A uno que está lejos de viejas historias, no le
sonaba nada bien que el papa Francisco regalara una rosa de oro, fuera a quien
fuera, y menos a la Virgen en su advocación de nuestra señora de Fátima. Pero
una bondadosa persona se lo ha explicado y así le parece que suena menos mal.
Resulta que es una tradición en la Iglesia, que se inició
en el siglo XI, eso de regalar rosas de oro.
La costumbre
se remonta a la Edad Media, cuando los papas llevaban esa flor durante las
procesiones del cuarto domingo de Cuaresma, el llamado
domingo Laetare. El Papa Eugenio III puso en relación este hecho con la pasión
de Cristo: el oro como símbolo de la resurrección y las espinas como símbolo
del sufrimiento.
En otros tiempos, esas rosas se conferían
también a dignatarios de la Iglesia,
para distinguirlos, pero también para recordarles las responsabilidades
asociadas al ser cristiano. El círculo de los que recibían rosas de oro se fue
ampliando a reyes, príncipes, abadías y santuarios. Actualmente, solo los
santuarios son objeto de esa predilección.
La rosa de oro
es una condecoración otorgada por el Papa a personalidades católicas
preeminentes, usualmente reinas. También
la han recibido algunas advocaciones de la Virgen María. Fue creada por León IX
en 1049. Como su nombre indica, consiste en un rosal de oro con flores, botones
y hojas, colocado en un vaso de plata renacentista en un estuche de oropel con
el escudo papal. El Papa la bendice el cuarto domingo de Cuaresma. La unge con
el Santo Crisma y se la inciensa, de modo que es un sacramental.
Con ésta,
Fátima tendrá ya tres rosas de oro. La primera
la envió Pablo VI, el 28 de marzo de 1965, durante la tercera sesión del
Concilio Vaticano II. La segunda la entregó Benedicto XVI, durante su visita a
Fátima, el 12 de mayo de 2010.
La tercera acaba de entregarla hoy mismo Francisco.
A él le gustan mucho más las naturales, pero el protocolo es el protocolo. Y
así estamos.
Y por la misma razón mi obispo, que además es
cardenal, está ausente de los actos protocolarios en honor del patrono de mi
ciudad, San Pedro Regalado; ha de acompañar a la comitiva papal en su visita a
Fátima. De esta forma ha dado al traste con el programa de las fuerzas vivas
ciudadanas que le asignaban el puesto principal en la ceremonia que en esta
fecha se celebra en El Salvador. En mi pequeñez, recuerdo asomarme desde el
mirador de la casa de mis abuelos para contemplar el revuelto que tal que hoy
se organizaba en la coqueta plaza. Era tal el gentío que se convocaba que solo
cabezas distinguía; sin reconocer a nadie, por supuesto. Pero mi abuela Jesusa
sí lo conseguía, y daba gritos de alegría nombrando a personas por ella
conocidas, de manera que aquella mañana era una fiesta también familiar.
Aprovecho la ocasión para rendir mi tributo
particular a nuestro paisano Pedro Regalado.
San Pedro Regalado fue un monje franciscano
que vivió en el S. XV y fue canonizado por sus acciones de caridad, su
dedicación a los pobres y sus obras milagrosas. Nació en la calle de la
Platería en 1390, hijo del hidalgo Pedro Regalado y Doña María de Costanilla.
Muy pronto fue bautizado en la actual iglesia de San Salvador, que por aquel
entonces se llamaba iglesia de Santa Elena.
Dicen que desde pequeñito ya mostraba verdadera devoción por las causas religiosas,
y que se le podía ver cada día con su madre camino del convento de San
Francisco (ya desaparecido y que entonces estaba en la Plaza Mayor) y que
durante la misa, llamaba la atención siempre de las gentes por su disposición y
colaboración durante las celebraciones.
Cuando contaba con tan solo 14 años, ocurrió algo que le influiría de manera decisiva en su vida:
llega a Valladolid Francisco Pedro Villacreces, Maestro en Teología por París,
Tolosa y Salamanca. Este religioso quería reformar la Orden Franciscana de
Castilla y buscaba seguidores de su causa. Pedro decide unirse a él y parte hacia La Aguilera
(cerca de Aranda de Duero) dejando Valladolid y despidiéndose de su madre para
dedicarse a la vida regular.
En La Aguilera Pedro vivió dedicado a rezar durante doce horas diarias, a trabajar y
recoger limosna y estudiar para ser ordenado sacerdote. En 1412
ofició por fin su primera Misa y a partir de entonces predicó la palabra de
Dios por distintos lugares y empezó a ser conocido entre las gentes por
realizar diferentes obras y realizar varios milagros de bilocación (es decir
que testigos de la época indican que le
vieron en dos lugares al mismo tiempo).
El milagro más importante por el que se le
conoce está recogido en su proceso de canonización, y describe como Pedro,
durante la madrugada de la fiesta de la Anunciación de la Virgen María, está
rezando maitines en el convento de El Abrojo y al sentir añoranza de honrar a
María en La Aguilera, se transporta y
aparece en La Aguilera, que estaba a ochenta kilómetros, y tras honrar a la
Virgen María, regresa de vuelta.
Su fama cobró tal importancia después de su
muerte, que incluso la Reina Isabel la
Católica visitó su tumba en el Monasterio de La Aguilera.
En el año 1746 el Papa Benedicto XIV decide
declarar Santo a Pedro Regalado. Esta noticia tuvo gran impacto en la época en
Valladolid y se celebró con gran júbilo y por eso ese mismo año se decidió
nombrarlo patrón de Valladolid.
Y además es el
patrón de los toreros…
Uno de los milagros que se le atribuyen tiene
que ver con ¡un toro!
Cuentan que saliendo San Pedro Regalado del
convento de El Abrojo (cerca de Laguna de Duero) hacia Valladolid iba rezando
con un compañero y les sorprendió un toro que se había escapado de la plaza
mientras se celebraba una corrida.
Pedro se acercó al toro y tras clamar al
cielo, le ordenó agacharse y el animal se sometió a él. Pedro le quitó los hierros, lo bendijo y le mandó partir sin hacer daño
a nadie y así ocurrió.
2 comentarios:
¡¡¡Qué cosas!!! el protocolo, el santo, los milagros, el toro domado con la palabra... todo muy racional, compresible por cualquier y normal para el común de los mortales. Miguel, si no fuera porque te quiero me daría la risa.
Besos amigo mio
Ríete en libertad, que es muy sano. Gracias a ella, a la risa, los seres humanos podemos aguantar tanto temporal y el resultado de siglos de destrozos, como cantara el aragonés Labordeta. Afortunadamente… los tiempos puede que estén cambiando alguna que otra cosilla, aunque sea più lento.
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