Foto de un servidor, en los tiempos en que fumaba en pipa y peinaba color caoba natural, barba incluida. (Visita al Zoo madrileño con la tropa. 1990) |
Es (era) jueves santo
y hay (había) que ir a la misa crismal, empieza (empezaba) a las 10:30. Aviamos
el paso para volver antes del pinar. Hace (hacía) una mañana cálida, pero el
aire huele (olía) a húmedo.
Tras deshojar la
margarita, si en coche, en bus o en bici, me decanto (decanté) por esta última,
y llego (llegué) en poco más de veinte minutos, con casi otros veinte para
saludar a amigos y conocidos, todos compañeros. [Ya no pienso poner más verbos
en tiempo pasado].
A Agustín le
sorprendo por el pésame que le doy, soy el único me dice. Pero está animado
porque con el nuevo papa todo parece que adquiere un sentido también nuevo,
diferente.
Me avisan de que hay
casullas disponibles; digo que no. Se extrañan.
Cuando hay concelebración,
quien preside usa casulla, y el resto sólo alba con estola. Es lo usual. Pero
en mi diócesis, desde que con motivo de la fiesta de la beatificación del padre
Bernardo de Hoyos se hicieron quinientas casullas iguales para igualar a todos
los presbíteros, fueran obispos, arzobispos, cardenales o simples curas, desde
entonces parece que es costumbre usarlas a mansalva.
Así que me encuentro
con que no me sacan en la foto. Ni soy laico, ni parezco celebrante. Estoy en los límites, en una extraña frontera, ni en un lado ni en el otro.
Al final, descubro allá
arriba a Agustín, que está igual que yo, sólo que con una estola blanca con
franjas rojas. Uf, suspiro de alivio.
Termina al fin una
celebración para mí plena de sentido eclesial, pero con una pizca de regusto
hacia los clérigos, que tienen muy claro que están separados del resto del no
suficientemente tenido en cuenta Pueblo de Dios, y a duras penas consigo salir
de la catedral porque en ese momento entra en tromba la cofradía universitaria
del Cristo de la Luz. Les pilló un chaparrón fuera y corrieron a
ponerse a cubierto. Pobres, algunos iban descalzos.
Me quedé pensando,
según me dirigía a por mi vehículo, que qué cosas, el pueblo fuera, bajo el
agua, y el clero dentro, bajo techo.
En estas, por la
calle Regalado para abajo, iniciando el pedaleo pretendo comprobar si fue mi
móvil el que sonó durante la ceremonia, y he aquí que me asalta un municipal
mano en alto; me paro, y empieza a increparme amenazando con multarme por
manipular un teléfono mientras conduzco. No hubo manera de que entendiera que
ni hablaba por él, ni pretendía hacerlo. «Como siga discutiéndome se gana
una multa soberana, por lo menos de ochenta euros».
«Haga lo que usted
tenga que hacer, pero no estaba hablando por teléfono». Se retiró, me callé (¿o fue al revés?) y
seguí dándole a los pedales.
El resto es historia.
Un jueves santo completo. Disfruté del baño antes de comer, me zampé un arroz
que casi parecía paella, celebré dos “in coena Domini” y terminamos con una
“hora santa” para ocho personas que se alargó a los setenta minutos pasadas las once de la noche.
Mañana –o sea hoy– es
viernes, santo para más señas.
3 comentarios:
¿Por qué el pésame a Agustín? Ya que lo mencionas la curiosidad me puede y tengo que preguntar, tú dirás. Lo de la casulla me parece genial ¿por qué los fuegos fatuos les gustan tanto a tus colegas?, supongo que es cosa de la ley de la compensación, soy lo que soy pero hoy, en este lugar y con la expectación de los fieles, revestido de casulla soy la hostia ¿no?, o algo así. Lo que me parece fuerte es lo del guardia con el rollo del móvil, Míguel, y tú, haz el favor de no volver a cogerlo ni para mirarlo, no por la multa, que también (80 eurazos son un fortunón), si no por que te puedes despistar un pelín y tener un accidente a lo tonto y esto no se repara fácilmente.
La foto es estupenda, te recuerdo así "talmente" ¡qué tiempos!, lo que se me escapa es la relación entre la foto y el texto o es que a lo mejor no tiene ninguna y es un capricho del autor, en esto también, tú dirás.
Feliz viernes santo, guapo, besos
Te parecías un poco al Capitán de Tintín... :)
Ya que preguntas, te respondo, Julia: Agustín es el nuevo y flamante secretario de la delegación episcopal para la defensa de la fe, es decir, el encargado de controlar al personal para que se mantenga dentro de los estrictos márgenes de la ortodoxia. Independientemente de quién sea el jefe, un cancerbero es un carcerbero, y un perro guardián es eso mismo, un perro guardián. Al que se pase, mordisco.
En cuanto a lo del móvil en la calle Regalado, vacía de vehículos y convertida en puramente peatonal, no deja de ser una pasada. Si llego a ir con hábito y cupirucho, me abre paso en lugar de darme el alto. Pero como iba en bici y con cara de pardillo, me llamó la atención. Claro que fue para mi seguridad. Se merece un premio.
La foto es una simple y pura chanza. Suelo pasar desapercibido, incluso cuando voy de jefe y responsable del cotarro. Es mi sino.
Besos.
¿Capitán de Tintín? Y dónde me ves la gorra de capitán al mando, Carmen? Ni una mala barquichuela a remos, ni siquiera una piragua. Un simple trotamundos.
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