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Tenemos que darle un voto a la esperanza




Acabo de encontrarme un poema cuyas palabras encuentro plenas de sentido. Estaba leyendo a una escritora que disertaba sobre el adviento como actitud permanente, cuando se la ocurre citar a “una cantautora argentina” para apoyar su pensamiento. Picado por la curiosidad, quise saber de quién se trataba. Y tras varias indagaciones, descubrí que la cantautora era en realidad un señor ya fallecido, argentino sí, además de obispo metodista y esforzado defensor de los derechos humanos.
Porque Él entró en el mundo y en la historia
Porque Él quebró el silencio y la agonía
Porque llenó la tierra de su gloria
Porque fue luz en nuestra noche fría.
Porque Él nació en un pesebre oscuro
Porque vivió sembrando amor y vida
Porque partió los corazones duros
Y levantó las almas abatidas.

Por eso es que hoy tenemos esperanza
Por eso es que hoy luchamos con porfía
Por eso es que hoy miramos con confianza
El porvenir en esta tierra mía.
Por eso es que hoy tenemos esperanza
Por eso es que hoy luchamos con porfía
Por eso es que hoy miramos con confianza
El porvenir.

Porque atacó a ambiciosos mercaderes
Y denunció maldad e hipocresía
Porque exaltó a los niños las mujeres
Y rechazó a los que de orgullo ardían.
Porque Él cargó la cruz de nuestras penas
Y saboreó la hiel de nuestros males
Porque aceptó sufrir nuestra condena
Y así morir por todos los mortales

Porque una aurora vio su gran victoria
Sobre la muerte, el miedo, las mentiras
Ya nada puede detener su historia
Ni de su Reino eterno la venida.

José Federico Pagura (1923-2016), argentino, obispo metodista y luchador por los derechos humanos.

El poema en cuestión, titulado Tenemos Esperanza está musicalizado como tango, y a lo que pude comprobar lo cantan en todas las iglesias metodistas de Hispanoamérica.
Un poco harto de que gran parte del mundillo que frecuento trate de si la Inmaculada sí, la Inmaculada no; de que si la culpa es del dogma; o del pecado original; de una fiesta religiosa convertida también en civil; de si es perjudicial para el sexo femenino; de que está pensado desde una visión patriarcal y por lo tanto machista; de poner sobre María de Nazaret mantos, joyas y coronas; o de quitárselas, que también.
En fin, un poco harto del barullo en que solemos sepultar cosas importantes, haciéndolas imposibles. Harto, como digo repitiéndome, me quedo con la corona de adviento de mi casa y con estas palabras de Pagura, el autor para mí hasta ahora desconocido, del que he encontrado este vídeo casero:

Y concluyo con estas palabras de fray Marcos que me ha redondeado este 8 de diciembre:
“Si descubrimos lo divino en Jesús y en María, ¿a qué estamos esperando para descubrirlo en nosotros?”.

Reunión de pastores



Las expectativas se me desinflaron como un mal suflé. Y así me acosté ayer noche. Por supuesto, la economía no es una ciencia exacta. No existe ninguna que lo sea. Pero cuando andan los dineros de por medio, cada oveja a su redil. Y no saqué absolutamente nada, nada, en claro.
Dormí plácidamente, sabiendo que la noche es oscura, y el sol, por la mañana, lo aclara todo. Lo peor es que ha amanecido nublado. A ver si un poco más adelante…
Toca empezar adviento. Toca hablar de esperanza. Toca decir cosas bonitas. Toca animar al personal. Toca tirar del carro, aunque chirríen las ruedas. Toca pisar la realidad.
Es san Pablo el que dice que los vapores del vino no son buen acompañamiento y que con la llegada del día hay que sacudirse la modorra.
Vamos a ver si es posible…
Corona de Adviento 2014

Rorate, coeli, desuper et nubes pluant iustum
Cielos, destilad el rocío;
nubes, derramad la victoria;
ábrase la tierra y brote la salvación,
y con ella germine la justicia. (Is 45,8)



Tras un día tonto en que sólo ha sucedido de verdad que el sol ha estado el menor tiempo al descubierto; y sin embargo, y para más recochineo, ha lucido como no lo había hecho en el otoño; una jornada esperada porque antiguos mayas parece que dijeron que llegaba el fin, y con expectación más tonta aún se ha estado preparando para “morir bella” o para dar por “concluido un gobierno”.
Tras este ayer de un hoy en que una ingente multitud espera “el gordo” que la diosa fortuna, ciega o perversa, reparta injusta y aleatoriamente, para salir del atolladero en que vive y poner parches a una vida toda llena de agujeros, tan grandes que parecen simas.
Ayer, hoy y mañana, en un presente que sabe de noches y oscuridad, de fracasos y de esfuerzos inútiles, de esperanzas vanas y de alegrías tan mezquinas, y que por eso se hace interminable hasta la desesperación.
En este ahora en que no sabemos hacia dónde nos llevan, si queremos seguir aquí aunque nos disguste cómo estamos, del todo impotentes y derrotados frente a un futuro que aún puede ser peor.
En un momento así, o parecido, surgió la voz de los profetas para despertar del sueño, del abatimiento, de la desmoralización… con promesas del todo inverosímiles, inalcanzables siquiera a la imaginación, totalmente gratuitas e inmerecidas.
Alguien que nos lleva muy adentro, en sus entrañas permanentemente, ha decidido estar también aquí, silencioso, paciente, pequeño y frágil, sólo compañero…

