Mientras me desperezaba la radio aireaba el robo del Codex Calixtinus de su caja fuerte en el Archivo catedralicio de Santiago de Compostela. El cabreo me subió por momentos. ¡Ya estamos!
El robo en iglesias fue noticia hace tiempo, pero aún gotea de vez en cuando, y lo de hoy es la guinda que corona el flan.
Nunca me han gustado las iglesias cerradas, ni los lampadarios, ni la cajita de monedas para el pan de los pobres, ni…
Cuando llegué, de jovencito, a mis pueblos, me encontré las iglesias, cuatro concretamente, disponibles a las visitas de dentro y de fuera. Las llaves, que existían, estaban siempre a mano en casa de la vecina más próxima. Avisos no me faltaron: “Debe tener más cuidado, que algún día nos roban”. Mantuve la costumbre, y allí entraba quien quería, para visitar, para conocer, para investigar, para orar, para celebrar… De todo tipo y pelaje, incluido personal que se dedica a eso de las antigüedades: “Venimos a ver qué tiene, y por si le interesa vender algo, ya sabe, siempre es necesario repasar tejados, recoger desconchones, mejorar alumbrado… incluso un coche nuevo que ese que tiene ya está viejito.”
Nunca vendí nada, quién era yo para poder hacerlo. Un simple administrador de lo recibido en depósito sólo tiene permiso para mostrarlo.
Cuando me fui cambiaron las cosas. El que vino pidió la llave, cerró las puertas y se la llevó. Al poco tiempo, robaron. No quise saber qué, ni cuánto. Eran pobres y humildes, pero tesoros de mucha historia y tradición.
Ahora roban en Santiago. Y piensa uno, “si no lo tuvieran, no podrían robárselo”, pero desecha el pensamiento por impropio. ¡Cómo no tenerlo si el pueblo lo hace, lo da y lo quiere!
Acabo de leer: «Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni túnica de repuesto, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa, saludad; si la casa se lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros. Si alguno no os recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudid el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo.» (Mateo 10,7-15)
Y pienso si no estaremos metiendo la pata…
Pero ese Codex Calixtinus era una preciosidad, y no sé cuánto dinero vale, ni me importa. Sospechar que ahora estará en manos de negociantes me deja desolado, aunque no suponga novedad, ahí está la historia para demostrarlo.
Yo quiero que las puertas estén abiertas, que entre y salga todo el que quiera, que nadie tenga que robar, que las cosas se consideren propias; pero ya veo que no.
No dejaré de ser un jodido ingenuo.
[Allá por el siglo XII, en pleno apogeo de las peregrinaciones, un monje francés recorrió la ruta jacobea, dicen que acompañando al pontífice Calixto Guido de Borgoña en su peregrinación a Santiago por el año 1109, con el fin de escribir una guía sobre el Camino. Se llamaba Aymeric Picaud y su obra, el Codex Calixtinus, se convirtió durante siglos en referencia obligada para quienes peregrinaban a Compostela. Hoy, por suerte, tenemos otras guías más objetivas, pero el Codex sigue resultando una de las lecturas más entrañables sobre la ruta jacobea.
El Codex Calixtinus, también llamado Liber Sancti Iacobi, es considerado la obra más emblemática del Xacobeo. Gracias a él conocemos la importancia del Camino de Santiago y en él encontramos la justificación de este movimiento medieval denominado como “La Europa de las peregrinaciones”.]
1 comentario:
Triste consecuencia de un sistema de valores basado en lo material. La idea de acumulación prima en el mundo de materia, las reglas de la oferta y la demanda priman en el mundo de la materia, el enriquecimiento a costa de los demás prima en el mundo de la materia.
No despotrico contra la materia sino contra las consecuencias naturales que "nuestra limitada inteligencia humana en función del valor material". Al fin y al cabo es materia lo que percibimos cuando nos vemos reflejados, y se transforma en materia la consecuencia de la decantación de los pensamientos. En esta cosecha las contradicciones establecen la urdimbre de su propia estructura.
Desafortunadamente no le encuentro solución; una de tantas razones para emigrar a otros mundos, puesto que una ni dos vidas serían suficientes para apreciar cambio alguno en dicha situación.
Desde mi "mundito a la medida" solo lo percibo como una ratificación de lo que acabo de aporrear en el teclado. Una más, una de tantas, hasta que todo caiga por su propio peso y después..... ya veremos cómo se volvería a empezar. Seguramente de forma parecida. No seremos la primera civilización en autodestruirse, visto lo visto hasta ahora. Algo que me conviene asumir para no enfurecerme y malvivir antes de morir. Ahí tenemos: la materia cuidando de sí misma, pero en este caso el valor que acumula no es tan simple sino mucho más complejo. Beso.
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