¡Que trabaje ruton!


Hubo un tiempo, era yo mucho más joven, en que se creía que las cosas se hacían solas. Y si no, es que faltaba ruton. ¿Quién o qué era ruton?
Lo de menos es lo que fuera o fuese; basta con decir que se convirtió en una muletilla que todo el personal repetía, con una alegría entre confiada e irresponsable, con una seguridad de todo a cien, es decir, de pacotilla; en fin, con la venda puesta sobre los ojos de quienes sabían que desfiguraban su propia realidad, pero conformados ya que a falta de pan, buenas son tortas.
Cierto es que en ciertos momentos nos creímos capaces y sujetos de nuestra realidad; política, económica, social. Así fue en los comienzos de la democracia. Así también en los tiempos primeros del posconcilio, en la iglesia por supuesto.
Luego eso se fue olvidando, o nos lo hicieron olvidar, a golpe de norma, de ninguneo, de aburrimiento. Ahora en todo ello mandan quienes mandan, hacen quienes hacen y figuran quienes figuran. El resto, o sea la mayoría, simples comparsas.
Así que cuando hay que hacer las cosas, nos encogemos de hombros, miramos para otra parte y soltamos –más bien sólo pensamos: ¡que trabaje ruton!
Esta mañana estaba todo preparado, debidamente avisados de la fecha y presentes los que quisimos; no fue lleno, pero casi. Y duró la hora exacta. Pero ¡qué hora!
No fue sólo el anuncio, una frase como otra cualquiera al fin y al cabo, de que ha resucitado. Se palpaba en el ambiente, se veía en los rostros, era claro como el sol que brilló solitario una hora antes, se escuchaba en los cantos y en las fórmulas recitadas y sentidas: era convencimiento; más que fe o sabiduría, había compromiso y decisión; no sólo esperanza en un futuro, que también, sino hechos rotundos. Está resucitado porque no vamos buscarlo al sepulcro, porque lo ponemos en medio de la vida, porque le llevamos con nosotros adonde sea que vayamos, incluso a Galilea.
Muy bonita la homilía. Hoy no la he tenido, para no alargar más la misa. Bueno, lo que sea, me ha gustado mucho. Venimos a felicitarle por este bautizo (en realidad fueron tres), nunca habíamos estado en uno así. Pues eso quiere decir que habéis venido poco por aquí. Sí, será eso. Queremos entregar un donativo. Ahora no es el momento, tenéis la vida entera. Pero no vamos a dejarlo debajo de un banco. Pues mirad a ver y enteraos de cómo es vuestra parroquia.
Se llama catalizador a un cuerpo o sustancia ante cuya presencia los elementos existentes reaccionan de una manera que sin él no lo harían.
Algo más o menos parecido ha ocurrido esta mañana en mi parroquia. Como es natural no ha quedado capturado en ninguna foto, y hemos hecho muchas. Éstas que ahora coloco son únicamente para ambientar.
Estaba el Resucitado, por supuesto; pero estábamos nosotros que somos sus manos, su boca, sus ojos, sus pies… Nuestros cuerpos son su cuerpo; nuestras personas, Él en persona.

Esta noche resucita, cueste lo que cueste



Este sábado no lo parece. Empezó la cosa bien, pero a luego, es decir, en menos que canta un gallo, se cubrió el cielo y llegó un viento frío. Tras el rezo comunitario de Laudes, los preparativos. Hay que cambiar por completo el escenario.
Por la mañana recogida de cosas ya inútiles y almacenaje, hasta otro año. Desembalaje de los útiles necesarios y pertinentes, y acondicionamiento del lugar. Lo primero, vaciado y limpieza de la Pila bautismal. Tenía sarro. Aderezo del Cirio y colocación de carteles propios de la fiesta.
Ahí queda la secuencia de la tarde:

1. Preparar el Fuego

2. Organizar el Escenario

3. Hacer las cosas poco a poco y con muchísimo cuidado, hay que trabajar sobre seguro

4. Una panorámica inusual del templo

5. Ojito con los despites: ¡esa pinza sobra!

6. Controlar que el fuego no se apague

7. Y finalmente…
Preparar velas para los invitados a la fiesta

Y ahora, a esperar. Resucita de todas todas.

Jueves santo, viernes santo, y unos pequeños gestos. Sobran las palabras







Mi amigo Pepe Heras, sin embargo, quiere decirnos algo.

