Tras mis últimas entradas parece que todo esto se ha entristecido. Salgo por ahí y veo en todas partes hablar del otoño como de la muerte del verano, los días que se acortan, la luz que disminuye, las hojas que se caen y el ánimo que se derrumba; y llaman a la puerta y voy y veo que es doña melancolía. Y le digo que ni hablar, que aquí no entra porque no me da la gana, y sin faltarle al respeto cierro la puerta y la dejo fuera.
Porque a mí el otoño no me entristece ni me anubla. Los ocres y los amarillos no son lutos, y el sol que sale un poco más tarde y se va algo más pronto ya ha dejado de ser esa fiera corrupia que me avasalla para pasar a ser el amigo que acaricia. Es verdad que ahora vendrán las hojas a caerse y a molestar por calles y patios, pero en el bosque formarán un mullido sobre el que caminar resultará mucho más placentero. Recogeré mis membrillos y haré dulce con ellos, y las uvas se convertirán en pasas y me las comeré en Navidad. Y esperando que lleguen las puñeteras nieblas del Pisuerga, malditas sean, aún tendremos bonanza por lo menos hasta la Purísima. Dios me oiga.
Este es el caso que todo parece ponerse de acuerdo para estropearnos este final de septiembre. Una huelga, proclamada hace mil años, ya está ahí, a las puertas. Yo no sé bien contra quien se hace; casi ignoro quien la promueve; tampoco encuentro a quien va a favorecer. Veo quiénes animan y jalean el asunto. Presumo quienes van a sufrir sus consecuencias. Casi estoy por cantar aquello de "algunos cantan victoria porque el pueblo paga vidas…", pero no lo hago, porque su autor puede venir a correrme a gorrazos, ya que tal vez estuviera de acuerdo, y yo fuera un falsario usando letras de su propiedad. Aún así, no lo puedo entender, no me cabe en la cabeza. Si tan necesaria es, ¿por qué esperar tanto? Si tan general resulta, ¿ha habido ocultos e interesados parloteos? Si es tan evidente lo que hay, ¿cómo es que nos hemos permitido disfrutar de vacaciones, mundiales de esto y de lo otro, en fin, vivir como si nada fuera con nosotros de lo que sucede en la feria? Si va a resultar tan eficaz para el mundo obrero, ¿por qué no termino yo de verlo?
Alguien muy versado en esto me aseguró: Miguel Ángel, no le des más vueltas, una huelga general es hacer política, no reivindicación laboral. Y mi experiencia me dice que cuando se ha hecho política, el obrero no ha sacado nada.
Lo que intuyo, que no lo sé, es que el personal anda un poco por las nubes. Yo me incluyo, no soy excepción. Y que apenas miramos más allá de nuestras pequeñas circunstancias. Dicho coloquial y amablemente, cada quien va a su bola. Y sería bueno que, aunque fuera por un agujero, miráramos al mundo entero, a quienes callan y a quienes sufren, a los seres humanos que son multitud que no han vacacionado en vacaciones, ni se han bañado en el mar teniéndolo a dos pasos, ni han subido montañas estando cansados de verlas, ni han peregrinado a Santiago, a pesar de lo fetén que han dejado el camino, con conchas guay y señales de todo tipo. Tampoco celebran comienzo de curso, que el suyo no tiene principio ni fin.
«Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas yerbas que comía.
¿Habrá otro –entre sí decía–
más pobre y triste que yo?
Y cuando el rostro volvió,
halló la respuesta, viendo
que iba otro sabio cogiendo
las hojas que él arrojó». (Don Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño)
Pues hay trabajos que no los hace cualquiera. Tampoco cobran mucho más que cualquier simple mortal. Son tan necesarios como tú y como yo. Venga ya, no te comas el coco y entra y ríe, que es de balde.
Porque a mí el otoño no me entristece ni me anubla. Los ocres y los amarillos no son lutos, y el sol que sale un poco más tarde y se va algo más pronto ya ha dejado de ser esa fiera corrupia que me avasalla para pasar a ser el amigo que acaricia. Es verdad que ahora vendrán las hojas a caerse y a molestar por calles y patios, pero en el bosque formarán un mullido sobre el que caminar resultará mucho más placentero. Recogeré mis membrillos y haré dulce con ellos, y las uvas se convertirán en pasas y me las comeré en Navidad. Y esperando que lleguen las puñeteras nieblas del Pisuerga, malditas sean, aún tendremos bonanza por lo menos hasta la Purísima. Dios me oiga.
Este es el caso que todo parece ponerse de acuerdo para estropearnos este final de septiembre. Una huelga, proclamada hace mil años, ya está ahí, a las puertas. Yo no sé bien contra quien se hace; casi ignoro quien la promueve; tampoco encuentro a quien va a favorecer. Veo quiénes animan y jalean el asunto. Presumo quienes van a sufrir sus consecuencias. Casi estoy por cantar aquello de "algunos cantan victoria porque el pueblo paga vidas…", pero no lo hago, porque su autor puede venir a correrme a gorrazos, ya que tal vez estuviera de acuerdo, y yo fuera un falsario usando letras de su propiedad. Aún así, no lo puedo entender, no me cabe en la cabeza. Si tan necesaria es, ¿por qué esperar tanto? Si tan general resulta, ¿ha habido ocultos e interesados parloteos? Si es tan evidente lo que hay, ¿cómo es que nos hemos permitido disfrutar de vacaciones, mundiales de esto y de lo otro, en fin, vivir como si nada fuera con nosotros de lo que sucede en la feria? Si va a resultar tan eficaz para el mundo obrero, ¿por qué no termino yo de verlo?
Alguien muy versado en esto me aseguró: Miguel Ángel, no le des más vueltas, una huelga general es hacer política, no reivindicación laboral. Y mi experiencia me dice que cuando se ha hecho política, el obrero no ha sacado nada.
Lo que intuyo, que no lo sé, es que el personal anda un poco por las nubes. Yo me incluyo, no soy excepción. Y que apenas miramos más allá de nuestras pequeñas circunstancias. Dicho coloquial y amablemente, cada quien va a su bola. Y sería bueno que, aunque fuera por un agujero, miráramos al mundo entero, a quienes callan y a quienes sufren, a los seres humanos que son multitud que no han vacacionado en vacaciones, ni se han bañado en el mar teniéndolo a dos pasos, ni han subido montañas estando cansados de verlas, ni han peregrinado a Santiago, a pesar de lo fetén que han dejado el camino, con conchas guay y señales de todo tipo. Tampoco celebran comienzo de curso, que el suyo no tiene principio ni fin.
«Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas yerbas que comía.
¿Habrá otro –entre sí decía–
más pobre y triste que yo?
Y cuando el rostro volvió,
halló la respuesta, viendo
que iba otro sabio cogiendo
las hojas que él arrojó». (Don Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño)
Pues hay trabajos que no los hace cualquiera. Tampoco cobran mucho más que cualquier simple mortal. Son tan necesarios como tú y como yo. Venga ya, no te comas el coco y entra y ríe, que es de balde.
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