pueblo de Dios y los presbíteros, los párrocos, los obispos que tienen a su cargo muchas almas, están al servicio del Pueblo de Dios. La Iglesia es esto, una palabra distinta, no por casualidad, de la Santa Sede que tiene una función importante pero está al servicio de la Iglesia. Yo no podría tener total fe en Dios y en su Hijo si no me hubiese formado en la Iglesia, y tuve la fortuna de encontrarme en Argentina, en una comunidad sin la cual yo no hubiera tomado conciencia de mí mismo y de mi fe.

-¿Usted sintió su vocación desde joven?
-«No, no muy joven. Tendría que haber tenido otra ocupación según mi familia, trabajar, ganar algún dinero. Fui a la universidad. Tuve una profesora de la que aprendí el respeto y la amistad, era una comunista ferviente. A menudo me leía o me daba a leer textos del Partido Comunista. Así conocí también aquella concepción tan materialista. Me acuerdo que me dio el comunicado de los comunistas americanos en defensa de los Rosenberg que fueron condenados a muerte. La mujer de la que le hablo fue después arrestada, torturada y asesinada por el régimen dictatorial que entonces gobernaba en Argentina».

-¿El comunismo lo sedujo?
-«Su materialismo no tuvo ninguna influencia sobre mí. Pero conocerlo, a través de una persona valiente y honesta me fue útil, entendí algunas cosas, un aspecto de lo social, que después encontré en la Doctrina Social de la Iglesia».

-La teología de la liberación, que el Papa Wojtyla excomulgó, estaba bastante presente en América Latina.
-«Sí, muchos de sus exponentes eran argentinos».

-¿Usted piensa que fue justo que el Papa la combatiese?
-«Ciertamente daban un seguimiento político a su teología, pero muchos de ellos eran creyentes y con un alto concepto de humanidad».

-Santidad, ¿me permite contarle algo sobre mi formación cultural? Fui educado por una madre muy católica. Con 12 años gané un concurso de catecismo entre todas las parroquias de Roma y recibí un premio del Vicariado, comulgaba el primer viernes de cada mes, en fin, practicaba la liturgia y creía. Pero todo cambió cuando entré en el Liceo. Leí, entre otros textos de filosofía que estudiábamos, el "Discurso del Método" de Descartes, y me afectó mucho la frase que hoy se ha convertido en un icono: "Pienso, luego existo", el yo se convirtió en la base de la existencia humana, la sede autónoma del pensamiento.
-«Descartes, sin embargo, nunca renegó de la fe en el Dios trascendente».

-Es verdad, pero puso la base de una visión totalmente distinta, y a mí me encaminó a otro camino que, corroborado por otras lecturas, me llevó al otro lado.
-«Usted, por lo que he entendido, no es creyente pero no es anticlerical. Son dos cosas muy distintas».

-Es verdad, no soy anticlerical. Pero me convierto en eso cuando me encuentro con un clerical.

Sonríe y me dice:

-«Me pasa a mí también, cuando tengo enfrente a un clerical, me convierto en anticlerical de repente. El clericalismo no tiene nada que ver con el cristianismo. San Pablo fue el primero en hablarle a los Gentiles, a los paganos, a los creyentes de otras religiones, fue el primero que nos lo enseñó».

-¿Puedo preguntarle, Santidad, cuáles son los santos que usted siente más cercanos a su alma y sobre los que se formó su experiencia religiosa?
-«San Pablo fue el que puso los puntos cardinales de nuestra religión y de nuestro credo. No se puede ser un cristiano consciente sin San Pablo. Tradujo la predicación de Cristo a una estructura doctrinaria que, ya sea con las actualizaciones de una inmensa cantidad de pensadores, teólogos, pastores de almas, resistió y resiste después de dos mil años. Después Agustín, Benito, Tomás e Ignacio. Y naturalmente Francisco. ¿Debo explicarle el porqué?»

Francisco -me sea permitido llamar al Papa así porque es él mismo el que te lo sugiere por como habla, como sonríe, por sus exclamaciones de sorpresa o de corroboración- me mira como para animarme a plantearle las preguntas más escabrosas o más embarazosas relacionadas con la Iglesia. Así que le pregunto.

