Una botella con mensaje



Me pregunto qué moverá a una persona a escribir un mensaje, introducirlo en una botella, taparla y sellarla, y acercarse a la orilla para arrojarla al agua.
Siempre creí que eran náufragos, habitantes de un islote perdido en el mar, quienes hartos de tanta soledad y colmada su paciencia por la espera, o sea desesperados, metían en la última botella escanciada mucho tiempo atrás un papel o similar con el mensaje universal SOS. Sin remite, sin barco correo que lo recogiese y dirigiese, sin estación término ni dirección, tampoco expresa ningún atisbo de confianza en recibir respuesta. Más que gesto de espera es grito desesperado. Y sin testigos.
Sin embargo en los últimos años ha ocurrido lo inesperado: botellas lanzadas a la deriva han encontrado puerto.
Así, por ejemplo, una carta que un niño alemán arrojó al mar dentro de una botella, fue encontrado por un niño ruso en una playa diez años después. Ahora se cartean a través de Internet.
Así, también otro ejemplo, una niña irlandesa quiso mandar un mensaje a su abuela que vivía en una isla enfrente de la costa, pero la botella navegó hasta Australia. Ya son kilómetros. Ignoro si en este caso ha continuado algún tipo de contacto.
No es fácil, ni tampoco frecuente que ocurra. Es más, casi siempre el mensaje se pierde porque la botella se rompe, se hunde o alguien que la encuentra la usa para llevarse agua de mar con que cocer después en su cocina los mariscos. O para lavarse los pies, tras pasear por la arena de la playa.
Yo mismo lancé desde aquí hace ya años un mensaje a través de las ondas, rumbo a El Mar del Plata. Si llegó, no tengo noticia. No hay respuesta… aún.
Hoy acabo de encontrarme esto, y quiero hacéroslo saber.

Un repaso al año que termina

Ya solo queda un día para que termine el año. Siempre, cuando llegan estas fechas, pienso lo mismo: "lo rápido que pasa el tiempo". A pesar de que 2012 ha sido un año duro, en cuanto a lo económico se refiere, lo importante es seguir con la ilusión y las ganas de hacer las cosas que más nos gustan. Para mi, 2012 ha sido un año repleto de planes, viajes, bodas, buenos momentos, risas, grandes conversaciones, proyectos y aventuras. Así que, solo me queda desear que 2013 sea por lo menos igual, y si cabe, aun mejor.
Espero que disfrutéis de estos dos últimos días de 2012, y nos vemos el año que viene con la misma fuerza y alegría que hasta ahora.


Si este mensaje me ha llegado, no está todo perdido. También el que yo lance puede acertar esta vez y encontrar a su destinatario. O buscar por sí mismo a quien le pueda interesar. O inventárselo. Bien mirado una botella cerrada puede hacer eso y mucho más, incluso contener un genio malo o bueno, según convenga, conforme a mi estado y condición.
Voy a probar, pues.

Señor, Dios, dueño del tiempo y de la eternidad,
tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro.
Al terminar este año quiero darte gracias
por todo aquello que recibí de Ti.
Gracias por la vida y el amor, por las flores,
el aire y el sol, por la alegría y el dolor, por cuanto
fue posible y por lo que no pudo ser.
Te ofrezco cuanto hice en este año,
el trabajo que pude realizar
y las cosas que pasaron por mis manos
y lo que con ellas pude construir.
Te presento a las personas que a lo largo de estos meses amé,
las amistades nuevas y los antiguos amores,
los más cercanos a mí y los que estén más lejos,
los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar,
con los que compartí la vida, el trabajo,
el dolor y la alegría.
Pero también, Señor hoy quiero pedirte perdón.
Perdón por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado,
por la palabra inútil y el amor desperdiciado.
Perdón por las personas que herí y ante las que no me he disculpado,
por las que me han ofendido y no he perdonado.
Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho,
y perdón por vivir sin entusiasmo.
También por la oración que poco a poco fui aplazando.
Por todos mis olvidos, descuidos y silencios,
nuevamente te pido perdón.
En las próximos horas iniciaremos un nuevo año
y detengo mi vida ante el calendario
aún sin estrenar y te presento estos días
que sólo tú sabes si llegaré a vivir.
Hoy te pido para mí y para todos la paz y la alegría,
la fuerza y la prudencia, la claridad y la sabiduría.
Quiero vivir cada día con optimismo y bondad
llegando a todas partes con un corazón
lleno de comprensión y armonía.
Cierra Tú mis oídos a toda falsedad y mis labios
a palabras mentirosas, egoístas, mordaces o hirientes.



Que tu mano izquierda no se entere

 

Supongo que es con la mano derecha con la que se saca el dinero del bolsillo. En el evangelio se lee de esa manera, pero no creo que todos los posibles lectores sean o tengan que ser diestros. Pero esas son las palabras que se atribuyen a Jesús en Mateo 6, 1-4: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. 2Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. 3Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; 4así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará».
He estado conteniéndome sobre este asunto porque no me gusta nada, nada. Pero lo saco ahora, o reviento. La gota que ha colmado mi vaso ha sido la información llegada desde Valencia citi de que Porcelanosa ha hecho entrega de quince mil bolsas de comida para cáritas. Sí, la misma que ha hecho un ere y ha despedido a no sé cuánto personal.
No hace mucho era otro empresario de fama el que entregaba unos cuantos miles de euros, también con el mismo destino.
Y desde hace como un año a modo de goteo obispos y arzobispos de aquí y de acullá salen en la prensa y en los medios aconsejando a sus curas que entreguen una mensualidad o parte, o la extraordinaria, al objeto de ayudar a gente necesitada.
Dado que tal como están las cosas nadie saber ya pescar, o si sabe, también sabe que eso hoy no sirve para nada si no tienes un barco, tripulación, redes y un mar donde faenar; lo mejor es que quien tenga peces, reparta con quien no tiene. Así de sencillo. Y no es broma. Cuenta, también es el evangelio, que una vez un muchachito que llevaba un par de ellos consiguió sin hacer magia potagia ni milagro extemporáneo que comiera una muchedumbre hasta saciarse. Claro que tuvo que ocurrir que cerca de él estuviera aquella muchachita tan pizpireta con cinco panes, cinco, que también fueron puesto al común. (Cfr Mc 6, 30-44; Lc 9, 10-17)
Así se está haciendo, y de esta manera, sin ruido ni alharacas, céntimo a céntimo, garbanzo a garbanzo, estamos sobrellevando esta puñetera crisis.
Abuelos que acogen a nietos; padres que asilan a yernos y nueras; hermanos y hermanas que sientan a su mesa a parejas con o sin compromiso; y vecinos y vecinas que al tiempo que hacen la compra, acopian una pizca más, para la del tercero izquierda o el del bajo derecha.
Así, así vamos tirando. Y la izquierda, la mano quiero decir, no se entera. Pero tampoco la derecha, es decir también la mano, sabe qué y por qué lo hace.
O sea, aquí como en Fuenteovejuna, se va resolviendo el asunto y nadie da la cara. ¡Anda que si fuera la izquierda, la mano digo, la que sacara y la izquierda, a la mano me refiero, la que no se enterara!
¡Uf! ¡Qué lío!

