Esta noche me voy a acostar convencido de algo que ya tenía claro hace bastante tiempo: las palabras, que pueden tender preciosos puentes uniendo lo separado, con harta frecuencia excavan profundas simas que desunen, apartan y distancian.
¡Hay que fastidiarse con el poder de las palabras!
El otro día oí una frase que se me quedó grabada: “La fealdad no está en lo que se ve, sino en los ojos que miran”.
Si así fuera, referido a las palabras habría también que decir: La palabra ni ofende, ni hiere, ni desune. Tampoco lo contrario. Sólo quien la emite sabe lo que pretende con ella. Pero, ¿qué decir de quien la recibe?
Ahí ya entramos en terreno peligroso.
He leído este fin de semana varias cosas interesantes, muy bien escritas y con mucho sentimiento. Sin embargo, las reacciones que se dieron ante un mismo escrito fueron tan diversas, algunas tan agresivas, y muchas tan fuera de contexto, que ahora, pasada la medianoche, no puedo por menos de concluir que el lenguaje, ese vehículo inventado para comunicarnos, no sirve.
Habrá que volver a lenguaje primitivo, aquel que sonaba, y supongo que sabría, como besos. No me lo invento yo, lo dice El País: «Adán y Eva se entendían a besos», con toda seguridad hablaban el khoisan.
Yo, a esta hora tan intempestiva, prefiero el lenguaje de los canes. Así que voy a sentarme un rato junto a Moly a platicar con ella sobre cosas. Seguro que nos entendemos sin mayor problema.
1 comentario:
Yo creo que las palabras son un signo importante de comunicación, pero tal vez, no estamos bien preparados con nosotros mismos, no tenemos la mente clara, ni predispuesto el corazón para la aceptación, para ver desde otros ángulos. Hay una frase que me gusta mucho que dice, se impecable con tus palabras, y si todos hicieramos así, seguramente nuestro lenguaje fluiría mucho mejor.
Un saludo.
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