El dormitorio. Vincent Van Gogh |
Tardé mucho tiempo en tener
habitación propia, después de compartir dormitorio con mi único hermano. En eso
no me diferencio de la mayoría de los mortales coetáneos míos. Ha sido
necesario para ello haberme independizado y tener casa propia.
Claro que tuve algo
parecido a mi cuarto cuando ingresé en el seminario, pero aquello carecía de
intimidad, habida cuenta de que el superior podía acceder en cualquier momento
y sin previo aviso. También en colegios mayores, pero aquello tampoco, que más
parecía el “cuarto de la bernarda” que una habitación personal; en parte porque
se vivía en apertura casi declarada, en parte porque lo que estaba en derredor
tenía tal vitalidad que no había manera humana de impedir su entrada, fuera
como fuese.
Ahora no es así. Los
papás, además de programar, más o menos, el número de descendientes, se
procuran una vivienda acorde para que cada miembro de la familia tenga un lugar
donde mantener su propia intimidad,
su habitación, el “cuarto de”. Y en ese lugar, primero dejas hacer,
porque ni tienes edad ni conocimiento ni conciencia de ti mismo; pero en
seguida aprendes, y colocas el cartel en la puerta que dice “no entrar,
propiedad particular” o “república independiente, abstenerse extraños” o “leonera,
cuidadín” u otros rótulos parecidos.
Ese lugar es, -o
termina por llegar a ser-, el más
fiel reflejo de lo que uno/una vive, sueña, desea, atesora, posee y domina. De
ahí salen, por ejemplo, la cantidad ingente de ropa y juguetes y… que lo atestan.
Es preciso achicar un poco y hacer espacio para lo que está por llegar. Y de
esta manera aparecen en mi parroquia -y supongo que también en otras-
cabalgatas de padres que, con bolsas de todos los colores y cajas de todos los
tamaños, peregrinan hasta aquí para dejar lo que allí ya no vale y tal vez a
otros sí les convenga.
“Nos hemos acordado
de que habrá niños que no tengan papá noel, o reyes magos, o… ¿Os viene bien
que lo dejemos? Vosotros ya sabréis qué hacer con esto”.
Si, en nuestra
sociedad, los cuartos están para algo más que sólo dormir. De alguna manera son
prolongación de nuestras personas. Si somos personas de orden, están ordenados.
Si no lo somos, están manga por hombro.
Si tenemos para dar y
repartir, están hasta arriba de cosas. Si carecemos de todo, están vacíos o
casi.
Sí, mirando nuestros
cuartos vemos cómo somos.
Pero si nuestra
mirada se abre al mundo, la cosa no cambia. Sólo se acentúa y pone en evidencia
excesos y escasez, estilos y costumbres, gustos y sensibilidades, riqueza y pobreza,
felicidad y tristeza, individualismo o…
Eso es lo que ha
hecho James Mollison(1), fotógrafo que no precisa de palabras para mostrar las
cosas tal cuales son.
El libro Where children sleep, de James Mollison, muestra fotografías de 56 niños y niñas de todo el planeta junto con sus dormitorios. He aquí una pequeña muestra:
Joey, de 11
años, vive en Kentucky, EEUU, con sus padres y su hermana mayor.
Acompaña frecuentemente a su padre a cazar. Tiene dos rifles y un arco, y
cazó su primera pieza a la edad de 7 años: un ciervo. Su familia
siempre cocina las piezas de caza, y Joey no ve con buenos ojos que se
mate a los animales sólo por deporte.
Syra, de 8 años, pertenece a la tribu de los Bassari y vive en Senegal. En la aldea creen que el alma de Syra fue robada por los espíritus malignos después de que su madre tratara con un brujo. Debido a esto, a Syra no se le permite dormir bajo el mismo techo que cobije a una mujer en edad de procrear; lo hace con su abuela.
Lamine, de 12 años, vive en Senegal. Es alumno de la escuela coránica de la aldea, que no admite a chicas. Comparte dormitorio con otros chicos, donde las camas tienen las patas hechas con ladrillos. A las seis de la mañana, empieza a trabajar en la granja-escuela de la aldea, donde aprende agricultura y ganadería. Por la tarde, aprende el Corán.
Tzvika, de 9 años, vive en un bloque de pisos en Beitar Illit, un asentamiento israelí en Cisjordania. Se trata de una gran comunidad compuesta por 36.000 judíos ultraortodoxos. La televisión y los periódicos están prohibidos en el asentamiento. Allí, la familia media suele tener 9 hijos, pero Tzvika tiene sólo una hermana y dos hermanos, con quienes comparte dormitorio. Va a una escuela donde el deporte no está permitido. A Tzvika le encanta leer las Sagradas Escrituras y jugar a juegos religiosos con su ordenador. De mayor quiere ser rabino.
Douha, de 10 años, vive con sus padres y otros 11 familiares en un campo de refugiados palestino de Hebron, Cisjordania. Comparte dormitorio con sus cinco hermanas. Su hermano, Mohamed, se inmoló en 1996 matando a 23 civiles en un ataque suicida contra los israelíes. Tras esto, el Ejercito de Israel destruyó la casa de su familia. Douha tiene un póster de su hermano en el dormitorio.
Nantio, de 15 años, es miembro de la tribu Rendile, del norte de Kenya. Tiene dos hermanos y dos hermanas. Su casa es una tienda hecha de pieles y plásticos. Tienen un fuego en mitad de la tienda, alrededor del cual duerme toda la familia. Sus ocupaciones consisten en cuidar el rebaño de cabras, cortar leña y traer agua. Fue a la escuela de la aldea durante un par de años pero decidió abandonar sus estudios. Nantio espera que un moran (guerrero) la escoja para formar matrimonio. Como es costumbre, antes de casarse tendrá que sufrir la ablación del clitoris.