-De Pablo me ha explicado la importancia del papel que desarrolló, pero quisiera saber entre los que ha nombrado a quien siente más cercano a su alma.
-«Me pide una clasificación, pero las clasificaciones se pueden hacer si se habla de deportes o de cosas parecidas. Podría decirle el nombre de los mejores futbolistas de Argentina. Pero los santos...»

-Se dice que se "bromea con los bribones" ¿Conoce el dicho?
-«Exacto. Sin embargo, no quiero evitar la pregunta porque usted no me ha pedido una lista sobre la importancia cultural o religiosa sino quién está más cerca de mi alma. Le contesto: Agustín y Francisco».

-¿No Ignacio, de cuya orden proviene?
-«Ignacio, por comprensibles razones, es el que conozco mejor que los demás. Fundó nuestra orden. Le recuerdo que de esa orden venía también Carlo María Martini, muy querido para usted y para mí. Los jesuitas fueron, y siguen siendo todavía, la levadura -no la única pero quizás la más eficaz- de la catolicidad: cultura, enseñanza, testimonio misionero, fidelidad al Pontífice. Pero Ignacio que fundó la Compañía era también un reformador y un místico. Sobre todo un místico».

-¿Piensa que los místicos son importantes en la Iglesia?
-«Han sido fundamentales. Una religión sin místicos es una filosofía».

-¿Usted tiene una vocación mística?
-«¿A usted qué le parece?»

-Me parece que no.
-«Probablemente tenga razón. Adoro a los místicos; también Francisco por muchos aspectos de su vida lo fue, pero no creo tener esa vocación, y después es necesario comprender bien el significado profundo de la palabra. El místico consigue despojarse del hacer, de los hechos, de los objetivos y hasta de la pastoralidad misionera y se alza para alcanzar la comunión con las bienaventuranzas. Breves momentos pero que llenan toda la vida».

-¿A usted le ha sucedido alguna vez?
-«Raramente. Por ejemplo, cuando el cónclave me eligió Papa. Antes de la aceptación pedí poder retirarme algún minuto en la sala que está al lado de la del balcón sobre la plaza. Mi cabeza estaba vacía completamente y me había invadido una gran inquietud. Para hacerla pasar y relajarme cerré los ojos y desapareció todo pensamiento, también el de rechazar esta carga, como además el procedimiento litúrgico permite. Cerré los ojos y ya no sentí ningún ansia o emotividad. En un cierto punto me invadió una gran luz, duró un segundo pero me pareció larguísimo. Después la luz se disipó y me levanté de repente y me dirigí a toda prisa a la estancia donde me esperaban los cardenales y hacia la mesa donde me esperaba el acta de aceptación. Lo firmé, el cardenal Camarlengo también y después en el balcón se dio el ‘Habemus Papam´».

Permanecemos un poco en silencio, después dije:

-Hablábamos de los santos que usted siente como más cercanos a su alma y nos quedamos en Agustín. ¿Quiere decirme por qué lo siente cercano?
-«También mi predecesor tiene a Agustín como punto de referencia. Ese santo pasó por muchas cosas en su vida y cambió muchas veces su posición doctrinal. Tuvo también palabras fuertes contra los judíos, que nunca compartí. Escribió muchos libros y el que me parece más revelador de su intimidad intelectual y espiritual son las "Confesiones"; contienen algunas manifestaciones de misticismo pero no es, como opinan muchos, el continuador de Pablo. Incluso, diría que vio la fe y la Iglesia de una forma profundamente distinta a la de Pablo, quizás porque pasaron cuatro siglos entre uno y otro».

-¿Cuál es la diferencia, Santidad?
-«Para mí dos aspectos fundamentales. Agustín se siente impotente frente a la inmensidad de Dios y a los deberes que un cristiano y un obispo deben afrontar. Sin embargo él no lo fue en absoluto, pero su alma se sentía siempre por debajo de todo lo que habría querido y debido. Es la gracia dispensada por el Señor como elemento fundamental de la fe. De la vida. Del sentido de la vida. Quien no es tocado por la gracia puede ser una persona sin mancha y sin miedo, como se dice, pero no será nunca como una persona a la que la gracia ha tocado. Esta es la intuición de Agustín».