DIOS QUE HA DE VENIR
Mira, otra vez es adviento en el año de tu Iglesia, Dios mío. Otra vez rezamos las oraciones de la expectación y de la constancia, los cantos de la esperanza y de la promesa. Y otra vez toda miseria y toda expectación y todo aguardar lleno de fe se aglomeran en la palabra: ¡ven!
Extraña oración: Ya has venido, pusiste tu tienda de campaña entre nosotros, has participado de nuestra vida con sus pequeñas alegrías, con su larga rutina y su amargo fin. ¿Podíamos invitarte con nuestro «ven» a algo más que a eso? Penetraste tanto en nuestra vulgaridad que ya casi no te podemos distinguir de los demás hombres. Dios, que te llamaste hijo del hombre, ¿podías acercarte más a nosotros mediante tu venida? Y, sin embargo, oramos: ven. Y esta palabra nos sale del corazón como en otro tiempo a los patriarcas, reyes y profetas que veían tu día solamente desde lejos y lo bendecían.
¿Celebramos solamente el adviento o siempre es adviento? Pero ¿es que en verdad has venido ya? ¿Tú mismo, como nosotros queríamos decirlo cuando a la par deseábamos al que habría de venir, al Dios fuerte, padre del futuro, príncipe de la paz, la luz de la verdad y la dicha eterna? En las primeras páginas de la Sagrada Escritura ya está prometida tu venida y, sin embargo, en su última página, a la cual nunca debe ser agregada otra, se encuentra la oración: ¡Ven, Señor Jesús!
¿Eres Tú el eterno adviento que siempre debe estar en camino, pero que jamás llegará, en forma tal que sea la plenitud de toda espera? ¿Eres Tú el lejano inalcanzable a cuyo encuentro peregrinan todos los tiempos, todas las generaciones, las ansias todas de los corazones, por esas calles que nunca terminan? ¿Eres solamente el lejano horizonte que rodea la tierra de nuestros acciones y padecimientos, y que siempre permanece lejos a donde quiera que uno marche? ¿Eres tan sólo el hoy eterno que está igualmente cerca y lejos de todo, y que encierra en sí los tiempos y todos los cambios, indiferentemente? ¿O es que no quieres venir de ningún modo porque todavía posees lo que nosotros fuimos ayer, y hoy ya no somos, o porque te adelantaste ya al más lejano futuro nuestro desde toda la eternidad?
¿Acaso no te retiras siempre en tus abismos inconmensurables, que llenas con tu realidad, a una distancia doblemente mayor del camino que nosotros hemos recorrido en pos de tu eternidad con los pies sangrantes? La humanidad ¿ha logrado acercarse a ti desde que hace miles y miles de años dispuso la marcha a su aventura más dulce y temible: buscarte a ti? En mi vida ¿ya he logrado acercarme algo más a ti o es, al fin de cuentas, toda cercanía conquistada solamente la mayor amargura con que tu distancia embriaga mi alma? ¿Hemos de estar siempre lejos de ti, quizá porque Tú, infinito, estás constantemente cerca de nosotros y por eso no tienes deseos de venir a nosotros, ya que no existe sitio alguno al que hayas de venir, pues estás presente en todo?
Me dices que has venido ya en realidad: que tu nombre es Jesús, hijo de María, y que yo ya sabía en qué sitio y tiempo podría encontrarte. Señor, perdóname, pero este venir tuyo se debe llamar más bien un partir. Te has escondido en forma de siervo y te has encontrado como uno de nosotros, y Tú, Dios recóndito, penetraste como un cualquiera, inadvertidamente, en nuestras filas y has marchado con nosotros, los que propiamente estamos siempre de camino y nunca acabamos de llegar, porque todo cuanto alcanzamos solamente sirve para que consigamos lo último: el final. Estamos llamando: ven, Tú, el que nunca va, porque tu vida no tiene ocaso y tu realidad no conoce fin; ven Tú mismo porque nosotros solamente renovamos cada día el cambio hacia el fin.
Te llamamos porque desesperamos de nosotros mismos; sobre todo cuando, tranquilos y presos en nuestra finitud, nos juzgamos sabios. Hemos llamado a tu infinitud y hemos esperado una vida interminable fiados en la venida de tu infinitud. Porque nosotros los hombres, al menos aquellos a quienes Tú has regalado la última sabiduría de esta vida, aprendimos que fue en balde lo que intentábamos: huir por esfuerzo propio, azuzados por la asfixiante angustia de nuestra impotencia e inconstancia, por medios siempre nuevos, de nuestra propia existencia, y por mil caminos ser poseedores de algo eterno. Porque no nos podemos ayudar, porque no podemos librarnos de nosotros mismos, por eso hemos conjurado sobre nosotros la plenitud de tu vida, tu realidad y tu verdad, por eso hemos apelado a tu sabiduría y justicia, tu bondad y misericordia, para que Tú mismo vinieras, para que arrancaras todas las cercas de nuestra limitación, para que hicieras riqueza de la pobreza, eternidad de nuestra temporalidad.
Y nos has prometido que vendrías y viniste. Pero ¿cómo viniste y qué hiciste? Tomaste una vida humana y la hiciste vida tuya, en todo igual a nosotros: naciste de mujer, padeciste bajo Poncio Pilato, fuiste crucificado, muerto y sepultado. Tú has alcanzado aquello de lo que huimos. Comenzaste lo que según nuestra opinión debería terminar mediante tu venida: nuestra vida, la cual es impotencia, finitud en lo íntimo, y muerte. Precisamente tomaste este ser de hombre no para transformarlo, no para suavizarlo ni clarificarlo y divinizarlo visible o palpablemente, o al menos llenarlo de bienes hasta estallar, bienes que los hombres, en sustitución de lo eterno, apenas frugal y fatigosamente pudieran arrebatar del reducido y pedregoso barbecho de su temporalidad.
