Al final del día




Tengo para mí que esta tarde, cuando Francisco papa ha citado a tanta gente que contribuye al bien común haciendo cosas buenas —en su homilía en el rezo solemne de Vísperas y canto del Te Deum en el Vaticano— no pensaba en quienes hacen sufrir a seres inocentes aunque no hacen obras malas. No puede estar el hombre en todo; hace lo que puede y llega hasta donde llega.
Por eso esta noche no saldré de casa y trataré de calmar a mis amiguitos abrazándolos mientras el personal saluda al año nuevo con salvas de artillería made in china.
También yo me alegro de que acabe 2017; me tiene harto. Pero no tengo motivos para festejar a 2018, que supongo sea más de lo mismo.
Agradezco de corazón los buenos deseos que me han hecho llegar por los diferentes conductos al uso quienes me conocen de cerca y de lejos, en profundidad o superficialmente… Muchas gracias a todos.
Espero ser suficientemente espabilado para inducir mi conducta en la línea de sus indicaciones. Deseo, a mi vez, que, ya que se han molestado en exponerme las numerosas maneras de ser feliz, por su parte también hagan lo propio con sus propias posibilidades. De tal manera, entre todos tal vez consiguiéramos encarrilar los asuntos comunes de la mejor manera a nuestro alcance.
¡Qué otra cosa, sino esa precisamente, puede interesarnos a todos!
Bueno, y también, que tengamos en cuenta a una parte sustantiva de nuestra especie humana que no tiene nada que celebrar porque nada tiene y nada espera: seres que seguirán olvidados, aunque formen parte de estadísticas y se los utilice como argumentos (excusas) políticos.

Imágenes manipuladas



Parroquia de Guadalupe, Valladolid, España

No logré expresarme ni en Nochebuena ni en Navidad. Claro que el asunto se las trae y es difícil hablar sobre un tema tan particular. En todo caso creo que debí esforzarme un poquito más.
Por suerte he encontrado este texto y aquí lo pongo con su autor. Se aproxima bastante a lo que pretendí y no alcancé a decir.
(Marco A. Velásquez Uribe).- La escena del Hijo de Dios en un pesebre, que nace en el vientre virginal de una mujer sencilla, en una ciudad insignificante y desconocida como Belén, más allá de la tierna inocencia con que ha sido descrita, a través de la historia, es de una fuerte carga emocional que contiene toda la impotencia de Dios hacia la humanidad. La escena, tantas veces repetida y ritualizada, más que nunca con fines profanos, representa una escenografía que violenta la conciencia de cualquier espectador, pasivo o activo.
En algún lugar de África
Una criatura, humana y divina, rodeada de todos los signos del abandono, de la marginalidad y de la indiferencia social, representa la más brutal contradicción del pensamiento de Dios para su Hijo.
Sin embargo, la obra de Dios así graficada no busca someter a su Hijo a la ignominia de la indiferencia humana; tampoco busca humillar ni mancillar la dignidad de esos padres impotentes que sufren el desprecio social que les ha caído en suerte, al no encontrar un espacio digno para el nacimiento de su hijo. En esa escenografía, Dios cuenta con la colaboración santificadora de su Hijo, de María y de José.
Dios que, en el transcurso de la creación, actúa como oculto desde una aparente lejanía celestial, ha decidido irrumpir con fuerza en la historia, recreando ese momento con una síntesis de la barbarie que provoca la actuación humana. De ahí que la belleza y la esperanza de todo nacimiento, sea violentada con los signos del desamparo y el abandono.
Es así como Dios, sin palabras, y con la elocuencia de los hechos, se vuelve contra los espectadores del pesebre para quebrar la conciencia humana y mostrar con nitidez ese lado oscuro, que se oculta tras los sombríos pensamientos que provocan la injusticia, la tristeza y la marginalidad.
Entonces, en el pesebre conviven la esperanza y el reproche. Y así, como el trigo y la cizaña conviven en el mismo corazón humano, la esperanza y el reproche anidan en cada persona de buena voluntad.
Quito, Ecuador
Porque al contemplar el pesebre del Hijo de Dios, afloran las propias esperanzas y también esas secretas oscuridades. Sólo así, es posible adentrarse en ese mundo interior donde están los elementos esenciales para hacer ese pesebre personal, donde pueda nacer lo mejor de cada uno, con la potencialidad del bien creador que puede hacer realidad la esperanza de todos.
Esta es la noche luminosa de todos los perdedores de la historia, y también de los ganadores, que tienen la potencialidad de unirse en un abrazo celestial, para construir ese gran pesebre de los hijos e hijas de Dios. Feliz Navidad.


