Los Pájaros, el lugar perfecto para vivir, donde todo es idílico y, sin embargo, nada es lo que parece. Dos familias de la urbanización pasan ese verano de intenso calor entre la monotonía y el aburrimiento, pero la aparición de un pájaro muerto en una de las calles será el detonante para que sus secretos y miedos salgan a la luz.
Esta es la sinopsis de una peli española titulada Los pájaros muertos. Y lo encontré en la red, que da de todo.
Nada que ver, sin embargo, con esta foto que mariajesús paradela ha colocado en su blog entre otras, en una sucesión de imágenes tomadas al albur, sin orden y concierto (o con cierta premeditación y una pizca de malévola alevosía), una cierta mañana de este mes de julio.
Desde el principio no la quise ver; aparté adrede la mirada en el vano intento de «ojos que no ven, corazón que no siente»; y también: aquello que no está a la vista, no existe.
Pero sí existe, vaya si existe. Es tan real como el cadáver que te encuentras en plena carretera cuando la autoridad competente te hace circular sin prisa pero sin pausa al borde justo de un accidente. Me ocurrió el verano pasado cerca de Valencia, en la trágica A-7.
Como las escenas del terremoto de Haití, o las del último atentado en Afganistán, o aquellas del metro de Madrid. Reales de toda realidad.
Como lo que ocurre al otro lado de la cortina, en la habitación del hospital donde te atienden, que una persona de blanco ha corrido para preservar la intimidad o para proteger nuestra sensibilidad.
La muerte es real. No nos gusta. Nadie habla de ella. Nos negamos a mirarla a la cara, aunque ella a nosotros sí nos observe con descaro.
Estos pajaritos están muertos. Bah, total unos pájaros…
No te equivoques: es la sustancia lo que importa. No podemos titular esta fotografía como “Naturaleza muerta”, porque ese rótulo lo tenemos asignado a otra cosa. Menos “Escena de caza”, porque tampoco encontraríamos cazador o cazadora aguerridos que asumieran ser ellos los actores principales. Y de ninguna manera “Consecuencias de la guerra”, porque no procede.
Y la sustancia, como decía aquel ilustre paleto que me encontré en el pueblo, se refiere a la naturalidad de la muerte. Vida y muerte, muerte y vida son procesos asociados que sólo los humanos disociamos. Y porque hacemos esa separación, antinatura, nos molesta y la evitamos. El título, pues, salvando todas las distancias salvables, bien podría tener que ver con aquello otro de “Y luego dicen que el pescado es caro”.
De niño veía a mi madre matar una gallina para comérnosla en familia. (Y no quiero narrar cómo era aquello, para no parecer cruel y despiadado. Mi madre no lo era en absoluto). Al carnicero del pueblo llegar cuchillo en ristre para sentenciar al marrano, cuyos despojos nos alimentarían por un año entero. (También me niego a relatar cómo era la matanza en mi niñez). Al pastor dar garrote a la oveja que se partió la pata, porque era lo mejor para todos. (Solía hacerse en pleno campo, porque el pobre animal no iba a llegar nunca por sí mismo hasta la tenada. Omito dar más detalles). Y aprendí que esas muertes eran necesarias, y eran vida.
Hoy se evitan los mataderos, y los matarifes parecen seres evitables. La pechuga de pollo o el jamón cocido salen de un plástico aséptico que tomamos de una vitrina refrigeradora. El chorizo son unas rajitas como hostias que pone mamá entre el pan, pero a mí me gustan más los bollitos rellenos de chocolate. Y hasta la leche sólo comparte con la vaca la imagen estampada en el brik del supermercado.
El vecino de al lado ha muerto. Y llegamos, no a su casa, que ya no es lugar; ahora vamos al tanatorio, a las afueras de la villa, con recepcionista amable y servicial, hilo musical, bar, salón del fumador, floristería, aire acondicionado y aromatizado y una cortina opaca que se corre discretamente para que la concurrencia hable sin agobios tras los cristales de la cabina mortuoria.
Esos pajaritos muertos en el nido me sugieren que todo tiene sentido. Que acertamos si lo encontramos. Y erramos si simplemente nos encogemos de hombros como diciendo: ¡Y a mí qué! ¡Sólo son unos pájaros!
Si el nido hubiera estado así…
…no habría tenido lugar tanta palabrería, ni falta que hubiera hecho. Cenaría ahora mucho más tranquilo y relajado.
Esta es la sinopsis de una peli española titulada Los pájaros muertos. Y lo encontré en la red, que da de todo.
Nada que ver, sin embargo, con esta foto que mariajesús paradela ha colocado en su blog entre otras, en una sucesión de imágenes tomadas al albur, sin orden y concierto (o con cierta premeditación y una pizca de malévola alevosía), una cierta mañana de este mes de julio.
Desde el principio no la quise ver; aparté adrede la mirada en el vano intento de «ojos que no ven, corazón que no siente»; y también: aquello que no está a la vista, no existe.
Pero sí existe, vaya si existe. Es tan real como el cadáver que te encuentras en plena carretera cuando la autoridad competente te hace circular sin prisa pero sin pausa al borde justo de un accidente. Me ocurrió el verano pasado cerca de Valencia, en la trágica A-7.
Como las escenas del terremoto de Haití, o las del último atentado en Afganistán, o aquellas del metro de Madrid. Reales de toda realidad.