Pepe, te dejo este humilde espacio.
Y para tí que me visitas, sábete que ese angulito (<) del rincón superior izquierdo del visor de pdf te puede ayudar a leer este hermoso texto que te ofrezco.

Segregado dentro, difuminado fuera


Foto de un servidor, en los tiempos en que fumaba en pipa y peinaba color caoba natural, barba incluida. (Visita al Zoo madrileño con la tropa. 1990)

Es (era) jueves santo y hay (había) que ir a la misa crismal, empieza (empezaba) a las 10:30. Aviamos el paso para volver antes del pinar. Hace (hacía) una mañana cálida, pero el aire huele (olía) a húmedo.
Tras deshojar la margarita, si en coche, en bus o en bici, me decanto (decanté) por esta última, y llego (llegué) en poco más de veinte minutos, con casi otros veinte para saludar a amigos y conocidos, todos compañeros. [Ya no pienso poner más verbos en tiempo pasado].
A Agustín le sorprendo por el pésame que le doy, soy el único me dice. Pero está animado porque con el nuevo papa todo parece que adquiere un sentido también nuevo, diferente.
Me avisan de que hay casullas disponibles; digo que no. Se extrañan.
Cuando hay concelebración, quien preside usa casulla, y el resto sólo alba con estola. Es lo usual. Pero en mi diócesis, desde que con motivo de la fiesta de la beatificación del padre Bernardo de Hoyos se hicieron quinientas casullas iguales para igualar a todos los presbíteros, fueran obispos, arzobispos, cardenales o simples curas, desde entonces parece que es costumbre usarlas a mansalva.
Así que me encuentro con que no me sacan en la foto. Ni soy laico, ni parezco celebrante. Estoy en los límites, en una extraña frontera, ni en un lado ni en el otro.
Al final, descubro allá arriba a Agustín, que está igual que yo, sólo que con una estola blanca con franjas rojas. Uf, suspiro de alivio.
Termina al fin una celebración para mí plena de sentido eclesial, pero con una pizca de regusto hacia los clérigos, que tienen muy claro que están separados del resto del no suficientemente tenido en cuenta Pueblo de Dios, y a duras penas consigo salir de la catedral porque en ese momento entra en tromba la cofradía universitaria del Cristo de la Luz. Les pilló un chaparrón fuera y corrieron a ponerse a cubierto. Pobres, algunos iban descalzos.
Me quedé pensando, según me dirigía a por mi vehículo, que qué cosas, el pueblo fuera, bajo el agua, y el clero dentro, bajo techo.
En estas, por la calle Regalado para abajo, iniciando el pedaleo pretendo comprobar si fue mi móvil el que sonó durante la ceremonia, y he aquí que me asalta un municipal mano en alto; me paro, y empieza a increparme amenazando con multarme por manipular un teléfono mientras conduzco. No hubo manera de que entendiera que ni hablaba por él, ni pretendía hacerlo. «Como siga discutiéndome se gana una multa soberana, por lo menos de ochenta euros».
«Haga lo que usted tenga que hacer, pero no estaba hablando por teléfono». Se retiró, me callé (¿o fue al revés?) y seguí dándole a los pedales.
El resto es historia. Un jueves santo completo. Disfruté del baño antes de comer, me zampé un arroz que casi parecía paella, celebré dos “in coena Domini” y terminamos con una “hora santa” para ocho personas que se alargó a los setenta minutos pasadas las once de la noche.
Mañana –o sea hoy– es viernes, santo para más señas.

Un manuscrito


Algún día este documento tal vez tenga mucho valor en euros, o en dólares, en los círculos especializados. De momento sólo es un escrito hecho a mano por un señor argentino que devino por esas cosas imprevistas de la vida en obispo de Roma. Su autor es Jorge Mario Bergoglio, y el receptor el arzobispo de La Habana, Jaime Ortega.
Resulta que entre las ciento y pico intervenciones de los señores cardenales en el pasado cónclave, la del arzobispo y cardenal de Buenos Aires impresionó al también arzobispo y cardenal de La Habana. Como requiriera éste a aquél el texto de lo expuesto, y como resultara que fuese improvisado, a la mañana siguiente y dentro de la mayor fidelidad posible, el argentino entregó al cubano el manuscrito en cuestión, cuyo texto es el que a continuación se expone. Consta que su publicación cuenta con el beneplácito del escribano, y consta igualmente que su existencia y contenido fue dado a conocer durante la misa crismal, en la catedral de San Cristóbal de La Habana, el pasado sábado 23 de marzo.
Ni que decir tiene que en las reuniones pre-cónclave, se habló de la situación actual de la Iglesia y del tipo de persona más conveniente para ocupar el ministerio petrino. Lo que sigue parece ser opinión del actual sucesor de San Pedro:

