La última catequesis: en memoria de Julio Lois
Dos acontecimientos de aparente desigual magnitud -pero a mi modo de ver interconectados- me han sorprendido en estos días: el final de la JMJ y la despedida del presbítero y teólogo Julio Lois. En uno se muestra la emergencia y exuberancia juvenil de una Iglesia que muchos creían envejecida y en declive; en el otro la progresiva desaparición de un modo de ser pensador cristiano: el de quien está comprometido –siguiendo a Jesús- con la causa de los pobres y de su liberación.
En estos dos acontecimientos aparecen vida y muerte en singular batalla. Por una parte el esplendor y empuje de una juventud -en números que exceden toda previsión- que está dispuesta a ser protagonista de una nueva evangelización y, por otra, el progesivo acabamiento de sueños posconciliares que no se han podido realizar.
Se ha ido extinguiendo lenta y dolorosamente sin que le haya sido concedido entrar en la tierra de su utopía. Forma parte de ese grupo de soñadores que han gastado su vida para que venga otro mundo posible, otra Iglesia posible. Pero se ha despedido de nosotros, solo abrazado a la esperanza contra toda esperanza. Se trata de Julio Lois.
No tuve la oportunidad de tratar con él. Sólo me queda el recuerdo de encuentros esporádicos en el Instituto Superior de Pastoral y el haber contado con su confianza para formar parte del grupo de profesores auxiliares. Julio Lois me llamó la atención por su estilo amigable, sencillo y humildemente elegante; también por la firmeza de sus convicciones y su parresía o libertad de espíritu. Era fácil apreciar que vivía por una causa y que rehuía fáciles e interesadas alianzas con aquello que para él no era absoluto.
He tenido acceso a su teología (libros y artículos). Escribía con admirable claridad, elegancia y ofrecía claves de vida, de transformación y compromiso. Julio Lois rehuía el exhibicionismo teológico y el tratamiento de cuestiones especulativas sin conexión con la transformación de la realidad. Quería abrir caminos a la utopía del Evangelio y mostrar cómo ser discípulo de Jesús en este tiempo y en las circunstancias de nuestro mundo.
Julio Lois no creía en un Dios sin mundo, ni en un mundo sin Dios. El encuentro con Dios acontece en este mundo, en sus logros y sus fracasos. Donde más peligrosa pero también más intensa se hace la experiencia de Dios es en el fracaso de la pobreza, la injusticia, la exclusión. Para Julio Lois la piedra de toque de la ética y de la experiencia religiosa era el encuentro afectante y comprometido con “el pobre, el excluido, el sobrante, el ninguneado, el don-nadie”. La presencia eucarística de Jesús dentro de la comunidad es correlativa a su presencia existencial en la persona marginada, pobre, excluida… fuera de la comunidad. Tendemos a ocultar a las víctimas, a olvidarlas, a excluirlas de nuestras fiestas y celebraciones… Y con ello nos debilitamos como seres humanos éticos y religiosos.
Un seguidor de Jesús no puede permanecer indiferente ante las pobrezas e injusticias que este mundo genera respecto a millones de seres humanos. No es ético cruzarse de manos y desatender los gritos de los necesitados, las peticiones de los excluidos, o vivir como ricos epulones cuando Lázaro llama a nuestras puertas. La ética de la hospitalidad, de la dignificación de todo ser humano -cualquiera que sea su condición-, es la clave de una existencia cristiana auténtica.
Julio Lois decía que el encuentro afectante con el pobre tiene un rostro “jánico” (dos caras): en él se puede experimentar a Dios, tal como Jesús nos lo reveló, o se puede experimentar la gran decepción, el escándalo y el rechazo o negación de Dios.
El pobre es lugar privilegiado de experiencia de Dios.Julio, como profundo creyente, evocaba las palabras de Bernanos: ”No mires nunca el rostro del mal, sin rezar”: cuando uno conecta con el mal y ora ahí le es concedido experimentar a Dios. La compasión nos des-centra y nos trans-ciende: “en el tú humano tocamos la orla del tú eterno” (Juan de Dios Martín Velasco). El “pobre”, el que “no tiene lugar digno en este mundo” es el “otro”, el “diferente” y todo lo que es “otro” nos acerca al ”absolutamente Otro”, que es nuestro Dios y a la experiencia mística. La hospitalidad hacia el pobre, el excluido, nos abre a la hospitalidad hacia Dios mismo.
Pero, por otra parte, el encuentro con el pobre es el encuentro con un fracaso y también una experiencia peligrosa. “Que el verdugo pueda triunfar sobre la víctima” (Horkheimer) es la expresión de la impotencia de Dios y del escándalo de la fe en Dios. Hay personas que no logran rehacerse ante esta tremenda sensación de fracaso que ofrece nuestro planeta, cuando pensamos en millones y millones de seres humanos empobrecidos, hambrientos, enfermos y al borde de la muerte.. ¿Cómo reconocer a Dios, cuando al parecer nada hace para evitar el sufrimiento de sus criaturas, y se olvida de su Alianza con la humanidad, dejándola en manos de la injusticia? Por eso, Julio comprendía a quienes en su lucha por la justicia llegaban a rechazar al Dios de la religión y al mismo sistema religioso cuando se aliena en la búsqueda del poder y del dinero.
