Mostrando entradas con la etiqueta Karl Rahner. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Karl Rahner. Mostrar todas las entradas

Un corazón que late en silencio


La confianza era total. En cualquier aprieto se le invocaba –Corazón de Jesús, en Vos confío–, y al salir de él, tras un suspiro, con el pensamiento y/o con la palabra brotaba de natural el agradecimiento, Gracias, Corazón de Jesús. Era envolvente su presencia, y no siempre consciente. Estaba, pero no se le veía. Incluso su imagen fijada en la puerta de entrada se daba por supuesto, pero casi nunca nos dirigíamos a ella tanto al salir de casa como al regresar.
La imagen disforme en el pináculo de la catedral, dominando la ciudad entera, era invisible cuando desde el alto del cerro San Cristóbal o desde el borde de Torozos se nos ofrecía en plenitud todo el caserío. Pero nadie dudaba de su presencia. En mi familia éramos de San José, pero aquí el Corazón de Jesús es lo más. Su basílica es buena prueba de ello. Toda religiosidad vallisoletana pasaba y sigue pasando, tarde o temprano, por el Santuario.
Por eso en cuanto me lo traspasaron lo situé ahí, en lo alto, frente a la puerta, tanto para dar la bienvenida como para despedir. Esa imagen tiene historia, pero sólo se trasmite off the record.
No podría decir si quienes entran levantan la vista o la bajan. Pero no se trata de ofrecer alternativas, ni de tentar al personal. Es simple casualidad que debajo tenga el pan recién llegado, cuyo olor espolea los sentidos más primarios. A él no creo que le importe y considere un desplante pasar desapercibido. Es su oficio, bombear calladamente para que todo el conjunto viva. Es un corazón silencioso, como cualquier otro corazón. Y por muchos años.

CRISTO TODO EN TODAS LAS COSAS

Señor Jesucristo, Palabra eterna del Padre y hombre verdadero, te adoramos. Sé Tú siempre el misterio vivo de nuestra fe y de nuestra vida, que se funda en esta fe: Sacerdote eterno y oblación perenne. Sé Tú mismo nuestra adoración del Padre en espíritu y en verdad. En ti y contigo sea nuestra vida el servicio del Dios Infinito, Tú, sacramento del servicio de la divina majestad.
Vida de los hombres, fuente de la gracia, sé Tú mismo la vida de nuestra alma, la vida que nos hace partícipes del Dios Trino. En ti participamos de tu vida, sacramento de la vida sobrenatural de nuestras almas.
Salvador de los pecados, vencedor misericordioso de nuestros pecados y debilidades. En ti quisiéramos vivir para que tu amor fuerte actúe poderosamente en nosotros, el único amor que es poderoso contra todo pecado ahora y siempre. Por ti y para ti presérvanos de todo pecado, sacramento del vencimiento de todo pecado.
Vínculo de caridad, símbolo de unidad. Déjame estar unido en ti con todos aquellos que Tú me has mandado amar. Haz que todos nosotros te pertenezcamos cada vez más. Así estaremos también cada vez más unidos unos con otros por ti, sacramento de amor verdadero y de comunión.
Vencedor en el sufrimiento, Redentor crucificado. En ti queremos superar todas las horas oscuras. Haz que todo lo que nos sucede lo aceptemos como participación en tu destino, para que se convierta para nosotros en camino hacia la eterna luz de la Pascua, por ti, sacramento de la comunión en el dolor entre ti y nosotros.
Señor de la gloria eterna: haz que miremos siempre con fe y con valentía tu vida eterna. Sea tu cuerpo para nosotros, cuando te recibamos, prenda de la gloria eterna. Sacramento de vida eterna, concédenos el último deseo de nuestro corazón: el poder contemplarte sin velos tu rostro y adorarte a ti con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

[Karl Rahner. Oraciones de vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, págs. 61-62]

Mayo mariano



Esta mañana cambié la ruta del paseo y anduvimos entre la colegialidad que iba gozosa y enflorecida a sus deberes. Si ellos van a hacer su ofrenda, también yo, que ni la he mencionado en todo el mes, debería hacerla. Y en ésas estoy, aunque sea el penúltimo día. Bien que me gustaría ser original, pero de María se ha dijo, escrito y pensado tanto, que qué más añadir. Sólo me brota del pensamiento y de los labios una plegaria.
Sin embargo ya tengo puestas demasiadas, aunque nunca debieran ser suficientes. A mayor oferta, más posibilidades y alternativas, que cada quien tome lo que le convenga.
Buceando por la estratosfera he tenido la suerte de encontrarme un tesoro. Unas homilías, entonces se decían sermones, que predicó Karl Rahner en 1953 en la iglesia de la Santísima Trinidad de la Universidad de Innsbruck durante el mes de mayo. Tranquilos, no pienso publicarlas, aunque merecería la pena. Se pueden adquirir en Herder, “María, madre del Señor”, a un precio asequible. También están en internet, pagando y sin pagar.
De una de estas homilías entresaco estos párrafos que me parecen suficientemente expresivos y explicativos de por qué y cómo honrar a María en el mes que tradicionalmente se le dedica. No son plegaria, pero concluyen en Amén. De modo que bien pudieran servir para un momento de reflexión meditativa.

Virgen con Niño. Díptico de la Virgen con Maarten van Nieuwenhove, de Hans Memling. Museo Memling, Brujas, Bélgica


Cuando celebramos el mes de mayo podemos decir: estamos celebrando una concepción cristiana de la existencia humana; podemos decir que la celebramos como la palabra de Dios pronunciada sobre nosotros mismos; que celebramos una concepción gloriosa de nuestra propia existencia. Pues no consideramos al hombre solamente como ser problemático y frágil situado entre los dos abismos de la nada; no lo consideramos solamente como el hombre de la angustia y de la necesidad, pues hablamos de María y la proclamamos bendita y gloriosa, y al decir esto, en definitiva decimos también algo de nosotros mismos.
Cuando celebramos el mes de mayo pedimos la ayuda de toda la naturaleza para proclamar al hombre como imagen de Dios, para decir de él que es el redimido, alguien a quien Dios ha llamado a vivir su propia bienaventuranza. Celebramos y anunciamos la idea cristiana del hombre. Y somos –si es que en realidad queremos serlo– modernos, cuando exponemos las antiguas y santas verdades que hemos confesado siempre; somos en realidad modernos cuando caemos de rodillas y oramos: y el Verbo se hizo carne, nacido de la Virgen María.
Nuestras reflexiones nos dicen además: nos pertenecemos los unos a los otros. Todos participamos en la carga y en la felicidad, en el peligro y en la salvación de cada uno de los otros. Y por eso nos reunimos en esta santa asamblea. Una asamblea que ora, que canta, que escucha la palabra de Dios no es solamente la reunión de individuos aislados, no es solamente una multitud de individuos atomizados que, movidos por una última angustia de su salvación, se agrupen aquí por razones meramente prácticas, para intentar después llevar a cabo solos su propia salvación.
Somos una santa asamblea, que alaba a Dios, al proclamar la gloria de la Virgen santa porque dependemos, en nuestra salvación, de esa misma Virgen y Madre de Dios. Somos una comunidad santa que en realidad forma un bloque compacto y por consiguiente se reúne conjuntamente; una comunidad que, en la unidad, experimenta gracia de aquel que Dios nos ha dado por la obediencia y por la carne bendita de la santísima Virgen. Somos los llamados desde la perdición y el abandono del individuo, a la unidad del amor y de la gracia de Dios.
Por tanto, deberíamos vivir estas verdades constantemente, todos los días. No podemos orar aquí en común, si cuando salimos no nos entendemos los unos con los otros, en el amor, la fidelidad, soportándonos mutuamente con paciencia.
El culto a María es, por tanto, algo que desde sus más profundas raíces tiene relación con el amor al prójimo. De modo que no existe ninguna mariología que pueda ser importante y tener algún sentido para nosotros, si no es verdad que cada uno es responsable también de la salvación de su hermano, y que puede y debe actuar en su favor por medio de la oración, el sacrificio y la ayuda personal.
Por ser esto verdad, María se nos presenta no solamente como la madre de nuestro Señor, sino también como nuestra madre. Y porque esto es así, estamos nosotros aquí reunidos y queremos volver a alabarla en estos días con toda la alegría de nuestros corazones.
Una alabanza semejante es, en definitiva, una glorificación del Dios eterno, ese Dios que en su Verbo hecho hombre se ha acercado a nosotros al nacer –encarnado– de la Virgen María. Amén.

