Tarde de domingo

Un dimanche après-midi à l'Île de la Grande Jatte (1884-1886), Georges Pierre Seurat (1859 – 1891)


De siempre las tardes de domingo me han resultado raras. Nunca he acertado a llenarlas a satisfacción. Desde que recuerdo.
En mi época más juvenil, entre los juegos de mesa tras la comida y el fútbol televisado justo antes de la cena, agotábamos la semana en los días en que no había paseo colectivo o visita a la casa paterna. Eso en el seminario, porque en el convento el asunto estaba del todo controlado, hasta el último detalle.
Más tarde, ya en el pueblo, nos animábamos solos, ya que otras diversiones no nos estaban permitidas, organizando con la tropa infantil paseos por el campo, bailes en la panera de la casa rectoral, o parchises, ajedreces y ocas a mogollón.
¡Qué largas las tardes de domingo en invierno! Claro que siempre salía alguna cosa con qué estar entretenidos. Ya estamos de vuelta a la gran ciudad, y el barrio no tiene ná de ná. Así que cualquier cosa que se intentara salía seguro. Cine, unos días. Paseo pinariego, otros. Manualidades bajo techo o juegos en plena calle, los demás. Natural, la calle era del todo nuestra, incluído el barro.
En los últimos tiempos me es suficiente con dormir la siesta, pasear con mis perrillos, bañarme en piscina climatizada y preparar la semana que enseguida comienza. Pura rutina.
Y rutinaria ha sido la tarde que pasó. Tenis, ganamos. Paseo, ganamos. Baño, gané y la vuelta americana me salió redonda. Baloncesto, ganamos.
Descubro que no es raro esto que me ocurre a mí, y que muchas personas, con mejor saber y escribir, lo expresan tal que así:

Algunas Tardes De Domingo Tienen Los Ojos Tristes
de Ángeles Carbajal

Algunas tardes de domingo tienen
los ojos tristes.
Es como si en ellas
  se hubiera detenido la vida para siempre.
  Lirios azules, pensamientos,
silenciosa enredadera de las madreselvas;
las humildes flores de la estación tiemblan.
Un tren se pierde borroso en la lejanía
  y es la imagen de un tiempo que no existe;
un cuadro, una inquietante eternidad.
Otro silba y pasa como el vértigo.
El universo se precipita en su abismo.
Pero los rostros de los viajeros
no se inmutan, todo parece irreal,
extrañas figuras
en un tren absurdo como la vida.
Y dan pena los campos, su verde esplendor
como dispuesto para algo, algo hermoso,
algo feliz. Da pena el verde solitario.
Y nadie sabe qué luz extraña se posa en las paredes.
Y nadie sabe 1o que busca en esas tardes,
ni la razón de su maniática tristeza.
Y nadie sabe por qué
le ahoga su corazón sin nadie.

* * *

El Sueño Del Domingo (por La Tarde)
de Giovanna Pollarolo

El locutor atropella sus palabras
cada jugada anuncia el gol que no llega
  Inca Kola la bebida de sabor nacional
¿Arde su carro ?
Llévelo a Automotriz Rivarde
antes de que sea tarde.
Domingos por la tarde :
él echado en su cama sin zapatos
en bividí
la radio a todo volumen
ella plancha y murmura
los sábados los odio
y los domingos… los detesto.
  Después del almuerzo familiar
rociado con vino que no tomamos
entre el ir y venir de platos
sólo esperamos el click de la radio
  para ser expulsadas al lado de la cocina
y poner orden al desorden de la fiesta.
Me juro que cuando sea grande
no seré como ella
y él al que aún no conozco
no será como él :
en mis días no habrá plancha
ni fútbol ni lamentos.
Los domingos por la tarde
sólo tiene voz el locutor
él vibra por la pasión de un gol
olvidado ya del amor
ella sólo murmura
yo sueño con mis Domingos de Gloria.

* * *

Una tarde de domingo
de Luis Alberto Prieto

Otra tarde de domingo
rodeado de soledad,
con un mate como amigo
y aquello que ya no está.

Tantas vivencias pasadas,
tanta historia, tanto más,
que llegan a mi memoria
viniéndome a acompañar.

Es mi pasado hoy presente,
es mi talvéz, mi quizá...
de haber sido diferente...
Cómo sería hoy mi andar...?

Mas... mi alma está conmigo,
ella y yo, y nadie más...
en éste domingo mío
y un mate... que frio está!

