La proyección de
Doctor Zhivago que en estos mismos momentos emite la uno de televisión española
me retrotrae a mil novecientos sesenta y seis. Un día, creo recordar que del
mes de noviembre, –lo digo porque era antes de Navidad–, el superior, don Eduardo, nos dijo
en el comedor que aquella tarde iríamos al cine. Sorprendido el auditorio, la
comida continuó casi en silencio hasta llegar a la sala de juegos. Allí, por
grupos, se comentó con los nervios aflojados la experiencia nueva que se nos
acababa de proponer. Yo diría incluso que de imponer. Porque era una decisión
tomada sin contar con nosotros, aunque por los consecuentes, no sin nosotros.
Creo que fuimos
todos. En fila, como acostumbrábamos a salir de paseo por la ciudad, con
sotana, fajín, dulleta y teja; el traje talar que era preceptivo usar cuando
íbamos de paseo en comitiva.
Aterrizamos, calle
Angustias adelante, a las puertas del teatro Calderón, e hicimos cola, por
supuesto, para sacar la entrada, aunque ya alguien había pedido la ración
común. Así que la fila nos sirvió para entrar al interior, segunda fila de anfiteatro, ni cara ni barata, de las del montón.
Poco recuerdo de
aquella película que me pareció larguísima. La acción muy lenta. El argumento
poco interesante para mí, por entonces acostumbrado a las cómicas, vaqueros y
guerras sin cuartel. Una escena de cama, otra simplemente apuntada, mucha
nieve, unos diálogos que me quedaban extraños, y la vieja historia de la revolución
bolchevique.
Alguien debió pensar
que, en los albores de la renovación conciliar, los seminaristas de Valladolid
debíamos sacudirnos el polvo que nos cubría y empezar a abrir los ojos. Y la
verdad es que en aquella sesión, la de la tarde, nosotros éramos en bloque el
grupo con la edad más baja, con diferencia, respecto del resto de espectadores.
¿Fuimos los pibes vallisoletanos adelantados de entonces?
Se me quedó, eso sí, la melodía central –"el tema de Lara"–, para los restos. Y la impresión general de haberse quemado un cartucho en pura
salva; como otros más que luego vendrían y que tampoco lograron otra cosa que
producir ruido momentáneo e insustancial.
Al curso siguiente
desaparecieron los ropajes clericales y pudimos salir a la calle como
buenamente quisimos. También desapareció el latín como instrumento de trabajo
en los estudios. Seguimos cantando el gregoriano y el fútbol continuó ocupando
el primer lugar entre las aficiones colectivas, pero algo empezó a cambiar,
porque tras el verano siguiente muchos no volvieron.
El mayo del sesenta y
ocho en aquel seminario tuvo brotes adelantados.
* * * * *
Acabo de apagar la
tele, ha acabado la película. Me queda sonando el tema de Lara mientras
descubro qué cambiada está Geraldine tras el paso de los años, qué magnífica
película desperdiciaron conmigo, qué irreconocible está la estación de Soria, y
sigo sin comprender cómo se les ocurrió llevarnos al cine con aquella pinta.
¿¿¿ * * * * * ???
Ha pasado una noche y
una mañana. Tengo la mente más despierta y creo que la memoria me hizo anoche
una jugarreta. La película a la que fui, junto con mis compañeros, y todos ensotanados,
se titulaba Sonrisas y lágrimas. Ambas son del mismo año, pero tratándose de ésta
era mucho más propio que entonces fuéramos de tal guisa, en tanto que a la otra fuimos mucho
más ligeritos de ropa. Entre medias fue el cambiazo. Luego, también visionamos
Un hombre y una mujer, y hasta ahí puedo decir.
2 comentarios:
Buen año el 1966, para mi siempre será el año en el que empecé mi vida laboral en el hospital y hasta... cuarenta y seis años después allí me quedé. Mis diecinueve primaveras de 1966 las marcó este hecho. Lo de las pelis ni sé, ni me acuerdo de si iba al cine o no, me temo que no, dada la rutina de aquellos años.
A ti te ha jugado una mala pasada tu memoria pero a mi me parecía insólito, mientras leía tu entrada de hoy, que os hubieran llevado a ver Doctor Zhivago, alto riesgo para unas mentes de adolescentes con tanta carga emocional y mujeres de por medio. Me da a mi que por entonces lo del asunto conciliar o postconciliar, en este santo país, no daba para tanto. Sí me cuadra lo de Sonrisas y lágrimas, tan ñoña ella, la peli digo y la protagonista también, tan blanca, tan propia para seminaristas jóvenes casi adolescentes y púbico en general de la época. Incluida yo, por supuesto.
Lo que ha llovido desde entonces, ya no soporto ver este tipo de pelis ni siquiera estando Omar Sharif en ellas. Todo y todos cambiamos, a mi me pasa por lo menos; ya ves como estaba y como está Geraldine Chaplin, algunas nos conservamos un poco mejor de aspecto físico, el tiempo ha sido más benévolo con unos que con otros. Por eso no quiero ver ya estas pelis.
Besos
Y lo que ha escampado, que también. De vez en cuando surge alguna cosa que te hace volver la mirada al pasado.
Pero ojito, no te creas que estoy así permanentemente. Tengo tantas plantas que se mueren de sed con el calor que hace, que no sé cómo encuentro tiempo para echarles un rieguecito refrescante cada mañana. Y ya sabes que mis tres amiguitos necesitan sus paseos con regularidad perruna. Eso y otras cosas más que ahora no vienen a cuento.
Lo importante está en el ahora, lo otro es puro divertimento.
Besos
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