Hiciste nuestra vida, vida tuya, tal como nuestra vida es. La dejaste correr tal como la nuestra corre sobre esta tierra. La comenzaste con cuidados para que ni una gota de su tormento y de su gravosa estrechez se perdiera antes de que lo hubieras sufrido todo. También sobre tu vida rodó la cruel y espantosa aplanadora de la naturaleza ciega y de la evidente maldad humana. Y cuando tu vida humana levantaba la vista a aquel que en la verdad más clara y amor más quintaesenciado llamabas Padre, entonces veías tal como nosotros, hacia arriba, al Dios de caminos inescrutables y juicios incomprensibles, el cual tiende o deja pasar el cáliz según su deseo.
Y por toda la eternidad ningún «por qué» conduce al fondo de este deseo, que pudo haber sido otro y, sin embargo, quiso aquello que es incomprensible para nosotros. Tú debías venir para librarnos de nosotros mismos, y Tú, otra vez Tú, único libre e ilimitado, te «hiciste como nosotros». Y aunque sé que seguías siendo el que eras —¿no te estremeces ante nuestra mortalidad, Tú, inmortal; ante nuestra estrechez, Tú, inmenso; ante nuestra apariencia, Tú, verdad suma? ¿No te crucificaste a ti mismo en la criatura cuando recibías como vida propia, completamente cerca y completamente como propia, lo que antes solamente habías extendido en distancias eternas como el oscuro, anonadado fondo para tu luz inaccesible? ¿No es la cruz del Gólgota la figura visible de la cruz que fue preparada por ti mismo a través de los espacios eternos?
¿Es ésta tu venida? ¿Para esto convirtieron los hombres la historia inconmensurable en un único coro de adviento (en él, hasta el blasfemo te reclama), en un único grito por ti y por tu venida? ¿Ha desaparecido nuestra desdicha porque también Tú lloraste? La entrega a nuestra finitud ¿ya no es acaso la más espantosa forma de nuestra desesperación, precisamente por eso, porque Tú has pronunciado la palabra de la entrega en tu encarnación humana, y juntamente la has dicho con nosotros? Nuestro camino, que no quiere acabar, ¿tiene un fin dichoso porque viajas con nosotros? Pero ¿cómo y por qué puede ser así? ¿Cómo puede nuestra vida, por convertirse en tuya, ser la salvación de nuestra vida? ¿Cómo puedes Tú quedar precisamente bajo la ley y mediante esto redimirnos de la ley? (Gal 4, 5).
¿Es mi entrega a mi vida el comienzo de la liberación de su gravosa estrechez porque esta entrega se convirtió en el amén de tu vida humana, en el sí a tu venida cuya realización es contra todo lo que yo esperaba? Pero ¿de qué me sirve que ahora mi destino sea participación del tuyo si te has limitado a convertir el mío en el tuyo? ¿O convertiste mi vida en el solo comienzo de tu venida, en el solo comienzo de tu vida?
Vuelvo a entender poco a poco lo que he sabido siempre. Tú siempre estás viviendo y tu aparición en forma de siervo es el comienzo de tu venida para la liberación de la esclavitud que Tú aceptaste. Los caminos por los que Tú caminas tienen un fin. Estrecheces en las que Tú penetras se ensanchan. La cruz que Tú soportas se vuelve signo de la victoria. Propiamente no has venido. Todavía estás llegando: desde tu encarnación hasta la plenitud de este tiempo solamente hay un momento —y aunque miles de años corren a través de él para que, bendecidos por ti, se conviertan en partecita de ese momento—, aquel momento del hecho único que, en tu vida humana y su destino, nos une a todos nosotros juntamente con nuestros destinos y nos lleva al hogar de las eternas grandezas de la vida de Dios.
Porque has dado comienzo a este último hecho de tu creación, por eso en última instancia nada nuevo puede acontecer en este tiempo, sino que todos los tiempos están ahora inmóviles en el último fondo de las cosas; «el fin de los siglos ha irrumpido sobre nosotros» (1 Cor 10, 11). En este mundo existe un solo tiempo: tu adviento. Y cuando este último tiempo llegue a su término ya no existirá el tiempo, sino Tú en tu eternidad.
Si las obras son las que maduran, y no es el tiempo el que hace durar las cosas y las realidades; si una nueva realidad hace surgir una nueva época, con tu encarnación ha despuntado una nueva y última época. Pues ¿qué podía ya venir que este tiempo no lleve en su seno? ¿Que nosotros lleguemos a ser partícipes de ti? Sí, pero esto ha tenido lugar ya, porque Tú te dignaste participar de nuestra naturaleza. Se dice que Tú vendrás de nuevo. Es cierto. Pero propiamente no se trata de «volver de nuevo», pues Tú nunca nos abandonaste en tu naturaleza humana, que escogiste como tuya eternamente. Se trata sólo de que se manifieste con mayor claridad cada vez que Tú vienes realmente, que el corazón de todas las cosas se ha transformado ahora, porque Tú las has tomado en tu corazón.
Debes, pues, venir más y más, debe manifestarse con claridad lo que ha sucedido en el fondo de todos los seres, debe deshacerse en el interior de cada uno toda falsa ilusión, como si la finitud no hubiera quedado libre, ya que Tú la has tomado para ti, infundiéndole la vida. Mira, Tú vienes. Esto no es el pasado ni el futuro, sino el presente que se va llenando a sí mismo. Siempre está presente la hora de tu venida, y si alguna vez llega a su término nos habremos dado cuenta, aun nosotros, de que Tú realmente has venido. Haz que yo viva en esta hora de tu venida para que yo viva en ti, ¡oh, Dios que has de venir! Amén.
[Karl Rahner. Oraciones de vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, págs. 187-193]