Las manos del Cristo


Tiene las manos grandes, dijo nada más verlo. Estas manos son de otra talla, rubricó. En efecto, este Cristo tiene unas manos enormes, pensé yo al caer en la cuenta de lo que me estaba diciendo. Le pondremos el dedo que le falta.
Y me lo devolvieron recompuesto.
Este otro las tenía normales, con un solo dedo, el pulgar izquierdo. Así lo encontré, y así lo he tenido más de treinta años. Pero, con la lección aprendida, se los he colocado a mi manera, siempre chapucera, para que no desdiga. Y de paso le he añadido unos clavos verosímiles.

Pero no es cuestión que me preocupen esos detalles. Si pretendiera que Cristo tuviera proporciones en su anatomía, estaría forzándole a ser a mi manera, según mis creencias, a la medida de mis intereses.
He visto, porque son multitud, tallas suyas de todas las formas, colores, dimensiones… Cristos feos y guapos, brillantes y tenebrosos, luminosos y opacos, oníricos y desesperantes. Todos son de mi agrado, incluso los empalagosos. No es la imagen sino lo que representa lo que importa.
Hay un pequeño gran detalle que no hay que obviar: las manos de todos los Cristos están abiertas. Que no se nos olvide.



EL PRESENTE DE JESÚS Y DE SU VIDA

Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, verdadero Dios y verdadero hombre, uno en la unidad de la persona y en la indivisible e inconfundible dualidad de las naturalezas, te adoramos porque estás verdaderamente presente entre nosotros.
No sólo estás presente con tu eterna divinidad —por la que eres la misma naturaleza, potencia y gloria del Padre, en la que vivimos, nos movemos y existimos—, desde la que penetras todo lugar con tu inmensidad. Estás entre nosotros con tu cuerpo, tu alma y tu corazón de hombre en el Sacramento del altar. Estas aquí, Tú, el que naciste de la Virgen María.
Tú, que has vivido una existencia humana con sus horas grandes y pequeñas, con sus alegrías y sus lágrimas, su monotonía gris y aburrida y sus momentos decisivos. Estas aquí, Tú, el que sufrió y fue crucificado bajo Poncio Pilato. Tú, el que apuró el cáliz del dolor hasta las heces.
Estás presente con tu cuerpo transfigurado por la gloria de Dios. Estás presente con tu corazón humano que irradia la gloria de la eternidad. Tu espíritu humano contempla, cara a cara, la luz inaccesible del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; el Dios trino, eterno e incomprensible. Sí, estás presente como hombre. No te vemos, pero el ojo de la fe atestigua tu presencia de hermano que comparte la misma naturaleza. Nuestros oídos no te oyen, pero el oído de la fe percibe el canto de alabanza eterna que Tú, sumo sacerdote e intercesor de la humanidad, diriges al eterno Padre con la alegría de tu corazón transfigurado de divinidad.
Te adoramos, te alabamos, te damos gracias y celebramos tu gloria, porque has querido habitar entre nosotros. Nuestro Dios, nuestro origen y principio, nuestra meta y fin. Sí, has querido estar entre nosotros, ser como nosotros. Has querido comenzar desde el principio, has recorrido los senderos de nuestra finitud en este valle de lágrimas para alcanzar el destino final. Tú eres nuestro Destino.
Estás en medio de nosotros. Tu vida humana es increíblemente cercana. Aquello que viviste hace mil novecientos años sólo ha pasado en apariencia. Ha pasado el aspecto exterior de tu vida: ya no naces como un niño pobre, no tienes hambre o sed, no te cansas, no lloras...; la nada cambiante de lo que llamamos vida no pasa por ti, ni Tú lloras por ella. Tu alma no se transforma. No mueres. Todo eso se acabó y fue maravilloso porque era único y pasajero. Todo pasó. Tu vida humana creada, finita y cambiante ha entrado en la eternidad de tu Padre. Ha llegado a su cumplimiento, en donde alcanza la perfección definitiva, la libertad vital en la que el fluir del tiempo se condensa para siempre en el abrazo único e instantáneo de la eternidad. Tu vida humana desapareció para entrar en Dios.
Por eso estás presente, porque tu vida está unida al eterno en el origen de cada cosa, donde el amor y la sabiduría permanecen con presencia inalterable. Tu espíritu y tu corazón humanos ven y abrazan a Aquel que da al tiempo su eternidad, al devenir su duración, al cambio su reposo, a lo transitorio su incesante estabilidad. En la sabiduría y en el amor eterno de Dios, tu corazón descubre el amor y el abrazo eterno a tu vida pasada. Desde aquí, tu vida posee la realidad completa. Jesús, tu corazón permanece para siempre.
Lo que sucede en la vida humana son sólo acontecimientos externos, pero cuando se sumergen en la oscuridad del pasado anulador engendran eternidad y contribuyen a la formación de nuestro hombre espiritual impregnado de eternidad. No somos un camino que fluye en momentos pasajeros y que se queda tan vacío como al comienzo del caminar. Somos un arcón en el que cada instante, al dejarnos, deposita lo que tiene de eterno: la capacidad libre y humana de decidirnos por El o contra El. Este es el acto definitivo. Es como si las olas del tiempo lamieran silenciosamente la playa de la eternidad con su flujo y reflujo. Como si cada ola, cada instante, cada acción, depusieran cuanto de eterno hay en ellas: el bien y el mal, como los valores eternos de las cosas temporales.
Este bien y este mal, unidos a nuestras obras fugitivas, se depositan en el fondo incancelable de nuestra alma, la penetran y configuran su profundidad escondida y oculta para nosotros, pero no para Dios. Así se alcanza lo eterno en el transcurrir del tiempo: la perennidad del alma, el destino. Y cuando el tiempo cese nada se habrá acabado. Desaparecerán las aguas y vendrá a la luz, manifiestamente, lo escondido: la vida eterna tal como el hombre la forjó y modeló.
Así se te ocurrió a ti. Porque eres hombre y has llevado a cumplimiento una vida plenamente humana. Tu vida permanece no sólo en Dios, sino para ti mismo. Lo que fuiste vive para siempre. Tu niñez pasó, pero hoy eres ángel que fue niño como lo puede ser cualquier hombre. Tus lágrimas se terminaron, pero hoy eres como cualquiera que alguna vez haya llorado. El corazón no olvida las razones de su llanto. Tus penas han cesado, pero en ti permanece la madurez del hombre que las ha probado. Tu vida y tu muerte transcurrieron, pero lo que maduraron se ha hecho eterno y está presente entre nosotros. El heroísmo de tu vida es presencia de eternidad que supera cualquier obstáculo con el amor que lo forma e ilumina. Tu corazón es eterno porque respondió decididamente sí a las disposiciones del Padre. El sometimiento, la fidelidad, la dulzura, el amor a los pecadores, que surgían en cada momento de tu vida, están presentes como los rasgos característicos de tu libertad y de tu naturaleza humana. Así te encuentras ahora en medio de nosotros. Está presente lo que fuiste, viviste y sufriste.
Pero hay otro motivo por el que tu vida está realmente presente. Cuando vivías, tu pensamiento y tu amor no estaban sólo cerca de tus contemporáneos. El amor de tu corazón humano —y no sólo de tu naturaleza divina— se dirigía a nosotros: yo estaba allí, mi vida, mi tiempo, mi ambiente, mis problemas, mis horas grandes y mezquinas, lo que quiero ser ahora con mi libertad... Tú, en la misteriosa intimidad de tu ser profundo, ya lo sabías todo. Lo acogías todo y lo llevabas en el corazón. Tu vida humana fue modelada por mi vida desde siempre. Ya entonces dirigías mi vida, orabas por mí, dabas gracias por mi Gracia. Tu vida se ocupó de la mía y formaba algo de mi existencia. Y ahora que tu vida se ha hecho presente, y estás aquí presente en el Sacramento, eres el que con su vida eterna envuelve mi conocimiento y mi amor.
Y así te queremos adorar:
¡Oh Jesús! Te adoramos.
¡Oh Dios eterno! Te adoramos.
¡Redentor nuestro, presente en el Sacramento! Te adoramos.
¡Vida y muerte de Jesús, eternamente presentes en el conocimiento y en la voluntad inmutable del Padre! Te adoramos.
¡Vida y pasión de Jesús, que desde siempre acogisteis nuestra vida! Te adoramos.
Jesús, que estás verdaderamente entre nosotros!
[Karl Rahner. Oraciones de vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, págs. 77-81]

