No habrá un día en que todos...
"Para vergüenza nuestra, ese cambio es posible, por difícil que parezca"
José Ignacio González Faus. Publicado en La Vanguardia, el 25 de septiembre de 2010
Sí, querido Labordeta, ahora lo sabes aunque ya lo sabías: no habrá un día en que todos veremos una tierra que ponga libertad. Sólo podremos ver los islotes de siempre, ocupados por unos pocos desalmados que levantaron allí su bandera privada a la que llaman libertad. Y no vendrá ese día no porque no sea posible, sino porque nosotros no queremos. O mejor: no lo quiere una minoría de desalmados, pero que cuentan con nuestra complicidad gracias a un sistema perverso que nos induce a ella.
Porque para que venga ese día es indispensable que los que pertenecemos al veinte por cien de privilegiados de la humanidad (y nos creemos ser todo el género humano), bajemos claramente nuestro nivel de vida. Bajar no en lo necesario, pero sí en lo superfluo que tanto nos inunda a nivel personal y estructural.
Y ese descenso de nivel es imposible por dos razones: a) como dijo Voltaire, uno de los padres de nuestra modernidad, lo superfluo nos es lo más necesario. Y b) si descendemos y dejamos de consumir, se hunde nuestro sistema asentado todo él en nuestro consumo. Así nos hemos encerrado en un laberinto sin salida, más cruel que el de Creta.
Algunos ilusos intentan decirnos que, si seguimos creciendo mucho, habrá un día en que pueda llegar a todos esa libertad del pan, el agua, la salud y la educación. Pero también es falsa esa salida por dos razones: a) nuestro sistema sólo sabe crecer a condición de no distribuir: con un crecimiento que produzca ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más relativamente pobres. Y b) si seguimos con esos ritmos de crecimiento nos cargaremos el planeta (al que ya hemos puesto bastante enfermo) antes de que la libertad pueda llegar a todos.
Así estamos José Antonio. Tú lo sabías. Por eso seguiste cantando que no te ibas a rendir, que eras "como esos viejos árboles batidos por el viento que azota desde el mar" y que "hemos perdido compañeros, paisajes y esperanzas en largo caminar", pero buscabas el modo de "echar nuevas raíces"... Por eso habías cantado antes que era posible que esa hermosa mañana de la libertad "ni tú ni yo ni nadie la lleguemos a ver" (aquí corrijo tu letra que decía "el otro" en lugar de nadie).
Pero seguías empeñado en que forjar esa mañana "como un viento que arranque los matojos diciendo la verdad". Esa verdad que intento proclamar en homenaje a ti: la hermosa mañana no vendrá porque nuestro sistema la impide; y sus guardianes (desde Bill Gates a Amancio Ortega) tienen suficientes armas de destrucción masiva para acabar con todos los que intenten el cambio.
Para vergüenza nuestra, ese cambio es posible, por difícil que parezca. Y para vergüenza de esta Cataluña desde la que te escribo, parte de esa alternativa ha sido elaborada aquí en Barcelona. Pero nos interesa menos que Messi o Espargaró y Ferrán Adriá. Y si no ¿quiénes conocen el libro Demcràcia económica. Vers una alternativa al capitalisme, elaborado aquí "a casa nostra", según tesis de D. Schweickart (Against capitalism, al que algunos calificaron como "El Capital" del siglo XX)?
¿Quién se preocupa de esas cosas, no ya entre los drogados por el volteriano "¡lo superfluo, tan necesario!", sino incluso entre los profesores de escuelas de negocios "católicas", o entre políticos que saben que perderán votos si abordan de esos asuntos?
Pero tú habías decidido que, aunque fuera a mano y sin maquinaria, ibas a seguir "limpiando los caminos de siglos de despojos contra la libertad". Gracias. Por eso evoco en homenaje a ti, que pocos días después de que te dieran no sé qué medalla de mérito oficial, un jesuita buen amigo tuyo y mío, Jesús Mari (el que nos presentó cuando coincidimos por el Paseo de Pamplona), fue a verte ya en tu enfermedad, para contarte que en El Salvador, habían sido recibidos en la casa presidencial los supervivientes y víctimas de una de tantas matanzas del ejército; y allí mismo comenzaron a cantar: habrá un día en que todos, al levantar la vista...
