Me llamó por teléfono y me dijo que quería verme, que tenía una cosa para mí. A la hora convenida se presentó con una abultada bolsa y tras los saludos de cortesía me entregó el regalo. Como tal me lo dio, y así lo recibí yo. Un rato para explicarme que le había gustado mucho la ceremonia de la celebración de las primeras comuniones en que había participado su hijo y que estaba toda la familia muy agradecida. El obsequio había sido consensuado y esperaban que me gustara. Dije que por supuesto, y nos despedimos.
El objeto en cuestión es el que muestra esta fotografía.
Tenéis que convenir conmigo en que es todo un señor libro. Impone su aspecto, con sus letras en dorado, su imagen central lleno de signos extraños, sus ángulos metálicos, y su grosor.
Pues no os digo nada de su peso, que ahí está.
Sí, mirad bien, son exactamente 3.800 gramos; no exagero que la báscula no engaña: 3,8 kilogramos.
Aquella navidad del 2003 recibí alguna otra cosa, de comer y de gustar, y claro, ya no están a la vista, salvo que me ponga yo en la foto, porque me los comí.
El tal libro es una edición de los Evangelios Apócrifos. El subtítulo ya mosquea un poco, porque añade "y otros libros prohibidos".
Que yo sepa, de cuando lo estudié, los Apócrifos nunca fueron prohibidos. Es más, una gran cantidad de tradiciones que se conservan en la Iglesia y fuera de ella provienen de estos evangelios, porque de los cuatro oficiales poca chicha se sacó para inspirar piadosas historias.
No pretendo dar a nadie una lección en estos momentos, pero sí voy a decir sucintamente qué es esto que hoy traigo aquí.
A Jesús, el predicador ambulante de hace dos mil años, no le fueron siguiendo micrófono en mano ni papel y lápiz en ristre; nada, ni tablillas de escribir, ni papiros ni nada de nada. La simple oreja de cada quien, que embobado escuchaba las palabras del rabino.
Le mataron y punto. Se acabó, cada mochuelo a su olivo.
Pero al poco se corrió la voz de que no estaba muerto, que le habían visto aquí y allí, que había hablado a la Magdalena y a Pedro… En fin, la historia ante esto se calla.
Pero el grupo que creyó en él empezó a juntarse, y a recordar sus enseñanzas, sus dichos, sus mismas palabras. Y claro, cada quien hizo lo que pudo. Y lo que fueron pudiendo recordar con el tiempo se puso por escrito.
Surgieron mis versiones de una y de otra cosa, con variaciones sobre el mismo tema pero con matices muy distintos. A veces parecía que coincidían, otras ni pamplona.
Fue pasando el tiempo, y ya todo casi organizado, la autoridad competente creyó llegado el momento de fijar las cosas y poner orden donde no lo había. Y así surgió el llamado canon evangélico. Sólo se aceptaban como auténticos y oficiales cuatro evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. El resto, a escardar cebollinos. Es una manera de hablar, claro; por supuesto que no fueron a la papelera, ahí quedaron, y ahí están. No están prohibidos, ni siquiera desautorizados; simplemente no son oficiales, no se usan para el culto, que es para lo que se escribieron los evangelios, para proclamar las palabras y las enseñanzas de Jesús de Nazaret, a quien a partir de entonces se le llama el Señor.
Los llamados apócrifos han recibido un espaldarazo a partir de los últimos descubrimientos del siglo pasado en el Mar Muerto y en Nag Hammadi, Egipto, con la recuperación de textos cuya existencia se conocía pero que habían desaparecido de la faz de la tierra. Tal vez fueron ocultados a causa de persecuciones, y en ello están los investigadores. Ahora se utilizan para completar y para contrastar, para profundizar y para desechar, para confirmar o, como hace el gobierno el Israel, para monopolizar un estudio que él considera su propiedad, pero nones, eso ni hablar.