* * *

Otra tarde de domingo
de Gabino Alejandro Carriedo (El libro de las premoniciones)

Llama a la puerta el ogro
de la soledad.
El ogro abominable
de la soledad.
El del silencio, el de ecos
imposibles.
el de llantos lejanos de niño,
el de niñas jugando en el próximo
jardín,
el ogro de la soledad.
El de sombras crecientes en la tarde
del cuarto de estar.
El del tic-tac inexorable
del reloj compañero.
Viene el ogro desmantelando
las últimas ilusiones,
las llamadas últimas
de la esperanza.
El ogro de la orfandad
dominguera y vacía.
El del avión
que cruza el cielo.
El del teléfono callado,
el del retrato inmóvil.
El ogro de la copa repetida
y el libro abandonado.
Llama a la puerta el ogro
de la terrible soledad.
Preámbulo del silencio
antesala de la muerte
presagio al fin final
donde nada acontece.
Ni te llama.
Ni te espera.

* * *

Paisaje Humano
de Alejandro Marat

Estoy seguro
que en el Parque "El Arenal"
los domingos nunca te veré, nunca
Porque las tardes del Domingo en el Arenal
son como una despedida
como un martillazo
en la zona más azul
del corazón.
Atados a las sombras de la tarde
seres con aspectos de furia
y destinos errantes
todos los domingos
llenan sus horas
de pequeñas alegrías
y dulces ilusiones pasajeras.
Hay cojos con bastones de plumas
Predicadores internacionales
Enanos vendedores de boletos de circo
Ciegos de nocturna mirada
Troskistas vociferando
contra el imperialismo
Hay fotógrafos que te hacen subir
a tu hijito en un caballito de madera
para la foto del albúm.
También abundan los sacasuertes
esos que te dicen "Usted tiene mal de ojo"
camine siempre hacia la izquierda
y no haga caso a las malas señales.
Los bancos siempres están ocupados
las tardes del domingo en el Arenal
por parejitas que se abrazan
vergonzosamente
y madres solteras que hacen el papel
de niñas solitarias y románticas.
Un hombre con gafas oscuras
constantemente extiende su mano
mientras exhibe en su pecho
un cartel que dice: "soy sordo y ciego"
"Cuide su silueta
Pésese por un boliviano"
De pronto, un vendedor de refrescos
parece llegar del cielo.
Y la muchedumbre se amontona
como moscas en el lodo
Ah! todos beben en la calurosa
tarde del domingo.
Los niños de narices sucias
El evangelista de camisa blanca
Los coléricos troskistas
Los acróbatas y las cholitas
Los vendedores de globos y bolitas
y hasta una mujer gorda
vestida de guardia municipal.
Al otro lado de la plaza
un joven de sombrero negro
con un enorme cuchillo
comienza a cortar zanahorias
en pequeñas rodajas
logrando que el público curioso
se acerque a ver su magistral producto
mientras que un vagabundo
con cara de boxeador derrotado
y aspecto taciturno
ensimismado en su soledad
contempla severamente a los gansos
que chapotean felices en el agua.
Y los humildes enamorados
pasean tomados de la mano
como si fuera la última tarde de amor
como si buscara permanecer ocultos
mas allá de la medianoche
con la intimidad de las palmeras
y los astros
Un niño
con una fuente de empanadas
arrodillado
frente a las sucias aguas del parque
hace mas amarga la tarde de domingo
en el Arenal.

* * *

En la doliente soledad del domingo...
de Gioconda Belli

Aquí estoy,
desnuda,
sobre las sábanas solitarias
de esta cama donde te deseo.

Veo mi cuerpo,
liso y rosado en el espejo,
mi cuerpo
que fue ávido territorio de tus besos;
este cuerpo lleno de recuerdos
de tu desbordada pasión
sobre el que peleaste sudorosas batallas
en largas noches de quejidos y risas
y ruidos de mis cuevas interiores.

Veo mis pechos
que acomodabas sonriendo
en la palma de tu mano,
que apretabas como pájaros pequeños
en tus jaulas de cinco barrotes,
mientras una flor se me encendía
y paraba su dura corola
contra tu carne dulce.

Veo mis piernas,
largas y lentas conocedoras de tus caricias,
que giraban rápidas y nerviosas sobre sus goznes
para abrirte el sendero de la perdición
hacia mi mismo centro,
y la suave vegetación del monte
donde urdiste sordos combates
coronados de gozo,
anunciados por descargas de fusilerías
y truenos primitivos.

Me veo y no me estoy viendo,
es un espejo de vos el que se extiende doliente
sobre esta soledad de domingo,
un espejo rosado,
un molde hueco buscando su otro hemisferio.

Llueve copiosamente
sobre mi cara
y sólo pienso en tu lejano amor
mientras cobijo
con todas mis fuerzas,
la esperanza.

