Verla y lamentar no llevar la cámara no tuvo solución de continuidad. Es
más, creo que fue el mismo y único acto reflejo. Cuando, unos metros más
adelante, fui consciente caí en la cuenta de que el móvil servía. Y paré.
Exactamente igual que tantas otras veces, que, moviéndome por las calles de acá
para allá, no discrimino los rostros, algunos de ellos bien conocidos, y que
luego me recriminan por no saludar, sin embargo sí percibo un objeto en la
calzada, –sea moneda, tornillo o vaya usted a saber–, que no me resisto a
recoger aunque sea con peligro de mi integridad física. No me importó que desde
atrás me apremiasen, ni que el semáforo acabara de ponerse en verde, tampoco
que estuviera en la bifurcación de la carretera de la Esperanza, o que la hora
fuera la de las urgencias por llegar, llevar, volver o traer. Tuvieron que
evitarme o frenar, aunque no pudieran ni quisieran contener el exabrupto.
Aparqué el vehículo, saqué el smarphone, me situé, agachéme, enfoqué y disparé.
Justamente en ese momento nos habían dejado solos. Solos en la gran ciudad, a
las 10:51:48 de un lunes del mes de julio.
Celebré encontrármela. La imaginé un grito en medio del silencio, un
oasis en el sequedal urbano. Fue un alto en la carrera, un momento de solaz en
el tráfago cotidiano.
La saludé. Oveja sin rebaño ni pastor, desafiante de cuantos adocenados,
no destacan, ni pretenden, sólo balan y callan satisfechos*.
Y también saludé, mas de modo desigual, a las del otro lado. Rebaño
dócil y bien cuidado, por útil y complementario.
Después de ver anoche la peli de la cinco, “Life of Pi” (La vida de Pi en España y Una aventura extraordinaria en Hispanoamérica), no
es descabellado considerar una parábola de cómo cantar en la vida: en coro y bajo
la batuta de, a solas y según el ritmo de la propia melodía.
Ahora es cuando alguien propondría escuchar al coro de pajaritos de
Roberto Carlos. Un millón de amigos podría resultar agotador. ¿Cómo soportar
tanto beso y tanto wasap? ¿Cuándo encontrar tiempo para cargar la batería? ¿Qué
espacio de la vida dejar para simplemente estar consigo mismo?
* Viendo los inmensos campos castellanos asolados por este calor infame que los ha secado antes de tiempo, no dejo de preguntarme dónde habrá encontrado esa flor la humedad necesaria entre el cemento… porque en mi ciudad sólo riegan las calles en las fiestas.
1 comentario:
Pues ahí la tienes, ella resistiendo contra calores inmisericordes, tan fresca, tan lozana, especie resistente que necesita ná y menos para llamar la atención a un "biciclista" de ojo entrenado para ver lo especial. Toda una metáfora, si señor.
Besos
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