Corría el año 1965, el concilio Vaticano II estaba acabando
y un grupo de obispos pertenecientes a “Iglesia de los pobres” se reúne para
celebrar la Eucaristía en las catacumbas de Santa Domitila, Roma. Allí firman
el “Pacto de las Catacumbas”. Luego quinientos obispos más se adhirieron al
documento, cuyo título era “El pacto de la Iglesia pobre y servidora”; esto
explica, en opinión de José Oscar Beozzo, -sacerdote, teólogo, reconocido historiador de la Iglesia y de Brasil,
asesor de obispos y experto en el Concilio Vaticano II-, su
impacto en prácticamente toda la Iglesia, desde Europa, pasando por Asia,
África y llegando a América Latina, donde se encontraba el grupo más numeroso
de obispos comprometidos con esa línea de pensamiento y acción.
Entre los promotores
de aquel pacto estaban Dom Helder Cámara, obispo de Recife, Brasil, y monseñor
Alfred Ancel, obispo auxiliar de Lyon, Francia. De allí surgiría Medellín y
mucho después Puebla. Y entre medias una legión de obispos y profetas que han
sido conocidos como integrantes y forjadores de la teología de la liberación.
Aprovechando que el
papa Francisco ha expresado su deseo de que «ojala la Iglesia fuera pobre y
para los pobres»,
no está de más sino todo lo contrario, publicar aquel documento que brotó de los
trabajos de los padres conciliares, y, aunque no consiguió el apoyo suficiente
para formar parte de sus conclusiones finales, ha sido desde entonces guión de muchas
personas en la iglesia posconciliar y podría ser desde ahora hoja de ruta para
la multitud que formamos la iglesia actual. ¿Estaríamos de acuerdo?
El Pacto de la Iglesia pobre y servidora
“Nosotros, obispos, reunidos en el Concilio Vaticano
II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el
evangelio; motivados los unos por los otros en una iniciativa en la que cada
uno de nosotros ha evitado el sobresalir y la presunción; unidos a todos
nuestros hermanos en el episcopado; contando, sobre todo, con la gracia y la
fuerza de nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los
sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el pensamiento y
con la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los
sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de
nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que
Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo que sigue:
1. Procuraremos vivir según el modo ordinario de
nuestra población en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción, y a todo
lo que de ahí se desprende. Cfr. Mt 5, 3; 6, 33s; 8-20.
2. Renunciamos para siempre a la apariencia y la
realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (ricas vestimentas, colores
llamativos) y en símbolos de metales preciosos (esos signos deben ser,
ciertamente, evangélicos). Cfr. Mc 6, 9; Mt 10, 9s; Hech 3, 6. Ni oro ni plata.
3. No poseeremos bienes muebles ni inmuebles, ni
tendremos cuentas en el banco, etc., a nombre propio; y, si es necesario poseer
algo, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales o
caritativas. Cfr. Mt 6, 19-21; Lc 12, 33s.
4. En cuanto sea posible confiaremos la gestión
financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes
y conscientes de su papel apostólico, para ser menos administradores y más
pastores y apóstoles. Cfr. Mt 10, 8; Hech 6, 1-7.
5. Rechazamos que verbalmente o por escrito nos llamen
con nombres y títulos que expresen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia,
Monseñor…). Preferimos que nos llamen con el nombre evangélico de Padre. Cfr.
Mt 20, 25-28; 23, 6-11; Jn 13, 12-15.
6. En nuestro comportamiento y relaciones sociales
evitaremos todo lo que pueda parecer concesión de privilegios, primacía o
incluso preferencia a los ricos y a los poderosos (por ejemplo en banquetes
ofrecidos o aceptados, en servicios religiosos). Cfr. Lc 13, 12-14; 1 Cor 9,
14-19.
7. Igualmente evitaremos propiciar o adular la vanidad
de quien quiera que sea, al recompensar o solicitar ayudas, o por cualquier
otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a que consideren sus dádivas como una
participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social. Cfr.
Mt 6, 2-4; Lc 15, 9-13; 2 Cor 12, 4.
