Esa fue la causa de
que el hermoso florero de cristal se hiciera añicos: las rosas consumen agua, y
se lo chuparon todo.
Aquella mañana llegó C a toda prisa con un puñado de
rosas, cinco minutos justos antes de empezar la celebración. Con el tiempo ya
vencido las coloqué en el jarrón que me parecía más apropiado por su boca, ancha pero no demasiado. Quedó dabuten a pesar de mi precipitación. A la tarde
vuelvo a llenarlo de agua y así me aguanta hasta mañana, me dije. Pero me olvidé.
Al día siguiente, al encender los ventiladores se produjo el accidente.
No es un florero
cualquiera, tiene nombre y apellidos, y hasta fecha, demasiado atrás para
recordarla. Por eso me niego a reconocer que se ha hecho añicos y hay que
tirarlo a la basura.
Aprovechando que el
Pisuerga pasa por aquí y que acabo de adquirir un frasco de pegamento, he
tratado de recomponerlo hasta donde he encontrado los cachitos.
Como faltan algunos,
mañana mismo vuelvo a barrer el suelo a ver si tengo suerte. Y si no, probaré
otra cosa, pero este jarroncillo de cristal antiguo va a seguir prestando
servicio en honor de doña Teodora. ¡Voto a bríos!
1 comentario:
Yo también me niego a tirar los pedazos de aquello que se me rompe, sobre todo, aquello que me hace mantener viva la memoria de "alguien o algo". Tengo muchos objetos recompuestos, y si en alguno no lo consigo, depósito "sus cenizas" en un jarrón transparente y a la vista para seguir viendo el cabello dorado del principito en los campos de trigo.
Un saludo
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