Escaleras del Metro de Manila, Filipinas

El 2 de diciembre



El 2 de diciembre de 1023, en la mezquita de Córdoba (España), es elegido como nuevo califa Abderramán V (hermano del difunto Muhammad II al-Mahdi), quien toma el título de al-Mustazhir bi-llah (‘el que implora el socorro de Alá’).
El 2 de diciembre de 1409, en Alemania, se abre la Universidad de Leipzig.
El 2 de diciembre de 1617, en Madrid, se inician las obras de la Plaza mayor.
El 2 de diciembre de 1697, en Londres, (Inglaterra) se consagra la Catedral de San Pablo.
El 2 de diciembre de 1755 en Cornualles (Inglaterra), un incendio destruye el segundo Faro de Eddystone.
El 2 de diciembre de 1763, en Newport (Rhode Island), se consagra la sinagoga Touro, la primera en el territorio americano.
El 2 de diciembre de 1804, en París, en presencia del papa católico Pío VII, Napoleón Bonaparte, que hasta este momento había sido «cónsul de la República Francesa», se autocorona «emperador de Francia».
El 2 de diciembre de 1805, en Slavkov u Brna, las tropas francesas de Napoleón derrotan a las aliadas de Austria y Rusia en la Batalla de Austerlitz.
El 2 de diciembre de 1811 en Chile, el general republicano José Miguel Carrera disuelve el Congreso y proclama la dictadura.
El 2 de diciembre de 1852, en Francia, gracias a un golpe de Estado se restaura la monarquía con el reinado de Luis Bonaparte o Napoleón III.
El 2 de diciembre de 1873, en Palo Seco (Cuba) en el marco de la Guerra de los Diez Años, las tropas cubanas, acaudilladas por Máximo Gómez, vencen al ejército español.
El 2 de diciembre de 1875, en España, Antonio Cánovas del Castillo es nombrado presidente del Consejo de Ministros.
El 2 de diciembre de 1897, España concede la autonomía a Puerto Rico (pero meses después será invadido por Estados Unidos, hasta la actualidad).
El 2 de diciembre de 1901, King Camp Gillette patenta la primera máquina de afeitar de hojas desechables.
El 2 de diciembre de 1906 firma del acta delimitatoria de fronteras entre España y Portugal.
El 2 de diciembre de 1908 en China, el niño de dos años Puyi es nombrado emperador.
El 2 de diciembre de 1913, en Roma, Italia, el papa San Pío X crea la Provincia Eclesiástica de Nicaragua, que hasta entonces era una sola diócesis con sede en León, creando la Arquidiócesis de Managua, las Diócesis de León y Granada y el Vicariato Apostólico de Bluefields.
El 2 de diciembre de 1915, Albert Einstein publica la teoría general de la relatividad.
El 2 de diciembre de 1917, en Villalón de Campos, naciste tú.

Por lo tanto esta puerta te era conocida; de la Iglesia de San Miguel. ¡Entrarías y saldrías por ella tantas veces! La primera, casi seguro, te pasaron por ella en brazos para bautizarte.
Era muy antigua y estaba muy vieja. Posiblemente alguien, en los siglos que median entre el califato cordobés de Abderramán V y la creación en Alemania de la Universidad de Leipzig, la mandó construir y colocar sin pensar que durara tanto tiempo.
El 2 de diciembre de 2017, cien años después de que abrieras tus ojos a la luz de la vida, otro alguien ha pensado que una puerta tan vieja y tan antigua no era digna de una iglesia de un pueblo que se precie.
En su lugar ha ordenado poner ésta:

Al tal más le valdría que le hubieran puesto de nombre al-Mustazhir bi-llah, y Alá no le habría permitido cometer tal tropelía. Pero como es cristiano, a nadie se lo ocurrió la idea.
¡Ya ves si lo tiempos están cambiando, incluso en Villalón!
Sabes que te quiero. Besos para ti y para papá.

