Me ha llamado una moza porque quieren casarse y les han dicho que los papeles tengo que hacérselos yo, que soy su párroco. Una voz clara y juvenil me cuenta dónde vive y que ya han hecho el cursillo en otra parroquia, desde donde les remiten a ésta. Me pregunta cosas, yo le respondo; y al final, ya cuando casi terminamos de hablar, va y dice: “Yo estoy divorciada, porque me casé por lo civil. ¿Tengo que llevar algo?” Yo le respondo que no, pero que ha de firmar ante el vicario general un documento, porque la Iglesia, aunque no considera el matrimonio civil, sí tiene en cuenta el gesto de hacerlo, y debe responder a unas preguntas. Quedamos para otro día y cuelgo.
Y no sé por qué, de repente me acuerdo del Facun. ¡O sí lo sé!
El Facun es toda una personalidad. Lo conozco… desde hace mucho. He cohabitado con él y con más. Muchas cosas vividas, tras hablarlas, pensarlas, escribirlas, rubricarlas; y una vez pasadas, recordadas, reídas y hasta ridiculizadas.
Con él hilvané mis primeras homilías, cuando con otros dos prendas -otras personalidades de las que hablaré algún día- las cocíamos a fuego lento en torno a su mesa camilla.
Le oí hablar, además del natural castellano, en francés, en italiano, en mayrundi y en swahili; que diez años en Burundi le hizo políglota. El latín, desde la niñez.
Fumé de su tabaco, que del mío nunca quiso. Celtas sin boquilla. Y con demasiada frecuencia farias antes de la siesta.
Bebí de su vino, clarete de Cigales, por supuesto; traído directamente de la bodega.
Arremangados ambos, fregamos y limpiamos cuanto fue menester. En la cocina nosotros no entrábamos hasta después de yantar y con el fin de poner todas las cosas en su sitio.
Reíme y reímonos con sus disfraces. Yo era incapaz; él, un desvergonzado. Claro que cuando orinaba, no podíamos abrir la puerta; se le cortaba. ¡Menudo problema!
Excursiones, campamentos, acampadas, viajes… un montón. Y muchas cosas que contar, demasiadas para esto.
Yo me fui, y él, algún tiempo después, también. Caminos diferentes, opciones distintas, lugares alejados. Los reencuentros siempre eran festivos.
Él terminó en la cocina. Su casa era parada y fonda. Manitas -y tenía unas manos grandes y dedos como pepinos- con las antigüedades, enlució cuanto tocó. Hasta puso cuarto de plancha. Era grande su casa, y su iglesia, una catedral.
Hijo de carniceros, recordaba cuánta hambre pasó en el seminario. A la menor ocasión, junto con el vino traía carne de la tienda familiar, y ese día estofado rico, rico.
Ya está aparcado, y aunque no lo dice, convencido… o resignado.
Las fotos son de una de las muchas cosillas que salieron.
Nos fuimos al monte, así sin más, en bici y con los sacos. Junto a un pozo y bajo una encinas, para dormir bajo las estrellas después de un buen fuego, y parlar al sol durante el día. Sin más prisas ni negocios.
Ahí, en ésta, estamos de limpieza, porque ya no se usa el agua del campo, ahora se necesita sólo gasoil. La golpeamos, sacamos lo que pudimos de aquel pozo, hasta que se hizo clara y pudimos beber y cocinar, que si no bajar y subir al pueblo habría sido mucho esfuerzo.
El caso es que el Facun era/es transparente. Más, transparente. Llamaba a las cosas por su nombre, sin más. Y cuando algo no entendía, preguntaba. Y al preguntar parecía que… como si acabara de caerse de un guindo. Y cuando algo no le gustaba, levantaba la cabeza con la mirada hacia su derecha y rubricaba con un “¡no te jode!”
Cambiaba sin embargo la expresión cuando la cosa lo requería, más que nada por la presencia de alguien que pudiera no entenderlo, con un no menos expresivo "¡sopla!"
Cuando más de una vez oílo al entrar yo en casa usando esa exclamación, siempre estuve seguro de coincidir con él y de que el asunto no sería nada bueno. Y entonces hubo muchos, porque eran años de brega.
Eso mismo es lo que me diría ahora, guiñándome un ojo, ante esta papeleta de hacer firmar a una moza que se quiere casar una papela porque antes se casó y se descasó en el juzgado.
Por supuesto ni él ni yo dejaríamos de hacerlo, es la ley. Y ninguno de los dos osaríamos contravenirla, aunque nos pareciera inútil, caprichosa, excesiva, abusiva, puntillosa, narcisista… humillante; lo primero era y es que las consecuencias no las paguen otras personas.
Pero él diría lo mismo que yo digo ahora: “¡No te jode!”.
Nota de redacciónEnterado el autor de que tal papela, si alguna vez lo fue, en la actualidad ni es necesaria ni se exige, rectifica y comunica lo siguiente: En el caso concreto de que haya existido un matrimonio civil, para contraer matrimonio canónico sólo se requiere presentar certificado de matrimonio con la anotación al margen del divorcio subsiguiente, que resulta ser documento acreditativo de que la persona, -ella, él, o ambos-, es libre.Acepto los improperios que pudieran habérseme dirigido por informar tan mal, pero es que a uno esto sólo se le presenta de pascuas a ramos.A pesar de todo, lo dicho sobre Facundo rige, porque eso sí que es verdad, y no cambia ni cambiará.
3 comentarios:
No soy más del "¡Hay que joderse!", porque se trata de fastidiarse, claro. Por cierto, la ley, a veces, está para no ser cumplida.
"Y… aguantarse", Juan, porque a veces no queda otra. Esa ley, afortunadamente, ya no existe, así que todo este artículo carece de razón, salvo para hablar del Facun, que se lo merecía.
Por supuesto que hay leyes que no son cumplibles; pero cuando su incumplimiento recae únicamente sobre los demás, no queda sino hacer de tripas corazón.
Vaya...pues como divorciada "civil", me alegra de que no haya cuestionarios que rellenar, llegado el caso. Aún así me ha encantado la entrada, la información y la "desinformación"...
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