Vuelvo a presente. Tere, que así se llama la señora, fue objeto de una venta de esas que se hacen por teléfono, o por internet, o por el timbre de la puerta, ¡yo qué sé! Y pensó que el tal libro quedaba fetén sobre una mesita en el hall de su casa, que es grande y con jardín, y recibir así a las visitas dándose de ilustrada. Alguien le diría que, en fin, ese libro tampoco era el Quijote, ni la Biblia, ni las Obras Completas de don Miguel de Unamuno. Que tampoco era tanta campanada la que daba.
Y ahí estuvo Tere en mi casa, trayéndome el susodicho libro, ahora ya desautorizado para orlar la entrada de su morada, y dejándolo donde piensa que está a buen recaudo, y que al fin y a la postre, ha hecho una buena obra, y me ha obsequiado tras la fiesta con su hijo que fue, a ver si recuerdo, ah, sí, en mayo, seis meses antes de traérmelo toda rumborosa.
Ha sido un placer, no lo dudéis. Estoy encantado de tenerlo en mi librería. Tal vez algún día, si tenéis a bien escucharme, os leo alguna historieta, que las hay, o algún comentario del editor, que también los hace, y con mucha sustancia, os lo aseguro.
El objeto en cuestión es el que muestra esta fotografía.
Tenéis que convenir conmigo en que es todo un señor libro. Impone su aspecto, con sus letras en dorado, su imagen central lleno de signos extraños, sus ángulos metálicos, y su grosor.
Pues no os digo nada de su peso, que ahí está.
Sí, mirad bien, son exactamente 3.800 gramos; no exagero que la báscula no engaña: 3,8 kilogramos.
Aquella navidad del 2003 recibí alguna otra cosa, de comer y de gustar, y claro, ya no están a la vista, salvo que me ponga yo en la foto, porque me los comí.
El tal libro es una edición de los Evangelios Apócrifos. El subtítulo ya mosquea un poco, porque añade "y otros libros prohibidos".
Que yo sepa, de cuando lo estudié, los Apócrifos nunca fueron prohibidos. Es más, una gran cantidad de tradiciones que se conservan en la Iglesia y fuera de ella provienen de estos evangelios, porque de los cuatro oficiales poca chicha se sacó para inspirar piadosas historias.
No pretendo dar a nadie una lección en estos momentos, pero sí voy a decir sucintamente qué es esto que hoy traigo aquí.
A Jesús, el predicador ambulante de hace dos mil años, no le fueron siguiendo micrófono en mano ni papel y lápiz en ristre; nada, ni tablillas de escribir, ni papiros ni nada de nada. La simple oreja de cada quien, que embobado escuchaba las palabras del rabino.
Le mataron y punto. Se acabó, cada mochuelo a su olivo.
Pero al poco se corrió la voz de que no estaba muerto, que le habían visto aquí y allí, que había hablado a la Magdalena y a Pedro… En fin, la historia ante esto se calla.
Pero el grupo que creyó en él empezó a juntarse, y a recordar sus enseñanzas, sus dichos, sus mismas palabras. Y claro, cada quien hizo lo que pudo. Y lo que fueron pudiendo recordar con el tiempo se puso por escrito.
Surgieron mis versiones de una y de otra cosa, con variaciones sobre el mismo tema pero con matices muy distintos. A veces parecía que coincidían, otras ni pamplona.
Fue pasando el tiempo, y ya todo casi organizado, la autoridad competente creyó llegado el momento de fijar las cosas y poner orden donde no lo había. Y así surgió el llamado canon evangélico. Sólo se aceptaban como auténticos y oficiales cuatro evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. El resto, a escardar cebollinos. Es una manera de hablar, claro; por supuesto que no fueron a la papelera, ahí quedaron, y ahí están. No están prohibidos, ni siquiera desautorizados; simplemente no son oficiales, no se usan para el culto, que es para lo que se escribieron los evangelios, para proclamar las palabras y las enseñanzas de Jesús de Nazaret, a quien a partir de entonces se le llama el Señor.