El agua que no has de beber, déjala correr




Hace ya tiempo el ayuntamiento de mi ciudad convino en regar los parques y jardines urbanos con agua traída directamente del río Pisuerga, en lugar de hacerlo con el agua potable de la red de abastecimiento para consumo humano. Nos pareció bien a la ciudadanía, y no nos incomodamos por tener calles y avenidas horadadas por las máquinas para instalar tuberías adicionales durante unos meses. No fueron precisamente los más oportunos, pero nada nos quejamos.
Luego vino lo del riego automático y nocturno, para evitar evaporaciones inútiles, y volviéronse a levantar pavimentos y aceras para colocar cables y dispositivos de relojería. También lo vimos con agrado y sin resistirnos a las pequeñas incomodidades.
Ahorrar agua potable, aunque en la cuenca del Duero tenemos más que de sobra, y administrarla con economía es también ecología y sobre todo solidaridad.
Ante la pertinaz sequía de este curso lectivo, nuestros servidores públicos apelaron a nuestra civilidad y nos pidieron que les autorizáramos a dejar de regar el verde que lucía la urbe pucelana. Únicamente se atendería a determinados enclaves paradigmáticos y pusieron dos ejemplos: el Campo Grande y la rosaleda del Poniente. Estuvimos conformes y dimos nuestra aquiescencia.
De tal manera, en los barrios periféricos y en los más céntricos, hemos sido espectadores mudos, pero en absoluto insensibles, de cómo plantas y árboles iban mudando la color, perdiendo lozanía y muriendo lentamente. Ha sido un verano fiero que justo acaba de expirar hace unas jornadas. Si el desierto es temible, lo de aquí es penoso.
Iba yo muy de mañana, como todos los domingos, recorriendo mi parroquia para llevar la comunión a feligreses que no pueden salir de casa; a esa hora no hay gente por la calle y el silencio es penetrante y gratificante. Al girar una esquina llega a mis oídos una especie de siseo, suave pero continuado, que me intrigó. Sólo cuando estuve a su altura pude verlo: en la rampa de su garaje, un vecino estaba manguera en ristre lavando su flamante vehículo a motor. El momento, el lugar, incluso el modo, todo gritaba que lo estaba haciendo a escondidas. No era horario de vigilancia policial, ni de vecinos asomados a sus puertas, tampoco había senderistas camino del pinar, ni colegio ni repartidores ni oficinistas a sus despachos.
Pasé de largo sin saludar; ni eché en cara ni quise parecer simpático; simplemente me invisibilicé.
Es verdad que no era para tanto, al fin de cuentas unas pocas decenas de litros desperdiciadas mientras se despilfarran tantas otras cosas. Seguramente el utilitario se lo merecía, que polvo y contaminación afean cualquier carrocería.
Tiene que llover, tiene que llover, tiene que llover… a cántaros.

Nadie entona “mea culpa”




Así somos, así aparecemos. En lugar de reconocer que no lo hacemos bien, echamos sobre otros la carga y la afrenta. Yo no he sido es frase demasiado infantil para ser utilizada por personas hechas y derechas que además ostentan la representación de la totalidad.
Aguantémonos con lo que nos caiga encima o nos quiten tras mucho esperarlo. Sufriremos, todos y todas, las consecuencias. Es de derecho. Al fin y al cabo “esas personas” las hemos elegido nosotros reiteradamente.
Si no escarmentamos en cabeza propia volverá a ser todo igual a lo que ha sido.
¡País!

Ni soy yo ni estoy huyendo



Pero qué ganas tengo de marcharme de paseo y alejarme todo lo que sea posible de esta triste realidad.