Adviento: nuestra medida, nuestra oportunidad


Corona de Adviento 2012

Este es tiempo de espera y anhelo,
de ilusión, de salir a los cruces y caminos.
Es un tiempo de ojos abiertos,
de miradas largas como el horizonte
y de pasos ligeros por calles y plazas.

Este es tiempo de salas de espera,
de viajes que llegan con sorpresa ,
de caminatas alegres y largas,
de sueños buenos que se realizan
y de embarazos llenos de vida.

Este es tiempo de pregones y sobresaltos,
de vigías, centinelas y carteros,
de trovadores, profetas y peregrinos,
y de todos los amantes de la utopía
que van en pos de la estrella que brilla.

Este es tiempo de luces, candiles y velas.
de puertas y ventanas entreabiertas,
de susurros, sendas y pateras,
de huellas en el cielo y la tierra
y, también, en el corazón de las personas.

Este es tiempo de pobres y emigrantes,
de parias, exiliados y desplazados,
de los desahuciados de sus casas
que se empapan y mojan en la calle
y de todos los que no tienen nombre.

Este es tiempo de quienes no llegan y rezan,
de hogares que se renuevan y mantienen,
de los que disciernen serenamente
y de quienes sufren la crisis, más fuerte,
a pesar de tantas promesas electorales.

Este es tiempo de andar por oteros y valles
de cantar por las cárceles que se abren,
de romper grilletes, cadenas y fuerzas,
de ceñirse coronas de servicio y dignidad,
y de madurar como las hojas que vuelan.

Este es tiempo de Isaías y Juan Bautista,
de María y de José, sin pesadillas,
embarcados en la aventura divina
y pasando en vela sus horas nazarenas.
Es tiempo que gesta las promesas.

¡Este es tiempo de buenas noticias!

Florentino Ulibarri

Y este adviento, ¿qué?


Trabajo me ha costado tirarme de la cama. No a mí sólo, también Moli lo ha pensado su tiempo antes de desenroscarse y decirme ¡vamos! Noche clara y fría estrena diciembre, mañana con cinco grados negativos y más que silencio, mudez. El pinar solitario hoy estaba más inhóspito que nunca. Nada por ninguna parte da indicios que permitan abrigar una esperanza, siquiera pequeñita, de que esto no va a ser para siempre, que sólo es temporal y que de mal en menos aguantaremos lo que dure, para terminar en un disfrute suficiente, porque no total.
Por si fuera poco hoy comienza el adviento, y hay que hablar de la esperanza. ¡Qué sarcasmo! Así me desayunaba pensando, qué diré hoy a mi gente, achuchada como está hasta la asfixia. Cómo decir en el templo algo que en la calle está contradicho.
Esto es lo que he rumiado durante el paseo pinariego, mientras mis acompañantes hablaban de unas y otras cosas.
Ahora, fumando el primer pitillo del día, dándole vueltas al ordenador y a la actualidad y a mi correo, me encuentro con Dolores, que nunca me ha fallado. Ella sí que sabe sacar del “arca” cosas nuevas y cosas usadas según vayan siendo necesarias.
Sí, tal vez no esté todo perdido, y podamos permitirnos, como Dolores Aleixandre, sonreír a pesar de todo, mantenernos enteros contra este frío, rescatar ilusiones del olvido, mirar al frente a pesar de todo, y no echar de menos nuestro equipaje porque con sólo un bolso de mano tengamos suficiente.
Sí, tal vez la fe en la vida sea más fuerte que todas las teorías, sean del tipo que sean, y nos ayude a romper este círculo vicioso, a hacer luminosa esta realidad opaca, a salir de este pozo inmundo, a por lo menos hacernos más humano este despiadado sistema que nos aplasta en lo económico, en lo político, en lo social y hasta en lo “religioso”. No será la religión en este trance sino un mero opio, si no nos hace salir hacia fuera de nosotros, a la búsqueda y espera de lo deseado y posible.
Con cabreo, con indignación, con frustración, sólo, no conseguiremos nada; como le ocurre al albañil que tira la paleta, a la trucha que se abandona a la corriente, al pajarillo que olvida su trinar.
Gracias, Dolores, por este escrito tuyo que me alivia este comienzo de diciembre.

Sobre la inoportunidad del Adviento

Dolores Aleixandre
dolores_aleixandre_oct_07_p“Levantar los ojos”, ir más allá de lo inmediato que nos ciega y atrapa en redes de deseos insatisfechos, en obsesiones por retener modos de vida que considerábamos definitivos, en temores que embotan nuestro corazón impidiendo el fluir de la vida.
Sí, inoportunidad, no me arrepiento del título, esa ha sido mi impresión después de hacer una lectura seguida de los textos de Adviento. Vienen cargados de tantas palabras resplandecientes: alegría, seguridad, gloria, esplendor, paz, confianza, salvación…, que esa insistencia luminosa resulta casi insultante en estos tiempos de tanta oscuridad.
Puestos a elegir, preferiríamos otras promesas más cercanas a nuestra realidad: en vez de colinas que se abajan y valles que se levantan, esperaríamos el anuncio de que bajan las hipotecas, desciende la prima de riesgo y se eleva la responsabilidad de los bancos que han dejado sin ahorros a tantas familias.
Estupendo que lo torcido se enderece, pero nos suena a música celestial mientras continúen los métodos tortuosos de muchos empresarios para solicitar EREs y mandar al paro a tanta gente.
Baruc nos exhorta a envolvernos en el manto de la justicia de Dios y es una magnífica cobertura pero ¿de qué les va a servir a los inmigrantes sin papeles si se quedan sin la sanitaria?
La teología y sus eruditos se defienden: “Se trata de una perspectiva escatológica”, distinguen. Claro, pero sólo con eso no llego a fin de mes, piensa más de uno.
Jesús, que afortunadamente no era un erudito, propone otras salidas: da por sentada la existencia de situaciones desastrosas que nos sacuden llenándonos de ansiedad y preocupación pero, donde nosotros no vemos más que catástrofes, él ve “señales”.
La condición para descubrirlas es “levantar los ojos”, ir más allá de lo inmediato que nos ciega y atrapa en redes de deseos insatisfechos, en obsesiones por retener modos de vida que considerábamos definitivos, en temores que embotan nuestro corazón impidiendo el fluir de la vida.
Y esas “señales” ¿dónde buscarlas?: en el desierto, responde el evangelio de Lucas en el 2º Domingo, en esos lugares marginales que nos obligan a afrontar sin distracciones esas preguntas de las que tratamos de escapar, que nos inquietan más allá de lo económico y que se enmascaran bajo pretextos de impotencias y desánimos.
Los personajes políticos y religiosos nombrados (Poncio Pilato, Herodes, Anás, Caifás….) quizá fueron peores que los que hoy nos gobiernan pero, a pesar de sus poderes e intrigas, no consiguieron extinguir la esperanza que convocaba la voz profética de Juan desde la periferia.
En la tercera semana las señales se vuelven más concretas: hay que abrirse a la alteridad hasta llegar a compartir con otros, hay que salir del estrecho círculo de “lo mío” para que la esclavitud del poseer deje paso a la libertad de preferir el bien mayor de la relación: la alegría de que una túnica sobrante abrigue ahora el cuerpo aterido de un hermano.
Las señales de la cuarta semana nos devuelven a la belleza de lo pequeño, a la humildad de lo cotidiano: Dios elige como morada a Belén, un pueblo insignificante; y un sencillo saludo, esa experiencia universal de acogida del otro, desencadena un torrente de comunicación entre dos mujeres embarazadas que se llenan de alegría, bendicen y se ríen juntas mientras la vida crece en sus entrañas.
No son señales fáciles ni evidentes porque el Evangelio es siempre un tesoro escondido, un don exigente, una gracia cara. Después de todo, quizá el Adviento pueda conducirnos “oportunamente” hacia ese júbilo que se atreve con tanto descaro a prometer.

Dolores Aleixandre
Homilética

¡Marana Tha!



Había pensado titular esto con una sola palabra, otoño. Pero me ha parecido demasiado simple y recurrente, habida cuenta que estoy en noviembre, 27 exactamente. Mi primera sensación del día, tras los habituales despertarme, espurrirme, levantarme, vestirme, visitar al urinario, desayunar y abrir la puerta de casa, ha sido sin duda la de “ausencia”. Sí, ausencia en medio de todo lo que hay ahí fuera. En primer lugar ausencia de calor; y luego ausencia de luz, de animación, de vitalidad… Y también falta de ganas de salir.
La segunda, el caos, el desorden, el maremagnum. Normal, siendo martes; los lunes hay catequesis infantil, más de ciento cincuenta lebreles de ambos sexos; sillas, mesas y demás quedó todo patasarriba; demasiado ritmo y mucha prisa, para luego poder dejar las cosas ordenadas.
Por fuerza tenía que llegar la tercera: Una necesidad imperiosa de hacer algo, de no consentir que eso me avasallase, de afirmarme ante lo que se me impone; hay que ordenar esto para que vuelva a estar lleno y ordenado. Voy a por las artes de limpiar y me pongo manos a la obra.
De alguna manera esa misma tuvo que ser la secuencia de mis sensaciones primeras; nacer me supondría perder el hogar cálido en el que me gestaron; salir a un lugar desconocido y descolocado para mis hábitos hasta entonces; llegar al convencimiento de que algo tendría que hacer para que empezara a encontrarme a gusto, si no tanto, al menos una parte significativa de aquellas primeros nueve meses tan felices.
Por lo mismo, y haciendo una traslación, transposición o especie de metempsicosis, podría imaginar cuál sería la secuencia histórica de vivencias y sentimientos de la humanidad desde un principio. Aunque también pudo haber ocurrido justo al revés. Ni niego, ni afirmo; es más, tampoco sugiero.
No tengo ni pajolera idea de cuándo el ser humano pudo empezar a hacerse eso que llaman las preguntas transcendentales: quién soy, de dónde vengo, hacia dónde me dirigen, qué hay detrás de aquella puerta cerrada… Y sobre esto presumo que hay torrentes de tinta vertida en escritos. Incluso ahora estarán investigándolo los especialistas a partir de los hallazgos en la Gran Trinchera, Burgos.
Lo que sí sé es que esa frase que titula esta entrada es la última palabra de la Biblia. Es un grito: ¡Marana tha! ¡Ven, Señor!
Algunas personas se creyeron dichosos porque vieron y tocaron; sin embargo no entendieron nada, y alguien tuvo que forzar las cosas para que aquellos ojos y sus pares los oídos empezaran a comprender. Ese mismo alguien llamó felices y bienaventurados a quienes no exigieran tanto eso, y mejor se dejaran llevar en alas de la confianza.
De la confianza a la esperanza hay camino de ida y vuelta. Confía quien espera, y espera el que tiene confianza. Porque si una faltare, entonces a la desconfianza acompañaría la desesperanza y viceversa.
El libro del Apocalipsis, revelación, es el mejor tratado del que tengo conocimiento sobre la resistencia. Resistencia contra la dura realidad, contra el caos y el desorden, contra todo tipo de ausencia. Resistencia para usar las herramientas, todas las que hagan falta, para limpiar, ordenar, adecentar, mejorar, airear, y fijar dando esplendor (como la rae mismamente). Y la última palabra -¡marana tha!- no es una llamada de socorro al bombero de guardia, ni al médico de turno; tampoco al centinela armado o al carretero de la basura. No es el 112 el objetivo de esa exclamación. Soy yo mismo. Es decirme ¡levántate y anda! ¡coge tu camilla y vete a tu casa! ¡habla! ¡mira! ¡no estás muerto, despierta! ¡no lamentes mañana lo que puedes hacer hoy! ¡resiste contra viento y marea!
Una sencilla tapia separa dos mundos, ¿uno con niebla y otro sin ella? Es tan frágil que esos mundos no pueden estar tan distantes, tan desconectados, ser tan diferentes. Incluso pudiera no existir, como si nadie la hubiera construido. Basta elevarse un poco, sólo un poquito, para verlo todo unido, comunicado, todo en tensa expectación, resistiendo.
–––––––––––––––––
Desde hoy y hasta que llegue el momento de quitarlo, un cartel de tamaño natural con la frase ¡Marana Tha! ¡Ven, Señor Jesús! adornará la parte superior del presbiterio de mi iglesia parroquial. Es Adviento.