Velada Navideña


Los vecinos de La Cañada disfrutamos con villancicos a cargo del grupo Real y Medio. Avisado con demasiada precipitación el evento, sin embargo el teatro del Centro Cívico estaba con media entrada larga.
Y a pesar de la hora, además de escuchar, cantar y acompañar, bailamos, o eso pareció, cuando Roselen y Javiolín nos instaron a movernos al ritmo de agáchate Pedro, agáchate Juan.
En lo que no consiguieron convencernos fue en la jota que tocaron en el intermedio. Nadie estuvo por la labor.
No obstante fueron condescendientes y nos regalaron dos bises. No hubo tiempo para más, había que salir pitando para casa a preparar la cena.
Como ya es habitual en mí llegué tarde y sólo pude coger esta instantánea:

Pero luego puede hilvanar este vídeo por si alguien quiere disfrutar los villancicos de nuestra tierra castellana:

Inocente, propiamente no; pero ingenuo, va a ser que sí


Angelus a pastores. Panteón de la Real Colegiata Basílica de San Isidoro de León

Acabo de enterarme de una cosa: luna llena no tiene que coincidir necesariamente con ser de noche. Ahora, por ejemplo, cuando escribo veo una luna redonda como una yema de huevo frito, pero no será llena completamente hasta dentro de unas horas, concretamente a las 11: 21. Primera inocentada. Pero no hay ingenuidad; es simple desconocimiento o ignorancia.
Ingenuidad se daría si ahora entrara alguien en mi casa gritándome: sal, corre, que se te va la luna llena… Y yo, como aquel que dicen que miró hacia arriba porque le indicaban un buey volando, saliera corriendo al patio para contemplarla. Ahí no caigo. Lo cual no me exime de ingenuidad.
Inocente es la niña bebé que ha aparecido en una charca de un cierto lugar, luego de haber estado desaparecida porque alguien, nada inocente y mucho menos ingenuo, la raptó. Tensa espera, búsqueda afanosa, especulaciones sobre lo que haría el bestia secuestrador… Ingenua pero insistentemente, recé por que todo se resolviera para bien. Segunda inocentada. Se cumple la ya, por manoseada, “asquerosa” ley de Murphy: en efecto, siempre puede ocurrir lo peor.
Con ingenuidad y buen ánimo me propuse leer el nuevo libro de Josef Ratzinger “La infancia de Jesús”, de poco más de cien páginas. A pesar de tenerlo en rtf y constar de sólo 78, aún estoy en la 56. Y es que no consigo avanzar en su lectura porque no hago más que ir y volver por todo el texto; para según qué cosas se usa la palabra historia, en tanto que elaboración teológica se destina para lo que se considera un adorno. Un sólo ejemplo: el ángel de la Anunciación, historia; el ángel de los pastores… Pues no lo dice, pero tendría que ser también historia. Y si llega a serlo, aquellos pastores no sólo habrían saltado de contentos, como dice el villancico, sino que habrían despertado a toda la población. Y sencillamente no consta en ningún lugar tal circunstancia. No pretende ser inocentada, pero es tomarnos por ingenuos. Y no.
Ingenuo yo, que al ojear el libro digital descubro al final que tiene un copyright tajantemente prohibitivo: prohibido copiar todo o parte… Así que por si acaso no pongo ni una sola cita, no vaya a ser que pene contra el Código correspondiente. Y resulte no inocente, sino culpable.
Lo malo de este libro, y ya apunto una idea, es que en la pasta también figura como autor Benedicto XVI. Esto lo cambia todo. Y no es ingenuidad. Tampoco inocencia.
No va de inocentada; cuando lo termine prometo hacer algún comentario. Aunque no vaya de erudito, ni siquiera de simple monaguillo.
Esto no es inocentada sino ingenua e interesante propuesta:
Dentro de su programación de actividades culturales, la Asociación de Vecinos Poeta José Zorrilla ha organizado un concierto de villancicos tradicionales a cargo del grupo Real y Medio:


CONCIERTO DE REAL Y MEDIO: VILLANCICOS TRADICIONALES
VIERNES, 28 de DICIEMBRE DE 2012 a las 20:00 HORAS
CENTRO CÍVICO JOSÉ MARÍA LUELMO (C/ Armuña, 3 - Valladolid)
Acabo con una buena noticia: con toda seguridad los madrileños podrán acceder al cielo próximamente. Ya no será sólo una frase bonita la que dice “de Madrid al cielo”; es que se podrá llegar hasta él en cómodo y rápido ascensor, o en penosa escalera. Acabo de leerlo: «Los rascacielos de Eurovegas no tendrán límite de altura».