No es precisamente la calefacción, aunque hacía frío: tres bajo cero
 

El tiempo es dinero



No comprendía que mi mamá me soltara la frase “el tiempo en oro” cada vez que me veía no haciendo nada. Y si me quejaba “es que me aburro” sí le entendía su respuesta “pues no seas burro”.
En general, viéndola a ella siempre afanando, aprendí día a día que, aún sin reloj en la muñeca, el tiempo podía estar lleno y qué lento era, o vacío y se hacía larguísimo… Y que cuando estaba libre de contenido, el simplemente pasar no me satisfacía en absoluto. Pero cuando había estado entretenido, además de habérseme esfumado sin sentirlo, algo quedaba para mirarlo y sentirme satisfecho.
Por eso, desde pequeñito, aprendí a utilizar mi tiempo, aunque fuera haciendo menudencias. Siempre encontraba algo que hacer, valiera o no la pena. Mi abuelo, su padre, me tildaba de “trabajador”. Bien que lo recuerdo.
Hay cosas que me gustan, y otras que no. Cosas en las que gasto el tiempo, no lo mato, y cosas que, porque no me apetecen absolutamente nada, voy dejando para mañana, o para desotro.
Una de estas cosas es contar dinero. Y he de hacerlo, no me queda otra, no lo va a hacer Rosa, que ya tiene lo suyo con llevar las cuentas. Por ejemplo, las colectas.
Es sabido que una de las fuentes de financiación de mi parroquia, y de la Iglesia en general, son los donativos, vulgo “cepillo”. Ahí van echando las gentes su aportaciones, el óbolo de la viuda o la gasta de los niños. También lo suelto que se lleva en el bolsillo, o las sisas de la compra.
El caso es que poquitos a poquitos, se va haciendo bulto.
Como me ocurre a mí, que cada poco vacío el contenido de las cajas de las limosnas y lo voy almacenando en una bolsa de plástico. Luego de un tiempo, cuando la bolsa amenaza reventar, considero que es llegado el momento de separar, contar y destinar.
Esta mañana además estaban incluidas dos “colectas imperadas”, el Domund y la Iglesia Diocesana. Había, pues, que identificar debidamente las partidas.
Empecé tal que a las diez de la mañana. Extendido el monederío sobre la mesa, y tal cual escogíamos antaño las lentejas la víspera de comer en casa esa legumbre, fui separando monedas por tamaño, desde las de 2€ hasta la de 1 céntimo, y echándolas en unas tarrinas de queso vacías. Luego tocó embutir las monedas iguales en unos envases que el banco suministra. Ya no acepta que lleves un fardel ni siquiera que las empaquetes a tu bola; ahora hay que hacerlo según sus reglas. Y sus reglas tienen peros: demasiado justos y capacidad discutible.
Así que empleé dos largas horas en cubrir este cometido. Conté y anoté. Y tocó, por fin, llevarlo a ventanilla.
Esa es otra, porque hay cola. Me senté tranquilamente con la caja de zapatos en que tenía todo el dinero acumulado entre mis pies. Nada de tenerlo encima de mi piernas, pesaba más de doce kilos.
Finalizó el proceso cuando el de la caja, en menos que canta un gallo, me soltó la cantidad. ¡Exacto!, exclamé, no me he equivocado.
Cuando salí a la calle, eran las 13:00 horas. Tres horas completas, 180 minutos de mi vida habíanse esfumado contando monedas y poniéndolas a buen recaudo.
¿Que a cómo me salió la hora? Más que a una persona con trabajo precario y jornada discontinua, y mucho menos que a una diputada en cortes.

“Hacen lo que tienen que hacer”




Pretendía desentenderse de lo que estaba ocurriendo, y en realidad acertó de pleno. Nada había que agradecer, nada que reconocer. Y si hubiera habido algo que reprochar, con no levantar la voz no se vería posiblemente señalado.
Mejor así, porque de haberlo hecho tal vez se hubiera visto enfrentado a su propia irresponsabilidad, que a toda luces era inmensa.
Sencillamente, dio en el quid de la cuestión.
«¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”». (Evangelio de san Lucas 17, 9-10)
Pero desdichadamente, él, con su encogimiento despectivo de hombros, perdió absolutamente una buena ocasión para aprender.

