La tercera sorpresa
que me deparó la limpieza de mala hierba que hice en mi jardín el jueves fue
encontrarme con esto:
¡Cuatro pequeños
acebos, nacidos al abrigo de la madre… o del padre! Y digo bien, –o mal, según
como se mire–, porque aún no sé si este que está en la parte delantera es madre
o padre. Y bien que me lo explicaron, pero sigo sin entenderlo.
El caso es que al
suprimir hierbas y hojarasca aparecieron tan hermosos y pimpantes. Como no era
momento para hacer más manipulaciones, los dejé tal como estaban.
Durante la noche le
di vueltas al asunto, y me preguntaba cómo es que siendo cuatro estaban tan
juntos y en la parte más accesible del molesto e inaproximable acebo, cuya
hojas raspan como lija. Al día siguiente, con la fresca y ánimo decidido, me
embarqué en la delicada tarea de transplantarlos, ahora que están tan
tiernecitos. Con cuidado fui retirando la tierra que estaba dura como el
pedernal. Al poco di con la razón de su existencia y de su posición y lugar.
Los cuatro arbolitos surgían de unos recipientes enterrados. Los había sembrado
yo mismo, hace más de dos años. Ya no me acordaba. Es lo que tienen las plantas
de crecimiento lento. Que te olvidas.
Hago ahora memoria
para contarlo. Por entonces, hará tres o cuatro años, me pidieron réplicas del
acebo. Es cosa sabida, y si no lo fuera lo digo ahora, que este árbol tarda
alrededor de dos años en brotar de su semilla. Es mucho más rápido enterrar
tallos inferiores, y esperar que arraiguen. Como no tenía ni lo uno ni lo otro,
cuando maduraron las semillas, en pleno invierno, sembré unas cuantas en
tiestos y los enterré junto al tronco. Allí los dejé, supongo que en las
navidades de 2010 ó 2011. No recuerdo cuantas puse. Ahora compruebo que de los dos
recipientes que he encontrado sólo en uno han brotado cuatro. Digo yo que
pondría ocho, mitad y mitad.
Con mimo y tacto he
separado a los cuatro hermanitos cuidando de que sus raíces no se desprendieran
de la tierra, y así, de un sólo plumazo, los he autonomizado. Aquí están, a la
sombra húmeda de los lilares, esperando crecer más y encontrar cada cual su
propio destino.
Esto tiene doble
moraleja. Una es que no importa lo que sea, guárdalo por si alguna vez te hace
falta.
La otra es que tengo
demasiada edad, y he guardado tantas cosas por si acaso, que ya he perdido la
cuenta. Cuando algo me hace falta invoco a la diosa suerte y me pongo a buscar
por ver si encuentro algo apropiado entre mis baúles.
Querría ser más joven
para recordar; pero entonces seguro que no habría atesorado tanto. ¿Tendría tanta paciencia?
Post data:
¡Si seré viejo que
hasta la pluma de Santa Teresa me florece!
Está preciosa y ahora mismo está iluminada por la luna
que mañana será ¡llena!
1 comentario:
¡¡Eureka!! y además hay una conducción de agua, supongo, y ¡¡un caracol con los cuernos al sol, qué fantástico!!. Bueno, qué buena labor has hecho, están de lo más pinchos y no te faltarán candidatos a heredarlos al fin y al cabo lo más difícil ya está hecho.
¡Ah! y no hables de vejeces que te gano, ya lo sabes, y no por eso me siento así. Yo no suelo atesorar demasiado aunque algo sí. Me duelen los recuerdos así que un día en el que estoy especialmente "valiente" y me encuentro con cosas, las reciclo como mejor me parece.
La plumita esa es verdad que está preciosa ¡¡es primavera!!, mi hermana me cuenta que su jardín está fantástico con todo brotando.
Besos, Míguel
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