- Se hizo referencia a la evangelización. Es la razón de ser de la Iglesia.
- “La dulce y confortadora alegría de evangelizar” (Pablo VI).
- Es el mismo Jesucristo quien, desde dentro, nos impulsa.

1.- Evangelizar supone celo apostólico.
Evangelizar supone en la Iglesia la parresía de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.
2.- Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma (cfr. La mujer encorvada sobre sí misma del Evangelio). Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico.
En el Apocalipsis Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere  a que golpea desde fuera la puerta para entrar… Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir.
3.- La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual (Según De Lubac, el peor mal que puede sobrevenir a la Iglesia). Ese vivir para darse gloria los unos a otros.
Simplificando; hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí; la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans, o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí.
Esto debe dar luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer para la salvación de las almas.
4.- Pensando en el próximo Papa: un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de “la dulce y confortadora alegría de evangelizar”.
[Tomado de la página web de Palabra Nueva, revista de la Arquidiócesis de La Habana]

¡Cómo está el patio!



Que conste que me refiero al patio/jardín de esta parroquia. Lo tienen tomado los gatos del vecindario, que, dada la época del año, están en celo. Y no sólo ocupan los silencios con sus lloros tipo recién nacido, sino que enervan a mis amigos perrunos. Así que de día mal, pero de noche mucho peor.
Anteanoche tuve que encerrarlos conmigo en el dormitorio. Fue la única manera de pasar una noche tranquila, tras varias en las que fue difícil conciliar el sueño.
El caso es que tengo entendido que hay perros y gatos que conviven sin mayor problema. ¿Cómo lo harán? Me lo pregunto muchas veces.
Sí, hay que ver cómo está mi patio.

Monseñor Romero, el papa Francisco y el domingo de ramos

 

Que estemos entrando en semana santa me tiene ocupado y atento a lo que tengo entre manos. Que el papa Francisco esté en el candelero de los medios de comunicación y cada día sorprendan con noticias viejas que ofrecen como nuevas, me distrae un tanto y me ocupa algo menos. Pero que por todo lo anteriormente escrito vaya a resultar que me olvido del aniversario de monseñor Romero, eso si que no.
Y van treinta y tres años. Y su recuerdo sigue vivo, porque es el pueblo el que atiza el rescoldo.
Juntar en una misma fecha estos tres “motivos” me está sugiriendo una broma ingenua. No caeré en publicarla, sólo la mantendré en el pensamiento.
Pero tres cosas digo: si es domingo de ramos y hay que estrenar, yo estreno. Aún no sé qué, pero algo encontraré en el armario.
Dejemos a Francisco, papa, y no le metamos prisa. Preparémonos, porque tanto importa lo que él diga o haga, como lo que nosotros estemos dispuestos a hacer. Incluso yo diría que mucho más, ya que también en número le superamos.
Y a monseñor Romero que me lo dejen en paz, que no hace falta que lo suban a ningún altar, que sin peana está muy bien.  Además, como el buen capitán que era, estoy convencido de que no lo aceptaría si antes no se lo dan a los mártires salvadoreños: diez le precedieron, quince le siguieron. ¿Es mucho pedir veintiséis coronas? Pues, o tody, o nada.

Enrique Pablo Barquín Sierra



No la ha rehuido. Qué va. Ni se ha retraído ante ella. De lejos la vio venir y desde entonces ha estado esperándola. La ha recibido a su estilo: en casa y rodeado de su familia; la más próxima, y numerosa; y la otra, más numerosa aún.
Esta mañana se fue. Ni arrebatado, ni atropellado; como fruto maduro, en sazón. Salió suavemente, sin hacer ruido, sin pegar portazos, con una sonrisa, como disculpándose, con un hasta pronto.