Desde el centro del mundo


Desde el centro del mundo,
en el que Él se adentró al morir,
construyen las nuevas fuerzas
una tierra transfigurada.
En lo más profundo de toda realidad
ya han sido vencidos la banalidad, el pecado y la muerte…
Pero se requiere todavía el pequeño tiempo
que llamamos la historia después de Cristo
hasta que en todas partes, y no sólo en su cuerpo,
se deje ver lo que ya ha acontecido realmente.
Porque Él no comenzó a curar,
a salvar y a transfigurar el mundo
en los síntomas de su superficie
sino en las raíces más internas,
nosotros, gente de la superficie,
pensamos que no ha pasado nada.
Porque aún siguen corriendo
las aguas del sufrimiento y de la culpa,
suponemos que aún no se las ha vencido
en el manantial del que brotan.
Porque la maldad sigue trazando arrugas
en el rostro de la tierra,
deducimos que en el corazón más profundo de la realidad
ha muerto el amor.
Pero todo es apariencia,
aunque la tomemos por la realidad de la vida…
Resucitado,
está en el esfuerzo anónimo de todas las criaturas que,
sin saberlo, se esfuerzan por participar
en la glorificación de su cuerpo.
Está en cada lágrima y en cada muerte
como el júbilo y vida escondidos
que vencen cuando parecen morir.
Por eso nosotros, hijos de esta tierra,
tenemos que amarla.
Aunque sea todavía terrible
y nos torture con su penuria
y su sometimiento a la muerte.

Karl Rahner, S.J.

Un rey sin corona, un reino sin fronteras


Pantocrator de Taüll



En este día en que la Iglesia celebra a Cristo Rey, me debato entre la teoría y la práctica. Teorías hay muchas, y prácticas más aún. Y no todas me convencen, incluso algunas no me gustan absolutamente nada.
Por citar sólo dos teorías, empiezo por Teilhard de Chardin, que presenta a Cristo como cabeza del cosmos, a partir de la doctrina paulina del himno de la carta a los Colosenses:
Cristo Jesús es imagen de Dios invisible,
nacido antes que toda criatura,
pues por su medio se creó
el universo celeste y terrestre,
lo visible y lo invisible,
ya sean majestades, señoríos,
soberanías o autoridades.
Él es el modelo y fin del universo creado,
él es antes que todo
y el universo tiene en él su consistencia.
Él es también la cabeza del cuerpo
que es la Iglesia.
Él es el principio,
el primero en nacer de la muerte,
para tener en todo la primacía,
pues Dios, la Plenitud total,
quiso habitar en él,
para por su medio reconciliar consigo el universo,
lo terrestre y lo celeste,
después de hacer la paz con su sangre
derramada en la cruz. (1, 12-20)

Y que está más o menos expresado en este gráfico, que no sé si es original de él, o una aproximación a su pensamiento:

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/58/The_Vision_of_Teilhard-de-Chardin.png

 
Y de otra parte señalo a Karl Rahner, que cree en Cristo como la plenitud de todas las cosas desde ya mismo. Lo expresa en esta oración que acabo de encontrarme:
CRISTO TODO EN TODAS LAS COSAS
Señor Jesucristo, Palabra eterna del Padre y hombre verdadero, te adoramos. Sé Tú siempre el misterio vivo de nuestra fe y de nuestra vida, que se funda en esta fe: Sacerdote eterno y oblación perenne. Sé Tú mismo nuestra adoración del Padre en espíritu y en verdad. En ti y contigo sea nuestra vida el servicio del Dios Infinito, Tú, sacramento del servicio de la divina majestad.
Vida de los hombres, fuente de la gracia, sé Tú mismo la vida de nuestra alma, la vida que nos hace partícipes del Dios Trino. En ti participamos de tu vida, sacramento de la vida sobrenatural de nuestras almas.
Salvador de los pecados, vencedor misericordioso de nuestros pecados y debilidades. En ti quisiéramos vivir para que tu amor fuerte actúe poderosamente en nosotros, el único amor que es poderoso contra todo pecado ahora y siempre. Por ti y para ti presérvanos de todo pecado, sacramento del vencimiento de todo pecado.
Vínculo de caridad, símbolo de unidad. Déjame estar unido en ti con todos aquellos que Tú me has mandado amar. Haz que todos nosotros te pertenezcamos cada vez más. Así estaremos también cada vez más unidos unos con otros por ti, sacramento de amor verdadero y de comunión.
Vencedor en el sufrimiento, Redentor crucificado. En ti queremos superar todas las horas oscuras. Haz que todo lo que nos sucede lo aceptemos como participación en tu destino, para que se convierta para nosotros en camino hacia la eterna luz de la Pascua, por ti, sacramento de la comunión en el dolor entre ti y nosotros.
Señor de la gloria eterna: haz que miremos siempre con fe y con valentía tu vida eterna. Sea tu cuerpo para nosotros, cuando te recibamos, prenda de la gloria eterna. Sacramento de vida eterna, concédenos el último deseo de nuestro corazón: el poder contemplarte sin velos tu rostro y adorarte a ti con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
Oraciones de la vida. Publicaciones Claretianas, Madrid 1986, págs. 61-62


Además tengo aún en la memoria las brutalidades de los mal llamados “guerrilleros de cristo rey”, y en la retina los excesos de la Iglesia no sólo en el Vaticano sino en otros muchos lugares, que huelen a viejos reinos y a cortes imperiales. Esto por lo que se refiere a las prácticas.
Y como no sé hacia dónde tirar, me quedo sólo y apenas con las palabras de un condenado a muerte que suplica en el último instante de su vida: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino»(Lucas 23, 42).
Y termino diciéndome que si alguien en su situación es capaz de pensar en algo diferente a su sufrimiento, es que lo que tiene al lado es de tal categoría que no existen palabras para describirlo. Mucho más aún si además ve respondido su ruego con esta aseveración: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23, 43).
En absoluto se me ocurre ahora citar siquiera aquel catálogo de frases que hay que ver qué bien que suenan, pero de las que muy poquita gente quiere hacer bandera. Me refiero a las bienaventuranzas. Porque van muy unidas a otra frasecita de los evangelios que se las trae: «Las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lucas 9, 58).
Pero, ¿qué decir de un reinado que se basa en arrodillarse ante el personal para lavarles los pies y además secárselos?

«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 13Vosotros me llamáis “El Maestro” y “El Señor”, y decís bien, porque lo soy. 14Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: 15os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» (Juan 12, 13-15).
Pues eso.