Julio Lois respondía a estas objeciones diciendo que era necesario “dejar a Dios ser Dios”. Y Dios es Dios retirándose para que el ser humano sea humano, libre, compasivo, providente. Dios crea espacios para que el ser humano asuma el protagonismo histórico que le compete y no sea solo un compañero pasivo de la Alianza. Dios no nos disminuye y por eso tiene todo el derecho a esperar de nosotros aquello que podemos dar con nuestro compromiso y nuestra imaginación creadora.
Julio luchó para que el Reino de Dios venga, se haga presente en medio de nosotros; luchó con las armas de la teología y a veces de la contestación, por un mundo nuevo, una iglesia nueva. Se está despidiendo de la tierra una generación de luchadores y luchadoras que todavía no vislumbran en lontananza la llegada de la tierra utópica que han soñado. Quizá hayan pensado en más de una ocasión: “en vano me he cansado”. Irán desapareciendo poco a poco del escenario de la historia… Creo que hay que reconocer que eran personas enviadas por el Espíritu para sacarnos de nuestro sopor, de nuestro aburguesamiento y de nuestra falta de pasión. Julio nos ha dejado. Pero su actitud última no ha sido de desesperación. Todo lo contrario, en el momento más serio de su vida ha confesado su esperanza en la tierra utópica con este bello texto que transcribo:
“El sufrimiento derivado de la finitud de la creación y la palabra penúltima de todos los verdugos serán sepultados en el amor de Dios que tiene la última palabra para enjugar toda lágrima, superar toda contradicción, dar vida definitiva a los muertos y hacer que Él sea todo en todas las cosas” (Julio Lois).
La JMJ y la muerte de Julio Lois nos interpelan como dos palabras del Espíritu en nuestra tiempo. De seguro que esa juventud tan generosa de cualquier tendencia o grupo habría recibido conmovida y enardecida la catequesis de las grandes convicciones del creyente y teólogo Julio Lois. De seguro que el Espíritu no desaprovechará la oportunidad para que Julio Lois, con su pensamiento y su pasión, renazca en las nuevas generaciones que sueñan un mundo nuevo.
En estos dos acontecimientos aparecen vida y muerte en singular batalla. Por una parte el esplendor y empuje de una juventud -en números que exceden toda previsión- que está dispuesta a ser protagonista de una nueva evangelización y, por otra, el progesivo acabamiento de sueños posconciliares que no se han podido realizar.
Se ha ido extinguiendo lenta y dolorosamente sin que le haya sido concedido entrar en la tierra de su utopía. Forma parte de ese grupo de soñadores que han gastado su vida para que venga otro mundo posible, otra Iglesia posible. Pero se ha despedido de nosotros, solo abrazado a la esperanza contra toda esperanza. Se trata de Julio Lois.
No tuve la oportunidad de tratar con él. Sólo me queda el recuerdo de encuentros esporádicos en el Instituto Superior de Pastoral y el haber contado con su confianza para formar parte del grupo de profesores auxiliares. Julio Lois me llamó la atención por su estilo amigable, sencillo y humildemente elegante; también por la firmeza de sus convicciones y su parresía o libertad de espíritu. Era fácil apreciar que vivía por una causa y que rehuía fáciles e interesadas alianzas con aquello que para él no era absoluto.
He tenido acceso a su teología (libros y artículos). Escribía con admirable claridad, elegancia y ofrecía claves de vida, de transformación y compromiso. Julio Lois rehuía el exhibicionismo teológico y el tratamiento de cuestiones especulativas sin conexión con la transformación de la realidad. Quería abrir caminos a la utopía del Evangelio y mostrar cómo ser discípulo de Jesús en este tiempo y en las circunstancias de nuestro mundo.
Julio Lois no creía en un Dios sin mundo, ni en un mundo sin Dios. El encuentro con Dios acontece en este mundo, en sus logros y sus fracasos. Donde más peligrosa pero también más intensa se hace la experiencia de Dios es en el fracaso de la pobreza, la injusticia, la exclusión. Para Julio Lois la piedra de toque de la ética y de la experiencia religiosa era el encuentro afectante y comprometido con “el pobre, el excluido, el sobrante, el ninguneado, el don-nadie”. La presencia eucarística de Jesús dentro de la comunidad es correlativa a su presencia existencial en la persona marginada, pobre, excluida… fuera de la comunidad. Tendemos a ocultar a las víctimas, a olvidarlas, a excluirlas de nuestras fiestas y celebraciones… Y con ello nos debilitamos como seres humanos éticos y religiosos.
