Bien mirado a todo se le puede sacar punta, no sólo a los lapiceros.
Mi madre, cuando alguien le chismorreaba alguna cosa, seria y rotunda respondía: “No le saques punta”, y asunto zanjado. Yo también zanjo al estilo de mi madre, sólo que respondo más bien callando o derivando la conversación, y la otra persona termina por entender. Pero sí, me gusta sacarle a los asuntos algún posible significado, además del evidente. Por eso, y porque con frecuencia me paso derivando o alegorizando, a veces no se me entiende, no me explico o no me aclaro. Entonces no zanjo la cuestión, ni mucho menos, sino que, aunque me calle en público, sigo dándole al tema a solas, conmigo mismo, argumentado tan chapuceramente como me es posible.
De zanjas se trata en esta entrada. Llegó el fontanero y se armó la tremolina.
Así está mi casa, que es como decir mi vida: abierta en canal, a derecha e izquierda, el frente y punto. Que por atrás, afortunadamente mantengo mi casa intacta, salvo por el agua, que está cortada.
Al mirar el piso levantado, la hondura del agujero y el montón de tierra y escombro acumulados, vuelvo a verme como en mis mejores tiempos, cuando no sabía lo que es estar sin la funda puesta, las manos desgarradas, y los riñones maltratados. Cuando tenía que atender al despacho parroquial a salto de mata entre acercar la masa o sujetar las placas de escayola, tirar del cable o darle a la brocha. Cuando me quedaba solo en medio de una obra sempiterna, sabiendo que al día siguiente y tras la jornada laboral volvería a bullir de gentes afanosas y siempre alegres a pesar de lo que llevaban encima de sus cuerpos.
Bien es cierto que he pasado una temporada larga sin vivirlo, y las manos se me habían vuelto finas, blancas del jabón y de uñas extraordinariamente quebradizas.
Y es una suerte que esto ocurra ahora, en pleno verano, y no tenga que verme con mis pares en reuniones ordinarias o de improviso, ante los cuales tan incómodo me encontraba al trabajar sobre un mesa y apenas con papel y boli.
Si alguna vez grité “estoy ya harto de tanta obra” lo hice en privado, que en público casi me ufanaba explicándolo pormenorizadamente, para rematar con un escueto “acabamos de terminarlo”.
Soy consciente de que ésta es una más, que habito una construcción, y de que mi vida no dejará de ser zona de obras. Por eso es casi seguro que volveré a requerir los buenos servicios de algún profesional de la fontanería o de la albañilería, ofreciéndome a mí mismo como un peón voluntarioso y dispuesto para lo que sea menester.
2 comentarios:
Leyendo tus dos últimas entradas, he imaginado que estamos ante un paradigma de nuestro país actual y el mundo, en general, que el 15M descubría la podredumbre de nuestras cañerías. No consigo imaginarme, sin embargo, un fontanero. Tampoco sé si sería bastante un fontanero. Igual es que todos hemos de aplicarnos en la fontanería para reparar la sociedad y repararnos cada uno por dentro.
Pues yo pienso que estás muy bien encaminado; para solucionar algo nada como abrir una buena zanja y dar con la avería, ya sabes que de eso no sé; pero cuando viene algún enfermo con algo que no va bien empiezo por ir abriendo y cuando encontramos el asunto, hay que ponerse manos a la obra, si podemos hacerlo juntos- el paciente, la familia y yo- estupendo, sino, preguntamos quien puede hacerlo bien y pedimos ayuda.
Quizá tu petición de ayuda tenga que ser mas directa, no sé. Lo cierto es que hay que solucionar el problemas, no lo demores mas, sino con tanta humedad te saldrá reuma.
Besos y mas besos.
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