Ha querido el destino que su último día en esta tierra coincidiera con aquel su día primero, 21 de marzo, con una distancia entre medias de 85 años, largos, felices y fecundos.
Se ha dejado llevar como quien sabe bien el destino que le tiene preparado Quien le quiere tras haberlo querido todos y cada uno de los días de su vida.
Una sola pena asomó en su rostro cuando nos despedíamos: Carmenchu. No ha podido completar su cuidado, le ha tocado marchar primero…
 Como el Resucitado que nos pintaste, ten por seguro Enrique que la dejas en buenas manos. Tenías que marcharte, como Él. Ninguno de los dos os inhibisteis. Es necesario pasar el testigo. Cuando sopla el Espíritu de Vida todos somos necesarios, todos prescindibles, todos importantes.
Deja que sean otras personas las que ahora lleven la dulce carga; descansa de tus trabajos; y permítenos que el sábado, justo antes de entrar en Jerusalén aclamando con ramos al Rey y Señor, te despidamos oficialmente.

Yo con mirar este cuadro ya no necesito más.
Añadido a última hora con premeditación y sin alevosía; con ello corrijo el error de la fecha de tu nacimiento y expongo otro de tus cuadros que no conocía aunque es del año 2011:



A las 12:02 horas


A esa hora estaba señalada la entrada de la primavera, pero nosotros la recibimos unas horas antes, exactamente a las 08:08. Allí estaba el sol esperándonos, aunque enseguida se ocultó, o permitió que lo taparan. Esa niebla fue envolviéndolo todo, y no se retiró a pesar de mis voces. Lo que pude chillar a Gumi, pero ni él me hizo caso, ni la bruma desapareció. Justo al revés de como tendría que haber sido.
Decidí, en honor de la recién llegada, dejar al pequeñajo que corriera libremente, con la seria advertencia de que si a la vuelta no estaba junto al corsa, no volvía a dejarlo sin ramal hasta que cumpla los cuatro, y falta medio año. Él se lo ha ganado, y tendrá que ir al paso por lo menos seis meses más. A mí me tocó volver a recogerlo, cuando se cansó de vagar por el pinar a su bola. No tuvo foto. Pero Sola sí, y ahí está.
A Berto no le tocaba, y se conformó.
Ya en casa, Bienve avisó que quería baño, y no me dio ni tiempo de preparar la máquina para película. Así que ha salido sólo un poquito. Yo acabo de llegar de la piscina, y no he podido grabarme. Puedo asegurar, no obstante, que me he dado un baño de cuerpo entero.

¡Dónde estabas que no te veíamos!


Nadie me lo ha preguntado, pero lo intuyo en su cara, en su forma de preguntarme qué me parece el papa Francisco, en el modo como me dicen oye hoy en la reunión cambiamos de tema y hablamos de Bergoglio, en el silencio administrativo que parece que se ha impuesto en las curias de aquí y de allá, en una especie de complicidad cuando bajo del altar para estrechar manos en la paz, cuando entro en alguna casa y me besan y me “untan” y luego enseguida quieren “suprimir” la huella porque “canta demasiado”…
Tanto “amor” resultaba empalagoso. Y cambiar el chip y usar “ternura” no es varonil, ni propio del clero, y hasta se pensó que era sospechoso…
Necesitábamos con urgencia somatizarnos, pasarnos por el cuerpo tanta palabrería para que fuera inteligible, aceptable, apropiable…
Seguiré usando las entrañas como tamiz de mis cosas, las que vienen y entran, las que salen y no quiero que se pierdan.
Parar el carro para besar es todo un detallazo. Romper protocolos para preguntar por la salud de tu señor padre es algo entrañable. Callar para no herir con la palabra pero alargar la mano y saludar sin rechazar, es situar a la otra parte ante su propia responsabilidad sin emitir juicio de condena. Vestir ropajes más humildes que los propios “vasallos” no sé que nombre merece, pero a mí me parece ternura, pura entrañabilidad.
No sé cuánto tiempo lo disfrutaremos. Me basta con estos pocos días para reafirmarme en mi convencimiento de que es real, aunque se oculte, aunque nos mostremos reticentes y hasta azorados cuando nos advierten, cuando advertimos, que se nos nota demasiado que somos humanos.
Gracias a las personas que hoy me han hecho recordar que hace año y medio colgué esta entrada, Gente necesaria, que se muestra de plena actualidad.
Una pregunta para responder sin prisas, pero sin pausa: ¿Reconoces en tu más inmediato círculo de relaciones algún jorge mario? Pégate a él, o a ella si es jorgita maría; no le pierdas de vista. Yo, por si acaso, te ofrezco uno conocido ya urbi et orbe. Suyas son estas palabras, y no te pese: aunque sea una homilía, también puede leerse tomando un café o una cerveza, el aire fresco de la sierra o el sol dulzón del mediterráneo en primavera.

