Esta vez fue ella la que falló. Yo hice lo que pude.
Me avisaron ayer tarde; que me presentara hoy de mañana para donar plaquetas. Dije a las diez, me mandaron a las once. A las diez y media allí estaba yo. Rellené papeles, firmé autorizaciones, bien la tensión, bien el hematocrito, todo ajustado resultó que salían 66 minutos. ¿Te parece? Ya será más, respondí.
Empezó la cosa. Extracción. Retorno. Extracción. Retorno. Esta vez la máquina no decía nada, era yo quien tenía que mirarla, para abrir y cerrar la mano, para dejarla quieta. Así una y otra vez, pausadamente, a ritmo, sin prisas pero sin pausas.
Discurrían los minutos mientras en otras camillas se sucedían uno tras otro, donantes de ambos sexos; más ellos que ellas. Será porque es de mañana y nosotros no hacemos faenas, pensé.
Al rato la máquina se ajustó en 69 minutos. ¿Ves?, lo que yo decía.
Aburrido de la posición, escuchaba Radio Tres, con música de mi juventud, de los sesenta y los setenta. Iba pasando el tiempo, y sólo el brazo derecho se quejaba un poco, casi nada.
Volvió el robot a ajustarse en 70 minutos. A este paso, pensé, como aquí lo que me den.
A un minuto del final, la máquina silenciosa hizo no sé qué bobada, salió un mensaje en rojo y luego se puso negra la pantalla por la que nos transmitía sus saberes. Se había parado.
Las tres enfermeras se miraron, me miraron, volvieron a mirarse y fueron corriendo hacia mí con unas tijeras de esas que no cortan, sólo aprietan. Pinzaron todos los tubos que iban y venían y me pusieron delante de mis narices no una, dos botellas de agua. Toma y bébetelo. Ha fallado el último retorno y necesitas reponer líquido. Quédate un rato echado y espera.
Apenas unos minutos después, cansado de la postura, me incorporé. ¿Estás bien?, preguntaron. Sí, normal. Te puedes levantar ya y en la sala te sientas y sigues bebiendo agua o zumo, lo que quieras.
Fui a la sala donde terminé la última botella paseando entre las mesas. No me cabía más. Entró la enfermera, me sonrió diciendo: ¿no eres capaz de estarte quieto?
Al salir recogí mi carné y salí al sol de la mañana. Era la una. Lucía un sol hermoso, el mismo que al amanecer. Pero el día no había mejorado, dos hombres esforzados habían perdido la vida en un incendio intencionado.
Alguien, sin embargo, seguirá viviendo gracias a quienes esta mañana les dimos algo de nuestra vida.
Me avisaron ayer tarde; que me presentara hoy de mañana para donar plaquetas. Dije a las diez, me mandaron a las once. A las diez y media allí estaba yo. Rellené papeles, firmé autorizaciones, bien la tensión, bien el hematocrito, todo ajustado resultó que salían 66 minutos. ¿Te parece? Ya será más, respondí.
Empezó la cosa. Extracción. Retorno. Extracción. Retorno. Esta vez la máquina no decía nada, era yo quien tenía que mirarla, para abrir y cerrar la mano, para dejarla quieta. Así una y otra vez, pausadamente, a ritmo, sin prisas pero sin pausas.
Discurrían los minutos mientras en otras camillas se sucedían uno tras otro, donantes de ambos sexos; más ellos que ellas. Será porque es de mañana y nosotros no hacemos faenas, pensé.
Al rato la máquina se ajustó en 69 minutos. ¿Ves?, lo que yo decía.
Aburrido de la posición, escuchaba Radio Tres, con música de mi juventud, de los sesenta y los setenta. Iba pasando el tiempo, y sólo el brazo derecho se quejaba un poco, casi nada.
Volvió el robot a ajustarse en 70 minutos. A este paso, pensé, como aquí lo que me den.
A un minuto del final, la máquina silenciosa hizo no sé qué bobada, salió un mensaje en rojo y luego se puso negra la pantalla por la que nos transmitía sus saberes. Se había parado.
Las tres enfermeras se miraron, me miraron, volvieron a mirarse y fueron corriendo hacia mí con unas tijeras de esas que no cortan, sólo aprietan. Pinzaron todos los tubos que iban y venían y me pusieron delante de mis narices no una, dos botellas de agua. Toma y bébetelo. Ha fallado el último retorno y necesitas reponer líquido. Quédate un rato echado y espera.
Apenas unos minutos después, cansado de la postura, me incorporé. ¿Estás bien?, preguntaron. Sí, normal. Te puedes levantar ya y en la sala te sientas y sigues bebiendo agua o zumo, lo que quieras.
Fui a la sala donde terminé la última botella paseando entre las mesas. No me cabía más. Entró la enfermera, me sonrió diciendo: ¿no eres capaz de estarte quieto?
Al salir recogí mi carné y salí al sol de la mañana. Era la una. Lucía un sol hermoso, el mismo que al amanecer. Pero el día no había mejorado, dos hombres esforzados habían perdido la vida en un incendio intencionado.
Alguien, sin embargo, seguirá viviendo gracias a quienes esta mañana les dimos algo de nuestra vida.
¡Dona sangre! ¡Sé donante! ¿Qué te cuesta?
5 comentarios:
Donar sangre es un gesto muy generoso y que ademas sólo cuesta ,un poco de tiempo.
Un beso
Pd :hoy es un día triste ,por la muerte de los dos brigadistas gallegos
Siento la muerte de dos seres humanos, la vida un continuo contraste,unos dan vida de forma generosa, donando sangre, donando organos...y otros la pierden...ayudando a los demás...Lo peor de todo es por una intencionalidad en el incencio...
Hasta los 50 aprox. no daba el peso mínimo para donar sangre y posteriormente, tras los análisis me recomendaron no hacerlo. Admiro a los que teneis tan buena voluntad y sangre, eso significa fuerza.
Ya ves, en este fondo de saco convivo con una flojucha y con F. que no se queda manca pues padece fibromiálgia desde hace más de 15 años. Menudo par de patas pa un banco. Un abrazo.
¡Ánimo valiente! ya sé que cuesta ná pero cuando te molesta tanto como a mi una aguja en la vena.... cuesta muchísimo ¡ya te digo!. Yo no me hago ni los análisis anuales por no pincharme ¡quien lo diría habiendo trabajado 7 años en laboratorios del hospital!. Pero tendré que superarlo un día de estos, lo prometo.
Besos
Anusky, resulta generoso para los que lo necesitan, para quien lo da el tiempo no cuenta, anda que no se pierden horas en cosas menos consistentes. Sí, ha resultado un día triste, a pesar de todo.
Anna, en esas contradicciones anda nuestra vida. Defender la vida, entregar la vida, donar, donarse… Todo tiene un precio.
Una cosa te digo a ti como profesional: me dijeron aproximadamente lo que vale el instrumental que utilizaron conmigo en la aféresis, y casi me desmayo del susto. Casi lo que vale un bosque entero.
emejota, no te pienses que mi sangre vale demasiado, estoy en el mínimo permitido. He pasado años enteros sin poder hacerlo por las pegas que ponen con los niveles necesarios.
¿Flojucha tú? Esa F. es la primera vez que sale… Y termino con este dicho de mi pueblo: “Del agua mansa, líbreme Dios…”
Julia, a mí tampoco me gusta que me pinchen. Y cuando lo hacen, siempre salto… También prometo contenerme la próxima vez.
Besos.
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