Los llamados apócrifos han recibido un espaldarazo a partir de los últimos descubrimientos del siglo pasado en el Mar Muerto y en Nag Hammadi, Egipto, con la recuperación de textos cuya existencia se conocía pero que habían desaparecido de la faz de la tierra. Tal vez fueron ocultados a causa de persecuciones, y en ello están los investigadores. Ahora se utilizan para completar y para contrastar, para profundizar y para desechar, para confirmar o, como hace el gobierno el Israel, para monopolizar un estudio que él considera su propiedad, pero nones, eso ni hablar.
Vuelvo a presente. Tere, que así se llama la señora, fue objeto de una venta de esas que se hacen por teléfono, o por internet, o por el timbre de la puerta, ¡yo qué sé! Y pensó que el tal libro quedaba fetén sobre una mesita en el hall de su casa, que es grande y con jardín, y recibir así a las visitas dándose de ilustrada. Alguien le diría que, en fin, ese libro tampoco era el Quijote, ni la Biblia, ni las Obras Completas de don Miguel de Unamuno. Que tampoco era tanta campanada la que daba.
Y ahí estuvo Tere en mi casa, trayéndome el susodicho libro, ahora ya desautorizado para orlar la entrada de su morada, y dejándolo donde piensa que está a buen recaudo, y que al fin y a la postre, ha hecho una buena obra, y me ha obsequiado tras la fiesta con su hijo que fue, a ver si recuerdo, ah, sí, en mayo, seis meses antes de traérmelo toda rumborosa.
Ha sido un placer, no lo dudéis. Estoy encantado de tenerlo en mi librería. Tal vez algún día, si tenéis a bien escucharme, os leo alguna historieta, que las hay, o algún comentario del editor, que también los hace, y con mucha sustancia, os lo aseguro.
8 comentarios:
No puede estar en mejores manos ni adornar tan reconocida biblioteca. La edición parece excelente, lo que explica el interés del editor en suministrar una obra de calidad a un público previsiblemente interesado por una obra de la que tanto se habla como se desconoce. Confieso que me pica la curiosidad por saber del contenido de esos testimonios no oficiales pero que también forman parte de lo que se dijo e hizo en una época por una de las figuras más sorprendentes y admirables, a la par que controvertidas y utilizadas, de la Historia. Tanto interés me suscita el tema que no descarto el hacerme con esa obra, que colocaré, si llega el caso, donde corresponde.
Muchas veces me sorprendes, Miguel Angel.
Las veces en que regalas zumo de limón.
Tengo la certeza de que había muy buena fe en quien te regaló el libro. Puede que también ignorancia. O quizá era duda y por eso buscó el consenso de la familia.
No quisiera ser dura contigo, pero yo creo más en mi enfermera que en los curas (es tu comentario en el blog de Anna) y, por muy sesuda que sea la iglesia, no estoy segura de que siempre busque la verdad, que creo que a veces busca la verdad que le conviene. Quizá no debería decirte ésto en tu blog, pero he empatizado con quien te regaló el libro. (No puedo remediar ponerme siempre del lado de quien no puede defenderse, a no ser que me digas que ella lee tu blog).
Fernando, ya te veo de vuelta de tus viajes y ocupaciones profesionales y/o culturales-sociales-veraniegos. Muy buena tu entrada de Labordeta. Siempre es un placer leer tus comentarios, ya sabes que tus opiniones engalanan y enriquecen este blog.
mariajesus, los limones me gustaban de joven, ahora mitigo esos sabores tan ácidos, sin pasarme al dulce, que me empalaga. No lo hay en esta entrada. Tere, sobrina de un cura, don Ramón, de quien tengo casi toda su biblioteca, no podía sino obrar de buena fe, estoy más seguro de eso que del sol que ahora alumbra. La Iglesia siempre busca la verdad, tampoco lo dudo; lo que no disculpa los errores de momentos o de personas, que ahí están.
Exprésate con libertad y empatiza con Tere, que no necesita ninguna defensa, nadie la ataca y yo menos. No creo que lea este blog, no se pierde nada; y ganar, si lo leyera tampoco ganaría absolutamente nada.
Tranqui, tu dureza –si es que lo es, que no lo creo (ya nos vamos conociendo)- ya la podrían tener tant@s comentador@s de confitería industrial y escaparate rechiscante. ¿Te gusta o no el libro?, eso es lo que me importa.
¡¡ Me encanta la pesa!!... parece viejita, pero precisa...
En cuanto a los apócrifos... ¡tienes razón!¡siempre han estado ahí!...al parecer llenaba de historias los vacíos que se desconocía de Jesús, sobre todo su infancia... en cuanto a los cuatro evangelios canónicos, te diré que en mi casa cuando nos reunimos la familia, es verdad que en algunas cosas coincidimos, pero cada uno cuenta de papá, que murió cuando yo tenía 16 años, experiencias distintas en su relación con él y contadas también, cada uno a su manera... Pues con los Evangelios igual... no se conserva sólo un testimonio... ¡sino cuatro!... por si a alguien le quedaba alguna duda...
ah!... un libro así, tan pesado y grandioso, son los típicos para no ser movidos de la estantería, salvo para limpiarles el polvo... ¡lo digo sin segundas!... ¡chao!
No puedo opinar más que de la apariencia externa del libro, encuadernación de lujo, peso considerable...¡que gracia!lo has pesado como a un bebé...
Del contenido no opino, a lo mejor dice muchas verdades...aquellas que a la Iglesia si no van en la línea de su interés...le ha gustado ocultar...
no dudo de la buena intención que tuvieron al regalartelo, un signo de modernidad y de naturalidad con el Sr cura.
y seguro que está en buenas manos...
Me encanta que tengais más fé en las enfermeras...es que nos lo ganamos cada dia a pulso...aunque tambien las hay que mejor se fueran a trastear ganado...como en todas las profesiones...
Mónica, y yo recojo tus palabras, pero con segundas: ese libro no es para leerlo, es para dejarlo ahí, tal cual, sin quitarle ni el polvo. Salvo alguna parte, muy concreta y muy pequeña, el resto es pura fantasía. Incluso, si se lo toma uno en serio… me callo porque hay ropa tendida.
La báscula es no antigua, vieja. Es de pesar bebés, pero fuera de uso, o sea obsoleta. La utilizo en la cocina para mis asuntos domésticos, mermeladas y conservas…
Sobre los evangelios, en efecto, ese es el proceso que tuvieron.
Anna, ahora sí que cuadra ese comentario que te dejé a ti y que mariajesus trajo para acá, que hasta este momento parecía no cuadrar en el contexto. Yo sólo hablé de mi enfermera y de mi médica, que quede claro. En cuanto al remate que pones, pues claro, como en todos los estamentos de la sociedad, hay gente que sobra y que no sabríamos en realidad donde recolocarla, ¿valdrían para algo?
Bien dices al comienzo , la letrita m me deja los ojitos rechiquititos, pero estaba sustancioso el tema y yo, chusmona aqui sentadita leyendote todito.
Buenisimo, y la señora muy bien pensada vaya a saber que sentimientos albergaba al entregarte tamañezco libro.
Pensará que tienes tiempo de sobra para leerlo??????
Tomandome un tecido de manzana con canela lo pase estupendo, te dejo mis respetos.
Abuela, cuánto me alegro que te tomaras en mi casa ese tecido de manzana con canela, y que lo pasaras bien leyendo. Mejor lo pasarías si leyeras algunas de las historiucas que narra ese libro. Pinta a un niño Jesús realmente bonito, a veces dulce, a veces fiero.
Pero es para leerlo despacio, tienes razón, y buscando el momento. Por aquí tomo café, sólo y sin azúcar.
Acojo tus respetos, es todo un detalle por tu parte.
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