Tengo las dos cosas, pero no sé qué hacer con todo ello. A primera vista no tienen nada en común, pero a mí no se me han ido de la mente en toda la tarde-noche.
El camión ha tardado en llegar; problemas en la carga y en el viaje. Desde Barcial de la Loma hasta aquí, para un camión de alto tonelaje, no se llega en un pis pás. Carretera no muy buena y encima la guardia civil oteando avizor que es un primor. Ayer tuvimos que firmar al conductor un papel de no sé qué por si le paraban; que supieran que era un transporte de alimentos CE.
El caso es que doce cuerpotes de trabajadores esperaban que llegara el momento de la descarga. Estábamos de palique para hacer el momento más ameno, a la sombra y con cervezas.
Yo estaba nervioso por ellos, pero más lo estaba Pilar. Ellos lo notaron y van y dicen, bueno lo dijo sólo uno, pero en nombre de todos: “Tranquis, que nosotros no tenemos otra cosa, ni mejor ni peor, que hacer. Así que lo que hagamos aquí estará bien hecho”.
Ni que decir tiene que el primer palé que bajó al cemento de la calle no duró ni dos segundos. Manos aguerridas, acostumbradas a cargar pesos, hicieron que desaparecieran todas las cajas que se amontonaban sobre él. Con el segundo, idem. Luego otro, y otro, hasta completar los veinte que llevaba el velocípedo. No llegó a la hora.
Estos buenos hombres han trabajado desde que les salieron los dientes. En la construcción y también en obras públicas. Están acostumbrados a trabajos duros, voces e improperios, sí, en este siglo, y un sueldo base; claro, enriquecido por los malos modos del destajo, horas superextraordinarias porque la obra corría prisa, y no parar ni pa comer ni mear. A casa llevaron durante bastante tiempo un buen dinero. Se lo ganaban más que de sobra. Y ni quiero calcular lo que ganaron otros con el trabajo de éstos. Pero ese dinero también voló raudo y veloz; tal como entraba salía. Nadie les contó lo de la cigarra y la hormiga.
Pero ahora llevan sin nada que hacer una buena temporada. Están en paro, y son parados de larga duración. Se siente inútiles. No pueden hacer lo que saben. Y en casa, algunos hacen lo que no saben hacer, qué remedio.
Descargar un camión, dos o tres, era una gratificación que alguien les regalaba. Por un poquito de tiempo se iban a sentir útiles, dignos, necesarios o al menos convenientes.
El del camión, cuando se iba, va y me dice: “Vaya cuadrilla que tienes. Con éstos voy a donde sea. Mañana lo mismo”.
Las fotos son de esta tarde, terminada la comida que, hoy, por culpa de la descarga retrasada, tuvo que ser corta y en exceso tardía. Es Berto que, no hago más que tumbarme y arroparme, salta a mi cama, husmea y se acomoda, tal como se ve.
Berto no tiene problemas de autoestima, ni de vacíos e inutilidades. Nunca está, ni estará, en el paro. Es como es y tiene lo que quiere y necesita. Hace lo que sabe, y no tiene que hacer nada que no sepa hacer. Ha vivido siempre bien, y no ansía más de lo que tiene. Ahí, bien pegado a mí, ni ha rebullido. Si soñó que perseguía liebres o jabalíes, no dio ninguna señal. Dormimos poco, pero profundamente. Yo me fui luego a nadar, y él siguió haciendo lo mismo. Y que conste que esta tarde, y excepcionalmente, no ha roncado.
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