Por culpa de la astronomía, Gumi este mes no cumple. A febrero le falta algo, acaba antes de tiempo. ¡Qué le vamos a hacer!
La cosa no tendría más importancia si no fuera porque ¿cómo contaré el mes completo para darle sus medicinas? El prospecto es taxativo, a pesar de estar en letra diminuta: “administrar una vez al mes”. Podría haber estado escrito: “cada treinta días”. Pero no, no lo pone así. Y hay que tener cuidadín con estas cosas de la química y la farmacopea, que si te pasas o no llegas, las consecuencias pueden ser irreparables.
Tendré que hacer como con mi vecina, que también cumple un 29 de febrero. Sólo la felicito cada cuatro años en el día indicado; el resto lo hago el 28, si me acuerdo, o a partir del 1 si lo hago tarde. Al final quedamos tan contentos. Aunque ayer por la mañana, cuando se lo comenté, se encogió de hombros.
Es una lata esto de faltarle un día, o dos, según se mire.
Pasa algo parecido con las semanas y los quince días. Solemos decir, nos vemos dentro de ocho días, pero en realidad son siete, porque en la semana no caben todos. Y también nos encartamos para dentro de quince días, cuando en realidad son 14, porque dos semanas no se pueden estirar.
¡Vaya problema añadido que traía este bichejo ojopicha en la cartera!
Lo compensa con creces con su simpatía y vivacidad.
Gumi trastoca la torpe lentitud de su padre, Berto, que, mientras se lo piensa y se decide, se queda sin la galleta, porque aquél se encarga de zampársela sin ningún miramiento.
Gumi alegra la serena vejez de Moly, forzándola a jugar como si fuera una perrilla quinceañera, a sus… noventainosécuántos.
Y Gumi me exige poner en danza todas mis escasas fuerzas, para impedir que se me escurra entre las piernas cada vez que entro o salgo de casa.
Febrero se nos va antes de tiempo, y nada podemos hacer para evitarlo. De poco o de nada vale ahora echar la culpa a los emperadores romanos Julio César y César Augusto por alargar sus meses respectivos, julio y agosto naturalmente, a costa del pobre febrero. No tuvieron redaños suficientes para quitárselos a cualquier otro mes, más que nada por no desairar a las deidades correspondientes. Eso pasa frecuentemente: quien no tiene padrino, no se bautiza. Y febrero carece de dios protector, es el mes huérfano.
Pues que se largue, y que nos deje entrar en marzo, tal vez los idus esta vez nos sean favorables. Pero si no lo fueran o fuesen, tampoco pasaría nada, porque siempre nos quedará abril, que ese sí que es un mes de categoría, y tiene unos idus como dios manda. Es el mío, ¿no se nota?
(Fotos añadidas, ya entrada la mañana del 28/2/2011, para redondear, eso creo, este artículo sin sustancia.)
Aquí dejo la imagen de mi olivo. Ha traspasado la barrera invisible e incierta de los trece meses desde que lo trasplantara, y tal parece que lo tiene superado. No ha requerido ningún cuidado especial. Tampoco lo ha pedido. Él solito se ha apañado para acomodarse a la nueva situación y, aunque parece que lleva su buen tiempo sin decir esta boca es mía, estoy casi seguro de que no tardando mucho él mismo me va a indicar qué ramitas le sobran y cuáles deben permanecer. Estoy alerta a sus indicaciones. Es también un superviviente.
En cuanto a Moly, que por ahí olisquea rastros, os tengo que decir que tiene una muy seria desavenencia con los gatos de la vecindad. Sí, ya comprendo que desavenencia y vecindad pueden parecer contradictorios, pero es lo que hay; vienen a nuestro patio en plan colonizador y prepotente, usándonos como retrete y acomodo para sus escarceos nocturnos, y ella no gusta nada de nada de semejante intromisión y absoluta falta de respeto. Alguno se va a llevar un disgusto…
1 comentario:
Vaya, qué curioso. Gaia fue un cachorro abandonado que encontraron mis hijos abandonado en el campo. Al hacerle la cartilla sanitaria no sabíamos la fecha de nacimiento, así que, de acuerdo con su tamaño y desarrollo, acordamos con el veterinario que su fecha de nacimiento debió ser hacia finales de febrero y acordamos que sería el 29 de febrero. Pero hemos celebrado hoy su cumpleaños.
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