8. Daremos todo lo que sea necesario de nuestro
tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de
las personas y de los grupos trabajadores y económicamente débiles y
subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la
diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor
llama a evangelizar a los pobres y trabajadores, compartiendo su vida y el
trabajo. Cfr. Lc 4, 18s; Mc 6, 4; Mt 11, 4s; Hech 18, 3s; 20, 33-35; 1 Cor 4,
12 y 9, 1-27.
9. Conscientes de las exigencias de la justicia y de
la caridad, y de sus mutuas relaciones, procuraremos transformar las obras de
beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que
tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos
públicos competentes. Cfr. Mt 25, 31-46; Lc 13, 12-14 y 33s.
10. Haremos todo lo posible para que los responsables
de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en
práctica las leyes, estructuras e instituciones sociales que son necesarias
para la justicia, la igualdad y el desarrollo armónico y total de todo el
hombre y de todos los hombres, y, así, para el advenimiento de un orden social,
nuevo, digno de hijos de hombres y de hijos de Dios. Cfr. Hech 2, 44s; 4,
32-35; 5, 4; 2 Cor 8 y 9; 1 Tim 5, 16.
11. Porque la colegialidad de los obispos encuentra su
más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en
miseria física cultural y moral -dos tercios de la humanidad- nos
comprometemos:
a compartir, según nuestras
posibilidades, en los proyectos urgentes de los episcopados de las naciones
pobres;
a pedir juntos, al nivel de organismos
internacionales, dando siempre testimonio del evangelio, como lo hizo el papa
Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y
culturales que no fabriquen naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino
que permitan que las mayorías pobres salgan de su miseria.
12. Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en
caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y
laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio. Así,
nos esforzaremos para “revisar nuestra
vida” con ellos;
buscaremos colaboradores para poder ser
más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
procuraremos hacernos lo más humanamente
posible presentes, ser acogedores;
nos mostraremos abiertos a todos, sea
cual fuere su religión. Cfr. Mc 8, 34s; Hech 6, 1-7; 1 Tim 3, 8-10.
13. Cuando regresemos a nuestras diócesis daremos a
conocer estas resoluciones a nuestros diocesanos, pidiéndoles que nos ayuden con
su comprensión, su colaboración y sus oraciones.
Que Dios nos ayude a ser fieles”.
(Catacumba de Santa Domitila, Roma, 16 de noviembre de
1965)
2 comentarios:
No las conocía pero me encantan estas conclusiones, sobre todo la nº 10, justicia, justicia social vs la caridad o la versión que de la caridad se ha hecho y practicado.
Y una vez explicitado por el Papa Francisco su deseo de que la iglesia sea pobre y para los pobres, nadie mejor que él está en disposición de poner en marcha la maquinaria rumbo a ese objetivo. Así que yo también digo ¡Ojalá!. Oye, y en todo caso, si quiere asesores para llevarlo a cabo ahí estás tú con tu ejemplo, que vengan y vean, es fácil ¿no?. Además, estamos en unos momentos históricos en los que un cambio de rumbo de la iglesia católica sería muy bien recibida por millones de personas en todo el mundo y tendría un éxito total y le daría la autoridad moral que ahora no tiene por muchíiiisimas razones.
Ahora bien, hay que pasar de las palabras a los hechos. Si el Vaticano dice: que la iglesia española pague ya el IBI y después que deje de apropiarse de bienes inmuebles por el morro, yo me hago seguidora y fan, te lo prometo.
Besos
Que la titularidad de edificios y fincas esté en la iglesia católica y no en otras manos, asegura que no vuelva a suceder el robo a manos llenas de los tiempos de la desamortización de Mendizábal. Ya sabes qué pasó y sigue pasando con el monasterio de Moreruela.
Conozco pueblos en los que cuesta dios y ayuda que no desmonten las piedras de la iglesia para construir apriscos y pajares.
Sí señora, todo el mundo a pagar el ibi. No hace falta que lo diga Roma, basta que cada parroquia pase por ventanilla. Lo mismo que sindicatos, clubes de esto y de aquello, patronatos varios, partidos y similares, o sea todo el mundo a pagar y a contribuir con hacienda.
Y a ti besos.
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