Thais, de 11 años, vive con sus padres y su hermana en la tercera planta de un bloque de pisos en Rio de Janeiro, Brasil. Comparte dormitorio con su hermana. Viven en el barrio Cidade de Deus, antaño famoso por el tráfico de drogas y la rivalidad entre las bandas mafiosas. Le gustaría ser modelo de mayor.
Roathy, de 8 años, vive en las afueras de Phnom Penh, Camboya. Su casa se ubica en un enorme basurero. Su colchón está hecho de neumáticos viejos. Cinco mil personas viven y trabajan allí. A las seis cada mañana, Roathy y otros cientos de niños se duchan en un centro de caridad antes de empezar a trabajar, buscando entre la basura latas y botellas de plástico que después venden a una empresa de reciclaje. El desayuno es a menudo su única comida del día.
Kaya, de 4 años, vive con sus padres en un pequeño apartamento de Tokio, Japón. Su dormitorio está repleto, desde el suelo hasta el techo, de ropa y muñecas. La madre de Kaya le confecciona todo su vestuario: tiene 30 vestidos y abrigos, 30 pares de zapatos y numerosas pelucas.
La casa de este chico es un colchón en un descampado de las afuera de Roma. Su familia llegó desde Rumanía en autobús, tras mendigar dinero para pagar los billetes. Cuando llegaron a Roma, acamparon en un terreno privado del que les echó la policía. No tienen papeles, luego no pueden conseguir un trabajo legal. Sus padres ganan dinero limpiando en los semáforos los parabrisas de los coches a cambio de la voluntad de los conductores. Nadie en su familia ha ido nunca a la escuela.
Dong, de 9 años, vive en la provincia de Yunnan, China, con sus padres, hermana y abuelo. Comparte dormitorio con sus padres y hermana. La familia tiene suficiente terreno como para plantar su propio arroz y cañas de azúcar. La mayoría de las tardes, emplea una hora haciendo los deberes del colegio y una hora viendo la televisión. De mayor quiere ser policía.
Indira, siete años, vive con sus padres, hermano y hermana, cerca de Katmandú, Nepal. Su casa tiene una sola habitación, con una cama y un colchón. Para dormir, los niños comparten el colchón en el suelo. Indira ha trabajado en la cantera de granito local desde que tenía tres años. Hay 150 niños que trabajan en esa cantera. Indira trabaja seis horas al día y luego ayuda a su madre con los quehaceres del hogar. También asiste a la escuela, situada a 30 minutos a pie. A ella le gustaría ser bailarina cuando sea mayor.
Jasmine, de 4 años, vive en una gran casa en Kentucky, EEUU, con sus padres y sus tres hermanos. Su casa está en el campo, rodeada de terrenos agrícolas. Su dormitorio está repleto de coronas y bandas que ha ganado en diferentes concursos de belleza. Ha participado en más de 100 competiciones. Gasta su tiempo libre ensayando todos los días con su preparador las escenografías de los concursos. De mayor quiere ser estrella del rock.
–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
(1) James Mollison nació en Kenia en 1973 y creció en Inglaterra. Después de estudiar Arte y Diseño en la Universidad Oxford Brookes, y más tarde cine y fotografía en la Escuela de Newport de Arte y Diseño, se trasladó a Italia para trabajar en el laboratorio creativo de Benetton. Su trabajo ha sido publicado ampliamente en todo el mundo, incluyendo Colores, The New York Times Magazine, The Guardian Magazine, The Paris Review, The New Yorker y Le Monde. Su último libro “Discípulos” fue publicado en octubre de 2008 tras su primera exposición en la Galería Hasted Hunt en Nueva York. En 2007 publicó La memoria de Pablo Escobar-la extraordinaria historia de "el gángster más rico y más violento en la historia", contada a través de cientos de fotografías reunidas por Mollison. Fue original el seguimiento de su trabajo sobre los grandes simios - ampliamente considerado como una exposición que se recoge en el Museo de Historia Natural de Londres, y en el libro “James y otros simios” (Chris Boot, 2004). Mollison vive en Venecia con su esposa.
Más información en http://www.jamesmollison.com
El libro está agotado pero se puede ver en este enlace:
Más información en http://www.jamesmollison.com
El libro está agotado pero se puede ver en este enlace:
2 comentarios:
Después de leer tu entrada y ver todas las fotos en la página correspondiente he entrado a ver a mis hijos dormir: 8 metros cuadrados, una litera de madera pegada a la pared, dos estanterías llenas de libros y juguetes, una cómoda y un armario.
Y también me he acordado de una canción de Serrat:
"Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
con nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos
para dormir.
Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada
y en cada canción".
El expresa mucho mejor lo que he sentido y pensado.
Un abrazo.
No creo que haya comparanza entre el dormitorio de tus hijos y esos otros, y no me hace falta verlo para decirlo. Yo que tú no me preocuparía.
Tendrán personalizado el lugar donde duermen, como lo tenemos los demás, pero estoy seguro de que pertenecen al grupo que podríamos llamar "normalidad", no de norma, sino de natural, de libertad y de expontaneidad.
No creo que Serrat hablara de ti y de tus hijos, precisamente. Venga, mujer, no lo des más vueltas.
Un abrazo.
Publicar un comentario