¿La única diferencia? El teléfono personal




Tras leer el evangelio de hoy, domingo 32º del tiempo ordinario, ciclo C, no sé por qué, el relato de las vírgenes necias y las vírgenes prudentes de san Mateo me dio por pensar que en Catalunya está ocurriendo lo que en el antiguo pueblo de Israel, deportado ilegítimamente en Babilonia, aunque con todas las de la ley, no en vano lo hizo un rey tras derrotarlo en simpar batalla. Entonces las cosas se hacían así: pierdes, pues pagas. Y como no tenían con qué, fueron esclavizados al exilio.
Desde entonces, los israelitas lloraban a moco tendido en las orillas de ríos extranjeros y entonaban tristes cantos a su pena y a la desaparecida patria:
Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras.
Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar, nuestros opresores, a divertirlos: «Cantadnos un cantar de Sión.»
¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera! Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha.
Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías.
(Salmo 136)
Así me suenan todos los mensajes que los encarcelados y los puestos en libertad provisional con cargos han dirigido a la multitud que anoche alumbró la marcha de protesta en la ciudad condal. Como los profetas, también ellos y ellas arengaron a su pueblo con consignas mesiánicas y conmináronlo a esperar con decidida fe y activa militancia la vuelta desde el destierro vil a las ruinas que dejaron, porque ruinoso panorama provocaron cuando ni razonaron ni obedecieron.
No está claro si los antiguos profetas israelitas predijeron el desastre, o su prédicas fueron profecías “ex eventu”, es decir, las dijeron tras ocurrir los hechos. Aunque así no fuera, en lo que sucede en el Principat hay demasiados sacerdotes, levitas y profetas amansando el relato, —característico del pueblo elegido que tiene por central el “Shema, Israel”—, porque al igual que los judíos, los catalanes también tuvieron su Egipto (un faraón español y un pueblo opresor), su desierto y su conquista de la tierra prometida. ¿O aún no, y se preparan para ello?
Mala cosa esa mezcla de religión y política que concluye con la convicción de ser un pueblo único y elegido.  A los judíos les llevó a la diáspora. ¿Querrán los independentistas catalanes revivir en propia carne una historia tan larga y tan humillante?
Por más que intento quitarme esta idea de la cabeza, no consigo dejar de pensar en la similitud entre ambos pueblos. Encuentro paralelos suficientes, menos uno: A Israel le alumbraba una nube luminosa en la noche y placentera de día contra el sol. A los que se manifestaron, sólo sus teléfonos que, como las navajas multiusos, entre otros pequeños cachivaches, tienen linterna personal.

Con calzador




Llegué con el tiempo justo y la noche bien entrada, urgido por dejar el corsa recorrí la calle hasta el extremo y respiré aliviado, ¡podía aparcar! Lo hice a la primera y me fui a nadar. A la vuelta casi no me lo creía: ¿Cómo lo he metido ahí? ¿Lograré sacarlo sano y salvo?
Salió como había entrado, a base de maniobras, pero llevó su tiempo. Y lo no menos importante: si al dejarlo no fui consciente del poco espacio que tenía disponible, al recogerlo ¡vaya si me arrepentí de haberlo encajado de tal manera!
Moraleja: Hay acciones de las que te arrepentirás cuando sufras las consecuencias que acarreen. O también: No te metas donde no tengas la seguridad de poder salir.

¿Dante Pérez Berenguer versus Lluís Llach i Grande?




Lo malo de las guerras fratricidas, mal llamadas civiles, es mucho, variado y de tamaño superior. Y dentro de ello no carece de importancia el hecho de que aúpan a unos y defenestran a otros. Y no sólo por la emotividad mal digerida y peor dirigida que entraña este tipo de conflictos. También hay motivos que se apoyan en datos objetivos. A todo héroe de una parte corresponde un bergante de la otra. Y viceversa.
Hay, no obstante, acciones guerreras en las que es difícil hacer este tipo de determinaciones, ya que la misma persona puede pasar de un extremo al otro con sólo retener la respiración por un instante.
Hará falta dejar pasar tiempo y coger perspectiva suficiente para visionar mejor la situación y poder hacer un juicio justo.
Servidor, de momento, hace un alto en su razonamiento, porque se niega a quitarle a uno el padestal que desde siempre colocó bajo sus pies, como también a colocar aureola sobre la cabeza de otro a quien apenas hace un tris que sabe de su existencia.
Uno fue un esforzado adalid animador de la resistencia y de la libertad frente a la ignominia en tiempo verdaderamente tenebroso. Otro ha sido un rebelde con causa en un tiempo líquido para considerar como valores dignos de tener en cuenta aquellos que no se identificasen con un discurso identitario y excluyente.
Dante Pérez Berenguer, alcalde de un pueblo de Lérida, Gimenells, se rebeló contra las órdenes de su autonomía que le requerían colaborar en una acción anticonstitucional. De socialista pasa a ser pepero…
Lluís Llach i Grande, cantautor catalán, arengó en los sesenta y setenta contra el régimen fascista. Ha devenido en furioso independentista. Desde la izquierda todo parece que ha transmutado en derecha…
Héroes o villanos, un filo muy difícil de soportar e imposible de mantener.

