Moli con su ama en Peñalara |
Esta mañana mi amo ha estado
muy entretenido rebuscando entre sus cosas. Me parece que no estaba de muy buen
humor porque hablaba entre dientes, como si lo hiciera con alguien que yo no
podía ver, y de vez en cuando repetía “dónde las habré metido, macagüenenlamar”. Y entraba en el dormitorio, y luego volvía al despacho, y
subía y bajaba, y así estuvo mucho rato.
Cuando parece que se cansó de
buscar lo que fuera se colocó ante el ordenador y le vi que se ponía algo
melancólico mientras miraba unas fotos que acababa de meter. Vi una perrilla
blanca, algo viejecilla, que en algunas aparecía junto a otro perrillo negro,
muy feo él.
No me hizo ni caso, a pesar de
que le tenía apoyado mi morro sobre su hombro. Cuando por fin, con un hondo
suspiro, dejó de contemplar la pantalla, me miró y sin volverse hacía mí me
contó una historia.
Esto era una perra, de raza
braca alemana, que era muy cazadora y pertenecía al Jefe. Vino ya con nombre,
Moli, y estaba muy usada, es decir, ya era viejecita. Se la dio a mi amo para
que le acompañara, que por aquel entonces estaba muy, muy solo. Y la perrilla
habitó en el patio, a la intemperie, atada a una cadena larga.
Llegó un momento en que mi amo
pensó que era una tontería lo de la cadena, no lo de estar fuera, y se la
quitó. Y la perrilla tuvo entonces libertad.
Por aquel entonces mi amo
salía al pinar en bicicleta, no como ahora que se acerca en coche. Y se llevaba
a Moli para que desentumeciera las patas. Sólo los domingos y fiestas de
guardar, y por las tardes. Como era una perra de campo, se perdía entre los
pinos y sólo la veía a lo lejos, ir corriendo en zig zag y con el morro a ras
de tierra. Al acabar el paseo, volvía a engancharla con la cuerda y regresaban
a casa. Así durante mucho tiempo.
En los veranos, a mi amo le gustaba
irse de campamento y de excursión a la montaña. Y Moli debía cumplir con sus
deberes cinegéticos –he aprendido esta palabrota esta misma mañana– y regresaba
al pueblo. Pero llegó un momento en que Moli se plantó; se negó a separarse de
él sabiendo que podía ser bien divertido hacer lo que fuera juntos. Y un día
que estaba cargando el erreseis con la mochila, en un descuido se coló por el
portón trasero y se acurrucó en el rincón más profundo. Llegó incluso a
amenazar con los dientes. Así que mi amo tuvo que resignarse.
Esa fue la primera vez que
Moli pisó la montaña. Fue en Gredos. Y ella sola cuidó de los más de cincuenta
humanos que se ajuntaron. Según me dice había nieve hasta la rodilla y eso que
era bien entrado el mes de junio.
Ese verano Moli también se
negó a separarse al llegar las vacaciones. De modo que mi amo y el Jefe
tuvieron que negociar lo de la caza: la perrilla podría ir de bureles a
condición de que para la Virgen de agosto estuviera de vuelta para las
codornices.
Y así fue a partir de
entonces. Claro que Moli siempre fue atrás, y nunca durmió en la tienda; eso
corresponde a la otra Moli, la sucesora, que es una privilegiada.
Esta es la historia de la
perrilla Moli, que murió con las botas puestas, un día en que salían de
excursión hacia Las Arribes del Duero. Está enterrada en lo alto de los
acantilados, junto a la hornacina de la Virgen en el Mirador de La Code, frente
a Portugal. Esto fue en la Pascua del año 1998. Creo que mi amo lloró mientras le cavaba
una fosa entre los brezos.
A Moli que le quiten ahora lo
bailado, y a mi amo que le den, que bien poco tardó en quitarse los lutos y
dejar el duelo; un clavo saca otro clavo, y Moli sustituyó a Moli, como yo,
Gumi, sustituí a Gumi. ¡Ah!, y Pol reemplazó a Pol. Pero esta historia es mejor dejarla, tal vez en otra ocasión…
1 comentario:
Gumi, una bonita historia, me ha gustado mucho. Veo que tu amo anda de nostalgias con eso de pasar las diapositivas a fotos y eso.... pero, de paso, me recuerda también alguna excursión al ibón de Bachimaña desde Panticosa, precioso lugar y precioso ibón, por cierto también en grupo y con Paco de co-guía.
Besos para tu amo y un rascadita de orejas para ti, Gumi.
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