-¿Usted se siente tocado por la gracia?
-«Esto no puede saberlo nadie. La gracia no forma parte de la conciencia, es la cantidad de luz que tenemos en el alma, no la de sabiduría o de razón. También usted, sin su conocimiento, puede ser tocado por la gracia».

-¿Sin fe? ¿Sin creer?
-«La gracia está relacionada con el alma».

-Yo no creo en el alma.
-«No cree, pero la tiene».

-Santidad, se ha dicho que usted no tiene intención de convertirme y creo que no lo conseguiría.
-«Esto no se sabe, pero no tengo ninguna intención».

-¿Y Francisco?
-«Es grandísimo porque es todo. Un hombre que quiere hacer, quiere construir, funda una orden y sus reglas, es itinerante misionero, es poeta y profeta, es místico, se dio cuenta de su propio mal y salió de él, ama la naturaleza, los animales, la brizna de hierba del prado y los pájaros que vuelan en el cielo, pero sobre todo, ama a las personas, a los niños, a los viejos, a las mujeres. Es el ejemplo más luminoso del ágape del que hablábamos antes».

-Tiene razón, Santidad, la descripción es perfecta. ¿Pero por qué ninguno de sus predecesores eligió su nombre? Y yo creo que, después de usted, ningún otro lo hará.
-«Esto no lo sabemos, no hipotequemos sobre el futuro. Es verdad, nadie antes que yo lo eligió. Aquí afrontamos el problema de los problemas. ¿Quiere beber algo?»

-Gracias, quizás un vaso de agua.

Se levanta, abre la puerta y le pide a un colaborador que está en la entrada que le traiga dos vasos de agua. Me pide si prefiero un café, respondo que no. Llega el agua. Al final de nuestra conversación mi vaso está vacío pero el suyo continúa lleno. Se aclara la garganta y comienza.

-«Francisco quería una orden mendicante y también itinerante. Misioneros en busca de encontrar, escuchar, dialogar, ayudar, difundir la fe y el amor. Sobre todo amor. Y quería una Iglesia pobre que atendiese a los demás, que recibiese ayuda material y lo usase para sostener a los demás. Han pasado 800 años desde entonces y los tiempos han cambiado mucho, pero el ideal de una Iglesia misionera y pobre sigue siendo válido. Esta es, por tanto, la Iglesia que predicaron Jesús y sus discípulos».

-Ustedes, los cristianos, son una minoría ahora. Incluso en Italia, que se define como el jardín del Papa, los católicos practicantes están, según algunos sondeos, entre el 8 y el 15%. Los católicos que dicen serlo pero que de hecho lo son poco son un 20%. En el mundo existen mil millones de católicos y con las otras Iglesias cristianas superan los mil quinientos millones, pero el planeta tiene entre 6.000 y 7.000 millones de personas. Son muchos ciertamente, especialmente en África y en América Latina, pero siguen siendo minoría.
-«Lo hemos sido siempre pero este no es el tema que nos ocupa. Personalmente creo que esto de ser una minoría es además, una fuerza. Debemos ser semilla de vida y de amor, la semilla es una cantidad infinitamente más pequeña que la cantidad de frutos, flores y árboles que nacen de ella.

»Me parece haber dicho antes que nuestro objetivo no es el proselitismo sino la escucha de las necesidades, de los deseos, de las desilusiones, de la desesperación, de la esperanza. Debemos devolver la esperanza a los jóvenes, ayudar a los viejos, abrirnos hacia el futuro, difundir el amor. Pobres entre los pobres. Debemos incluir a los excluidos y predicar la paz.

»El Vaticano II, inspirado por el papa Juan y por Pablo VI, decidió mirar al futuro con espíritu moderno y abrirse a la cultura moderna. Los padres conciliares sabían que abrirse a la cultura moderna significaba ecumenismo religioso y diálogo con los no creyentes. Después de entonces, se hizo muy poco en esa dirección. Yo tengo la humildad y la ambición de querer hacerlo».

-También porque -me permito añadir- la sociedad moderna en todo el planeta atraviesa un momento de crisis profunda y no solo económica sino social y espiritual. Usted, al comienzo de nuestro encuentro describió una generación aplastada por el presente. También los no creyentes sentimos este sufrimiento casi antropológico. Por esto nosotros queremos dialogar con los creyentes y con los que mejor les representan.
-«Yo no sé si soy el que mejor les representa, pero la Providencia me ha puesto en la guía de la Iglesia y de la diócesis de Pedro. Haré todo lo posible para cumplir el mandato que se me ha confiado».