Queridos hermanos y hermanas:
Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor: le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.
Saludo con afecto a los hermanos Cardenales y Obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos.
Agradezco por su presencia a los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la comunidad judía y otras comunidades religiosas.
Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático.
Hemos escuchado en el Evangelio que «José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer» (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: «Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo» (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).
¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús.
¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu.
Y José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas.
En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación.
Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos.
Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos.
Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón.
Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.
Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen «Herodes» que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.
Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro.
Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida.
Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.
Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.
Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata?
A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.
En la segunda Lectura, san Pablo habla de Abraham, que «apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza» (Rm 4,18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza.
También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza.
Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios.
Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.
Imploro la intercesión de la Virgen María, de san José, de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Orad por mí. Amen.

Hoy es San José por derecho


Porque es 19 de marzo, que es su día. Pero… nos están ofreciendo esta fiesta de pura carambola. La Comunidad entera decidió que no, así que en Castilla y León no se celebra. Ocurre sin embargo que en Valladolid la Virgen de San Lorenzo este año cae en domingo, y una fiesta así no mola si no lleva consigo un descanso laboral añadido. Solución: nos cogemos el día de San José y el calendario queda completo. Y así va a ser. Hoy celebramos al santo varón porque la virgen se lo permite.
Por esta feliz circunstancia, podremos también recordar al seminario y a los seminaristas en el día que les corresponde. No como en otros lugares, Barcelona por ejemplo, donde tuvieron que adelantar la fecha para encontrar quorum en el auditorium.
Han avisado que se acercará alguien del menor para saludarnos y dirigirnos algunas palabras. Estaremos atentos y cariñosos. Se lo merecen. Además el lema “Sé de quién me he fiado”, paulino y josefino al tiempo, puede dar bastante juego.
Termino con la viñeta de José Luis Cortés. No porque me guste su dibujo, que esta vez no me encaja; ni por el texto, que considero inapropiado para el día. Sólo para felicitarle a él en su onomástica. Y para pedirle que el próximo año se esmere un poco más y nos ofrezca algo original.

Un pacto para un futuro


Corría el año 1965, el concilio Vaticano II estaba acabando y un grupo de obispos pertenecientes a “Iglesia de los pobres” se reúne para celebrar la Eucaristía en las catacumbas de Santa Domitila, Roma. Allí firman el “Pacto de las Catacumbas”. Luego quinientos obispos más se adhirieron al documento, cuyo título era “El pacto de la Iglesia pobre y servidora”; esto explica, en opinión de José Oscar Beozzo, -sacerdote, teólogo, reconocido historiador de la Iglesia y de Brasil, asesor de obispos y experto en el Concilio Vaticano II-, su impacto en prácticamente toda la Iglesia, desde Europa, pasando por Asia, África y llegando a América Latina, donde se encontraba el grupo más numeroso de obispos comprometidos con esa línea de pensamiento y acción.
Entre los promotores de aquel pacto estaban Dom Helder Cámara, obispo de Recife, Brasil, y monseñor Alfred Ancel, obispo auxiliar de Lyon, Francia. De allí surgiría Medellín y mucho después Puebla. Y entre medias una legión de obispos y profetas que han sido conocidos como integrantes y forjadores de la teología de la liberación.
Aprovechando que el papa Francisco ha expresado su deseo de que «ojala la Iglesia fuera pobre y para los pobres», no está de más sino todo lo contrario, publicar aquel documento que brotó de los trabajos de los padres conciliares, y, aunque no consiguió el apoyo suficiente para formar parte de sus conclusiones finales, ha sido desde entonces guión de muchas personas en la iglesia posconciliar y podría ser desde ahora hoja de ruta para la multitud que formamos la iglesia actual. ¿Estaríamos de acuerdo?


