Cuando en mi artículo anterior me preguntaba si alcanzaría a ser feliz Moisés en su encuentro cara a cara con Yahveh, no sabía que me tocaría escuchar este texto en la liturgia del día, tomada del libro del Éxodo (34, 29-35), que dice:
“Cuando Moisés bajó del monte Sinaí con las dos tablas de la alianza en la mano, no sabía que tenía radiante la piel de la cara, de haber hablado con el Señor. Pero Aarón y todos los israelitas vieron a Moisés con la piel de la cara radiante y no se atrevieron a acercarse a él. Cuando Moisés los llamó, se acercaron Aarón y los jefes de la comunidad, y Moisés les habló. Después se acercaron todos los israelitas, y Moisés les comunicó las órdenes que el Señor le había dado en el monte Sinaí. Y, cuando terminó de hablar con ellos, se echó un velo por la cara. Cuando entraba a la presencia del Señor para hablar con él, se quitaba el velo hasta la salida. Cuando salía, comunicaba a los israelitas lo que le habían mandado. Los israelitas veían la piel de su cara radiante, y Moisés se volvía a echar el velo por la cara, hasta que volvía a hablar con Dios.”
Para mí ha sido simple casualidad encontrármelo; puede que para otras personas se trate de algo más.
La cosa es curiosa, porque hay otro texto en el que ver el rostro de (a) Yahveh le hace exclamar a Jacob: «¡He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo!» (Génesis 32, 31). Y levanta allí mismo un monumento al que nombra Patuel. Ver la cara de la divinidad debe resultar, pues, una experiencia realmente transformadora.
Para cara de ángel, es mi debilidad lo confieso, Audrey Hepburn; y no estoy hablando ahora del título de ninguna película, aunque Jean Simmons también era guapa de verdad. Su deliciosa figura, de la Hepburn digo, estaba rubricada por un rostro aún más precioso. Luego he sabido que toda ella, como persona, era una maravilla de mujer.
Rostros luminosos, plenos de bondad y honradez, auténticamente buenos, he tenido la suerte de ver muchos en mi vida. Estoy plenamente convencido de que reflejaban un interior entrañable. Lo pude comprobar con el trato.
“La cara es el espejo del alma” es dicho antiguo, no sé cuándo ni quién pudo expresarlo por primera vez. Pensé que era un universal, y que había total unanimidad en aceptarlo. Pero al menos hay un oponente: «La belleza exterior no es más que el encanto de un instante. La apariencia del cuerpo no siempre es el reflejo del alma». (Atribuido a George Sand). ¡Vaya por Dios, hasta en esto somos incapaces de ponernos de acuerdo! Claro que si lo dijo Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa Dudevant, que se relacionó con Chopin, Litz, Flaubert, Victor Hugo, Julio Verne, Balzac, Delacroix y Alfred de Musset, entre otras celebridades, cómo voy a discutirlo. Además vivió en Mallorca, y prefiero tenerlos como amigos.
Tiene razón, sea Sand quien lo dijera, o fuera otra persona. También he conocido gentes que en un trato superficial transmitían cordialidad y afabilidad, y su rostro y maneras era eso lo que expresaban; incluso lo mantenían en unas relaciones algo más profundas. Pero siempre hay un momento, aunque sólo sea uno, en el que se baja la guardia, sobreviene el relajamiento y los músculos de la cara y las facciones buscan su natural… Me he llevado sorpresas de las gordas. Entonces resulta que la cara es sólo una tapadera que oculta la verdad de dentro, produciendo un engaño que sólo se resuelve aumentando la distancia, alejándose lo más posible de ellas.
Los griegos sabían de eso, ellos y su teatro. Entre coturnos, máscaras y otras pequeñas cosillas nos dejaron una lección bien completa sobre los seres humanos. ¡A ver! ¡Que levante el dedo el que no se vea identificado con alguno o algunos de los personajes de la tragedia que nos dejaron en herencia!
Pero supongamos que sí, que nada ni nadie discrepa, y el alma se refleja en nuestra cara, y aparentamos lo que somos, y somos tal cual se nos ve. Entonces yo aconsejaría a algunos que se pasasen por el cirujano plástico, al menos para que no fueran por ahí asustando. Pero que si no fuera esa su opinión, tranquilos que no pasa nada. Yo ya tengo para mí una máxima o refrán aprendido: “Del agua brava líbreme Dios, que de la mansa ya me libraré yo”. O ¿es al revés? ¡Cachis, ya ha vuelto a fallarme la memoria!
3 comentarios:
El problema es que se inventó el maquillaje y luego la cirugía estética. Y sólo quedaron los ojos a cuyo través sí podía descubrirse el alma como un océano. Si uno se fija en los ojos sí se descubren abismos y paraísos. Y se descubre a si mismo por la mañana ante el espejo. Aunque también se han inventado las lentillas de colores. Todo con tal de prestar el mundo a la mentira.
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Beso.
Dios me libre de las aguas mansas que de las bravas ya me libro yo.
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