Cuando la conocí se
llamaba Áurea. Nos avisaron que había un grupo de personas acampadas al raso en
una zona cercana al barrio, y allí fuimos. Una pareja y tres criaturas. Hicimos
cuanto estaba en nuestra mano en aquel momento, acercarles ropa y alimento, y
un toldo siquiera para que la helada no los matase. Luego se hicieron con un
cacho caravana, pero no se movieron del lugar. Y creo recordar que así pasaron
el resto del invierno. Puede que fuera 1990 ó 91.
Resultó que en
realidad su nombre era María Luisa. Y ahí tuvimos que intervenir ante el señor
fiscal para que no la enchironaran por usurpación de personalidad. Saltó la
liebre porque la mayor de las criaturas estaba sin escolarizar, y la municipal
investigó.
José A., el marido,
hacía lo que podía recogiendo cartones y chatarra, o sea, nada. Aún así, aquel
año tuvieron otra criatura. Aquello sí que me pareció milagroso.
Mejoraron cuando les
cedieron temporalmente una vivienda social, desde las asistencias municipales, pero
les cambiaron a la otra punta de la ciudad. No obstante, seguíamos en contacto,
suministrando cuantos alimentos y ropa estaban a nuestro alcance.
Les echaron de la
casa, pegaron patadas sucesivamente a cuantas puertas cerradas de casas vacías
pudieron encontrar, y a la vuelta de los años, volvieron a aparecer en este
barrio.
Él parece que
consiguió una pensión no contributiva, y ella quedó convertida en abuela.
De casa en casa, de
puerta en puerta, pidiendo y recibiendo lo que buenamente les daban. Por aquí
no dejaron de venir. Sin trabajo, no hay otra manera de mantenerse una familia
que empezaba a ser numerosa.
La última vez que los
he visto ha sido esta misma tarde. No me pude parar porque volvía con mis
perritos del paseo y José A. traía otro del ramal, y se enzarzaron a ladridos;
sólo saludé con un hola. Cuando llego a casa me entero de que María Luisa estuvo
aquí a finales de octubre, y venía asustada; un bulto en su espalda era el
motivo.
Resultó maligno y
hace unos días apenas que murió. Exactamente el 22 de noviembre. Hoy venían a
ver si había algo de ropa negra.
Tuve muchas veces en
mis manos su carné de identidad, pero ignoro su edad. Cuando conocí a
Áurea/María Luisa, yo calzaba veinte años menos y ya sabía que este mundo es
muy difícil de cambiar, casi imposible.
Total, qué
importancia tiene ahora esta minucia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario