Que estemos entrando
en semana santa me tiene ocupado y atento a lo que tengo entre manos. Que el
papa Francisco esté en el candelero de los medios de comunicación y cada día
sorprendan con noticias viejas que ofrecen como nuevas, me distrae un tanto y
me ocupa algo menos. Pero que por todo lo anteriormente escrito vaya a resultar
que me olvido del aniversario de monseñor Romero, eso si que no.
Y van treinta y tres
años. Y su recuerdo sigue vivo, porque es el pueblo el que atiza el rescoldo.
Juntar en una misma
fecha estos tres “motivos” me está sugiriendo una broma ingenua. No caeré en
publicarla, sólo la mantendré en el pensamiento.
Pero tres cosas digo:
si es domingo de ramos y hay que estrenar, yo estreno. Aún no sé qué, pero algo
encontraré en el armario.
Dejemos a Francisco,
papa, y no le metamos prisa. Preparémonos, porque tanto importa lo que él diga
o haga, como lo que nosotros estemos dispuestos a hacer. Incluso yo diría que
mucho más, ya que también en número le superamos.
Y a monseñor Romero
que me lo dejen en paz, que no hace falta que lo suban a ningún altar, que sin
peana está muy bien. Además, como
el buen capitán que era, estoy convencido de que no lo aceptaría si antes no se
lo dan a los mártires salvadoreños: diez le precedieron, quince le siguieron.
¿Es mucho pedir veintiséis coronas? Pues, o tody, o nada.
1 comentario:
Bien dicho, Míguel, estoy totalmente de acuerdo. Las cosas o se hacen bien o no se hacen.
Besos
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