Dos dedos de frente




Servidor tiene frente despejada, mucho pelo —ya que los burros de mi pueblo tienen eso de natural— y una capacidad para entender muy tirando a normalita. Más hábil en las manualidades que en las teóricas, tiene a gala no encogerse ni amilanarse ante ninguna situación que surja de improviso ni que se le acerque avisando. Como gato panza arriba o lebrel husmeador, ha salido bien parado, más o menos, de vicisitudes dispares y variopintas.
Es por eso que, —permítasele esta incorrección gramatical—, nunca le ha importado cuánto espacio de cara tiene sobre los ojos, ni cuánto pelo a modo de visillo alcance su apéndice nasal; tampoco, nunca, se ha sentido ofendido si alguien le ha espetado no tener ni dos dedos de frente. Pues muy bien, si tú lo dices.
Otra cosa es qué piense de quien usa esa expresión referida a terceros. Porque depende de quiénes sean éstos, la calificación que le asigne será una u otra.
Para el que caso que ahora se contempla, un alto cargo de una autonomía “cualquiera”, el muy mamón ha incluido en su afirmación a casi toda la población de “esa” autonomía, luego de haberla engañado y dirigido con descaro, hasta llevarla definitivamente al huerto. Y el huerto no huele a rosas, aunque abunde en espinos.
El tal alto cargo fue designado, no elegido, porque tal vez sea perito en su materia o muy amistoso de su designante; no creo que fuera porque por casualidad pasara por allí, aunque no podría negarlo. En cualquier caso, es posible que recibiera un encargo y al parecer lo realizara: “cualquiera con dos dedos de frente sabe que no se puede proclamar la independencia”. O puede que ni se molestara y sin más lo soltó; para qué trabajar inútilmente si estaba cantado.
Lo que hiciera o dejara de hacer, si mintió a su designador y a quienes estaban tras este porque lo eligieron, si… Allá todos ellos.
Pero si en lo de los dedos sobre la frente se estaba refiriendo a todo el resto, a quienes pretendía ningunear una vez más, tras haberlo hecho persistente y mantenidamente durante los últimos tiempos… Sepa el buen señor que tendremos la frente que nos corresponda y de la real gana. Pero no nos considere tan bobos como para no comprender la descomunal deslealtad que ha manifestado él y todo su alto equipo de cargos electos y designados a quienes sin pertenecer al pueblo con el que él se identifica, somos, man’que le pese, sus vecinos además de compañeros de tierra, historia y tradición. Y de futuro, téngalo por seguro, porque no hay otra.
Y no le dice quien esto escribe lo de “arrieritos somos” porque, a su pesar, seguimos y seguiremos juntos en el camino.

Y ahora ¿qué?