Mi canario a sus trinos, y Gumi a la expectativa



Sí, porque llevaba tiempo sin decir ni pío. Mi canario ha roto su silencio, y no ha hecho falta que luciera el sol. A pesar de la bruma de este día 27, ha sido salir el cartero de casa de dejarme un certificado y el animalito le ha despedido con un arpegio de padre y muy señor mío (también podría decirse y con el mismo significado, de madre y muy señora mía; pero lo aprendí de la primera forma, y soy animal de costumbres; qué se le va a hacer).
El sol, a todo esto, que estaba desaparecido, u oculto tras la espesa bruma, a poco ha ido despabilando su letargo y ha barrido el cielo dejándolo limpio durante el mediodía.
Ahora, al caer de la tarde, y mientras arreglaba un enchufe y de paso reparaba una avería sobrevenida en el proceso en algo que no tenía nada que ver pero que se complicó por esa suerte de desgracias que hace que una cosa lleve a la otra, Gumi ha estado sin perderme ojo, el bueno se entiende, a la espera de que llegue la hora del paseo.
Es así que este es el momento, adiosgracias, que nos vamos a aliviar los cuerpos y a estirar las patas. Servidor de momento sigue teniendo piernas, pero no doy un duro de los de antes porque ellas sigan siendo lo que son; estas bestias me van a llevar al trote ligero y hasta es posible que en el arrastre lleguemos hasta el río. Dios quiera que frenen a tiempo.
Si ocurriera algún nuevo percance, a la noche lo cuento.

Tirar piedras está feo y ya no se lleva


Martirio de San Esteban. Juan de Juanes. Museo del Prado. Madrid

Desde aquellas muchedumbres de pordioseros que hacían cola a la puerta trasera de las cocinas de catedrales, abadías y hospitales para recoger en sus escudillas la, al decir de los anuales y crónicas, tan reconfortante “sopa boba”, hasta estos tiempos de penuria tras el bum del ladrillo y del pelotazo, ha llovido y ha escampado muchas veces. En poco han cambiado, sin embargo, las actitudes humanas, por más que las circunstancias sean muy diferentes, e incluso entre aquellas y estas pueda pensarse que haya distancias siderales.
La chusma de entonces sigue siendo la chusma de ahora. Claro que si en otro tiempo antiguo el fraile repartidor podía arrear zurriagazos al gañan o a la zorrilla que intentaban saltarse el orden en la fila, en este moderno ni se le ocurriría; menudo escándalo podría montarse, y la correspondiente denuncia por malos tratos y abuso de autoridad. Porque sí se ha avanzado en eso que dicen de los derechos de la persona, al menos sobre el papel. Las leyes ahora hilan muy fino, y obligan.
Si las personas honorables y pudientes entran por derecho por la principal, justo al lado del cajón de los dineros con el letrero más o menos “pan de los pobres”, “limosnas”, “banco de solidaridad”, “para San Meteorito”, “ayuda para el culto”, “caritas”, o similares; las otras, las que han de recibir, o eso pretenden, han de hacerlo por la auxiliar, donde no hay caja de ningún tipo porque para qué. Nunca hubo ni entonces ni ahora ventanilla ante la cual enseñar documentación y dar fe y autenticidad de la filiación y patronímica propia y ajena. Bastaba sólo con mirar. Además en el pueblo ya se sabía, y también en la ciudad, quiénes eran pobres de solemnidad y quiénes sólo pobres a secas. Y por supuesto, era claro y manifiesto las personas caritativas que donaban para gloria propia y constancia de su buen corazón. Incluso servía para luego hacerlo manifiesto en la esquela: “fue protector de los pobres”.
No contentos, -no sé a quién me estoy refiriendo ahora, pero a buen seguro que alguna persona avispada que lea lo sabrá-, con no haber hecho aún desaparecer de los archivos los antecedentes de cuantos pisaron la vieja DGS o sufrieron los embates de la "censoría" del estado de nuestra más oscura época reciente, es ahora cuando vienen a pedir listado de quienes son receptores de unos alimentos que dicen son excedentes de nuestra rica producción agraria y están sirviendo para que algunos se lo estén llevando crudo.
Es para evitar el fraude. Sí, porque es probado que hay duplicados y que esa gente se las sabe todas y guarda cola en varios sitios y así hace doblete en acopio. ¿De qué? Pues de arroz, de leche, de macarrones, de tomate frito, de sopa… No se puede consentir tamaño abuso de confianza con nuestras finanzas.
Es la hora en que no sabemos con certeza, -sólo se dice, se comenta, se cotillea; pero saber, saber propiamente, no-, quienes están defraudando millonariamente al pueblo. Pero se pretende controlar lo que se llevan a la boca los miserables, esa gentuza que sólo quiere vivir a costa de los demás, y exigen más “sopa boba”.
Es pura coincidencia que esta reclamación legal ocurra precisamente hoy, día 26 de diciembre, San Esteban*, el diácono que murió apedreado por la institución judía. Saulo no participó directamente, sólo fue espectador interesado.
No mataron a Esteban por negarse a decir a qué pobres ayudaba, que para eso lo eligieron; entonces ya se sabía quiénes eran y eso no interesaba. Pero tan bien lo debía estar haciendo que incomodó a los de siempre. Le acusaron de hereje, que entonces ya se estilaba.
Lo dicho, de ahora hasta allá, tal para cual.
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* “Por aquellos días, al crecer el número de los discípulos, se produjo una protesta de los de lengua griega contra los de lengua hebrea, a saber, que en el servicio asistencial de cada día desatendían a sus viudas. Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y les dijeron:
-«No está bien que nosotros desatendamos el mensaje de Dios por un servicio de administración. Por tanto, hermanos, escoged entre vosotros a siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y saber, a los que podamos encargar de este asunto; nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio del mensaje».
La propuesta pareció bien a toda la asamblea, y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los apóstoles, y éstos, imponiéndoles las manos, oraron”. (Hechos de los Apóstoles 6, 1-6)

¡Oh Misterio Enorme! ¡Sacramento Maravilloso!




¡Oh misterio inmenso,
y admirable sacramento,
que los animales vean al
Señor recién nacido,
acostado en un pesebre!
Bienaventurada la Virgen, cuyo vientre
mereció llevar
a Cristo el Señor.
Aleluya.