Un seguidor de Jesús no puede permanecer indiferente ante las pobrezas e injusticias que este mundo genera respecto a millones de seres humanos. No es ético cruzarse de manos y desatender los gritos de los necesitados, las peticiones de los excluidos, o vivir como ricos epulones cuando Lázaro llama a nuestras puertas. La ética de la hospitalidad, de la dignificación de todo ser humano -cualquiera que sea su condición-, es la clave de una existencia cristiana auténtica.
Julio Lois decía que el encuentro afectante con el pobre tiene un rostro “jánico” (dos caras): en él se puede experimentar a Dios, tal como Jesús nos lo reveló, o se puede experimentar la gran decepción, el escándalo y el rechazo o negación de Dios.
El pobre es lugar privilegiado de experiencia de Dios.Julio, como profundo creyente, evocaba las palabras de Bernanos: ”No mires nunca el rostro del mal, sin rezar”: cuando uno conecta con el mal y ora ahí le es concedido experimentar a Dios. La compasión nos des-centra y nos trans-ciende: “en el tú humano tocamos la orla del tú eterno” (Juan de Dios Martín Velasco). El “pobre”, el que “no tiene lugar digno en este mundo” es el “otro”, el “diferente” y todo lo que es “otro” nos acerca al ”absolutamente Otro”, que es nuestro Dios y a la experiencia mística. La hospitalidad hacia el pobre, el excluido, nos abre a la hospitalidad hacia Dios mismo.
Pero, por otra parte, el encuentro con el pobre es el encuentro con un fracaso y también una experiencia peligrosa. “Que el verdugo pueda triunfar sobre la víctima” (Horkheimer) es la expresión de la impotencia de Dios y del escándalo de la fe en Dios. Hay personas que no logran rehacerse ante esta tremenda sensación de fracaso que ofrece nuestro planeta, cuando pensamos en millones y millones de seres humanos empobrecidos, hambrientos, enfermos y al borde de la muerte.. ¿Cómo reconocer a Dios, cuando al parecer nada hace para evitar el sufrimiento de sus criaturas, y se olvida de su Alianza con la humanidad, dejándola en manos de la injusticia? Por eso, Julio comprendía a quienes en su lucha por la justicia llegaban a rechazar al Dios de la religión y al mismo sistema religioso cuando se aliena en la búsqueda del poder y del dinero.
Julio Lois respondía a estas objeciones diciendo que era necesario “dejar a Dios ser Dios”. Y Dios es Dios retirándose para que el ser humano sea humano, libre, compasivo, providente. Dios crea espacios para que el ser humano asuma el protagonismo histórico que le compete y no sea solo un compañero pasivo de la Alianza. Dios no nos disminuye y por eso tiene todo el derecho a esperar de nosotros aquello que podemos dar con nuestro compromiso y nuestra imaginación creadora.
Julio luchó para que el Reino de Dios venga, se haga presente en medio de nosotros; luchó con las armas de la teología y a veces de la contestación, por un mundo nuevo, una iglesia nueva. Se está despidiendo de la tierra una generación de luchadores y luchadoras que todavía no vislumbran en lontananza la llegada de la tierra utópica que han soñado. Quizá hayan pensado en más de una ocasión: “en vano me he cansado”. Irán desapareciendo poco a poco del escenario de la historia… Creo que hay que reconocer que eran personas enviadas por el Espíritu para sacarnos de nuestro sopor, de nuestro aburguesamiento y de nuestra falta de pasión. Julio nos ha dejado. Pero su actitud última no ha sido de desesperación. Todo lo contrario, en el momento más serio de su vida ha confesado su esperanza en la tierra utópica con este bello texto que transcribo:
“El sufrimiento derivado de la finitud de la creación y la palabra penúltima de todos los verdugos serán sepultados en el amor de Dios que tiene la última palabra para enjugar toda lágrima, superar toda contradicción, dar vida definitiva a los muertos y hacer que Él sea todo en todas las cosas” (Julio Lois).
La JMJ y la muerte de Julio Lois nos interpelan como dos palabras del Espíritu en nuestra tiempo. De seguro que esa juventud tan generosa de cualquier tendencia o grupo habría recibido conmovida y enardecida la catequesis de las grandes convicciones del creyente y teólogo Julio Lois. De seguro que el Espíritu no desaprovechará la oportunidad para que Julio Lois, con su pensamiento y su pasión, renazca en las nuevas generaciones que sueñan un mundo nuevo.
1 comentario:
Tenemos miedo, a mi parecer, a reconocer que en el "otro ninguneado" está Dios mismo...humanizar a Dios nos espanta. Sin embargo reconozco humildemente que ésta tarea sin la fuerza de Dios es imposible.
Publicar un comentario