A media tarde, saco a pasear a mis amigos y saludo a Pili que lleva de la mano unos patines.
“¿Patinas?”, pregunto en vez de saludar. “¿Yo? Es para mi hija”, responde. Y seguimos charlando en cuanto que me dejan hacerlo quienes sujetos como un tiro de potrancas me arrastran sin piedad.
Pili se dirige al parque donde juega su pequeña y yo continúo amarrado a los míos. Y recuerdo…
Pili era una preciosidad de niña. Rubia. Ojos azules. Tímida. Nacida en Francia de padres emigrantes, nunca perdió un cierto acento gabacho que la hacía deliciosa. En su timidez tenía, sin embargo, una fuerte personalidad que le brotaba de repente en forma de genio y testarudez.
¡Alto ahí!, que no es de Pili de quien quiero ahora recordar, sino de otra cosa.
Sería hacia 1956, sería. No puedo precisar la ocasión ni el motivo, pero me tocaron unos patines, tales como estos:
Entonces no había en mi ciudad más que tierra y asfalto. Bueno, y aceras, pero eso estaba prohibido. Así que aprendí a patinar arrastrándome entre cantos, hierbas, arena… Y cuando no venían coches, por la calzada. La Plazuela de Tenerías fue mi pista de patinaje, compartida con los taxis cuatro-cuatro que la ocupaban cuando descansaban en su parada.
Tenía esta plaza un desnivel por la parte del río que hacía que al patinar en el sentido de las agujas del reloj parecía que lo hacías siempre cuesta arriba; y al hacerlo en el sentido contrario, cuesta abajo. Lo malo es que al final de la pista quedaba uno embocado contra la puerta principal del cuartel de los guardias de asalto, más tarde conocidos como grises, que ahí tenían su base.
Hice correrías en el paseo central del Campo Grande, pero como era una zona muy frecuentada por soldados con novia, abuelos con artrosis y chicas de servicio al cuidado de pequeños, no se podía correr demasiado.
Mejores condiciones ofrecían Las Moreras, cuando no había ganado, por supuesto, porque allí se instalaba el mercado de animales entre los árboles.
Ahora además del carril bici, hay pistas de cemento en muchos lugares. Y si lo que pretendes es desplazarte por la ciudad, porque vayas patinando nadie te lo recriminará. Al contrario de lo que ocurriría si fueras pedaleando, porque a los ciclistas se nos mira con menos indulgencia. De modo que no sé qué va a pasar ahora con nosotros, porque en algunas avenidas nos obliga a circular por las aceras. Eso sí, con condiciones: a metro y medio de la pared, velocidad controlada al paso de los peatones o casi, y alguna otra cosilla que aún no me he estudiado.
Envidia cochina me produce ver a gente joven mochila al hombro, coderas, rodilleras y gorro protector, desplazarse todo marchosa camino de clase, la biblioteca o la ludoteca con unos patines en línea ultimísima generación. Creo que por llevar, tienen aire acondicionado e hilo musical. Bueno, en fin, quiero decir que estarán dotados seguramente de los más recientes adelantos de la digilitación, lector de mp3 incluido.
Si no fuera porque mis huesos están un poco duros para resistir caídas sin cascarse, buscaba mis patines en algún rincón de la vieja casa familiar y ya me apañaría como fuera para ajustármelos y salir pitando.
1 comentario:
hola, Chicos, Como novato, siempre estoy buscando en línea para los artículos que me puede ayudar. Gracias Wow! ¡Gracias! Siempre quise escribir en mi sitio algo así. ¿Puedo tomar parte de tu post en mi blog?
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