Hasta un desahucio se puede sublimar, si los primeros en saber del nacimiento son unos pastores



Si el río es de plata y el establo huele a gloria,
si el niño está corito y sin embargo sonríe,
si la madre parece arrebolada y el papá adorador,
si las comadres vienen de lavar la ropa y los niños juegan a las tabas,
si un pesebre hace de cuna y ángeles cantan en el cielo,
si una estrella con su cola baja y la luna sigue arriba,
si en el pueblo no hay campanas y en todas las casas lumbre,
si hay una yunta arando y los segadores con la hoz agavillan,
si en el zaguán de palacio hacen guardia y en el templo sacrificios,
si la lechera reparte por las casas y la polea del pozo chirría,
si la posada está a rebosar y las gallinas dormitan mientras el gallo vigila,
si un rebaño de ovejas baja por la cuesta y la comitiva real se va acercando al portal,
si un señor escribe y otros ponen ladrillos,
si en Jerusalén no se enteran y los de Belén tampoco,
si un buey y una mula están quietos y la noria sigue dando vueltas,
si…
­–Sigue.
–No, no sigo. Que no. He dicho que nooooo.
Entre unos y otros me han dejado sin nacimiento. Unos por hacer una lectura historicista, lo real y sólo lo real; otros por pasarse de la raya al pintar un melodrama místico espacial, el intríngulis de la metahistoria.
Esta noche, con todos los cacharros rotos, voy a recomponer mi belén. Usaré cola de simpatía, y repintaré con ternura; colocaré musgo de sencillez y dejaré que el río suene a villancicos; situaré a los sin techo adelante y yo me quedaré en la majada, entre pastores. Y si el ángel viene a anunciar que ha nacido, seré de los primeros en enterarme.
Entonces mi alegría será completa.

Pues no, no me da vergüenza



Veo a éste que anda últimamente preocupado. Cuando me toca, casi no me toca. Cuando hago lo que quiero, tampoco se enfada. Si me grita, en realidad me susurra. Sí, le veo algo tocado del ala.
Es verdad que ya no me alargo como antes, que es que me recorría el campo entero mientras ellos daban sólo un paseito. Ahora tampoco me voy de picos pardos, y si salgo, vuelvo al poco rato; sólo una vuelta hasta la esquina.
Tengo trece años y medio, y me considera anciana. Estoy llena de canas, y me mira como si él no las tuviera. Tengo bultos por arriba y por abajo, y piensa que un mal cáncer me está comiendo las tetas. Y cada mañana, como no muestro prisas por salir, se me acerca para ver si aún sigo estando viva.
Sí, le descubro mirándome mientras reposo; como ahora, que aquí estoy, despierta viéndole darle al ordenador. Y de vez en cuando se le escapa un suspiro…
¿Pensará que me estoy muriendo? ¡Pues lo tiene claro!
Yo no le dejo solo con esos dos machos que ahora le han endosado, por muy melosos que sean. ¡Si empalagan!
Tan preocupado está de mí que un día se trajo a Pedro, el cura de Simancas, cazador con perro desde que le salió la dentición. Me miró por todas partes, y luego le soltó: “Ésta te vive hasta los quince o dieciséis. Tienes perra para rato”.
Pero no se le ha quitado la mosca de detrás de las orejas. Me duele verle tan preocupado, pero no lo puedo remediar. Me pirro por su ternura.

Rorate, coeli, desuper et nubes pluant iustum
Cielos, destilad el rocío;
nubes, derramad la victoria;
ábrase la tierra y brote la salvación,
y con ella germine la justicia. (Is 45,8)



Tras un día tonto en que sólo ha sucedido de verdad que el sol ha estado el menor tiempo al descubierto; y sin embargo, y para más recochineo, ha lucido como no lo había hecho en el otoño; una jornada esperada porque antiguos mayas parece que dijeron que llegaba el fin, y con expectación más tonta aún se ha estado preparando para “morir bella” o para dar por “concluido un gobierno”.
Tras este ayer de un hoy en que una ingente multitud espera “el gordo” que la diosa fortuna, ciega o perversa, reparta injusta y aleatoriamente, para salir del atolladero en que vive y poner parches a una vida toda llena de agujeros, tan grandes que parecen simas.
Ayer, hoy y mañana, en un presente que sabe de noches y oscuridad, de fracasos y de esfuerzos inútiles, de esperanzas vanas y de alegrías tan mezquinas, y que por eso se hace interminable hasta la desesperación.
En este ahora en que no sabemos hacia dónde nos llevan, si queremos seguir aquí aunque nos disguste cómo estamos, del todo impotentes y derrotados frente a un futuro que aún puede ser peor.
En un momento así, o parecido, surgió la voz de los profetas para despertar del sueño, del abatimiento, de la desmoralización… con promesas del todo inverosímiles, inalcanzables siquiera a la imaginación, totalmente gratuitas e inmerecidas.
Alguien que nos lleva muy adentro, en sus entrañas permanentemente, ha decidido estar también aquí, silencioso, paciente, pequeño y frágil, sólo compañero…