 
El Pacto de la Iglesia pobre y servidora
“Nosotros, obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el evangelio; motivados los unos por los otros en una iniciativa en la que cada uno de nosotros ha evitado el sobresalir y la presunción; unidos a todos nuestros hermanos en el episcopado; contando, sobre todo, con la gracia y la fuerza de nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el pensamiento y con la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo que sigue:
1. Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción, y a todo lo que de ahí se desprende. Cfr. Mt 5, 3; 6, 33s; 8-20.
2. Renunciamos para siempre a la apariencia y la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (ricas vestimentas, colores llamativos) y en símbolos de metales preciosos (esos signos deben ser, ciertamente, evangélicos). Cfr. Mc 6, 9; Mt 10, 9s; Hech 3, 6. Ni oro ni plata.
3. No poseeremos bienes muebles ni inmuebles, ni tendremos cuentas en el banco, etc., a nombre propio; y, si es necesario poseer algo, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales o caritativas. Cfr. Mt 6, 19-21; Lc 12, 33s.
4. En cuanto sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, para ser menos administradores y más pastores y apóstoles. Cfr. Mt 10, 8; Hech 6, 1-7.
5. Rechazamos que verbalmente o por escrito nos llamen con nombres y títulos que expresen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor…). Preferimos que nos llamen con el nombre evangélico de Padre. Cfr. Mt 20, 25-28; 23, 6-11; Jn 13, 12-15.
6. En nuestro comportamiento y relaciones sociales evitaremos todo lo que pueda parecer concesión de privilegios, primacía o incluso preferencia a los ricos y a los poderosos (por ejemplo en banquetes ofrecidos o aceptados, en servicios religiosos). Cfr. Lc 13, 12-14; 1 Cor 9, 14-19.
7. Igualmente evitaremos propiciar o adular la vanidad de quien quiera que sea, al recompensar o solicitar ayudas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a que consideren sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social. Cfr. Mt 6, 2-4; Lc 15, 9-13; 2 Cor 12, 4.
8. Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las personas y de los grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y trabajadores, compartiendo su vida y el trabajo. Cfr. Lc 4, 18s; Mc 6, 4; Mt 11, 4s; Hech 18, 3s; 20, 33-35; 1 Cor 4, 12 y 9, 1-27.
9. Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus mutuas relaciones, procuraremos transformar las obras de beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes. Cfr. Mt 25, 31-46; Lc 13, 12-14 y 33s.
10. Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, estructuras e instituciones sociales que son necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo armónico y total de todo el hombre y de todos los hombres, y, así, para el advenimiento de un orden social, nuevo, digno de hijos de hombres y de hijos de Dios. Cfr. Hech 2, 44s; 4, 32-35; 5, 4; 2 Cor 8 y 9; 1 Tim 5, 16.
11. Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en miseria física cultural y moral -dos tercios de la humanidad- nos comprometemos:
a compartir, según nuestras posibilidades, en los proyectos urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
a pedir juntos, al nivel de organismos internacionales, dando siempre testimonio del evangelio, como lo hizo el papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan que las mayorías pobres salgan de su miseria.
12. Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio. Así,
nos esforzaremos para “revisar nuestra vida” con ellos;
buscaremos colaboradores para poder ser más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
procuraremos hacernos lo más humanamente posible presentes, ser acogedores;
nos mostraremos abiertos a todos, sea cual fuere su religión. Cfr. Mc 8, 34s; Hech 6, 1-7; 1 Tim 3, 8-10.
13. Cuando regresemos a nuestras diócesis daremos a conocer estas resoluciones a nuestros diocesanos, pidiéndoles que nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.
Que Dios nos ayude a ser fieles”.
(Catacumba de Santa Domitila, Roma, 16 de noviembre de 1965)

Malditas guerras


Oírlo fue desagradable. Nada más despertar fui consciente de ello porque el radio despertador lo dio como primera noticia mañanera:  soldados españoles maltrataron a prisioneros en la base de Diwaniya, Irak, en 2004. Luego, por la tele, lo vi, y resultó mucho peor.
A continuación del audio, los de la emisora hicieron un balance de resultados de aquella denominada “guerra del golfo”, que más propiamente debería decirse en plural, porque golfos redomados resultaron ser los tres de las Azores que la iniciaron: no sólo no apareció el armamento de destrucción masiva; tampoco la conexión con Al Quaeda; no llegó la paz ni la democracia a Irak, que se debate en un desajuste económico que en realidad es pobreza, y su riqueza petrolífera ha pasado a otras manos. Alguien la estará disfrutando.
 Aquello estaba cantado. No así esto otro. Casi me había creído que nuestro ejército, en lugar de hacer la guerra, estaba empleado en servicios a la paz. Así nos lo han vendido. Mentira podrida. No hay honor en una guerra, sólo vencidos y humillados.
Oírlo me dolió. Verlo me ha descompuesto. Que pillen a quienes lo han hecho, a los mandos que lo consintieron y a las autoridades que pusieron las circunstancias para que se desataran las fuerzas del mal. Y que lo paguen.

