En casa había un bolsón para la compra hecho de cuero. Suficiente para contener la fruta, la carne, el pescado… El tendero introducía la mercancía en unas bolsas de papel, tamaño a convenir, y todas ellas se metían en el enorme bolso de dos asas. Recuerdo que los sábados acompañaba alguna veces a mi madre al mercado, -el del Val, el del Campillo o el del Caño Argales-, y era yo quien lo llevaba. A la vuelta, lleno a rebosar, era mi madre quien se lo cargaba. Si vacío me pesaba, cómo sería lleno.
A la vuelta de mi estancia en el convento me encontré una como caja con ruedas. “Es el carro de la compra”, me explicaron. Nos habíamos modernizado. Ya mi madre no tenía que acarrear tantos pesos. Aún así, en los últimos años en que estuve más encima, descubrí que mi progenitora tenía roto el bíceps derecho, con toda seguridad consecuencia de sus excesos transportistas. Y no sé si el origen estuvo en la bolsa de cuero o en el moderno carro con ruedas, porque tanto una como otro hacían trabajar y malamente brazo, hombro y casi seguro que también clavícula. Mano, muñeca y codo, por supuesto.
Ya en los últimos tiempos no había que llevar ni bolsa ni carro. En todo lugar, en cualquier tienda, grande-mediana-pequeña, te ofrecían bolsas donde portar la compra. Primero, es verdad, por un módico precio. Luego, gratis. El caso era dar facilidades, de manera que entraras y salieras, tras pagar, por supuesto, con lo que de pronto descubrieras que te hacía falta, o que no, pero ¡es tan barato!
Así las cosas, ahora en la caja de turno, la operadora que la administra, va empujando con la mano derecha los artículos previamente depositados sobre la cinta transportadora, mientras que con la izquierda va sacando de un cajón inferior bolsas, bolsas, bolsas…
Más de una vez yo he dicho ¡basta! Porque para llevarme lo que necesito, con dos manos me basto; ¿qué hago yo con seis u ocho?
Esta mañana en el Corte Inglés me han amenazado: “A partir del próximo día, la bolsa tendrá que pagarla”. Y yo he respondido a la señora: “Gracias por avisármelo. No me de bolsas, que traigo yo”.
Primero nos facilitan las cosas para que entremos por el aro. Luego, cuando ya estamos dentro, nos hacen pagar. Dicen que es por ecología, que el medio ambiente está saturado. Yo digo que juegan con nosotros; como lo han hecho siempre.
Me explico: hoy, al llegar a casa, saco mi compra. En la bolsa que llevé había zanahorias, una lechuga, kiwis, manzanas, naranjas, plátanos, tomates, pepinos, paraguayas, albérchigos y cebollas. Todo debidamente embolsado, en plástico por supuesto. Por lo mismo, y a fuer de ecologismo, bien podrían haber venido en las antiguas bolsas de papel de estraza, que luego servían para encender la lumbre, o para ponerlas en el suelo para pisar sobre ellas cuando se fregaba.
Pero no. Lo único que interesa ahora es que paguemos la bolsa de la compra.
Pues no deja de ser una manera como otra cualquiera de acabar un mes. Pero puesto a ser imaginativos, anda que no existen alternativas mucho más divertidas.
El caso es que hoy había otras cosas de qué hablar: del frío que ha llegado de repente, por ejemplo; o de las fiestas de La Cañada que ya estamos preparando; o de la victoria de Nadal en Wimbledon; incluso del debate parlamentario sobre el Estado de la Nación.
Podía haber escrito alguna cosa sobre mis amigos Moli, Berto y Gumi que han estrenado cuenta en google abriendo un blog, no sé para qué, y han estado un buen rato gastando bromas por ahí con desigual suerte, porque a una parte del personal bloguero no les hace gracia las gracietas.
Podía igualmente haberme hartado a poner fotos de las cosas que mi mamá tejió con rafia, producto de cortar en tiras las muchas bolsas de plástico que en nuestra casa, como en todas, se iban acumulando. Ella las reciclaba en forma de cestas, pañitos, portarretratos, posavasos, esterillas… Cosas de mi madre; lo mismo hacía punto, que tocaba el piano, que se fumaba una pipa mientras tomaba el sol en el mirador con un sombrero sobre la cabeza hecho ya sabéis con qué.
En fin, que temas no faltaban. Pero había que escoger, y me ha dado por esto. El mes que viene, se verá.
3 comentarios:
Consumo responsable, se llama eso. Y además en todos los aspectos: en el continente y en el contenido. Comparto plenamente lo que practicas del primero; y en cuanto a lo segundo, diré que me animas a ello: a llenar las alforjas con verduras y frutas, con fibras y minerales, donde no tiene cabido el congelado, el precocinado y el aditivo.
Si señor, mucho material para tejer nos ofreces en esta entrada. Beso.
Bolsas o medios de transporte al margen, no sé si has hecho alguna vez la prueba, tras hacer la compra. Cuando has colocado las cosas "desnudas" en sus estantes o en el frigorífico (y ahí todavía siguen envasadas), te queda tal cantidad de plásticos, cajas, cajitas, envoltorios,... que, por su volumen, te preguntas si la compra no era humo y la compra real no será eso, todo ello enteramente inútil, pero altamente contaminante. Es el signo de nuestro consumismo -consumir es le empleo de lo innecesario-, necesario para un sistema de distribución que prescinde del productor y el consumidor, agrede a la naturaleza y se enriquece. Un ejemplo: ¿crees que sería posible volver a consumir la leche recién ordeñada de la vaquería de la esquina?
Publicar un comentario