Aniversario





Treinta y ocho años que mi obispo Don José me ungió e impuso sus manos sobre mí para conferirme el sacramento del Orden. Treinta y ocho años que soy cura. Treinta y ocho años que sigo sin creérmelo y, sobre todo, sin haberme enterado de lo que supone para mí. Para los demás, percibo que no hay mayor problema; unas personas me aceptan tal y como soy; otras, dicen sin ambages ¡vaya cura! o ¡esto ni es cura ni es ná!
Lo que siempre me he sentido: miembro del Pueblo de Dios. Es decir, laico. Y eso ocurrió, o empezó a ocurrir, cuando me bautizaron, allá por mil novecientos cuarenta y ocho. Ese es mi mayor timbre de gloria. Esto otro lo considero un simple añadido que me orienta hacia el servicio interno, la diaconía más que el sacerdocio. Porque propiamente Sacerdos sólo El Señor. Con él se rompió el molde. El resto a su vera sanjuanera.
Pero puesto que así están las cosas, tengo que aceptarlas. Por eso me uno en la plegaria al Rahner que ora de esta manera:

ORACIÓN PARA IMPLORAR EL VERDADERO ESPÍRITU DEL SACERDOCIO DE CRISTO

Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, Verbo eterno del Padre, Sumo Sacerdote de todos los hombres:
Te damos gracias porque has tenido a bien disponernos para tu sacerdocio. Reconocemos que nos has escogido, y nosotros a ti, que somos indignos y débiles y que, sin tu gracia, no seríamos capaces de seguir tal llamamiento. Pero Tú nos has dispuesto. Debemos ser tus testigos. Te damos gracias, Ángel del Gran Consejo. Debemos proclamar tu verdad. Te alabamos, Palabra de eterna verdad. Debemos renovar tu sacrificio. Te alabamos, Sacerdote y víctima por toda la eternidad. Debemos administrar tu gracia. Te bendecimos, Gracia encarnada del Padre, y te damos gracias, solamente gracias, porque nos has llamado a tu santuario, a tus altares y a tu propia misión sacerdotal. Te damos gracias. También por nosotros hablaste al venir al mundo. También yo he venido para hacer tu voluntad; Tú me preparaste un cuerpo. También por nosotros suspirabas aquella larga noche en que rezaste por tus apóstoles, antes de elegirlos. También por nosotros fuiste manso y paciente al soportar a tus discípulos, que eran incapaces de entender. También por nuestro trabajo sentiste júbilo, cuando alababas a tu Padre, al regresar los discípulos. También por nosotros rezaste lleno de preocupación, para que no titubease nuestra fe y fuéramos robustecidos en Pedro si Satanás pretendía cribarnos como se criba el trigo. También nosotros estábamos presentes en tu espíritu, cuando Tú dabas a los apóstoles la ley de su vida en el sermón de la montaña y en el «padre nuestro», el compendio de su oración. También a nosotros se refería tu palabra, cuando decías a tus apóstoles: no se turbe vuestro corazón; no temáis, hombres de poca fe, os he puesto para que vayáis y traigáis fruto; no está el discípulo sobre el maestro; el que no renuncia a todo no puede ser mi discípulo; en tus apóstoles nos llamaste amigos, niñitos, mis hermanos, que te son tan caros como un hermano, una hermana y una madre. Tu palabra quería tocar también nuestro corazón cuando decías a tus apóstoles estas palabras y muchas más que nos ha transmitido tu Evangelio como legado destinado a tus sacerdotes y que nosotros deberíamos leer de rodillas y con lágrimas en los ojos. A nosotros te referías cuando dijiste palabras ante las que se han postrado temblorosos todos los poderes y fuerzas de la historia: «Id, enseñad a todos los pueblos y bautizadlos; haced esto en memoria mía; a quien perdonéis los pecados, le serán perdonados; lo que desatéis en la tierra será desatado también en el cielo». ¡Oh Jesús!, sacerdote y rey por toda la eternidad, Tú quieres que seamos y sigamos siendo tus sacerdotes. Seas alabado por toda la eternidad.
Mira, Señor, nosotros queremos comenzar una y otra vez a ser aquello a lo que Tú nos has llamado. Nos entregaremos de nuevo, alegres y valientes, al día cotidiano, en el que debemos madurar aún más, hasta ser apóstoles y sacerdotes de tu santa Iglesia. Tú mismo nos envías a estos caminos. A menudo son largos, pesados y monótonos para nuestro débil e impaciente corazón. Danos, por tanto, tu Santo Espíritu y, en esta nueva peregrinación nuestra, el espíritu de tu sacerdocio, el espíritu de temor de Dios, el espíritu de comprensión, el espíritu de humildad y de casto temor de poder deshonrar al Dios santo por nuestros pecados, el espíritu de fe y de amor en la oración, el espíritu de castidad y de pureza varonil, el espíritu de ciencia y sabiduría, el espíritu de amor fraternal y de unidad sin envidia ni discordia, el espíritu de alegría y de confianza, el espíritu de longanimidad y magnanimidad, el espíritu de obediencia, de paciencia y de amor a tu santa Cruz. Haz que en este camino tengamos siempre ante los ojos a Dios, tu Padre, que caminemos siempre en su presencia, trabajemos honradamente en la formación de nuestros sentimientos, nos mantengamos unidos fraternalmente, llevemos los unos las cargas de los otros, y de esta forma cumplamos tu santa ley.
Haz también que cada día seamos más semejantes a ti mediante nuestro esfuerzo fiel, sostenido, desinteresado, especial, por nuestras súplicas, ¡oh Sabiduría eterna de Dios!
Pero, sobre todo y por encima de todo, danos la gracia de la oración y del amor a ti, ¡oh Jesús! ¿Qué somos sin ti? Unos extraviados. Pero ¿cómo podríamos poseerte si no es haciendo de ti, cada día de nuevo y cada día más, el centro de nuestro corazón, sea por la oración, sea por el amor? Concédenos, Señor, si de verdad nos quieres tener por sacerdotes tuyos, aquellos dones sin los cuales no se puede ser en verdad sacerdote tuyo, otórganos la gracia de la oración, del recogimiento, de la interioridad. Sostennos, si queremos apartarnos de ti, distraídos y esparcidos; atráenos a ti, si somos insensatos, y si fuere menester con las espinas del dolor, de la amargura de corazón y de la penuria. Concédenos sólo una cosa: la gracia de ser de verdad hombres de oración y de serlo más cada día. Si somos hombres de oración, estaremos y continuaremos siempre en comunión contigo, seremos en medida creciente lo que somos según tu voluntad y lo que debemos ser: tus discípulos, tus apóstoles, tus sacerdotes, los testigos de tu verdad y los administradores de tus misterios.
Nos gloriamos y te alabamos por ser tus sacerdotes: sacerdotes, y nada fuera de ello, sacerdotes en servicio pleno. Tú nos miras, tu mirada penetra hasta nuestro corazón, tu amor nos llega al corazón. Y dices: vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando (Juan 15, 14). Y nosotros nos atrevemos a dirigir a ti nuestra mirada, con humildad y confianza, y decir: con tu gracia seremos lo que nos has mandado ser. Amén.
[Karl Rahner. Oraciones de vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, págs. 154-157]


No obstante lo anterior, insisto en que con Jesucristo el velo del templo se rasgó de arriba abajo. Y eso no es cualquier cosa, todo lo contrario. Ya no hay sagrado y/o profano, como tampoco hay judío, griego o romano, varón o mujer, excelencias y pueblo llano, que produzca diferencias a tener en consideración; todos iguales, de dignos o de indignos; para ser libres y entregar la propia libertad en el servicio a los demás, hermanos y hermanas, incluso extraños y extrañas (Cfr. Gálatas 3, 27-29).
Por eso me siento bastante más identificado con el Rahner que también ora desde esta otra orilla con no menos hondura y bastante más sencillez, claridad y brevedad:

