No apelaré a castigo divino ni a posible advertencia por alguna
deuda pendiente que pudiera estar sobre la mesa. Ni se estila ya esta forma de
explicarlo, ni supongo que haya motivo para pensar en ello.
Porque ayer hubo tormenta en mi ciudad. Cayeron rayos y
pedriscos. Y el agua hizo de las suyas, como ocurre cuando de repente llueve
torrencialmente tras muchos meses de persistente sequía.
Los bomberos tuvieron trabajo y lograron salir victoriosos de
la dura prueba a que cada año por esta época suelen verse sometidos.
Salvo el encharcamiento del jardín parroquial, que vino de
maravilla para lilas, rosales y demás, a nosotros nos respetó la salida de la
catequesis, porque esperó justo el momento en que ya el último estaba a buen
recaudo.
No se libró, sin embargo, la parroquia vecina de Parque
Alameda.
Su reluciente por recién construida iglesia del Beato
Florentino, sufrió un duro quebranto del que tardará en reponerse, salvo que
alguien se apiade y apoquine buenos euros en su ayuda.
Así ha quedado la pobre.
Nadie sabe cómo ha sido. Unos dicen que si fue un rayo. Otros
dicen que tuvo que ser una onda magnética. El viento no pudo ser, porque no se
movió una rama en todo el tiempo que duró el nublado. Y el agua, apenas quince
litros por metro cuadrado, no fue tan abundante como para ocasionar el
desastre.
El caso es que esa cubierta a base de piedra de Salamanca,
saltó por los aires como si algún gigante polifemo hubiera estornudado sobre
ella.
La conocida iglesia de “las siete campanas” bien pudiera pasar
a partir de ahora a conocerse como la de “las piedras voladoras”. Y cada cacho
de piedra de esas pesa más de cincuenta quilos.
Esto es un suponer, porque no hubo testigos; o al menos eso me
han dicho. Parece ser que un catequista que en ese momento estaba con su grupo
en plena faena, oyó un zumbido muy fuerte antes de que todo se viniera abajo.
Pero al estar el templo en medio de un descampado, en aquellos momentos no
debía haber ningún bicho viviente ante el diluvio que caía. De modo y manera
que serán los investigadores profesionales los que tengan que devanarse la
sesera para encontrar la razón de tal desaguisado.
Yo, particularmente, tengo mi teoría. Ahora no la voy a exponer
aquí; pero quienes me conocen ya lo saben, porque no he dejado de criticar ese
tipo de tejado para un edificio semejante.
Tal vez se trate de una penitencia que alguien deba asumir por
sus pecados. Si este fuera el caso, que haga propósito de la enmienda y se
confiese.
¡Ah! que me olvidaba. ¡Y que se lleve a su casa esos cascos!
2 comentarios:
Bueno, bueno, se ha venido abajo este techo...tal vez no estarían bien ancladas las losas y a la primera inclemencia como las fichas de dominó, unas han arrastrado a las otras. Si en vez de tanto diseño, se hubieran puesto las tejas clásicas, más barato y más seguro.
Pero la lamentación de nada sirve. Es una pena.
Que pases un buen miércoles de Pascua.
Tienes razón, Anna, es una auténtica pena.
Gracias. Igualmente.
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