Pero no me importa. Y
me importa un pito si todo quedara en nada; al menos he vuelto a escuchar el
grito de la selva, aquel que decía: Seamos realistas, pidamos lo imposible.
Lo gritó un esclavo
de Roma, y metió el miedo en el cuerpo del imperio.
Lo gritaron los
poberellos, y Roma, la eclesiástica, volvió a temblar.
Ese fue el grito que
desde los arrabales de París gritó la muchedumbre, y la Bastilla cayó.
Se escuchó en el
sesenta y ocho, y tras un pequeño revolcón, ¿todo volvió a su ser o empezó algo
distinto?
Sí, sé que todo puede
volver a ser lo mismo, lo de siempre: los de arriba más arriba, los de abajo,
abajo del todo. Y los del medio, en el mismo sitio, pero con más miedo que
antes.
¿Volverá el silencio
de los corderos, de los estómagos satisfechos y el pensamiento anulado?
Pero este momento de
gloria queda ahí, ahí está. Aunque lo olvidemos más pronto que tarde.
¿Y si en vez de decir
“pidamos” decidimos ir a por todas y lo cambiamos por “hagamos”?
Qué bien queda el
grito de esta manera:
Somos realistas, ¡ya
estamos haciendo lo impensable!
1 comentario:
De acuerdo totalmente contigo, Míguel. Lo suyo es que las clases trabajadoras tomen conciencia cuanto antes y dejen el miedo a perder nada (pues nada tenemos porque lo que poseemos es nada) y empecemos a defender con uñas y dientes nuestra dignidad de seres humanos, sin miedos, que es la gran baza y el arma más eficaz que tiene el capitalismo para someternos (los 'usa' son un ejemplo magnífico de esto).
Lo imposible ahora será realidad posible, más pronto que tarde, si peleamos por ello.
Asaltar los cielos, este será el próximo grito de lo imposible.
Besos
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