Me contó Jesús Mari que, cuando viste el correo electrónico de Jon Sobrino que contaba esa anécdota, le habías dicho con una lágrima en los ojos: "esto me consuela más que la medalla que me dieron el otro día".
Recordarás (o ya no necesitas recordarlo, porque ahora estás fuera del tiempo) cómo Jesús Mari mandó un correo a Jon Sobrino contándole lo que le habías dicho y cómo Jon, (que estuvo con los campesinos salvadoreños en la casa presidencial), te narró la anécdota en un correo que comenzaba simplemente: "querido Labordeta", y terminaba comentando así el episodio: "por supuesto no eran Pavarotti ni Caballé; pero la verdad es que sonaba bastante bien".
En fin: tú decías que estabas "regular, gracias a Dios". Nosotros seguimos "mal gracias al Capital". Pero hoy podemos unir tus versos a los del profeta Amós cuando cantaba: " venden al pobre por un par de hipotecas..., convierten los derechos en veneno y la justicia en amargura... Pero (Dios) jamás olvidará vuestras canalladas".
Porque para que venga ese día es indispensable que los que pertenecemos al veinte por cien de privilegiados de la humanidad (y nos creemos ser todo el género humano), bajemos claramente nuestro nivel de vida. Bajar no en lo necesario, pero sí en lo superfluo que tanto nos inunda a nivel personal y estructural.
Y ese descenso de nivel es imposible por dos razones: a) como dijo Voltaire, uno de los padres de nuestra modernidad, lo superfluo nos es lo más necesario. Y b) si descendemos y dejamos de consumir, se hunde nuestro sistema asentado todo él en nuestro consumo. Así nos hemos encerrado en un laberinto sin salida, más cruel que el de Creta.
Algunos ilusos intentan decirnos que, si seguimos creciendo mucho, habrá un día en que pueda llegar a todos esa libertad del pan, el agua, la salud y la educación. Pero también es falsa esa salida por dos razones: a) nuestro sistema sólo sabe crecer a condición de no distribuir: con un crecimiento que produzca ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más relativamente pobres. Y b) si seguimos con esos ritmos de crecimiento nos cargaremos el planeta (al que ya hemos puesto bastante enfermo) antes de que la libertad pueda llegar a todos.
Así estamos José Antonio. Tú lo sabías. Por eso seguiste cantando que no te ibas a rendir, que eras "como esos viejos árboles batidos por el viento que azota desde el mar" y que "hemos perdido compañeros, paisajes y esperanzas en largo caminar", pero buscabas el modo de "echar nuevas raíces"... Por eso habías cantado antes que era posible que esa hermosa mañana de la libertad "ni tú ni yo ni nadie la lleguemos a ver" (aquí corrijo tu letra que decía "el otro" en lugar de nadie).
Pero seguías empeñado en que forjar esa mañana "como un viento que arranque los matojos diciendo la verdad". Esa verdad que intento proclamar en homenaje a ti: la hermosa mañana no vendrá porque nuestro sistema la impide; y sus guardianes (desde Bill Gates a Amancio Ortega) tienen suficientes armas de destrucción masiva para acabar con todos los que intenten el cambio.
Para vergüenza nuestra, ese cambio es posible, por difícil que parezca. Y para vergüenza de esta Cataluña desde la que te escribo, parte de esa alternativa ha sido elaborada aquí en Barcelona. Pero nos interesa menos que Messi o Espargaró y Ferrán Adriá. Y si no ¿quiénes conocen el libro Demcràcia económica. Vers una alternativa al capitalisme, elaborado aquí "a casa nostra", según tesis de D. Schweickart (Against capitalism, al que algunos calificaron como "El Capital" del siglo XX)?
¿Quién se preocupa de esas cosas, no ya entre los drogados por el volteriano "¡lo superfluo, tan necesario!", sino incluso entre los profesores de escuelas de negocios "católicas", o entre políticos que saben que perderán votos si abordan de esos asuntos?
