La cosa va de despedida, pero él no lo entiende. “En cuanto me reponga me vuelvo a mi casa. Sólo necesito que una señora me atienda un poco y que alguien joven me lleve la catequesis. Lo demás puedo yo hacerlo”. Así, tan seguro en su debilidad de enfermo, se expresa quien está amenazado por el mal y ya cuenta demasiados años.
Ha estirado su vida sin medida, desde que salió del pueblo camino del seminario, para aprender a ser cura, pasar hambre, como todos en aquellos malditos años, y desgastarse aquí y allá. Primero fue el estómago, consecuencia de la mala nutrición. Luego la espalda, fruto de sus trabajos desmedidos. Ahora es un cáncer, vaya usted a saber por qué, si por la edad, o porque sí. Cuando estaba empezando a gustar lo que era y lo que hacía, le van a decir que ¡retirada!
Y no saben cómo hacerlo.
Tras haber sido toda su vida independiente, currante de sol a sol, de pueblo y de ciudad, y también de allá lejos, en el África más tropical de puro subdesarrollismo, ahora termina en un geriátrico, donde tal vez y al fin en paz remate la faena.
Porque tiene tipo de torero. Toda la vida lo ha lucido. Pero él a lo suyo. Y sin destacar, siendo un hombre del pueblo. Tanto que en la gran ciudad, y con su ya recorrido medio hecho, le confundían con el cartero o con el revisor del contador de la luz. Pero él entraba en el zaguán y allí se explicaba como sólo él sabía hacerlo.
Le conocí cuando yo iba y él ya casi volvía. Aún tenía mucho pelo y todo negro. Me enervaba su calma cuando en mí todo eran prisas. A su paso las cosas se iban haciendo, siempre sin ruido, al paso.
Muchas cosas trajinamos juntos, hasta convivir por más de tres largos años. Yo friego, decía, que a mí no se me da la cocina. Y funcionábamos. Éramos algunos más, qué tiempos, la comuna, le llamaban. Refugio y hogar, convento y campo de batalla, huerto y jardín de infancia, lugar de paso y de remanso.
Por esas cosas de la vida se quiso independizar, como también lo hice yo; cada mochuelo a su olivo, nos dijimos. Y entonces sí que entró en la cocina, y de qué manera. Y también en la sacristía, y la dio vuelta de campana. Y en su iglesia, y la convirtió en catedral. Y hasta conciertos se dieron, que para eso él se preocupó de poner en marcha el viejo e impresionante órgano de aquel pueblo de buen vino, tanto como el del suyo propio. Sólo hubo un cambio, el suyo era clarete, el que aceptaba era blanco. Buenísimo.
De él aprendí a saber distinguir el vino del resto. A saborearlo, siempre en la comida, a compartirlo y a festejarlo.
Ahora le quieren sacar la hoja roja y no saben cómo hacerlo. “Tú que le conoces, hazle ver que ya no puede seguir”, me han dicho esta mañana dos que se me colaron mientras yo le visitaba. Parece que iban a plan hecho, todo hablado, atado pero sin rematar. Y yo no he sabido decirle más que Facun no vayas al homenaje, diles que esas cosas no son para ti, que tú ya tienes suficiente y mi casa es tu casa. Y nos ha mirado, también a mí, sospechando que estábamos conchabados y ha dicho: “Muchos consejos me estáis dando”. Y yo me he sentido avergonzado de que él pensara que yo estaba al tanto. Y no. Sólo fui a visitarlo al enterarme de que estaba malo.
Recuerdo cuando la chavalería, en aquellas acampadas y fuegos de campamento tan sin normas que organizábamos, se unía al grito de “el Facun es cojonudo, como el Facun no hay ninguno” y él metía el farias en la boca y a medio sacarlo junto con el humo se reía levantado la cabeza al cielo al tiempo que se medio tapaba los ojos. Disimulaba la emoción que ese jalearle le causaba.
Ya no puede meterse o sacarse el farias, pero a buen seguro que se le vuelven a humedecer los ojillos pizpiretos(1) cuando vea asomarse esa dichosa hoja roja.