Como lo que ocurre al otro lado de la cortina, en la habitación del hospital donde te atienden, que una persona de blanco ha corrido para preservar la intimidad o para proteger nuestra sensibilidad.
La muerte es real. No nos gusta. Nadie habla de ella. Nos negamos a mirarla a la cara, aunque ella a nosotros sí nos observe con descaro.
Estos pajaritos están muertos. Bah, total unos pájaros…
No te equivoques: es la sustancia lo que importa. No podemos titular esta fotografía como “Naturaleza muerta”, porque ese rótulo lo tenemos asignado a otra cosa. Menos “Escena de caza”, porque tampoco encontraríamos cazador o cazadora aguerridos que asumieran ser ellos los actores principales. Y de ninguna manera “Consecuencias de la guerra”, porque no procede.
Y la sustancia, como decía aquel ilustre paleto que me encontré en el pueblo, se refiere a la naturalidad de la muerte. Vida y muerte, muerte y vida son procesos asociados que sólo los humanos disociamos. Y porque hacemos esa separación, antinatura, nos molesta y la evitamos. El título, pues, salvando todas las distancias salvables, bien podría tener que ver con aquello otro de “Y luego dicen que el pescado es caro”.
De niño veía a mi madre matar una gallina para comérnosla en familia. (Y no quiero narrar cómo era aquello, para no parecer cruel y despiadado. Mi madre no lo era en absoluto). Al carnicero del pueblo llegar cuchillo en ristre para sentenciar al marrano, cuyos despojos nos alimentarían por un año entero. (También me niego a relatar cómo era la matanza en mi niñez). Al pastor dar garrote a la oveja que se partió la pata, porque era lo mejor para todos. (Solía hacerse en pleno campo, porque el pobre animal no iba a llegar nunca por sí mismo hasta la tenada. Omito dar más detalles). Y aprendí que esas muertes eran necesarias, y eran vida.
Hoy se evitan los mataderos, y los matarifes parecen seres evitables. La pechuga de pollo o el jamón cocido salen de un plástico aséptico que tomamos de una vitrina refrigeradora. El chorizo son unas rajitas como hostias que pone mamá entre el pan, pero a mí me gustan más los bollitos rellenos de chocolate. Y hasta la leche sólo comparte con la vaca la imagen estampada en el brik del supermercado.
El vecino de al lado ha muerto. Y llegamos, no a su casa, que ya no es lugar; ahora vamos al tanatorio, a las afueras de la villa, con recepcionista amable y servicial, hilo musical, bar, salón del fumador, floristería, aire acondicionado y aromatizado y una cortina opaca que se corre discretamente para que la concurrencia hable sin agobios tras los cristales de la cabina mortuoria.
Esos pajaritos muertos en el nido me sugieren que todo tiene sentido. Que acertamos si lo encontramos. Y erramos si simplemente nos encogemos de hombros como diciendo: ¡Y a mí qué! ¡Sólo son unos pájaros!
Si el nido hubiera estado así…
…no habría tenido lugar tanta palabrería, ni falta que hubiera hecho. Cenaría ahora mucho más tranquilo y relajado.
5 comentarios:
Hola, soy una de las "concursadoras" de María Jesús y me ha gustado mucho tu entrada. También he escogido los pájaros muertos y confieso que me ha encantado la forma en que has expuesto la cara supuestamente oculta de la otra realidad de la vida. Ah y la música de fondo me ha ganado. Un abrazo.
Interesante entrada, muy interesante, demasiados conceptos, demasiado de nosotros en todo esto. La muerte y la vida es parte de un mismo proceso, como tan bien expones, pero al hombre se le hace difícil aceptar la incertidumbre que es la muerte, apuesta por lo que conoce, aunque sea malo.
Por otra parte, digo: que suerte, los pajaritos no tienen que soportar la estúpida condición humana que todo lo destruye (aunque las razones por las que estos pajaritos murieron no podamos afirmarlas con certeza o claridad, suponemos, como hacemos siempre, que fue tal o cual cosa).
De la misma manera entra Dios en todo este juego: es una cuestión de fe, no de certezas (que no es lo mismo). Por lo tanto, en la vida y en la muerte encontramos el misterio y eso al hombre también lo asusta.
Excelente reflexión, cadáveres hay en todos lados, muertes y destrucción también, ¿De que esta hecha entonces la vida?
Un abrazo fraterno y sincero amigo.
HologramaBlanco
¡¡¡Vaya!!! Menuda reflexión.
¿Por qué a los humanos nos asusta la muerte?
A mi no me asusta mi muerte, no le tengo miedo, sé que tiene que llegar y es algo inevitable. Lo que me da pánico es que le ocurra a alguien de mi nido antes de que me ocurra a mi.
Me gusta tu entrada.
Bicos
Una entrada rica en conceptos, algunos de mucho contenido, como la muerte, de la que nadie quiere hablar, porque entre otras cosas no nos han educado para hacerlo, por lo menos a mi generación y con la que convivo, de forma muy directa en mi profesión....
No has cenado tranquilo y relajado pero nos has regalado tus palabras.
Un cordial saludo.
Triste ,pero , preciosa reflexión sobre la otra cara de la muerte . me ha gustado mucho tu entrda .
Un beso
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