* * *

Embriáguense
de Charles Baudelaire

Es preciso estar siempre ebrio.
Esto es todo: la unica cuestión.
Para no sentir la horrible carga del tiempo
que desgarra vuestros hombros
y os inclina sobre la tierra.
Es preciso embriagarse sin tregua.

Pero ¿de qué? De vino, de poesia o de virtud,
como os parezca. Pero embriagaos.
Y si alguna vez, en las escaleras de un palacio,
en la verde hierba de una zanja,
en la triste soledad de vuestro cuarto os despertáis,
disminuida o desaparecida ya la embriaguez,
preguntadle al viento,
a la ola, a la estrella,
al pájaro, al reloj,
a todo lo que huye,
a todo lo que gime,
a todo lo que rueda,
a todo lo que canta,
a todo lo que habla,
preguntadle qué hora es.

Y el viento, la ola, la estrella, el pájaro,
y el reloj, os responderán: "Es la hora de embriagarse!
¡Para no ser martirizados, esclavos del tiempo,
embriagaos, embriagaos sin cesar!
De vino, de poesía o de virtud,
como os parezca.

* * *

Poema del Domingo Triste
de José Angel Buesa

Este domingo triste pienso en ti dulcemente
y mi vieja mentira de olvido ya no miente.
La soledad a veces es peor castigo,
ah, ¡pero qué alegre todo si estuvieras conmigo!
Entonces no querría mirar las nubes grises
formando extraños mapas de imposibles países
y el monótono ruido del agua no sería
el motivo secreto de mi melancolía.
Este domingo triste nace de algo que es mío,
que quizás es tu ausencia y quizás es mi hastío,
mientras corren las aguas por la calle en declive
y el corazón se muere de un ensueño que vive.
La tarde pide un poco de sol, como un mendigo,
y acaso hubiera sol si estuvieras conmigo,
y tendría la tarde, fragantemente muda,
el ingenuo impudor de una niña desnuda.
Si estuvieras conmigo, amor que no volviste.
Oh, ¡que alegre me sería este domingo triste!

* * *

XL
de César Vallejo

Quién nos hubiera dicho que en domingo
así, sobre arácnidas cuestas
se encabritaría la sombra de puro frontal.
(Un molusco ataca yermos ojos encallados,
a razón de dos o más posibilidades tantálicas
contra medio estertor de sangre remordida).
Entonces, ni el propio revés de la pantalla
deshabitado enjugaría las arterias
trasdoseadas de dobles todavías.
Como si nos hubiesen dejado salir! Como
si no estuviésemos embrazados siempre
a los dos flancos diarios de la fatalidad!
Y cuánto nos habríamos ofendido.
Y aún lo que nos habríamos enojado y peleado
y amistado otra vez
y otra vez.
Quién hubiera pensado en tal domingo,
cuando, a rastras, seis codos lamen
de esta manera, hueras yemas lunesentes.
Habríamos sacado contra él, de bajo
de las dos alas del Amor,
lustrales plumas terceras, puñales,
nuevos pasajes de papel de oriente.
Para hoy que probamos si aún vivimos,
casi un frente no más.

* * *
Es cansado, del blog El Puente
Si está uno viviendo la acedía de una tarde de domingo, y se pone uno metafísico, y uno se llamara Francisco de Quevedo, podría uno escribir versos como estos:
“¡Ah de la vida ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
Que sin poder saber cómo ni adónde,
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, un será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortajas, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.”
  Porque cuando los sentimientos y pensamientos comunes a los hombres como lo son estos de los que se habla en el poema tocan las fibras de un genio, el desconcierto o el dolor se transmutan en la belleza del arte y serán fuente de emoción para las generaciones  sucesivas. Lo que pasa es que “quevedos” hay más bien pocos. Y muy pocos serían capaces de transmutar nuestra melancolía en un verso glorioso como ese “soy un fue, un será, y un es cansado”. Pero nos emociona lo que dice Quevedo porque lo conocemos, porque nos reconocemos en los sentimientos que nos cuenta. Dicho de otro modo, el gran Quevedo y la mayoría de los mortales somos bastante semejantes en el sentir. Una preocupación eterna como es el paso del tiempo a todos nos toca el corazón en un momento u otro.


 La tarde, como una madre, anda recogiendo sus luces que juguetean en los aleros, la agenda de trabajo nos mira amenazante desde un rincón de la mesa y con facilidad puede que nuestra memoria nos lleve a revivir algún feliz momento vivido. En la tarde del domingo no hay tiempo, sino metatiempo, tiempo que nos remite al paso del tiempo. Apuesto algo a que don Francisco escribió su poema un domingo por la tarde, un puto domingo por la tarde. ¿Ves?, hasta incluso me he ido a vivir de golpe al siglo XVII, junto a ti, maestro, ¡qué jodío!

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