En mi casa siempre huele a café y a tabaco. Eso y lo que cocine en el momento.
En mi casa no hay orden ni concierto, sino un cierto desorden concertado, o si se prefiere un desconcierto ordenado. Cada cosa ocupa un sitio, que no tiene necesariamente que ser el suyo, y hay sitio de sobra para todas y cada una de mis cosas. Y si es menester, se amontonan y ahorramos espacio.
Mi casa no está limpia, ni lo parece. Pero tampoco está sucia, aunque lo parezca. Está… digamos que “a mi manera”.
Nunca nadie que no fuera yo ha limpiado y ordenado mi casa, salvo E que lo ha hecho durante los últimos tres años. En un momento de debilidad cedí a los consejos de personas que se preocupan por mí y que no les hace gracia verme con el mandil a la cintura, el pañuelo en la cabeza y el cepillo y la fregona en mis manos.
Tres años, pero se acabó. Si yo mancho mi casa, yo la limpio. Y si la limpio mal, es mi problema.
No me duelen prendas en reconocer que soy vergonzoso, y que siento cierto pudor de que me hagan la cama, me quiten el fregadero y me higienicen el cuarto de baño. Eso corresponde a mi intimidad más íntima y, ya digo, han sido tres años, pero son historia.
Agradezco a la propietaria del blog Otoño casi invierno que colocara ayer este baldosín, porque expresa ferpectamente lo que quiero de mi casa. Ni más, ni menos.
2 comentarios:
;). Beso.
Esto podría haberlo escrito yo, palabra por palabra: quitando que en vez de tres años fue uno y que jamás se ha procupado nadie por mí viéndome con el mandil y la fregona, ni aún en los momentos en los que tenía un bebé y un crío de dos años. Supongo que porque a las mujeres, tengamos la edad que tengamos, se nos sigue suponiendo esa actividad como evidente.
Con tu permiso y el de la amiga bloggera me apropio del baldosín, que también es lo que quiero de mi casa. Abrazos.
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