Una corona para el adviento



Al grito de ¡Marana tha!, equivalente a nuestro ¡Ven, Señor!, concluye la Sagrada Escritura. Es la última frase del último libro, el Apocalipsis. Tras el rotundo «Sí, voy a llegar en seguida» de Jesús, la comunidad expresa su deseo no menos enfático y en arameo «¡Marana tha!»
Este grito y este deseo es el “canon” convertido en plegaria que la comunidad cristiana entona durante cuatro semanas que preceden y aproximan a la Navidad. Con la ayuda de personajes emblemáticos, -Isaías, Juan Bautista, José y María-, el clamor se va haciendo progresivamente más intenso hasta explosionar en el gozoso «¡Gloria a Dios y gloria a los seres humanos!» Porque el abismo que los separaba se ha rellenado de tal modo que el mundo divino se ha hecho uno con el humano de manera total e irreversible: es Navidad, Dios-con-nosotros.
Esta introducción me sirve para presentar en este sitio la corona de adviento, con la que visualmente nos ayudamos mutuamente mi gente y yo a vivir y a empaparnos de este tiempo litúrgico de espera y esperanza.
Se trata de un ritual ajeno a nuestra cultura mediterránea, porque es oriunda de países del norte, donde la luz y la oscuridad juega un papel tan importante desde la más profunda antigüedad. Pero que bienvenido sea si sirve, y creo que poco a poco algo estamos consiguiendo.
Y sirve, porque veo diferencia entre los advientos de mi infancia y juventud, y estos otros advientos de mi ya vida en su declive.
Aquellos eran más bien pasivos, con motetes del estilo de ¡Cielos, destilad vuestro rocío! Estos son enérgicos y decididos ¡Hagamos Navidad!
No basta esperar, hay que hacerlo jalando del futuro.
Hoy encenderemos la primera vela de nuestra corona de adviento, que tiene nombre propio. Y luego irán siendo encendidas las demás. Y en cada una de ellas es como si nos fuéramos encendiendo nosotros en el afán de que las cosas no sucedan irremediablemente sino en la medida y en la forma en que estamos decididos y dispuestos a hacerlas realidad.
Empezando por Isaías, el profeta de la confianza; siguiendo por Juan Bautista, el profeta de la conversión; continuando por José, el profeta del silencio y de la aceptación ante el misterio; y terminando por María, la profetisa de la entrega incondicional y la apertura al amor, desgranaremos en cuatro actitudes y disposiciones nuestra confianza en lo mejor que hay en cada persona y a partir de lo cual podemos y debemos esperar un mundo mejor, que no llegará por arte de bóbilis bóbilis, sino con sangre, sudor y lágrimas, tras una vela constante y comprometida. Y alegre, por supuesto.

Una quisicosa de Adviento sumamente facilita

La curiosidad mató al gato. Pero no debió ocurrir así, porque ese gusanillo que a veces nos hormiguea el cuerpo por saber más cosas de las que simplemente se expresan es sumamente sano, y agudiza la inteligencia; también nos hace progresar. Por eso me adelanto a la labor de investigación que pueda llevar a cabo quien tenga interés por documentarse y, sin negarle su derecho a una concienzuda información, proporciono lo que ya es público, porque está colocado en la página Web de las Religiosas del Sagrado Corazón en España, http://www.rscj.es/:




Licenciada en Filología Bíblica Trilingüe y en Teología.
Antes de su jubilación, Profesora de Sagrada Escritura en la Universidad de Comillas, Madrid.
Da Ejercicios espirituales, retiros, cursos y conferencias, generalmente en torno a Biblia y espiritualidad.