Tras este viaje a ninguna parte, los sueños que albergaron muchas gentes tornan en arena que se les escurrirá entre los dedos apenas se tranquilicen y sosieguen. Trajeados y equipados para la fiesta, mudarán tristes y cabizbajos al equipo de faena, y ojala no humillados a la realidad que siempre ha sido.
¡Qué antítesis más deprimente de aquel “Se fueron llorando, llevando sus semillas; vuelven cantando, trayendo sus gavillas”!
Estoy de enhorabuena, a pesar de todo. Volveré a la normalidad, a escuchar las noticias si me apetece, o a ver películas o futbol, aunque no me guste; dejará de ser obsesión, y a todas horas, el procès y sus figurantes, cuyas caras —permanentemente expuestas en los medios— ya no me apetece más volver a ver.
Lamento qué pueda pasar entre vecinos, entre amigos, entre familiares, que han sido rechazados, negados y humillados. Yo estoy demasiado lejos, más de 500 kilómetros lineales, de vivir lo que a partir de ahora pueda ser una convivencia imposible.
Puede, sin embargo, que algo llegue a salpicarme. No importa. Lo soportaré. Ya he aguantado sin llorar ese grito que me ha llegado a hacer daño, Visca la llibertat!, como si yo fuera parte de su problema. ¿Lo habré sido de verdad?
A ellos y ellas les tocará restañar… y perdonar.
A todos les deseo lo mejor.
Bona sort, Catalunya!

Citando a Goya, aunque no proceda.
Noche de insomnio



Con una humedad ambiente del 100%, 4° C y un sensación muy próxima a los 0° por culpa de la velocidad del viento, la puñetera niebla habitual de mi ciudad ha hecho acto de presencia, sumiéndome en un estado depresivo que presagia otro día tormentoso.
¡Y ya van siendo demasiados!
¡Que termine esto de una vez!
¡Que se abran todas las puertas y se queden quienes lo deseen!
Están dando las 10 de la mañana de un 19 de octubre, y el verano ha sido aplastado por el terrible invierno, un invierno mal venido que amenaza persistir más de lo previsto.
Dan las 10 de la mañana y el sol se hace hueco entre la bruma.
Tengo que aviarme que estoy convocado y llegar a tiempo, pero no me quedan ganas.
Se me han roto los afectos, los lazos en vez de deshacerse se han cortado, y los flecos malamente podrán volver a enlazarse.
No va a ser un buen día, desgraciadamente, ocurra lo que ocurra, se diga lo que se diga; ya no importa quien empuje ni quien resista, la razón ha quedado devaluada, la emoción se ha enturbiado, la fuerza ha perdido el sentido.
Me voy antes de terminar el partido. El resultado final es desfavorable para ambos equipos. Esta liga está perdida, definitivamente.

La jaula vacía



Desde esta mañana tengo reparo en entrar en la cocina: nadie me saluda ya y ese silencio es una pesada losa para mí.
Bienve ya no está.
¡Qué terrible es la muerte!
Pero la vida sigue, y no de cualquier manera, ¡afirmándose!
No lloraré por mi periquito. Tampoco por Cataluña. Sí lo haré con los gallegos. Ojala pudiera hacer más por ellos.

Si mi jaula ya no tiene ningún sentido, la que baña el Mediterráneo empieza a serme cargante. La otra, desolada por el fuego criminal, volverá a lucir hermosa como siempre no tardando.


¡Nunca máis!

Rezando nona en una appel tienda




Allá me fui con la comida en la boca y muy despierto sin haber disfrutado de mi siesta. La necesidad lo requería. La mañana entera pasé tratando de imprimir un papel que había que presentar ineludiblemente en el registro municipal, y cuando por fin lo conseguí cogí el teléfono y llamé a la central appel: mi mac daba problemas. Muy atentísima, una persona desde Barcelona fue indicándome los pasos de comprobación escritos en las ordenanzas, sin conseguir que el aparato respondiese convenientemente. Tras no querer explicarse acerca de lo que allí ocurre, —¿qué quiere que le diga?—,  se declaró incapaz de resolverme el problema y me remitió solícita al taller; ella no podía hacer más. Media hora de telefonía inútil, pero agradable.
Llegué a la novedosa tienda con la lengua fuera y sudando por todos mis poros. El sol era inclemente y no había forma de aparcar el auto; había allí más gente que en la calle en semana santa. Y el viejo(?) mac pesa lo suyo.
Me salió a recibir un encargado tableta en mano. No tiene cita… Pues no, pero me urge; no salgo de aquí si no es con esto arreglado o una máquina nueva, respondí. Bien… lo anoto y en cuanto haya un hueco le avisamos. De aquí no me muevo, espero lo que sea, tengo de límite hasta las 7 de la tarde. Eran las 3 y cinco. Le avisamos al móvil. De acuerdo, pero no me voy a ninguna parte, ahí me siento. Y me senté.
Podía optar entre mirar al personal repartido entre los diversos mostradores, unos recibiendo información, otros planteando dudas, aquel que si móvil no se qué, la de más allá que si su portátil no hacía no sé cuánto… Y también podía abstraerme del ambiente y relajarme hacia dentro. Y a través del iphone enlacé con el rezo de la horas y empecé nona.
No llegué a terminarla. Alguien vino a atenderme. Todo lo demás fue de corrido. La vieja(?) máquina —diez añitos justos— había hecho crack y había de ser sustituida.
Y lo fue. Ahora estoy tratando de organizarme con la nueva, que, para empezar, utiliza un teclado diferente y cada golpe de tecla supone borrar y volver a escribir.
Pero tengo por delante toda una vida. Con este trasto me jubilo.