DIOS QUE HA DE VENIR
Mira, otra vez es adviento en el año de tu Iglesia, Dios mío. Otra vez rezamos las oraciones de la expectación y de la constancia, los cantos de la esperanza y de la promesa. Y otra vez toda miseria y toda expectación y todo aguardar lleno de fe se aglomeran en la palabra: ¡ven!
Extraña oración: Ya has venido, pusiste tu tienda de campaña entre nosotros, has participado de nuestra vida con sus pequeñas alegrías, con su larga rutina y su amargo fin. ¿Podíamos invitarte con nuestro «ven» a algo más que a eso? Penetraste tanto en nuestra vulgaridad que ya casi no te podemos distinguir de los demás hombres. Dios, que te llamaste hijo del hombre, ¿podías acercarte más a nosotros mediante tu venida? Y, sin embargo, oramos: ven. Y esta palabra nos sale del corazón como en otro tiempo a los patriarcas, reyes y profetas que veían tu día solamente desde lejos y lo bendecían.
¿Celebramos solamente el adviento o siempre es adviento? Pero ¿es que en verdad has venido ya? ¿Tú mismo, como nosotros queríamos decirlo cuando a la par deseábamos al que habría de venir, al Dios fuerte, padre del futuro, príncipe de la paz, la luz de la verdad y la dicha eterna? En las primeras páginas de la Sagrada Escritura ya está prometida tu venida y, sin embargo, en su última página, a la cual nunca debe ser agregada otra, se encuentra la oración: ¡Ven, Señor Jesús!
¿Eres Tú el eterno adviento que siempre debe estar en camino, pero que jamás llegará, en forma tal que sea la plenitud de toda espera? ¿Eres Tú el lejano inalcanzable a cuyo encuentro peregrinan todos los tiempos, todas las generaciones, las ansias todas de los corazones, por esas calles que nunca terminan? ¿Eres solamente el lejano horizonte que rodea la tierra de nuestros acciones y padecimientos, y que siempre permanece lejos a donde quiera que uno marche? ¿Eres tan sólo el hoy eterno que está igualmente cerca y lejos de todo, y que encierra en sí los tiempos y todos los cambios, indiferentemente? ¿O es que no quieres venir de ningún modo porque todavía posees lo que nosotros fuimos ayer, y hoy ya no somos, o porque te adelantaste ya al más lejano futuro nuestro desde toda la eternidad?
¿Acaso no te retiras siempre en tus abismos inconmensurables, que llenas con tu realidad, a una distancia doblemente mayor del camino que nosotros hemos recorrido en pos de tu eternidad con los pies sangrantes? La humanidad ¿ha logrado acercarse a ti desde que hace miles y miles de años dispuso la marcha a su aventura más dulce y temible: buscarte a ti? En mi vida ¿ya he logrado acercarme algo más a ti o es, al fin de cuentas, toda cercanía conquistada solamente la mayor amargura con que tu distancia embriaga mi alma? ¿Hemos de estar siempre lejos de ti, quizá porque Tú, infinito, estás constantemente cerca de nosotros y por eso no tienes deseos de venir a nosotros, ya que no existe sitio alguno al que hayas de venir, pues estás presente en todo?
Me dices que has venido ya en realidad: que tu nombre es Jesús, hijo de María, y que yo ya sabía en qué sitio y tiempo podría encontrarte. Señor, perdóname, pero este venir tuyo se debe llamar más bien un partir. Te has escondido en forma de siervo y te has encontrado como uno de nosotros, y Tú, Dios recóndito, penetraste como un cualquiera, inadvertidamente, en nuestras filas y has marchado con nosotros, los que propiamente estamos siempre de camino y nunca acabamos de llegar, porque todo cuanto alcanzamos solamente sirve para que consigamos lo último: el final. Estamos llamando: ven, Tú, el que nunca va, porque tu vida no tiene ocaso y tu realidad no conoce fin; ven Tú mismo porque nosotros solamente renovamos cada día el cambio hacia el fin.
Te llamamos porque desesperamos de nosotros mismos; sobre todo cuando, tranquilos y presos en nuestra finitud, nos juzgamos sabios. Hemos llamado a tu infinitud y hemos esperado una vida interminable fiados en la venida de tu infinitud. Porque nosotros los hombres, al menos aquellos a quienes Tú has regalado la última sabiduría de esta vida, aprendimos que fue en balde lo que intentábamos: huir por esfuerzo propio, azuzados por la asfixiante angustia de nuestra impotencia e inconstancia, por medios siempre nuevos, de nuestra propia existencia, y por mil caminos ser poseedores de algo eterno. Porque no nos podemos ayudar, porque no podemos librarnos de nosotros mismos, por eso hemos conjurado sobre nosotros la plenitud de tu vida, tu realidad y tu verdad, por eso hemos apelado a tu sabiduría y justicia, tu bondad y misericordia, para que Tú mismo vinieras, para que arrancaras todas las cercas de nuestra limitación, para que hicieras riqueza de la pobreza, eternidad de nuestra temporalidad.
Y nos has prometido que vendrías y viniste. Pero ¿cómo viniste y qué hiciste? Tomaste una vida humana y la hiciste vida tuya, en todo igual a nosotros: naciste de mujer, padeciste bajo Poncio Pilato, fuiste crucificado, muerto y sepultado. Tú has alcanzado aquello de lo que huimos. Comenzaste lo que según nuestra opinión debería terminar mediante tu venida: nuestra vida, la cual es impotencia, finitud en lo íntimo, y muerte. Precisamente tomaste este ser de hombre no para transformarlo, no para suavizarlo ni clarificarlo y divinizarlo visible o palpablemente, o al menos llenarlo de bienes hasta estallar, bienes que los hombres, en sustitución de lo eterno, apenas frugal y fatigosamente pudieran arrebatar del reducido y pedregoso barbecho de su temporalidad.
