Me las prometía muy felices cuando limpié de follaje mis parras y la zurré bien de azufre. Sus racimos, enormes, prometían, vaya si prometían.
Pero las promesas se pueden ir por el desagüe si las cosas se ponen a malas, el oidio se atrinchera y los pájaros, esos vecinos tan molestos, dicen que eso es suyo y lo quieren desde ya.
Veamos cómo anda la cosa. Por partes.
Este jerez se ha echado a perder. Tal vez creí que era suficiente, tal vez tuve miedo de quemarlas, tal vez… Mañana me levanto con la fresca y capo de racimos la parra entera. Me han dicho que cuanto antes lo haga, antes evito la fortaleza del mal. Probaré a ver si me sale. El año que viene vengo y lo cuento.
Si el oidio da guerra, las avecillas de mi jardín no la dan menos. Esos racimos tan lustrosos y tan tempraneros ya están probados. Ahí se ven los restos del banquete. Y esto es sólo el principio. Si no me doy prisa en protegerlos, el domingo ya no quedan ni los rampojos. Tengo que espabilarme, que ellos ya lo están haciendo.
Esto me sugiere varias reflexiones, y presumo que alguna o todas ellas no sean políticamente correctas, y que por lo tanto no vayan a ser del agrado del personal que me visita. No obstante, allá van, desordenadas y según me van saliendo.
1. La naturaleza no es tan pacífica como parece. Aquí se da la guerra y lo de “sálvese quien pueda”. O comes, o te comen. Y si quieres comer, tienes que matar. Así de claro. El oidio, ese bichito, sea hongo sea flor, es ciertamente maligno, y no vale sino para ser exterminado. Aún recuerdo de cuando mis estudios de estructura económica el daño que hizo en los viñedos de toda España, arruinándolos. Hubo que volverlos a plantar, trayendo cepas de la enorme France. Tiempo ha que ocurrió, pero sucedió. Y a la vista está que aún sigue aconteciendo.
2. El trabajo no ennoblece, hace sudar, fastidia y a veces no sirve para nada. ¡La de veces que me he dicho “mañana, cuando me levante, cojo el serrucho y liquido todas las parras! Muerto el perro…”
3. Las apariencias, engañan. Los pajaritos no son unas cosas bellas, que alegran con sus trinos la mañana ni adornan las choperas con sus nidos. No. Manchan las fachadas con sus asquerosos detritus, se comen las primicias de las cosechas, y si no se les pone coto, se te meten en casa y te echan de ella. Hitchcock no fue un cantamañanas con su peli; bien lo vio venir, y aunque nos metió miedo en el cuerpo, algo sabía él, vaya que sí, y hasta nos avisó de lo que podía llegar a ser.
4. En esa guerra contra el enemigo, sean pájaros sean hongos, vale todo. Pero cuidadín, porque te juegas la vida. Tampoco venenos, insecticidas, herbicidas y otras menudencias son inocuos para quien los utiliza. Ahí tenemos un buen lío. El producto que manejas se puede volver contra ti. Ya lo dicen los prospectos: “Manéjese con cuidados, protéjase los ojos, la boca, las narices, los oídos…”. Si hasta los genitales peligran, ¡qué contendrán!, ¡de qué estarán fabricados! Miedo me da usarlos.
5. En mi inocencia empleé ortigas, que por ahí se dicen que son naturales y eficaces. Infusión de ortigas durante siete días, removidas, agitadas, coladas y difuminadas por doquier. Agua de borrajas, eso es lo que son. Ahí están las hojas del laurel todas llenas de gusanos. Y los rosales, con los mismos pulgones que entonces. Conclusión: no vale los buenos modales, no sirve de nada ser pacifista. Cuando tocan a rebato, es la guerra y hay que prepararse para ella. No hay otra forma de alcanzar la paz. Ya lo dijeron los antiguos, la guerra es cosa seria: “Si vis pacem, para bellum”. Y con el enemigo, ni agua.
Retomo la escritura, pero antes eché un ojo a la luna. Ya le falta un bocado por la parte derecha según se mira. La muy ingenua se creía que iba a estar llena de por vida, pero eso sólo ocurre en la literatura. En la vida real las cosas se devalúan, enferman, se empequeñecen y, al final, mueren. Como está muriendo ya este día, como me muero yo de simple sueño. Acabó el día 15, hoy es día 16, El Carmen.
Pero ese es otro tema, y vive Dios que es complejo y arduo. Ni entro.