PD. La modernidad ha traído muchas consecuencias. Una, y no menos importante, es que ahora un clérigo puede estar con el breviario en la mano en un lugar público y pasar totalmente desapercibido entre la multitud.
Esto con toda seguridad molestará a muchos. A otros, sin embargo, les parecerá de perlas.
A mí ni me va ni me viene. Es cómodo y práctico, sencillamente.

“Pero de nuevo vendrá la luz”



Así se expresó mi arzobispo, cardenal Ricardo, más cardenal hoy que nunca al presidir el funeral en la catedral, rodeado de todo su pueblo. No le vi lágrimas, pero sentí su llanto interior.
“Hay ocasiones en que las tinieblas nos envuelven y no vemos nada”, dijo en un templo abarrotado, tal vez porque mirara hacia abajo, en el amplio espacio delante de él, cuyo centro ocupaba el féretro con el cuerpo muerto de Fernando.
Perdido entre la muchedumbre, sin pararme a calcular cuántos entrábamos por metro cuadrado, le escuchaba fijarse en el Crucificado para, a pesar de la amargura, afirmar su confianza en el Buen Padre. “Podemos con su Espíritu decir al Señor: Tú eres la fuerza de mi salvación” fue una frase suya que me espabiló cuando ya me desvaía en pensamientos derrotistas.
Fue muy breve, la verdad. Una celebración austera y plena de contenida emoción. Concluyó sus palabras así: “Que la Virgen María, Madre de misericordia, muestre su Hijo a nuestro querido hermano. Que así sea, y que desde el Padre, nuestro Rector no deje de alentarnos en la respuesta fiel a la vocación amorosa del Señor”.
Entonces vi llorar, abrazarse, cogerse de las manos… Habían sacado a hombros el féretro hasta fuera, escoltado por cuantos le habíamos despedido en un acto litúrgico que me recordó vívidamente lo que sé de aquel cenáculo evangélico.
Cuando salí al mediodía soleado, volví a la realidad que creí aparcar al entrar hora y media antes. Todo seguía igual. Pero al pedalear hacia mi casa pensamientos iban y venían. Esto se arregla, me decía. No importa lo que hagan unos y otros, lo que hagamos todos, o no haga nadie. Esto tiene solución. Lo ha dicho don Ricardo. Se lo hemos escuchado y nos lo hemos apropiado. Incluso lo hemos celebrado. Creemos en ello.
¡De nuevo vendrá la luz!

No tenderé sábanas blancas



No estuve en la plaza mayor. No fui vestido de blanco, ni me sumé a nadie para reclamar diálogo. No formé parte del pequeño, mediano o gran tropel de gente que se constituyó a la hora señalada, las 12: horas.
En mi ausencia, que nadie pretenda incluirme como uno más allí presente, porque si así fuere, demandaré a quien lo hiciere por faltar a la verdad y utilizarme en su provecho.
Falté a la convocatoria por considerarla inútil. No hace falta el diálogo que se solicita enarbolando una bandera blanca. No es necesario establecer un armisticio. Menos aún ofrecer la rendición.
¿Que calla el gobierno? Está hablando la Constitución; escuchémosla a través de los dictámenes judiciales. Ni siquiera el dinero debería suplantarla. ¿Lo está haciendo? ¿Desgraciadamente será él quien ponga orden?
Espero y deseo que no. ¡Ardientemente!