LIBROS PUBLICADOS
- ADVIENTO y NAVIDAD 2010 con la PALABRA de DIOS. Edit. PPC
- LA HENDIDURA DE LA ROCA. Variaciones sobre el Cantar de los Cantares. Edit. PPC
- EL ARBOL PEREGRINO. CAMINAR CON SOFIA BARAT.
Madrid 2000. Editado por las RSCJ. Calle Romero Robledo 25 dpdo. (28008 Madrid. Tlf: 91 5493817)
- CIRCULOS EN EL AGUA. LA VIDA ALTERADA POR LA PALABRA
Ed. Sal Terrae (6ª ed) Santander 1997. Estas páginas pretenden trasmitir "la alteración" que la Palabra ha producido en "ese centro del estanque" que es el corazón como núcleo de la experiencia personal.
- COMPAÑEROS EN EL CAMINO. ICONOS BÍBLICOS PARA UN ITINERARIO DE ORACION.
Ed. Sal Terrae (4ª edición) Santander 1995. Es una invitación a hacer las meditaciones y contemplaciones de los Ejercicios ignacianos a partir de personajes bíblicos, especialmente del Nuevo Testamento.
- BAUTIZADOS CON FUEGO.
Ed. Sal Terrae (3ª ed.) Santader 1997, Señala caminos de encuentro con esa Palabra que puede volver a incendiar nuestro corazón. Lo hace siguiendo un cierto calendario litúrgico.
- CONTAR A JESUS. LECTURA ORANTE DE 24 TEXTOS DEL EVANGELIO
Ed. Central Catequética Salesiana (CCS), (9ª ed.) Madrid 2002. Ofrece pistas para aproximarse con una mirada nueva a textos evangélicos que nos permiten conocer mejor a Jesús y aprender a orar a partir de ellos.
- INICIAR EN LA ORACIÓN
Ed. CCS, (10 ed.) Madrid 2000. I.- Los sentidos en la oración. II.- Orar con el Padrenuestro
- LOS SALMOS, UN LIBRO PARA ORAR,
Ed. CCS, (4ª ed.) Madrid 2001
- LA FE DE LOS GRANDES CREYENTES,
Ed. CCS, (5ª ed) Madrid 2000
I.- Los grandes creyentes del Antiguo Testamento. II.- Grandes creyentes del Nuevo Testamento.
- ESTA HISTORIA ES MI HISTORIA. NARRACIONES BÍBLICAS VIVIDAS HOY
Ed.CCS, (3ª ed) Madrid 2001
- LA PASCUA DE DIEZ MUJERES BÍBLICAS, Publicaciones Claretianas, Madrid 1995
- "DAME A CONOCER TU NOMBRE". IMÁGENES BÍBLICAS PARA HABLAR DE DIOS.
Ed. Sal Terrae, (4ª ed.) Santander 1999
- RELATOS DESDE LA MESA COMPARTIDA. APROXIMACIÓN BÍBLICA Y CATEQUÉTICA A LA EUCARISTÍA.
Ed.CCS , (6ª ed.) Madrid 2003
- "DICHOSOS VOSOTROS". MEMORIA DE DOS DISCIPULAS
Editorial CCS, Colección Maná.Madrid 2004 (3ª ed)
- LAS PUERTAS DE LA TARDE. ENVEJECER CON ESPLENDOR, Ed.Sal Terrae, Santander 2007 (3ª ed)
- HACERSE DISCÍPULOS. UNA ATRACCIÓN DEL PADRE. Ed. Claret, Buenos Aires 2008
- LA HENDIDURA DE LA ROCA. VARIACIONES SOBRE EL CANTAR DE LOS CANTARES. Ed.PPC (en preparación)

CUADERNOS
- LOS GRANDES PROFETAS, EL CULTO INTERIOR Y LA JUSTICIA
Ed. SM, Madrid 1990
- A LA SOMBRA DE LA PALABRA. ORAR CON MAGDALENA SOFIA BARAT.
Ed. Sal Terrae. Madrid 1996. (2ª edición 2000) Editado por las RSCJ. Calle Romero Robledo 25 dpdo (28008 Madrid). Tlf: 91 5493817
- MUJERES EN LA HORA UNDÉCIMA
Ed. Sal Terrae, (3ª ed.) Santander 1991
- PALABRAS PARA LA ESPERA. DESCUBRIR LA PRESENCIA DEL ESPÍRITU EN EL MUNDO
Ed. Sal Terrae, (2ª ed.) Santander 1996
- SEIS IMPERATIVOS, UN AVISO Y UN DESEO. RELEER EL CANTAR DE LOS CANTARES DESDE LA VIDA RELIGIOSA
Ed.CONFER, (2ª ed.) Madrid 2000
- LA VOLUNTAD DE DIOS: A UN PASO DEL JUEGO Y DEL RIESGO
Folletos ALANDAR nº 33, Madrid 2001.
 