Ya no está cojonudo, ni siquiera medio. Simplemente se resiste a dejar lo que ha sido, lo que aún es, toda su vida.
Ya no está cojonudo, ni siquiera medio. Simplemente se resiste a dejar lo que ha sido, lo que aún es, toda su vida.
Facundo, compañero, va por ti esta faena.
(1) Es una incorrección gramatical, ya que sólo admite femenino, pero F. se lo merece mucho mejor que vivarachos
6 comentarios:
Tengo un vago recuerdo de la imagen de F. pero creo recordar que fue en Riaño cuando tropezó con una cuerda que pusieron los mayores y utilizó una expresión que entonces dejó a todos boquiabiertos, pero que treinta años después, a mí me hace pensar que "es un cura de los de verdad, de los de ayudar a la gente, no de los de dar misa, que las da y muy bien". Entrecomillo lo anterior porque es algo que alguien dijo refiriéndose a ti a la salida de una misa en tu parroquia, porque seguro que sois del mismo "palo", por lo que no creo que piense que estas al tanto de las intenciones de los dos que se te colaron en la visita.
Animo para F.
Para ti, y aunque detesto "LA FIESTA", pido dos orejas y rabo.
Un abrazo sincero.
Se me ocurren una serie de ideas inconexas. La primera que al irse despidiendo los amigos de generaciones anteriores se nos coloca a la nuestra "en primera línea", salvo que venga un vendaval y nos libre del último y más doloroso tramo. (Puede que algunos huyamos a las nubes y nos quedemos "enganchados" en ellas)
A título personal tu amigo tiene algo nublada la percepción de sus fuerzas pero no otras, por el comentario que te hizo.
El resto ya es una experiencia personal aunque sea harto conocido los diversos moldes existentes, y cada cual se acople al que le resulte más idoneo.
Ya ves, en esta ocasión toca un comentario algo melancólico. No hay "jas" que valgan. UFA.
javier, ya veo que mantienes recuerdos de antiguo, que ya ha llovido desde entonces. Sí, F. tenía salidas como esa que dices, que le definían sobradamente. Aún mantiene el tipo, eso de genio y figura…
Un abrazo familiar envolvente.
emejota, no los son, aunque lo indiques. Están bastante interconexionadas. Pues mira tú que me asusta eso de pasar a primer línea… y que no haya vendaval que lo trastoque. No nos está permitido ese lujo de pasar como de puntillas por la historia; aunque levemente, dejamos huellas, y son visibles.
Y claro que esas experiencias personales cada quien las encaja en el molde propio, que aunque parezca muy distinto a otros, en el fondo coinciden, vaya que sí.
Y ya que las citas voy y lo digo: a mí me gustaría saber, al contrario que al personaje de Don Miguel Delibes, cuándo me va a salir la hoja roja en el librito de mis fumeteos vitales. No quisiera para entonces tener susto ni miedo, angustia o cosa parecida. Y ojalá pudiera en viéndola, silbar al viento con las manos en los bolsillos. TBO
Miguel Angel, recuerda la parábola de las vírgenes sabias y las necias.Las historias se repiten, en el plano de la materia, resulta conveniente buscarse el cobijo con tiempo de adelanto, al igual que en el plano del espíritu (para algunos mental). Porque tarde o temprano llegará el momento y conviene estar preparado para las duras y las maduras. Si uno ya se lo ha organizado en el coco previamente,de la manera que sea (salvo que nos llegue el monstruo de la demencia senil o el alzeheimer, esa bestia negra) la experiencia se suele vivir relativamente bien, cualesquiera que sean las condiciones. UFA.
No sé qué decir Míguel, cuando alguien cercano y amado se encuentra mal, con la papeleta roja apareciendo, aun sabiendo que es inevitable, siempre la congoja aparece o algo parecido y un vacío empieza a notarse ¿no?.
Bueno, besos y ánimo para ti y para F.
¡¡Núnca se sabe!!(¡Y menos mal!!)..."la hoja roja da la patada en la puerta y entra, sin preguntar si ya estamos listos para salir de casa". Un Abrazo.
Publicar un comentario