Tras este viaje a ninguna parte, los sueños que
albergaron muchas gentes tornan en arena que se les escurrirá entre los dedos
apenas se tranquilicen y sosieguen. Trajeados y equipados para la fiesta,
mudarán tristes y cabizbajos al equipo de faena, y ojala no humillados a la
realidad que siempre ha sido.
¡Qué antítesis más deprimente de aquel “Se fueron
llorando, llevando sus semillas; vuelven cantando, trayendo sus gavillas”!
Estoy de enhorabuena, a pesar de todo. Volveré a la
normalidad, a escuchar las noticias si me apetece, o a ver películas o futbol,
aunque no me guste; dejará de ser obsesión, y a todas horas, el procès y sus
figurantes, cuyas caras —permanentemente expuestas en los medios— ya no me
apetece más volver a ver.
Lamento qué pueda pasar entre vecinos, entre amigos,
entre familiares, que han sido rechazados, negados y humillados. Yo estoy
demasiado lejos, más de 500 kilómetros lineales, de vivir lo que a partir de
ahora pueda ser una convivencia imposible.
Puede, sin embargo, que algo llegue a salpicarme. No
importa. Lo soportaré. Ya he aguantado sin llorar ese grito que me ha llegado a
hacer daño, Visca la llibertat!, como si yo
fuera parte de su problema. ¿Lo habré sido de verdad?
A ellos y ellas les tocará restañar… y perdonar.
A todos les deseo lo mejor.
Bona sort, Catalunya!
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