Mañana haré con la
gente de la parroquia lo mismo que hice el domingo pasado con los residentes de
La Arbolada: administrar a quien lo desee el Sacramento de la Unción de Enfermos.
Fue la Pascua del enfermo celebrada a nuestro estilo.
No quise narrarla
entonces porque me pareció que podría caer una vez más en sensiblería; y lo
pospuse. Ahora, con más sosiego y un poco distante, lo digo. Sólo eso.
Me impresionó la
docilidad que mostraron, la quietud con que lo recibieron y la resignación con
que me ofrecieron su frente y sus manos para que se las ungiera. Sólo al
terminar la celebración se permitieron romper el silencio. Nadie me acompañó en
el canto de la Comunión.
Ahora tomo prestado
esto del que firma más abajo:
¿DÓNDE ESTÁ LA ABUELA?
Buenos días, mamá,
¿dónde está la abuela?
Hija, en la residencia.
Pero, madre,
no te das cuenta
que me dejas sin abuela,
sin mimos,
sin caricias,
sin recuerdos;
sin rosquillas,
sin propinas.
Hija, qué cosas tienes;
con lo bien que la cuidan,
con lo bien que la lavan,
con lo bien que la peinan.
Por qué no la cuidas tú,
en vez de tanto paseo,
tantas cenas con amigas,
tanto gato y tanto perro.
Tu perro, es un perro;
tu gato, es un gato;
tu madre, es mi abuela
¡y la quiero tanto!
No te enfades, cariño,
y no compares
al culo del perro
con el de mi madre.
Además…
allí tiene médicos,
farmacia siempre abierta,
juega a la cartas,
se echa la siesta;
enfermeras y enfermeros
día y noche la velan;
¡ah!… y todos los meses
iremos a verla.
A mí no me engañas,
ni la engañas a ella,
que el día que se muera,
se morirá de tristeza.
Luego, no le lleves
flores a la iglesia,
ni le encargues misas
ni digas: qué buena era.
Lo que yo quiero,
lo que quiere mi padre,
lo que quiere mi abuela
es estar en casa
con su hija
y su nieta;
y servir para algo
hasta que se muera.
Andrés C. Bermejo González
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