En días como hoy,
cuando era niño, en el pueblo se mascaba el aire calentorro y sólo se dejaban
oír el croar de las ranas en la charca y la voz seca del segador arreando al
ganado desde la gavilladora. Bueno sí, y también el vuelo sordo y molesto de
los tábanos.
Luego, en la era, a
la sombra de algún carro repleto de bálago hasta arriba y junto al brocal del
pozo, mientras cada quien masticaba lentamente lo que iba sacando de su fardel,
algún chascarrillo provocaba una carcajada general, pero tan poco entusiasta
que generalmente nadie repetía.
Se sucedían
lentamente las horas mientras el sol aplanaba toda la existencia. Hasta el
momento de aparvar la parsimonia era total; no se alteraba mientras no llegara
el cierzo para espantar la galbana.
Luego, por la noche,
cuando lo de acarrear, se cambiaban las tornas, a pesar del sueño; el traqueteo
del carro en los baches del camino espabilaba ganado y agosteros, y avivaba el
ojo de más de un avispado que cargaba las morenas del vecino; de noche todos
los gatos son pardos y una tierra se parece a otra tierra, más si son próximas
y están alejadas del caserío.
La siega, la
recolección, por aquel entonces, ocupaba todas las horas del día, y no se
hacían veinticinco porque no las tenía la jornada. Pero en llegando el
dieciocho de julio había que parar por orden gubernativa. Era celebración
nombrada, aunque aburrida. Ese día sí que era largo, sin nada que hacer y
mirando al cielo por si alguna nube aparecía en el firmamento. Ya sería cosa
del demonio que en día tan vacacional se fuera todo al traste por un mal
pedrisco. Un año entero suspirando por la cosecha, para que en un instante
malhadado todo quedara en las tierras.
Así que en este día,
hace ya muchos años, los de pueblo nos aburríamos jugando al mus o al tute en
el sindicato y para terminar en el patio emparrado, quien lo tuviera, esperando
que el fresco de la noche aliviara una pizca siquiera los calores. Ponerse el
traje de domingo para no tener que ir a misa hacía que en este día, de obligado
cumplimiento, lo de fiesta no encajara, y se pasara más o menos a la fuerza.
Mis recuerdos de
aquella época son de los que yo llamo “en blanco y negro”, planos. Con el polvo
de la cebada pegado a mi piel, malamente tocando cualquier otra cosa que lo
referente a las labores propias de aquellos días, subido en lo alto del
remolque, aventando trigo en la panera, repasando la máquina engrasadora en
ristre, apartando granzas o amontonando paja, sólo rompía la monotonía del
discurso una avería y la tensa espera al mecánico de turno, o el viaje rápido
al herrero de Capillas, o de Fuentes, según lo complicado del asunto o el lugar
donde se diera la ruptura de la pieza.
Este rosario de
cosuchas, recordadas sin orden ni concierto, tal vez incluso pertenecientes a
épocas diferentes y alejadas algunos años unas de otras, con el nexo común del
calor y la cosecha, mi pueblo y mi padre, mi infancia, adolescencia y juventud,
concluyen de pronto con mi jubilación anticipada para toda faena agrícola, sin
derecho a pensión por supuesto ni a ningún otro reconocimiento oficial,
extraoficial o simplemente económico.
¿Que qué fue de las
tierras familiares? Se las quedó todas mi hermano. A mí la tierra me gusta si
puedo recorrerla y pasearla. Hacerla producir, sinceramente, no me interesa.
Nota explicativa: Para quien no lo sepa, el dieciocho de julio se celebraba el alzamiento nacional, de cuando en el 36 empezó la incivil guerra que nos asoló para los restos.
2 comentarios:
De todos esto recuerdos que relatas el que menos me gusta recordar es el del 18 de Julio...
Hay dias que a uno le va bien recrear en la "coctelera"de su memoria varias cosas, es un buen ejercicio.
Mis saludos Miguel y un abrazo, hoy que me he puesto al dia en leerte.
Pues mira yo ni me había enterado en el día en el que vivía. Me levanto, hago las tareas que me tocan para ese día -estos días cosas extras preparando el viaje de mi hija a Dublín en busca de un futuro laboral que aquí no puede tener, como tantos otros-, y de las fechas del calendario sólo las referencias que me tocan directamente y el 18 de julio ha tocado comprar cosas para Dublín, lo demás no cuenta ya. Pero de todos tus recuerdos algunos también son míos, sólo lo que veía desde mis cortos 6,7 u 8 años, no más, después emigramos a San Sebastián. Pero de la era, trillar, la merienda, acarrear el bálago, hacer la parva y todo eso que veía hacer a mi padre y mis hermanas mayores, incluso a mi hermano montado en el trillo y cómo jugábamos a montarnos en él y caernos sobre la trilla, de eso me acuerdo muy bien. Las fotos que pones son como mi memoria lo recuerda, tal cual.
Passsso del día del calendario con otros efectos, todo lo demás me ha gustado mucho, Míguel.
Besos
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