Pretendía desentenderse de lo que estaba ocurriendo,
y en realidad acertó de pleno. Nada había que agradecer, nada que reconocer. Y
si hubiera habido algo que reprochar, con no levantar la voz no se vería
posiblemente señalado.
Mejor así, porque de haberlo hecho tal vez se
hubiera visto enfrentado a su propia irresponsabilidad, que a toda luces era
inmensa.
Sencillamente, dio en el quid de la cuestión.
«¿Acaso tenéis que
estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros:
Cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles,
hemos hecho lo que teníamos que hacer”». (Evangelio de san Lucas 17, 9-10)
Pero desdichadamente, él, con su encogimiento despectivo de hombros,
perdió absolutamente una buena ocasión para aprender.
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