-Jesús, como usted ha recordado, dijo: ama a tu prójimo como a ti mismo. ¿Le parece que esto se ha hecho realidad?
-«Por desgracia no. El egoísmo ha aumentado y el amor hacia los demás ha disminuido».

-Este es el objetivo que nos une: al menos igualar estos dos tipos de amor. ¿Su Iglesia está preparada para aceptar este reto?
-«¿Usted que cree?»

-Creo que el amor por el poder temporal es todavía muy fuerte entre los muros vaticanos y en la estructura institucional de toda la Iglesia. Creo que la Institución predomina sobre la Iglesia pobre y misionera que usted quiere.
-«Las cosas están así, de hecho, y en este tema no se hacen milagros. Le recuerdo que también Francisco en su época tuvo que negociar largamente con la jerarquía romana y con el Papa para que se reconociesen las reglas de su orden. Al final obtuvo la aprobación pero con profundos cambios y compromisos».

-¿Usted deberá seguir el mismo camino?
-«No soy Francisco de Asís, ni tengo su fuerza y su santidad. Pero soy el obispo de Roma y el Papa de la catolicidad. He decidido como primera cosa nombrar a un grupo de ocho cardenales que constituyan mi consejo. No cortesanos sino personas sabias y animadas por mis mismos sentimientos. Este es el inicio de esa Iglesia con una organización no vertical sino horizontal. Cuando el cardenal Martini hablaba poniendo el acento en los Concilios y en los Sínodos, sabía que largo y difícil es el camino que hay que recorrer en esa dirección. Con prudencia, pero con firmeza y tenacidad.

-¿Y la política?
-«¿Por qué me lo pregunta? Ya le he dicho que la Iglesia no se ocupará de política».

-Pero hace poco usted hizo un llamamiento a los católicos a comprometerse civil y políticamente.
-«No me dirigí sólo a los católicos sino a todos los hombres de buena voluntad. Dije que la política es la primera de las actividades civiles y que tiene un propio campo de acción que no es el de la religión.

»Las instituciones políticas son laicas por definición y obran en esferas independientes. Esto lo han dicho todos mis predecesores, al menos desde muchos años hasta ahora, aunque sea con matices distintos. Creo que los católicos comprometidos en la política tienen dentro valores de la religión pero también una conciencia madura y una competencia para llevarlos a cabo. La Iglesia no irá nunca más allá de expresar y defender sus valores, al menos mientras que yo esté aquí».

-Pero no siempre ha sido así la Iglesia.
-«No, casi nunca ha sido así. Muy a menudo, la Iglesia como institución ha sido dominada por el temporalismo y muchos miembros y altos exponentes católicos tienen todavía esta forma de pensar.

»Pero ahora, déjeme que le haga una pregunta: Usted, laico no creyente en Dios, ¿en qué cree? Usted es un escritor y pensador. Creerá en algo, tendrá algún valor dominante. No me responda con palabras como honestidad, la búsqueda, la visión del bien común; todos principios y valores importantes, pero no es esto lo que le pregunto. Le pregunto qué piensa de la esencia del mundo, del universo. Se preguntará ciertamente, todos lo hacemos, de dónde venimos, a dónde vamos. Se las plantea hasta un niño ¿Y usted?

-Le agradezco esta pregunta, la respuesta es ésta: Creo en el Ser, es decir en el tejido del cual surgen las formas, los Entes.
-«Yo creo en Dios, no en un Dios católico; no existe un Dios católico, existe Dios. Y creo en Jesucristo, su Encarnación. Jesús es mi maestro, mi pastor, pero Dios, el Padre, Abba, es la luz y el Creador. Este es mi Ser. ¿Le parece que estamos muy lejos?»

-Estamos lejos en el pensamiento, pero similares como personas humanas, animadas por nuestros instintos que se transforman en pulsiones, sentimientos, voluntad, pensamiento y razón. En esto somos parecidos.
-«Pero lo que ustedes llaman el Ser, ¿lo define como lo piensa?»