Pero tú habías decidido que, aunque fuera a mano y sin maquinaria, ibas a seguir "limpiando los caminos de siglos de despojos contra la libertad". Gracias. Por eso evoco en homenaje a ti, que pocos días después de que te dieran no sé qué medalla de mérito oficial, un jesuita buen amigo tuyo y mío, Jesús Mari (el que nos presentó cuando coincidimos por el Paseo de Pamplona), fue a verte ya en tu enfermedad, para contarte que en El Salvador, habían sido recibidos en la casa presidencial los supervivientes y víctimas de una de tantas matanzas del ejército; y allí mismo comenzaron a cantar: habrá un día en que todos, al levantar la vista...
Me contó Jesús Mari que, cuando viste el correo electrónico de Jon Sobrino que contaba esa anécdota, le habías dicho con una lágrima en los ojos: "esto me consuela más que la medalla que me dieron el otro día".
Recordarás (o ya no necesitas recordarlo, porque ahora estás fuera del tiempo) cómo Jesús Mari mandó un correo a Jon Sobrino contándole lo que le habías dicho y cómo Jon, (que estuvo con los campesinos salvadoreños en la casa presidencial), te narró la anécdota en un correo que comenzaba simplemente: "querido Labordeta", y terminaba comentando así el episodio: "por supuesto no eran Pavarotti ni Caballé; pero la verdad es que sonaba bastante bien".
En fin: tú decías que estabas "regular, gracias a Dios". Nosotros seguimos "mal gracias al Capital". Pero hoy podemos unir tus versos a los del profeta Amós cuando cantaba: " venden al pobre por un par de hipotecas..., convierten los derechos en veneno y la justicia en amargura... Pero (Dios) jamás olvidará vuestras canalladas".
7 comentarios:
"Porque no lo quiere una minoría de desalmados"
"Para vergüenza nuestra, ese cambio es posible, por difícil que parezca"
Bien dicho, esta es la verdad y esto es lo que me tiene desesperanzada con el género humano del primer mundo (los pobres del tercero y del segundo ¡qué más pueden hacer que mantenerse vivos!)
Besos Míguel.
Sabemos que la tierra llamada Libertad no está a la vista ni al alcance de mucha gente. Sabemos que hay árboles que no resisten los azotes del viento. Sabemos que el agua no llega a todos aunque "se arremojen la tripa". Sabemos que las utopías son cada vez más quiméricas. Sabemos que los poetas cuentan poco en el G20. Pero, aun así, somos conscientes de que las banderas de la libertad, de la justicia, de la honradez, de la dignidad humana se mantienen en pie y permiten abrigar ilusiones cuando hay quienes siguen enarbolándolas porque creen en ellas.
Mientras no seamos capaces de sentirnos libres individualmente y sigamos aferrándonos a "las cosas", no habrá libertad.
Deberíamos empezar a que "nos sobre todo"
Siempre han existido "desalmados" que tratan de impedir que llegue ese día. Pero a estos se les conoce de lejos, solo les importan el dinero, los beneficios o el poder.
Ya no es solo una cuestión de justicia, de equidad, de solidaridad o de humanidad; ahora se trata también de una cuestión de supervivencia. Cierto es que nosotros, que vivimos en el "primer mundo", somos los responsables mayoritariamente del problema, y por tanto, tenemos que ser nosotros los que comencemos a darle solución, no nos queda otra. La cuestión es cómo hacerlo.
En una entrada de mi blog (el cuento “Mirando las luces eternas”) hablo de la “empatía universal”, un concepto inventado que hace referencia a una utópica solución a los males del mundo. Cuando una persona siente alegría, tristeza, ira, amor, etc, solo dispone de su palabra y sus gestos (o acciones) para transmitir esos sentimientos a otra persona. ¿Qué pasaría si todos pudiéramos “sentirnos” sin necesidad de palabras o gestos y sin necesidad de nuestros sentidos?. Si uno sufre los demás sufriríamos, si uno es feliz los demás sentiríamos esa felicidad, estaríamos unidos emocionalmente y no aislados. ¿Quién podría dejar pasar hambre a otra persona, por muy egoísta que fuera, si sintiese esa hambre en sus carnes, aunque acabara de comer?. Es, como dije, solo un cuento, pero imaginar es el primer paso de la inventiva humana.
Un saludo, Ibso.
Un saludo para todos. Esta entrada es de González Faus, así que yo no tengo nada que añadir, sólo agradecer vuestra visita.
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