ORACIÓN DE UN LAICO

Señor, me pongo siempre un poco nervioso cuando escucho la palabra «laico» en la Iglesia. Si alguna vez se habla de los laicos es para tildarles tácitamente de personas poco o nada entendidas en algún asunto. Sin embargo, yo tengo el derecho y el deber de entender todo cuanto sea posible acerca del mensaje de Jesús y de su Reino. No está predeterminado por nadie que sólo quienes poseen potestad ministerial posean conocimiento del Reino y tengan capacidad para encarnarlo.
Carezco de potestad ministerial y no aspiro a tenerla. Quienes la poseen son dignos de estima en la medida en que sirvan a la causa que es también mi causa: llegar a ser con radicalidad un cristiano en el que pueda actuar el Espíritu de Dios, llevando una vida comprometida en el seguimiento de Cristo. Por tanto, ser jerarca significa no estar sobre mí, sino estar junto a mí dentro de la Iglesia. Y es que la gracia de Dios nos llega no sólo a través de los signos sacramentales administrados por la jerarquía, sino que está en las manos libérrimas de Dios, el cual la otorga a quienes se la piden.
Sé bien, Dios santísimo, que la responsabilidad de mi ser cristiano crece sobre estas bases. Yo tengo que rendir cuentas de si las gracias y los carismas que configuran mi vida obran con suficiente energía hasta el punto de hacerse sensibles a los demás. No es mi cometido predicar desde el ambón. Me compete algo más difícil si cabe: dar testimonio del Evangelio a través de mi vida. En un medio ambiente que ni rechaza expresamente lo cristiano ni muestra verdadero amor hacia ello, me resulta particularmente difícil demostrar lo que soy en su justo lugar y tiempo. Me resulta complicado hacer ver que uno puede sentir únicamente la plenitud definitiva de la propia vida cuando todo el ser se cimenta, ¡oh Dios!, sobre ti y vive desde la gracia.
Ciertos cristianos más valientes y generosos que yo me demuestran con su testimonio que cuando se está dispuesto a sobrepasar ciertas barreras llega uno a liberar a otros que parecían vivir detrás de puertas cerradas a cal y canto. ¿Por qué, pues, soy tan pusilánime, tan perezoso como me veo obligado a reconocer? Palabras como «misional» y «apostólico» parecen tener hoy un sabor ya rancio. Mas ¿soy aún capaz de preguntarme por su significado? Cuando estos conceptos no se me presentan como algo obvio, ¿no tendré que pensar que he ido a parar en una existencia indigente y menesterosa?
Dios mío, concédeme valor y energía para ser un laico que merezca el nombre de cristiano. Amén.
[Karl Rahner. Oraciones de vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, págs. 162-163]

Termino. Sé muy bien de Quién me he fiado. ¿Sabrá Él a quién se ha confiado?

¿Sólo palabras? Karl Rahner


 
Una tarde de domingo permite recuperar viejos textos y leer a pensadores clásicos. Su pensamiento está vivo. Y seguirá estándolo si no dejamos que su memoria se pierda.
No es este el caso. Karl Rahner lo dejó escrito casi todo.
Pongo de muestra este pequeño texto de su magna obra. Pertenece a un artículo suyo publicado en Escritos de Teología, volumen III. Su título “Sacerdote y poeta”:

 

Hay palabras que dividen y palabras que aúnan. Palabras que explican un todo desintegrándolo y palabras que transmiten su mensaje como un conjunto a la persona –no sólo a la inteligencia– auditora. Las hay de origen artificial, susceptibles de arbitraria definición, y las hay que siempre fueron recién nacidas –no fabricadas–, como un milagro; que nos iluminan –no nosotros a ellas–, que nos pueden, porque son regalos de Dios (aun cuando en boca humana) y no factura de los hombres. Hay palabras que aíslan y limitan. Otras que hacen transparecer en un solo objeto la total, inmensa Realidad, menudas conchas en las que resuena el océano de la infinitud. Unas palabras son claras por chatas y superficiales; otras, en cambio, son oscuras, porque claman el deslumbrante secreto de lo dicho. Existen palabras para la cabeza, instrumentos con que dominar a las cosas. Pero las hay también que brotan del corazón rendido y adorante ante el misterio que nos avasalla. Unas que aclaran lo pequeño, iluminando un retazo tan sólo de realidad, y otras que nos confieren sabiduría al dar un todo unánime a lo múltiple. A estas palabras aunantes y conjuradoras, mensajeras ante todo de la Realidad, señoras de nosotros, nacidas del corazón, proclamadoras, regaladas, a éstas quisiera yo llamar palabras originales o protopalabras. A las otras podríamos denominarlas las confeccionadas, técnicas palabras útiles.
Claro está que no puede tratarse de una división definitiva de las palabras en estas dos clases. Se refiere más bien al destino de los vocablos que, como el de los hombres, levanta y postra, beatifica y condena, ennoblece y rebaja. Las palabras tienen su historia. Y el señor de esta historia, como de la humana, es sólo uno: Dios; señor y portador incluso de ella al pronunciar, en carne terrenal, estas palabras y ordenar que como suyas se escribieran. Existen, pues, innúmeras palabras que ascienden –o descienden– a una u otra categoría según sea el empleo que el hombre haga de ellas. Cuando el poeta o el pobre de Asís invoca el agua, dice algo más vasto y originario que el H2O a que la rebaja el químico. No se puede llamar H2O al agua que, como dice Goethe (Seele des Menschen), se asemeja al alma. El agua que el hombre ve, que el poeta canta, con que el cristiano bautiza, no es una poética exaltación del agua del químico –como si éste fuera el verdadero realista–. Al contrario, el agua del químico es un restringido derivado técnico, secundario, del agua del hombre. Una protopalabra ha caído por obra del destino –un destino que contiene el sino milenario de una Humanidad– a la palabra útil, tecnicista, perdiendo en el salto más de la mitad de sus sustancia.