Hiciste nuestra vida, vida tuya, tal como nuestra vida es. La dejaste correr tal como la nuestra corre sobre esta tierra. La comenzaste con cuidados para que ni una gota de su tormento y de su gravosa estrechez se perdiera antes de que lo hubieras sufrido todo. También sobre tu vida rodó la cruel y espantosa aplanadora de la naturaleza ciega y de la evidente maldad humana. Y cuando tu vida humana levantaba la vista a aquel que en la verdad más clara y amor más quintaesenciado llamabas Padre, entonces veías tal como nosotros, hacia arriba, al Dios de caminos inescrutables y juicios incomprensibles, el cual tiende o deja pasar el cáliz según su deseo.
Y por toda la eternidad ningún «por qué» conduce al fondo de este deseo, que pudo haber sido otro y, sin embargo, quiso aquello que es incomprensible para nosotros. Tú debías venir para librarnos de nosotros mismos, y Tú, otra vez Tú, único libre e ilimitado, te «hiciste como nosotros». Y aunque sé que seguías siendo el que eras —¿no te estremeces ante nuestra mortalidad, Tú, inmortal; ante nuestra estrechez, Tú, inmenso; ante nuestra apariencia, Tú, verdad suma? ¿No te crucificaste a ti mismo en la criatura cuando recibías como vida propia, completamente cerca y completamente como propia, lo que antes solamente habías extendido en distancias eternas como el oscuro, anonadado fondo para tu luz inaccesible? ¿No es la cruz del Gólgota la figura visible de la cruz que fue preparada por ti mismo a través de los espacios eternos?
¿Es ésta tu venida? ¿Para esto convirtieron los hombres la historia inconmensurable en un único coro de adviento (en él, hasta el blasfemo te reclama), en un único grito por ti y por tu venida? ¿Ha desaparecido nuestra desdicha porque también Tú lloraste? La entrega a nuestra finitud ¿ya no es acaso la más espantosa forma de nuestra desesperación, precisamente por eso, porque Tú has pronunciado la palabra de la entrega en tu encarnación humana, y juntamente la has dicho con nosotros? Nuestro camino, que no quiere acabar, ¿tiene un fin dichoso porque viajas con nosotros? Pero ¿cómo y por qué puede ser así? ¿Cómo puede nuestra vida, por convertirse en tuya, ser la salvación de nuestra vida? ¿Cómo puedes Tú quedar precisamente bajo la ley y mediante esto redimirnos de la ley? (Gal 4, 5).
¿Es mi entrega a mi vida el comienzo de la liberación de su gravosa estrechez porque esta entrega se convirtió en el amén de tu vida humana, en el sí a tu venida cuya realización es contra todo lo que yo esperaba? Pero ¿de qué me sirve que ahora mi destino sea participación del tuyo si te has limitado a convertir el mío en el tuyo? ¿O convertiste mi vida en el solo comienzo de tu venida, en el solo comienzo de tu vida?
Vuelvo a entender poco a poco lo que he sabido siempre. Tú siempre estás viviendo y tu aparición en forma de siervo es el comienzo de tu venida para la liberación de la esclavitud que Tú aceptaste. Los caminos por los que Tú caminas tienen un fin. Estrecheces en las que Tú penetras se ensanchan. La cruz que Tú soportas se vuelve signo de la victoria. Propiamente no has venido. Todavía estás llegando: desde tu encarnación hasta la plenitud de este tiempo solamente hay un momento —y aunque miles de años corren a través de él para que, bendecidos por ti, se conviertan en partecita de ese momento—, aquel momento del hecho único que, en tu vida humana y su destino, nos une a todos nosotros juntamente con nuestros destinos y nos lleva al hogar de las eternas grandezas de la vida de Dios.
Porque has dado comienzo a este último hecho de tu creación, por eso en última instancia nada nuevo puede acontecer en este tiempo, sino que todos los tiempos están ahora inmóviles en el último fondo de las cosas; «el fin de los siglos ha irrumpido sobre nosotros» (1 Cor 10, 11). En este mundo existe un solo tiempo: tu adviento. Y cuando este último tiempo llegue a su término ya no existirá el tiempo, sino Tú en tu eternidad.
Si las obras son las que maduran, y no es el tiempo el que hace durar las cosas y las realidades; si una nueva realidad hace surgir una nueva época, con tu encarnación ha despuntado una nueva y última época. Pues ¿qué podía ya venir que este tiempo no lleve en su seno? ¿Que nosotros lleguemos a ser partícipes de ti? Sí, pero esto ha tenido lugar ya, porque Tú te dignaste participar de nuestra naturaleza. Se dice que Tú vendrás de nuevo. Es cierto. Pero propiamente no se trata de «volver de nuevo», pues Tú nunca nos abandonaste en tu naturaleza humana, que escogiste como tuya eternamente. Se trata sólo de que se manifieste con mayor claridad cada vez que Tú vienes realmente, que el corazón de todas las cosas se ha transformado ahora, porque Tú las has tomado en tu corazón.
Debes, pues, venir más y más, debe manifestarse con claridad lo que ha sucedido en el fondo de todos los seres, debe deshacerse en el interior de cada uno toda falsa ilusión, como si la finitud no hubiera quedado libre, ya que Tú la has tomado para ti, infundiéndole la vida. Mira, Tú vienes. Esto no es el pasado ni el futuro, sino el presente que se va llenando a sí mismo. Siempre está presente la hora de tu venida, y si alguna vez llega a su término nos habremos dado cuenta, aun nosotros, de que Tú realmente has venido. Haz que yo viva en esta hora de tu venida para que yo viva en ti, ¡oh, Dios que has de venir! Amén.
[Karl Rahner. Oraciones de vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, págs. 187-193]