Me gustaría que la normalidad se impusiera


Si consideré normal que Joseph Ratzinger renunciara por las razones que adujo, igualmente me parece normal la manera como el jesuíta elegido papa por el colegio cardenalicio se está manifestando hasta la fecha.
Lo anómalo sería que ahora hablara de otra manera, dejara de sonreír o en lugar de caminar, volara por ejemplo.
Cuando dejemos de sorprendernos por lo que es tan normal como la vida misma, tal vez caigamos en la cuenta de que no es tanto el papa Francisco quien tiene que apechar con esta situación, sino todo el resto, o sea la totalidad más o menos uno, dependiendo de si le incluimos o no lo hacemos.
Mucha gente añora al papa Juan XXIII, cuando en realidad fueron todas las personas que trabajaron en el Vaticano II quienes nos hicieron soñar. Nos dormimos, o nos dejamos embaucar luego, y no quisimos avanzar más; y, como el que no anda para adelante en realidad anda para atrás, ahora estamos como estamos.
Espero que Francisco, el papa, siga sonriendo y sus palabras no se queden en sólo palabras. La mayoría silenciosa, la que no necesita palabras, tiene una tarea ingente entre sus manos. Y eso no tiene nada que ver con que el papa Francisco lleve zapatos rojos o pague su cuenta de hospedaje o vaya en autocar como los cardenales o se siente en cualquier sitio libre del comedor común. Lo contrario sería sacralizar a la persona, que está clara y expresamente prohibido. Ya era hora de que se pudiera decir en voz alta.

La yesca en la parra es como la carcoma; hay que cortar por lo sano, y a ver qué pasa…



Decidí podar los tamariscos y los dejé pelones. Ya están listos para florecer en junio.
Las parras hace años que no me tocan, porque Agustín lo hace sin que se lo pida. Viene, poda y se marcha. Así año tras año, pero sólo a partir del momento en que Felipe, que era quien mandaba, lo dejó. La temprana me trae preocupado desde que en el verano pasado se le secaron los últimos tres metros. Agustín no los ha tocado cuando podó en febrero, de modo que esta mañana he tratado de investigar.
Corté la parte seca y seguí cortando parte verde; descubrí que la sequedad viene de más abajo, tal vez de la raíz, y que apenas queda vida en la parte externa del tronco; el interior está completamente muerto.

Está enferma de “yesca” a lo que parece. Eso dicen los entendidos que dejan información en internet. Se trata de un conjunto de hongos que atacan a la vid, tanto en sus raíces, en su tronco o en su ramas, como en todo su conjunto. No tiene solución, porque el único producto eficaz contra este mal está prohibido por su altísima peligrosidad. La solución es descepar y quemar. Y cuidando mucho todo el proceso, porque es muy infeccioso y se puede transmitir rápidamente a las otras plantas.
Esperando para ser plantada. 1983
Creciendo ¿1985?

Con el miedo en el cuerpo, me estoy despidiendo de esta parra en su treinta aniversario. Lamentaré no volver a probar su ricas uvas tempraneras que maduran entre julio y agosto, pero es que también me gustan las otras tres variedades que tengo en el jardín, y no es cosa de exponerlas a enfermar y perderlas igualmente.
Enferma. 2012
Es triste pero hay que reconocerlo y admitirlo. Hay males que no tienen solución; o si la tuvieren, no está a la mano; o en todo caso cortar por lo sano no sirve de nada para esta parra que a la vista está que deja un hueco que es urgente rellenar.

Desahuciada. 2013
¡Mecagüen la yesca de la mierda! Perdóneseme el exabrupto, pero cuando pienso lo que puede tardar una parra en tener el tronco y poderío que tenía ésta me entra tembleque… (Y un cabreo de tamaño superior.) [Y otra cosa, mariposa; ¿llegaré a ver sus frutos? Y no es retórica].