Sería estulta superficialidad considerar indiferente el volumen de contenido de una palabra; creer que, con saber su sentido y el de la idea expresada, no hace falta más y tanto vale un vocablo como otro. No, las protopalabras escapan precisamente a toda definición y sólo matándolas se las desentraña. ¿O es que hay quien crea que todo se puede definir? Pues si así no es, si definir es recurrir a otras palabras a su vez indefinibles, si estas palabras últimas (ya lo sean absolutamente, ya como remate histórico–fáctico de la automanifestación, refleja y analítica, del hombre) poseen una «simplicidad» que encierra en sí todos los misterios, nos vemos forzados a reconocer la existencia de protopalabras, base de la existencia espiritual humana, que el hombre ha recibido, no creado a su arbitrio, que no se dejan seccionar («definir») en piezas fragmentarias.
Se dirá que todo esto es oscuro. Cierto. Un discurrir dividente, de mosaico, es más claro y distinto. Pero ¿es también más verdadero, más saturado de realidad? ¿Es el «ser» claro? Naturalmente, dirá el simplista. El «ser» es aquello que no es «nada». Buen, pero ¿qué es «es» y qué «nada»? Se escriben libros sobre ello sin acertar a extraer del océano de estas palabras más que un pequeño cántaro de agua insípida.
Las protopalabras son precisamente la casa encendida de la que salimos, aunque es de noche. Están siempre repletas como de un leve son de infinitud. Hablen de lo que hablen, murmura en ellas todo. Quien pretende recorrer su ámbito se pierden en lo intransitable. Son como parábolas, apoyadas en un punto y disparadas al infinito. Son vástagos de Dios que guardan en sí un poquitín de la clara oscuridad de su Padre. Un conocimiento que se enfrenta con el misterio de la unidad en la pluralidad, de la esencia en la apariencia, del todo en la parte y la parte en el todo, será siempre oscuro y confuso, como lo es la realidad misma, que en tales palabras se adueña de nosotros y nos hunde en sus incalculables abismos. En estas protopalabras, espíritu y carne, significado y símbolo, idea y vocablo, objeto e imagen son todavía original, auroralmente una misma cosa (lo cual no quiere decir «la misma» cosa). «Oh estrella y flor, espíritu y veste, amor, dolor, tiempo y eternidad», exclama Brentano, el poeta católico. «Qué significa esto? ¿Puede acaso hablarse así? ¿O se trata de palabras originales que deben entenderse sin pretender explicarlas con términos baratos y «más claros»? Dado que la docta penetración las aclarase, ¿no tendríamos que volver de nuevo a estas palabras del poeta, a estas protopalabras, para comprender y captar en su íntima verdad qué quería decir propiamente el extenso comentario? Flor, noche, estrella y día, palabra, beso, rayo, calma, respiro, estas y otras mil palabras de los primeros pensadores y poetas son protopalabras, más hondas y verdaderas que las gastadas monedas verbales de nuestro cotidiano comercio espiritual; esas que gustamos de llamar «ideas claras» porque la costumbre nos ha dispensado de reflexionar en lo que significan.
Cada protopalabra revela un fragmento de realidad por el que se nos abre, misteriosa, la puerta que conduce a la insondable hondura de la auténtica Realidad. El tránsito de lo singular a lo ilimitado, en el movimiento sin fin que los pensadores llaman trascendencia del espíritu, entra tan de lleno en el contenido de estas palabras, que las hace más que palabras: sonido dulce de la incesante moción del espíritu y del amor a Dios levantada desde el menudo objeto terrenal –lo único al parecer montado por el vocablo.
Las protopalabras poseen –así podríamos aclarárselo al teólogo– un sentido literal y uno espiritual sin el cual el primero deja de ser lo «propiamente» significado. Son palabras del infinito tránsito fronterizo, es decir, palabras de las que en algo pende incluso nuestra salvación.
… Estamos tal vez aquí para decir: casa,
puente, manantial, puerta, jarra, frutal, ventana,
o a lo sumo: columna, torre… para decir, entiéndelo
decir, oh, de manera como las cosas mismas
interiormente nunca creyeron ser…
(Rilke, Novena Elegía)
Sólo quien comprende estos versos es capaz de captar lo que queremos decir al hablar de «protopalabras». Y por qué pueden éstas con razón –y deben– ser oscuras. No decimos que no puedan ser utilizadas para disfrazar de hondura una superficie confusa; ni que sea osa de hablar oscuramente lo que pudo expresarse con claridad. Lo que afirmamos es que las protopalabras espejan al hombre en su irrevocable unidad de espíritu y materia, de trascendencia y concreción, de metafísica e historia; que existen palabras originales, porque todo se enlaza en una misma urdimbre, y así cualquier palabra auténtica y verdadera ahonda sus raíces en las profundidades sin fin.
Una peculiaridad de ellas será preciso enfocar aquí con más detenimiento. Las protopalabras constituyen, en sentido propio, la presentación, la «puesta ahí» de la cosa misma. No se limitan a señalar algo sin mudar su relación al oyente; no hablar acerca de una relación entre lo nombrado y el auditor. La protopalabra trae la realidad enunciada, la torna presente, la pone ahí. Naturalmente, el modo como esto se verifica es múltiple según sea la realidad nombrada y la potencia de la palabra. Pero un fenómeno sucede siempre que se pronuncia una palabra original: el advenimiento para el oyente del objeto mismo. Y ello no sólo por el hecho de que el hombre, como ser espiritual, sólo posee la realidad en cuanto que sabe de ella. Esto es evidente. Pero no se trata sólo de que el cognoscente se adueña por la palabra de lo conocido. Es lo conocido también lo que ase al cognoscente –y amante– por medio de la palabra. Por ella se inserta lo conocido en la órbita existencial del cognoscente, y este ingreso importa una plenitud de realidad del propio conocido.
Se lee mucho mejor haciendo click sobre el texto