Si se independizan, ¿dónde van a irse a vivir?



Esta pregunta me obsesiona de un tiempo a esta parte. Servidor se ha independizado dos veces en la vida. La primera fue cuando, recién ordenado, me destinaron como párroco encargado de dos pueblos. La casa rectoral de uno de ellos estaba disponible; la otra, simplemente no existía, tal vez se derrumbó o fue enajenada. Así que tuve que vestirla por dentro y hacer allí ni nido vivencial. Duró casi dos años aquella independencia. Luego continuó en otra parte, y para allá tuve que llevarme mi macuto y los pertrechos, que cabían en el simca1000.
Pasados unos años fui recibido en otra casa, y formé cuasi familia. Era “la comuna”. Y no tuve que hacer el nido, porque ya existía; sólo fue acomodarme y acostumbrarme a rutinas, pensares y sentires. Tampoco fue eterno. Y la vida me forzó a emigrar.
Así que hube de aceptar una independencia nueva; no buscada ni querida, simplemente consecuente. No había nido porque ni paredes, ni ventanas, ni por supuesto puerta. Con el tiempo y una caña y con la ayuda de vecinos y vecinas al final aquello se ha venido convirtiendo en más o menos un hogar. Lo quiero como propio, aunque bien sé que no lo es.
Por eso cuando me sobresaltan unos y otras diciendo que quieren independizarse, me entran temblores por lo que me imagino que va a costarles hacerse con un lugar y lograr que se incorpore a sus vidas, habida cuenta de que hasta que no entren en él, será totalmente ajeno, extraño e inhóspito.
Si la primera vez emigré de la casa paterna, con todo lo que de desarraigo lleva consigo; la segunda vez salí de una casa llena de afectos, sueños y realidades poco a poco conseguidas contra vientos y mareas, más allá de los lazos de la sangre y la parentela. De ambas me llevé sólo lo estrictamente personal. Mi cama allí quedó. Lo mismo que mis cubiertos, mis llaves, mi dirección de correos, mi número telefónico…
Ahora oigo que quieren la independencia. ¿Se quieren marchar de casa? ¿Tienen ya dónde vivir? ¿Abandonarán su tierra? ¿Qué otro cielo quieren tener donde sujetar sus estrellas? ¿Qué harán de su historia, se la van a inventar a partir de cero o como continuación?
No sé qué querrán llevarse, tampoco qué podremos hacer los demás con todo lo que vayan a dejar, si es que está deshabitado. En casa de mis padres mi habitación pasó a ser el cuarto de los huéspedes; y en el otro sitio donde moré, el almacén. Ese espacio vacío que quedará cuando lo abandonen, ¿se convertirá en parque natural o en campo de maniobras militares, en lugar de peregrinación o en el nuevo puerto de Aragón y Castilla en el Mediterráneo?
Dicen que tienen su idioma, que eso les define y con eso les basta. Y yo me he quedado asustado, porque ese idioma no es sólo suyo, también nos pertenece en parte. ¿Nos van a privar de él? ¿Con quién hablaremos entonces en esa lengua de tan hondas raíces hispanas?
No sé qué me pasa desde que he oído que se van, que no quieren seguir en casa, que ansían la libertad, que no les importa cómo pero que ya no aguantan más. No sé si estoy disgustado, triste o me habita un principio de corajudo cabreo.
Por experiencia sé que aquí de nada valen amenazas. Más aún, lejos de desanimar, reafirman. Así que yo no me opondré, dejaré que abran la puerta, no les impediré salir, permitiré que carguen con todo lo que quieran y puedan… No pienso cerrar la puerta, la dejaré permanente de par en par.
Si se van por fin, que sepan que pueden volver cuando quieran. Que se abriguen por la noche y que lleven siempre encima el móvil con el número de casa, por si les hiciera falta.

No digamos que no nos avisaron


«La primera noche
ellos se acercaron
y tomaron una flor de nuestro jardín.
Y no dijimos nada.
La segunda noche,
ya sin esconderse,
pisotearon nuestras flores,
mataron a nuestro perro,
y no dijimos nada.
Hasta que un día,
el más insignificante de todos ellos
nos robó la luz,
y, conociendo nuestro miedo,
nos robó la voz de nuestras gargantas,
y debido a que no dijimos nada,
ya nunca más pudimos decir nada». (Vladímir Mayakovski)


«Compadeced a la nación poblada por carneros,
despistados por sus pastores.
Compadeced a la nación con dirigentes mentirosos, sus sabios, silenciados,
y sus intolerantes rondando por las ondas.
Compadeced a la nación que no alza su voz,
si no es para ensalzar a conquistadores y aclamar como héroe al matón
y que quiere regir el mundo por la fuerza y la tortura.
Compadeced a la nación que no conoce otro lenguaje que el suyo
y ninguna otra cultura que la propia.
Compadeced a la nación que respira dinero
y duerme el sueño del sobrealimentado.
Compadeced a la nación, – oh –, y al pueblo que deja que menoscaben sus derechos,
y que sus libertades sean arrasadas.
Mi país, tus lágrimas, dulce tierra de libertad». (Lawrence Ferlinghetti)


«Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada». (Martin Niemöller)

Estuvieron el buey y la mula… y hasta San José echó una parrafada



Pero la primera que habló no fue María, para presentarse y decir que era madre de un precioso niño.
Empezó la cosa con la aparición de todo un cortejo de personajes, de tamaño más bien reducido, pero con labia y prosapia, más que estudiada, aprendida. Necesitaron la ayuda de una silla, de las de antes, como la que usaba mi abuela para hacer calceta, para llegar hasta el micro. Pero ni falta que les hacía, porque sacaron voz suficiente para que les oyéramos perfectamente. Entre pastorcillos y pastorcillas, angelitas y angelitos, herreros y carpinteras, tejedores y lavanderas, hicieron el relato completo del evento.
No faltaron estrellas con piernas, beduinos de áspero pelaje, labriegas de aquí y de allá, papás y mamás noeles, pajes de uno y otro sexo, y personal de calle o en chándal.
Luego habló José, con salero aunque iba vestido de fraile menor con capucha, es decir, de monje mendicante. Y a continuación su esposa, putativa o como fuese, de raso y con pantalón rosa, y dijo lo que ya está arriba anotado.
Les tocó el turno a la vaca y a la mula, aunque ya se les notaba quiénes eran; aún así hablaron; en ese momento su espacio natural no estaba vacío, unos cojines lo llenaban. A continuación llegaron los reyes, y también dijeron unas cuantas cosas. Pero los camellos ni aparecieron ni hablaron.
Al fondo del todo papás y mamás de verdad, hermanitos y hermanitas, que escucharon atentos, pero luego se desbocaron al cantar los villancicos.
Fue nuestro auto navideño que cada año montamos en vivo y en directo.
No fuimos fieles al texto, ni pusimos estrella en el cielo; tampoco nos planteamos si sucedió en Belén o en Nazaret, si magos o reyes o simples curiosos… No hubo silencio en la noche, el buey fue vaca y la mula, mula.
Al final recogimos algunas plumas… algún angelito/a pudo tener problemas para llegar de vuelta a casa.


