Velasco viene de
vela, como de peña peñasco.
Y este trozo de
carbón, este trozo es tu regalo.
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Así decía la nota que
encontré al levantar la tapa del pupitre aquella mañana de reyes del año… en
fin, estaba en 3º de Bachillerato, luego andaría por los doce años y sería Navidad de 1960. Creo que
fue la última vez que escribí la carta, no sé si creyendo aún o ya sin creer. Sí sé
quién escribió la nota: el hermano Gabriel, religioso babero. Fue en Bujedo,
Burgos, en el aspirantado de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, instituto fundado por San Juan Bautista de la Salle para la educación cristiana y gratuita de los niños pobres. Allí estuve cuatro años, y
fui feliz. Me marché de allí porque tanta felicidad no podía ser buena, y me temí lo peor.
El carbón era de
azúcar, y además había más cosas que ya no recuerdo. Sí un trozo de vela, para
que el ripio hiciera juego con los regalos. Me lo comí, por supuesto; no el cabo de vela, el trozo de carbón. Y usé,
con toda seguridad, los otros pequeños detalles que me dejaron.
Ahora que soy mayor
tengo que dejar las cosas de niño. Como Pablo de Tarso. No porque no me sirvan;
sino porque me parece indecente usar de ellas, o abusar. Si ya la niñez es
pasado para mí, pretender manifestarme y que se me trate como rapaz es una
jugada calculada que perseguiría que mis cartas de escaso o nulo valor
engañasen a los triunfos reales de la vida. Mucha cara de palo, o de póquer,
tendría que poner para conseguirlo. No es lo mío.
La vida es real, y
vosotros no lo sois. Yo soy real como soy, no como quiera o pretenda aparecer.
Y este escrito es de mí y para mí, por tanto no es carta, sino auto reflexión.
No obstante, si desde vuestra no realeza (¿también no realidad?) queréis hacerla caso, es vuestra
decisión.
Ni reyes, ni magos,
ni sabios, habéis no obstante forzado –u orientado dulcemente- a Benedicto XVI
a lanzarse, al campo de batalla de los que carecen de armadura para lidiar, a
cuerpo limpio de Joseph Ratzinger en igualdad de condiciones. Porque se ha
bajado del caballo, y no empuña arma alguna de ordeno y mando, ni quiere ser
reconocido como investido de inerrancia o infalibilidad. A pesar, sin embargo,
del esfuerzo, me cuesta creerlo, no me fío. Mea culpa, mea maxima culpa.
Ojala también
hubierais influido de alguna manera en otros personajes de la realidad, para
que se despojaran de cualquier ropaje mágico, dogmático, hermético. Que
aparecieran en su desvalida y limpia humanidad nos habría ayudado mucho en este
aciago año 2012 pasado y no por ello olvidado. Con toda seguridad unos, los políticos y economistas, no
habrían tomado las decisiones políticas y económicas que tanto hacen sufrir; y
otros, hombres de religión o del pensamiento, no habrían dicho o dejado de decir palabras que confunden, humillan y
alejan.
Si sois una leyenda
teológica, o histórica, o simplemente literaria, eso quiere decir que los seres
humanos somos capaces de inventar bonitos relatos, para creer en ellos y para
contárnoslos unos a otros. Así, al tiempo que nos animamos, también nos
entretenemos.
Lo malo es que
pudierais ser una rémora, simple cuento para entretener el hambre e inducir
al sueño; que pensando en vosotros, nos olvidáramos de la realidad; que
soñando, no quisiéramos despertar; que esperando, no hiciéramos otra cosa.
No quiero vuestro
oro, ni vuestro incienso, ni vuestra mirra. Propiamente ya los tengo; o no, y
ni falta que me hacen. Y eso, signifiquen lo que signifiquen, entiéndanse como
se entiendan. De oro e incienso poco he visto en mi vida. De mirra algo he
probado. Es amarga, como la verdad, al decir de aquel poeta.
Quedáoslos, no los
quiero; que la vida ya se encargará de hacer reparto según su parecer y
capricho. No os pido nada; no porque no quiera verme mañana con cara de decepción,
sino porque pretendo seguir no mirándome en el espejo; no me importa salir de
casa con el pelo enmarañado y en el carrillo manchas de las babas de la Moli;
si la arruga ya no es bella, tampoco una camisa planchada tiene la menor
importancia salvo que tape u oculte sentimientos torcidos; mis botas no necesitan
brillo, sino que mis pasos acierten con el buen camino.
Sólo quiero que
mañana amanezca, como todos los días, y que lo haga a su hora, ni temprano ni
tarde. Ya con eso tengo suficiente para poder decir…
Siento
dentro de mí, Señor,
un
profundo deseo de vivir.
A
pesar de mis pequeños o grandes sufrimientos,
me
siento contento de vivir y digo un sí
del
cual todavía no acierto a ver las consecuencias.
¿Qué
es este sí, Dios mío?
¿Qué
conlleva consigo?
¿Es
un ingenuo optimismo?
¿Es
deseo de vivir y dejar vivir?
Señor,
renuevo hoy, aquí, mi sí
y
asumo, ante Ti, el gran compromiso
de
darle cuerpo y alma.
Mientras
no entienda del todo la vida,
su
riqueza y su miseria,
a Ti te confío mi sí, Señor.
Eso sí estaría bien,
ser yo mismo ofrenda que hiciera al Niño reír. Ser regalo y presente,
en gesto de vasallaje
ante Majestad tan humilde;
en adoración
rendida ante Dios tan humano;
en acogida agradecida
ante Vecino tan incondicional;
en reconocimiento
total ante Rey tan servicial.
4 comentarios:
¡cuantas cosas Miguel Angel! no se que decirte. Hay entradas tuyas que cabadas de leer me dejan una sensación de paz y eso...eso es todo lo que te digo.
Proyectas sinceridad en tus reflexiones, en algunas creo no estar de acuerdo pero no me importa, lo respeto y lo acepto como pensamientos tuyos y a los Magos o no, si que les pido que nos traigan salud y esas ganas de vivir que expresas.
Besos
Pues si tienes paz y esperas salud y ganas de vivir, ya sólo falta poner la mesa y sentarse alrededor.
Yo aporto el cocido castellano y el vino de la ribera. ¿Cuántas personas vamos a ser?
Feliz y picarona noche de reyes. Besos
De buena gana me apuntaría a ese cocido y ese vino de Ribera (es lo que bebo ). Seguro que sería una velada de risas, de canciones, de guitarra, y para el recuerdo.
No será la noche de reyes, pero ¿quién sabe?
En efecto, ¡quién sabe! Una conjunción de astros puede ocurrir en cualquier momento; sólo es estar alerta, como lo estaban, según dicen, aquellos señores magos. Cuando una estrella así aparece, hay que dejarlo todo y salir a ver qué pasa.
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