ALGUNOS ARTÍCULOS PUBLICADOS
•  CÓMO ME GUSTARÍA ENVEJECER
Sal Terrae, Octubre de 2003
•  LA PRIMAVERA GALILEA DEL DISCIPULADO. Sal Terrae Enero 2006
•  EL CÓDIGO PERDIDO. REENCUENTRO CON LA PALABRA PROFÉTICA. Misión Joven 359 (2006)
•  MARÍA: MAGNIFICAT REALIZADO EN ELLA . Misión Joven 352



En la Universidad de Comillas sólo tuve profesores varones. Sin embargo ya entre el alumnado las mujeres ocupaban un importante colectivo. Según mis noticias, fueron en aumento; pero ignoro si en la actualidad son la mayoría que figura en otros centros del estudio universitario. Junto a Dolores Aleixandre han ejercido la docencia, y la siguen ejerciendo, muchas teólogas que imparten su materia con reconocida solvencia. He tenido la suerte de gustar de su pensamiento, y he de reconocer que es una forma diferente de hacer teología. María Dolores Aleixandre, Mercedes Navarro Puerto, Emma Martínez Ocaña, Silvia Bara… son algunos nombres de teólogas cuya lectura seduce por su profundidad y riqueza de matices, por la frescura y calidez, por expresar al alcance de cualquiera lo que antes sólo estaba reservado a un pequeño y selecto auditorio.

Este tiempo de Adviento ha servido a Dolores Aleixandre para ofrecernos en bandeja este exquisito texto, sencillo en su apariencia, denso de contenido, y sumamente sugerente. Que nuestra reflexión, al leerlo, sea provechosa.




EL DESCENDENTE
Lo pensé mientras veía a la cápsula Fénix deslizarse hacia las entrañas de la tierra para rescatar a los 33 mineros chilenos: vaya parábola para entender un poco mejor lo que celebramos en Navidad y para acercarnos a Belén, además de con la consabida ovejita y el tarrito de miel, con la pregunta de si dan razón por ahí de un tal “Jesús el descendente”.
El tema del ascenso/descenso es determinante  para entender este mundo de feria en que vivimos, subiendo o bajando como caballitos de tiovivo: sube el Tea Party, baja Obama; sube Tomás, baja Trini, vuelve a subir Trini; suben los dividendos de los bancos, bajan las pensiones; suben los parados, la factura de la luz y la previsión de gastos de la JMJ; bajan las partidas para proyectos de desarrollo y las posibilidades de papeles para inmigrantes. Y en medio de este sube y baja y con tanta gente empujando y dando pisotones con tal de ascender, alguien calladamente decide bajar y señala como dirección de su GPS vital: “lugares de abajo”. Censado en lugares tan poco emergentes como Belén o Nazaret, conociendo de primera mano lo que es vivir “abajo” y “fuera”, incardinado entre aquellos que ni entonces ni ahora tienen sitio en las posadas del mundo, encabezando su lista de contactos con los nombres de unos curritos que cuidaban ovejas por cuenta ajena; colando de paso junto a ellos a todos los que siguen yendo por la vida sin currículum, sin master y sin Erasmus, porque a los 16 años ya estaban subidos a una patera o fregando portales.
Empeñado de mayor en bajar a buscar a la gente más hundida, en hacer saltar por los aires las sentencias que los aplastaban (“está leproso”, “es una pecadora”, “es ciego de nacimiento”, “está muerta”, “ya huele mal”…), para auparlos hacia la vida con la autoridad de su palabra: “queda limpio”, “vete en paz”, “recobra la vista”, “está dormida”, “¡sal fuera!”.
Estamos avisados: una de las consecuencias de asomarnos a ver al niño Jesús, tan tierno y calladito en su pesebre, es que la visita puede dejarnos irremediablemente registrados en el colectivo de “Afectados por el Descendente” y sin más manual de instrucciones para el descenso que su Evangelio. Si nos animamos a seguir paso a paso sus indicaciones, podríamos empezar por nosotros mismos y arriesgarnos a bajar al agujero negro de nuestros errores, fracasos y fangos varios: nos llevaremos la sorpresa de descubrir que Otro los ha visitado antes que nosotros y los ha iluminado con su presencia. Y ya que estamos por esos bajos fondos, podemos aprovechar para desalojar al yo “trepa/okupa” que se esconde en nuestro sótano con su lista de pretensiones. Es increíble la cantidad de espacio que libera cuando se retira y la de nombres que empiezan a cabernos dentro, aparte del alivio de bajarnos del escalón del personaje y ser sencillamente lo que de verdad somos.
Paso segundo: negarnos a calificar una situación de definitivamente bloqueada, una herida de incurable o una brecha de irremediable, porque estaríamos entonces negando al Descendente su poder de sanar y transfigurar cualquier realidad.
Paso tercero: habitantes de una superficie en la que sólo se valora a los que ascienden y que se ha hecho experta en ignorar y ocultar los “lugares de abajo”, discurrir en que “Fénix” podemos montarnos para bajar al encuentro de los sepultados por tanto derrumbamiento.
No bajamos solos: delante de nosotros va el Experto en rescates, el que descendió a los infiernos, el Primer nacido de entre los muertos. En él, el Eterno ha entrado en el tiempo, el Inmenso se ha hecho pequeño, el Altísimo se ha abajado, el Silencioso se ha vuelto Palabra.
No será difícil encontrarle: según sales de Belén, dejas atrás la posada, sigues en dirección Sur, llegas a un descampado donde suele haber rebaños y pastores y cerca hay una cueva donde se guardan animales en invierno. Al entrar, encontrarás un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. No tiene pérdida.
Dolores Aleixandre RSCJ
ALANDAR Dic. 2010

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