Seguidores

Etiquetas

20 N Abraham Abstención Abuelez Abuso de menores Abuso de poder Abusos sexuales Acacia Acebo Aceras Actualidad Acuario Ada Colau Adán Adolfo Suárez Adviento Aféresis Afganistán Afilador Afirmación África Agricultura Agua Aguaviva Agustín del Agua Agustinos Filipinos Ain Karem Aire libre Ajo Alandar Albert Einstein Alberto Cortéz Alberto Iniesta Albino Luciani Alcalde Aldous Huxley Alegría Alejandro Guillermo Roemmers Aleluia Alemania Alex Ubago Alfabetización Alfonso Álvarez Bolado Alfredo Velasco Alicante Alicia Martín Baró Alimentos CE Alma de las cosas Almendro Álvaro Pombo Alzheimer Amando López Amanecer luminoso Amapola Aminatou Haidar Amistad Amor Amusco Ana y Simeón Anacoreta Anastasio Rojo Ancianidad André Wénin Andrés C. Bermejo González Andrés Torres Queiruga Ángel Álvarez Ángel Galindo Ángel García Forcada Animaladas Aniversario Anthony de Mello Anton Chejov Antonio López Baeza Antonio Machado Antonio Machín Año nuevo Añoranza Aparcamiento Apocalipsis Apócrifos Árbol Argentina Arguiñano Armarios Armas Armonio Arte Ascensión Ascensor Asertividad Asesinato Aspidistras Astou Pilar Asunción Ataxia Atletismo Atrio.org Auditorio Miguel Delibes Ausencia Austeridad Autoconfianza Autoridad Avaaz Avería Avisos Ayelet Shaked Aymeric Picaud Ayuntamiento Azorín Azucenas Baltasar Garzón Banco de Alimentos Banco de España Barack Obama Barcelona Barrio de Delicias Barro Bartolomé Esteban Murillo Baruck Spinoza Bautismo Baxter Keaton Beagle Beatriz Cariño Beethoven Belén Benedicto XVI Benito Prieto Coussent Benjamín Prado Bernabé Berta Berto Bertolt Brecht Biblia Biblioteca Bicicleta Bienaventuranzas Bienve Blog Bloque Blowin’ in the Wind Bob Dylan Boda Boj Bolivia Bolsa Bondad Borja Borrado Breva Breviario Buena voluntad Buenos consejos Bufanda Bujedo Cabreo Cactus Cadarso Café Cala Calabaza Calendario Calidad de vida Cáliz Calor Calzado Caminar Camino Camino Astorga Redondo Camino del Pesquerón Campamento Campeonato Mundial de Fútbol Canal de Castilla Cáncer Cancha deportiva Canela Canena Cantabria Caracoles Cardenal Martini Caritas Cáritas Carlos Carlos Aganzo Carlos F. Barberá Carlos González Vallés Carlota Carmen Tablada Carnaval Carne Castilla Castromocho Castromonte Catecismo Catecismo Holandés Catedral Catequesis Caza CCP Cedro Celibato Celina Maricet Celtas Cortos Cena de Pascua Cenar Cenizas Censura Cervantes César Vallejo Change.org Chapuzas Charlot Chetán Chile China Chiquilladas Chispa Cielo Ciencia Cine Ciro Alegría Cisne Claudio Coello Claudio Sánchez Albornoz Clint Eastwood Clonar Cocina Codex Calixtinus Codorniz Coherencia Colegio Colesterol Colón Coltán Comadreja Comedor Social Comentarios Comer Comillas Compañeros Compasión Competición Compromiso Comuneros Comunicación Comunión Concilio Vaticano II Cónclave Concurso Conferencia Episcopal Española Confesión Congo Constitución Española Consumismo Contaminación Control Córdoba Cordura Corea del Norte Corea del Sur Coronavirus Corpus Corrección Correo Corzos Cosas Cosas de la vida Cosecha Creación Credo Crisantemos Crisis Cristales Cristianisme i Justícia Cristo Crucificados Crucifijo Cruz Cuadros Cuaresma Cuento Cueva del Cobre Cuidados Paliativos Cultura Cumbre sobre Clima de Copenhague Cumpleaños Curiosidad Dalí Dámaso Alonso Daniel Barenboim Daniel González Poblete Dante Dante Pérez David Déficit de atención Delacroix Delatar Delibes Delito informático Democracia Dentadura Denuncia Deporte Derecho Derecho a la intimidad Derecho Canónico Derecho de propiedad Derechos Humanos Desagües Desahucio Desaparición Desarrollo sostenible Descalificación Descubrimientos Desiderio Desilusión Despedida Despertar Día de los Sin Techo Diálogo Diapositivas Dietrich Bonhoeffer Difuntos Dignidad Dinamarca Dinero Dios Dios con nosotros Distopía Diversidad Dolor Dolores Aleixandre Domingo Don Dionisio Don Domnino Donald Jhon Trump Donald Zolan Doñana Droga Duda Duende Duero Ébola Ecce Homo Eclesalia Ecología Economía Edad Edelweiss Edición Eduardo Galeano Eduardo Haro Tecglen Ejercicios espirituales El Cid El club de los poetas muertos El Corazón de Jesús El factor humano El Gordo y el Flaco El Mal El muro de Berlín El Norte de Castilla El País.com El Papa El pinar El Pino El Roto El Salvador El tiempo Elba Julia Ramos Electricidad Eloy Arribas Eluana Emaús Emigración Emilia Pardo Bazán Emilio Calatayud Emisión Emma Martínez Ocaña Emoción En Portada Encinas Energía Enfermedad Enrique Barquín Sierra Enrique Estencop Equilibrista Erlich Ernestina de Champourcin Ernesto Cardenal Escalera Escritura Escuela Escultura Esfuerzo Esgueva Esopo España Esperanza Esperanza Aguirre Espíritu Estafa Estandarte de San Mauricio Estrellas Estrellita Castro Estudios Eta Eucaristía Eugenio Europa Euros Eurovisión Eutanasia Eva Evangelio Evidencia Evo Morales Expectación Extranjeros Eylo Alfonso Ezequiel Ezequiel Zaidenwerg Fabio Nelli Facundo Facundo Cabral Familia FAO Fe Febrero Federico García Lorca Feedly Felicidad Felicitación Felipe Felipe VI Félix López Zarzuelo Félix María Samaniego Fernán Caballero Fernando Altés Bustelo Fernando Fernán Gómez Fernando Lorenzo Fernando Manero Ficus Fidel Castro Fidela Fidelidad Fin de año Fiódor Mijáilovich Dostoievski Florence Nihtingale Florentino Ulibarri Flores Florián Rey Folk Fontanería Forbes Forges Foto palabra Fotos Fotos raras Fra Angelico Francia Francis Francisco Cerro Chaves Francisco de Asís Francisco Pino Frases Friedrich Engels Friedrich Wilhelm Nietzsche Frutas Frutos Fuego Fuencisla Fuensanta Fumar Funeral Fútbol Futuro G. B. Ricci Gabriel Celaya Gabriel Fauré Gabriel García Márquez Gabriela Mistral Gaillot Gala Galarreta Gallinas Gamberrada Gandhi Garoña Gas Gatos Gaza Género Generosidad Gente Gerhard Ludwig Müller Girasol Gitanos Gloria Fuertes Godspell Góngora Google Docs Goya Goyo Ruiz Granada Grecia Greda Gregoriano Gregorio Fernández Gripe A Gripe porcina Grupo sanguíneo Guernica Guerra Guerra española Gumi Gustavo Adolfo Béquer Gustavo Gutiérrez Gustavo Martín Garzo Gustavo Poblete Catalán Gutenberg Hacienda Haiku Haití Hambre Hamlet Lima Quintana Händel Hans Küng Harina Haruki Murakami Helecho Hemodonación Hermanitas de los pobres Hermanos Marx Higo Higuera Hiperactividad Hirosima Historia Historias HOAC Hobbes Hodegética Hogar Horacio Horario de invierno Horario de verano Hormigas Hortensia Hosta Huelga Humanidad Humildad Humor Ibrahim iDVD Iglesia Ignacio Ignacio Ares Ignacio Ellacuría Ignacio Manuel Altamirano Ignacio Martín Baró Ildefonso Cerdá Ilusión iMac iMovie Imperio Argentina Impresora Impuestos Incendios Indagación India INEA Infancia Infierno Informe Semanal Ingenuidad Inmaculada Inmigración Innocenzo Gargano Inocencia Interesante Intermón Internet Invictus iPhone iPhoto Irak Irán Isaac Isabel Isabel y Jesús Isaías Isla Islam Israel ITV J. Ratzinger James Dean James Mollison Jan van Eyck Japón Jara Jardín Javier Domínguez Javier Fesser Jazmín Jefté Jenny Londoño Jerusalén Jesús Jesús de Nazaret Jesús Espeja Jesús Visa JMJ Joaquín López JOC Johann Baptist Metz John Carlin John Martyn John P. Meier John Selby Spong Jon Sobrino Jorge Cafrune Jorge Manrique Jorge Negrete José Afonso José Antonio Pagola José Arregui José Delicado Baeza José Gómez Caffarena José Hierro José I. González Faus José Jiménez Lozano José Luis Borges José Luis Cortés José Luis Cuerda José Luis Martín Descalzo José Luis Martín Vigil José Luis Saborido Cursach José Luis Sampedro José Manuel Calzada José Manuel Vida José María Castillo José María de Pereda José María Díez-Alegría José María Manso Martínez José Martí José Mugica José Zorrilla Juan Antonio Marcos Juan de Juni Juan Goytisolo Juan José Tamayo