-El Ser es un tejido de energía. Energía caótica pero indestructible y en eterno caos. De esa energía emergen las formas cuando la energía llega al punto de explosión. Las formas tienen sus leyes, sus campos magnéticos, sus elementos químicos, que se combinan casualmente, evolucionan, finalmente se apagan pero su energía no se destruye. El hombre es probablemente el único animal dotado de pensamiento, al menos en nuestro planeta y sistema solar. He dicho que está animado por instintos y deseos pero añado que tiene dentro de sí una resonancia, un eco, una vocación de caos.
-«Bien. No quería que me hiciese un resumen de su filosofía y me ha dicho bastante. Observo por mi parte que Dios es luz que ilumina las tinieblas y que aunque no las disuelva hay una chispa de esa luz divina dentro de nosotros. En la carta que le escribí recuerdo haberle dicho que aunque nuestra especie termine, no terminará la luz de Dios que en ese punto invadirá todas las almas y será todo en todos».

-Sí, lo recuerdo bien, dijo "toda la luz será en todas las almas", lo que, si puedo permitirme decir, da más una imagen de inmanencia que de trascendencia.
-«La trascendencia permanece porque esa luz, toda en todos, trasciende el universo y las especies que en esa fase lo pueblen.

»Pero volvamos al presente. Hemos dado un paso adelante en nuestro diálogo. Hemos constatado que en la sociedad y en el mundo en el que vivimos el egoísmo ha aumentado más que el amor por los demás, y que los hombres de buena voluntad deben actuar, cada uno con su propia fuerza y competencia, para hacer que el amor por los demás aumente hasta igualarse e incluso superar el amor por nosotros mismos.

-Por tanto también la política está llamada a la causa.
-«Seguramente. Personalmente pienso que el llamado capitalismo salvaje no hace sino volver más fuertes a los fuertes, más débiles a los débiles y más excluidos a los excluidos. Hace falta gran libertad, ninguna discriminación, nada de demagogia y mucho amor. Hacen falta reglas de comportamiento y también, si fuera necesario, intervenciones directas del Estado para corregir las desigualdades más intolerables.

-Santidad, usted ciertamente es una persona de gran fe, tocado por la gracia, animado por la voluntad de relanzar una Iglesia pastoral, misionera, regenerada y no apegada a los tiempos. Pero según habla y yo le entiendo, usted es y será un papa revolucionario. Mitad jesuita, mitad hombre de Francisco, un maridaje que quizás nunca se había visto. Y después, le gustan "Los Novios" de Manzoni, Holderlin, Leopardi y sobre todo Dostoyevski, el film "La Strada" y "Prova d´orchestra" de Fellini, "Roma cittá aperta" de Rossellini y también las películas de Aldo Fabrizi.
-«Esas me gustan porque las veía con mis padres cuando era un niño».

-Así es. ¿Puedo sugerirle que vea dos películas estrenadas hace poco? "Viva la libertad" y las películas sobre Fellini de Ettore Scola. Estoy seguro de que le gustarán. Sobre el poder le digo: ¿sabe que a los veinte años hice un mes y medio de ejercicios espirituales con los jesuitas? Estaban los nazis en Roma y yo había desertado del reclutamiento militar. Podríamos ser castigados con la pena de muerte. Los jesuitas nos acogieron con la condición de que hiciéramos los ejercicios espirituales durante todo el tiempo que estuvimos escondidos en su casa, y así fue.
-«Pero es imposible resistir un mes y medio de ejercicios espirituales -dice él estupefacto y divertido. Lo contaré la próxima vez».

Nos abrazamos. Subimos la breve escalera que nos separa del portón. Pido al Papa que no me acompañe pero él lo rechaza con un gesto. «Hablaremos también del papel de las mujeres en la Iglesia. Le recuerdo que la Iglesia es femenina».

-Y hablaremos si usted quiere también de Pascal. Me gustaría saber qué piensa usted de esta gran alma.
-«Lleve a todos sus familiares mi bendición y pídales que recen por mí. Piense en mí, piense a menudo en mí».

Nos estrechamos la mano y él se queda quieto con los dos dedos en alto en signo de bendición. Yo lo saludo desde la ventanilla.

Este es el Papa Francisco. Si la Iglesia se vuelve como él la piensa y la quiere habrá cambiado una época.

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