El comienzo del curso catequético, en medio de las obras que durante dos
meses ha tenido el patio/jardín parroquial atestado de maquinaria y materiales,
e inutilizadas todas las salas, resultó una aventura para la chiquillería y un
quebradero de cabeza para mi humilde persona. Al final todo resultó, sólo
resultó. Ni bien ni mal.
Estaba esperando el momento de que todo volviera a su ser, para ver si
es posible que funcionemos también en la normalidad. He comprobado que sí.
Porque tenía mis dudas.
Mientras los papás y las mamás esperaban en la calle, –no hay manera de
convencerles de que es mucho mejor que entren dentro–, sus vástagos estaban
desparramados en grupos por los habitáculos completamente remozados. Nadie se
ha fijado en que ya no hay manchas en los techos, ni desconchones en las
paredes, tampoco han caído en la cuenta de que las puertas ahora son blancas,
no marrones, y han pasado de largo ante el curioso artilugio que atraviesa cada
sala del que penden las luminarias de tubos fluorescentes. Ellos a lo suyo y lo
demás para quien corresponda.
¿Cabría imaginar mejor inauguración?
1 comentario:
Oye Míguel, esto tiene un aspecto estupendo y no digo inmejorable porque todo es mejorable en esta vida pero luce muy, muy bien. A disfrutarlo.
Besos
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