Juan José Tamayo Acosta Juan Martín Velasco Juan Masiá Clavel Juan Pablo II Juan Ramón Jiménez Juan Ramón Moreno Juan Valera Juan Vicente Herrera Juan XXIII Jubilación Judit Juegos Jueves Santo Julia Ardón Juliana Vermeire Julio Lois Justicia Justicia y Paz Juventud Karl Marx Karl Rahner Kaunas Khalil Gibran Konrad Adenauer La Alhambra La Arbolada La Cañada La Codorniz La Fontaine La radio La Ser La Virgen de Guadalupe Labordeta Lacomunidad.elpais.com Lágrimas Laico Lampedusa Lanuza Las Cambras Las Edades del Hombre Las mañanitas Las Villas Laurel Lawrence Ferlinghetti Lenguaje Leocadio Yagüe León León Felipe Leon Gieco León Gieco Léon L'hermitte Leonard Cohen Leonardo Boff Leopoldo Panero Lesbos Ley Ley del aborto Leyendas Libertad Libertad de expresión Libia Libros Lilas Lilit Limonero Limpieza Lina Lince Linda Literatura Lituania Liu Xiabo Liuba María Hevia Llano Llaves Lluis Llach Lluvia Lola Lombarda Lope de Vega López Vigil Loquillo Luar na lubre Lucía Caram Ludwig Feuerbag Luis Argüello Luis Darío Bernal Pinilla Luis Espinal Luis García Huidobro Luis García Montero Luis González Morán Luis Guitarra Luis Mariano Luis Pastor Luis Resines Luna Lunes Lunes Santo Lutero Machismo Maestro de escuela Mafalda Magisterio eclesiástico Mal Maltrato Malvarrosa Mamá Manifiesto del día internacional del Voluntariado Manifiesto por la Solidaridad Manos Manos Unidas Manuel Azaña Manuel del Cabral Manuel Mujica Láinez Manuel Sánchez Gordillo Manuel Vicent Manuela Carmena Máquina Marc Chagall Marciano Durán María María Magdalena María y José Mariamma Mariano Cibrán Junquera Maricas Marinaleda Mario Benedetti Mark Twain Marruecos Marte Martes Santo Martha Zechmeister Martín Jelabert Martin Luther King Martin Niemöller Martirio Marzo Máscara Matilde Moreno rscj Matrimonio Matteo Ricci Maximino Cerezo Barredo Mayo'68 Medicina Médicos sin frontera Medina de Rioseco Medio ambiente Mediterráneo Membrillo Memoria Mentiras Mercado Mercedes Cantalapiedra Mercedes Navarro Puerto Mercedes Sosa Meses México Mi canario Mi casa Mica Michael Czerny Michel Quoist Miedo Miedo escénico Miércoles de Ceniza Miércoles Santo Miguel Ángel Baz Miguel Angel Buonarroti Miguel Ángel Ceballos Miguel Ángel Mesa Miguel Cabrera Miguel de Unamuno Miguel Hernández Miguel Ligero Miguel Manzano Milagro Millán Santos Ballesteros Minueto Miradas Mirlo Mis Cosas Mistagogia Moda Moderación Moisés Moli Molino Monasterio de Moreruela Monseñor Algora Monseñor Romero Montaña Montealegre Moral Moral de la Reina Morgan Freeman Morir con dignidad Morten Lauridsen Mosca cojonera Mosqueo Mouse Mucho queda por hacer Muerte Mujer Mundo rural Munilla Muros Muros de la vergüenza Museo Museo del Prado Museo Oriental Música Nacimiento Nadal Narcisos Natación Natalicio Naturaleza Navidad Neil Armstrong Neila Nelson Mandela Nevada Nicodemo Nido vacío Nieve Niñez Nochebuena Nombres Nona Nuevo Mester Obediencia Obras Obsolescencia Ocas Octavio Paz Oliver Sacks Olivo Olor ONU Opera Oración Ordenador Oro Ortega y Gasset Oscar Wilde Oslo Otoño Pablo Milanés Pablo Neruda Pablo Picasso Paciencia Paco Alcántara Padre nuestro Paellada País Vasco Paisajes Pájaros Pajarradas Pala Palabras Palacios de Campos Palacios del Alcor Palencia Palestina Palomas Pamplona Pan Pancho Pancho Aquino Papá Papa Francisco Paquistán Para pensar Paradilla Paraguas Parlamento Europeo Paro Parque infantil Parquesol Parras Parroquia de Guadalupe Parroquia La Inmaculada Parroquia Sagrada Familia Parroquia San Ildefonso Parroquia San Pedro Apóstol Partenia Partidos Políticos Partituras Pasado Pasatiempos Pascua Pasión Pastores y ángeles Patata Patines Patxi Loidi Pavo real PayPal Paz Paz Altés PDF Pedro Ansúrez Pedro Antonio de Alarcón Pedro Calderón de la Barca Pedro Casaldáliga Pedro José Ynaraja Pedro Miguel Lamet Pentecostés Peñalara Peñalba de Santiago Pep Lladó Perdón Pereza Periodismo Periquito Perplejidad Perroflauta Perrunadas Persianas Personas Pesetas Pete Seeger Peter Menzel Pez Piano Picasa Pico Pie Jesu Pierre Teilhard de Chardin Pilar Pilar del Río Pintada Pinturas Pirineo Piscina Pisuerga Plaga Plantas Plaquetas Plasma Plástico Plata Platón Plaza de Tian'anmen Plegarias Pluralidad Pobreza Poda Poder Poesía Pol Política Pornografía Portugal Pozo Predicación Pregón Prejuicios Premio Nobel de la Paz Premios Goya Presencia Presentación Presente Preservativos Primavera Primavera de Praga Primera Comunión Profetas Prohibir Protesta Proyección Proyecto Hombre Prudencia Prudencio Publicidad Pueblo Puertas Quemadura Quevedo Quijote Quino Quintín García Quira Racismo Radiactividad Raíces Ramadám Ramón Ramón Cué Romano Ramos Rastrojos Ratón Raúl Castro Realidad Recados Recambio Recidiva Recolección Record Guinness Recorrido virtual por el Santo Sepulcro Recuerdos Redes Cristianas Reedición Reflexión Regalo Religión Religión Digital Reloj Remuñe Renglones Repuesto Reseña Bíblica Residencia de Ancianos Resiliencia Resistencia Resurrección Retiro Reyes Magos Ricardo Blázquez Ricardo Cantalapiedra Ripios Risa Roberto Roberto Rey Rock Rogier van der Weyden Rosa Rosalía Rosario Roselen Rossini Rostros Roy Bourgeois Rubén Darío Rudyard Kipling Rut Sábado Santo Sábanas Sabine Demel Sacerdocio Sahara Sal Sal Terrae Salamanca Salomón Salud Samuel Samuel Aranda San Agustín San Antón San Antonio San Bartolomé San Benito San Esteban San Ignacio de Loyola San Isidro San Jerónimo San Joaquín y Santa Ana San José San Juan Bautista San Juan de Ávila San Juan de la Cruz San Lorenzo San Miguel del Pino San Pablo San Pedro San Pedro Regalado San Romà de Sau San Roque San Valentín Sancho Sandalias Sandro Magister Sangre Sanidad Sansón Santa Ana Santa Clara de Asís Santa Espina Santa Marta Santa Mónica Santa Teresa Santiago Santiago Agrelo Martínez Arzobispo de Tánger Santidad Santos Santos Cirilo y Metodio Santos Padres Sara Saramago Saulo Scott Fitzgerald Seattle Seguimiento Segundo Montes Selecciones de Teología Semana Santa Seminario Sentimientos Seriedad Servicio Jesuita a refugiados SGAE Shakespeare Shūsaku Endō SIDA Siega Siesta Silencio Siloé Silverio Urbina Silvia Bara Silvio Rodríguez Simancas Simone de Beauvoir Sínodo Siquem Siria Sócrates Sol Sola Soledad Solentiname Solidaridad Soltería Somalia Sopa Soria Sorolla Sotillo del Rincón Stéphane Hessel Stephen Hawking Sudor Sueños Sumisión Suni Sur T. S. Eliot Tabaco Taco Talleres López Tamarindo Tamarisco Tamiflú Tano Taray Tarifa TBO TDT Tea Teatro Teléfono Televisión Temor Tener tiempo Tensión arterial Teófanes Egido Teología Teología de la Liberación Tercera Edad Tere Teresa Forcades Ternura Terremoto Terrorismo Tetas Thomas Becket Tierra de Campos Tiken Jah Fakoly Tolkien Tomás Apóstol Tomás Aragüés Tomás Moro Tomás Segovia Tomates Torío Toro Torres gemelas de Nueva York Trabajo Tráfico Traición Transición Traveling Wilburys Trigo Trini Reina Trinidad Trufa Tsunami Tumba Twitter Ucrania Umberto Eco Unción de Enfermos Unidad Universidad Urbanismo Urracas Uruguay Utopía Uvas Vacaciones Vacuna Valladolid VallaRna Valle de Pineta Valle del Silencio Valporquero Van Gogh Vaticano Vegacervera Vejez Velázquez Velicia Ventanas Ventiladores Ventura Ventura García Calderón Verano Verdad Verduras Viajes Vicente Aleixandre Vicente Huidobro Vicente Presencio Revilla Víctor Codina Víctor Heredia Víctor Jara Vida Vídeo Viento Viernes Santo Viktor Frankl Villalar Villalón Villancicos Villaverde de Íscar Vino Viña Violencia de género Violencia en las aulas Violetas Virgen del Carmen Virgen del Pilar Visita Vladímir Mayakovski Voluntariado Vuelo 605 Whitney Houston Wikiquote Winston Churchill Wislawa Symborska Woody Allen Xabier Pikaza Yankhoba Youtube Zacarías Zenón de Elea