Lo único que se me ocurre, precisamente hoy, a la
vista de las circunstancias es que todo sigue igual, aunque las opiniones más
autorizadas y reconocidas afirman que estamos mucho peor.
Es ilusorio pensar que entonces éramos felices y ahora
ya no. Que perdimos confianza, bienestar, reconocimiento, es posible. Que hemos
ganado seguridad, fortaleza, respeto, no lo creo.
Fuimos progresivamente convenciéndonos, o dejándonos
engañar, de que avanzábamos por la buena senda. El tortazo fue descomunal. A
todos nos dolió.
Ahora nos lamemos las heridas, y seguimos siendo
perrillos falderos; limpios de pulgas, sí; pero domesticados y dóciles al son
que nos marcan, como siempre.
Donde no hay perdón, no se vive. Donde se piensa en venganza,
se muere. Donde ni se sabe ni se responde, se malvive.
Y, sinceramente, no sé dónde estamos, a pesar de los
cantos, los homenajes, las conmemoraciones.
Un mundo así no merece la pena. Claro que no tenemos
otro. Es lo que hay.
Para información complementaria:
«Furor y cólera son odiosos; el pecador los posee. Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados? Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos. Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.»
(Libro del Eclesiástico 27,33–28,9)
No hay comentarios:
Publicar un comentario