¿El Papa ve el matrimonio gay como una amenaza a la paz?
[O, De cómo entresacar alguna frase para sacar un titular interesante]


Este es el titular que me sobresaltó de mañana en la prensa nacional. Así que durante el paseo con mis amiguitos estuve expresándoles mis inquietudes filosóficas. ¿Qué camino lógico va de la verdad hacia la paz? ¿Es posible defender la verdad con la violencia? ¿El amor, en cualquiera de sus expresiones, puede perturbar a la verdad induciéndola a la mentira? Si así ocurriera, ¿podría decirse que el amor promueve la mentira y por consiguiente está en el origen de la ruptura de la paz? ¿Es a esto a lo que puede querer referirse s.s. Benedicto décimo sexto?
El Papa ha entregado anticipadamente a los medios su Mensaje para la 46ª Jornada Mundial de la Paz, el próximo día 1 de enero, y al parecer bastantes han entresacado la idea que da lugar a ese titular.
La verdad sea dicha: este tipo de mensajes llegan siempre a mis manos de una u otra manera, pero no terminan de “llegarme” al corazón. Unas veces los leo como en diagonal, y otras, las más, ni los miro. Pero en esta ocasión, y dado el sobresalto, me he acercado al texto y me lo he manducado. A lo largo de este “largo escrito” -que alguien ha llamado cuasi encíclica- el papa expresa lo que viene diciendo por activa y por pasiva siempre que tiene ocasión. Ni más ni menos, la doctrina de la Iglesia. Y por supuesto se queja de que la palabra matrimonio tenga un uso ampliado de lo que tradicionalmente se ha venido entendiendo, es decir, la unión marital de un hombre y una mujer. Utilizarla para otras uniones no le parece correcto y afirma, eso sí lo hace con fuerza, que va en detrimento de la dignidad de la familia tradicional, la de toda la vida. Estas son sus palabras literales: «También la estructura natural del matrimonio debe ser reconocida y promovida como la unión de un hombre y una mujer, frente a los intentos de equipararla desde un punto de vista jurídico con formas radicalmente distintas de unión que, en realidad, dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su papel insustituible en la sociedad».
En un mismo paquete la defensa de la vida desde el nacimiento hasta su fin natural y la unión matrimonial de hombre y mujer, el documento remata este apartado con estas otras frases también al pie de la letra: «Estos principios no son verdades de fe, ni una mera derivación del derecho a la libertad religiosa. Están inscritos en la misma naturaleza humana, se pueden conocer por la razón, y por tanto son comunes a toda la humanidad. La acción de la Iglesia al promoverlos no tiene un carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de su afiliación religiosa. Esta acción se hace tanto más necesaria cuanto más se niegan o no se comprenden estos principios, lo que es una ofensa a la verdad de la persona humana, una herida grave inflingida a la justicia y a la paz».
Concluir, pues, que para el Papa llamar matrimonio a la unión marital de personas del mismo sexo es contrario a la verdad y menoscaba la justicia y la paz parece correcto. El titular de esos periódicos no engaña. Pero tal y como está expresado no me parece atinado.
La relación gay, consista en lo que consista, tengo la suerte o la desgracia de que me pilla lejana, y no sabría qué decir sobre ella. Pero, trasladando desde mi experiencia personal a modo de extrapolación, no concibo que cualquier forma de manifestarse el cariño, el amor, la cordialidad entendida como relación guiada por sentimientos nacidos desde las propias entrañas entre seres vivos, humanos o no, del mismo o de distinto sexo, sea susceptible de atentar contra la paz, y por ilación todo lo lógica que se quiera, contra la verdad.
Si el problema es el nombre o título que se le aplica, búsquese otro menos agresivo e igualmente comprensivo y expresivo. Si se tratara de que esa realidad desestabiliza a quienes ante ella y desde fuera de ella, por la razón que fuere, se sienten ofendidos, heridos u oscurecidos… me temo que el problema no estaría en la palabra y el concepto sino en los mismos que se confiesan perturbados.
Considero que el reconocimiento de los derechos civiles a la realidad homosexual que toda sociedad libremente se dicte no afecta ni atenta a la parte heterosexual de esa misma sociedad. Iglesia y sociedad deberían preocuparse mucho más por educar; al fin y al cabo creo que sólo se trata de esto.
Mucho más que este tema, en el Mensaje del Papa brilla con luz propia su crítica al sistema económico y político que ha desembocado en esta crisis. Aquí las palabras de Benedicto XVI ganan en autoridad poniendo el dedo en la herida, pero augurando un remedio certero:
«Construir el bien de la paz mediante un nuevo modelo de desarrollo y de economía»
«5. Actualmente son muchos los que reconocen que es necesario un nuevo modelo de desarrollo, así como una nueva visión de la economía. Tanto el desarrollo integral, solidario y sostenible, como el bien común, exigen una correcta escala de valores y bienes, que se pueden estructurar teniendo a Dios como referencia última. No basta con disposiciones de muchos medios y una amplia gama de opciones, aunque sean de apreciar. Tanto los múltiples bienes necesarios para el desarrollo, como las opciones posibles deben ser usados según la perspectiva de una vida buena, de una conducta recta que reconozca el primado de la dimensión espiritual y la llamada a la consecución del bien común. De otro modo, pierden su justa valencia, acabando por ensalzar nuevos ídolos.
Para salir de la actual crisis financiera y económica –que tiene como efecto un aumento de las desigualdades– se necesitan personas, grupos e instituciones que promuevan la vida, favoreciendo la creatividad humana para aprovechar incluso la crisis como una ocasión de discernimiento y un nuevo modelo económico. El que ha prevalecido en los últimos decenios postulaba la maximización del provecho y del consumo, en una óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas sólo por su capacidad de responder a las exigencias de la competitividad. Desde otra perspectiva, sin embargo, el éxito auténtico y duradero se obtiene con el don de uno mismo, de las propias capacidades intelectuales, de la propia iniciativa, puesto que un desarrollo económico sostenible, es decir, auténticamente humano, necesita del principio de gratuidad como manifestación de fraternidad y de la lógica del don. En concreto, dentro de la actividad económica, el que trabaja por la paz se configura como aquel que instaura con sus colaboradores y compañeros, con los clientes y los usuarios, relaciones de lealtad y de reciprocidad. Realiza la actividad económica por el bien común, vive su esfuerzo como algo que va más allá de su propio interés, para beneficio de las generaciones presentes y futuras. Se encuentra así trabajando no sólo para sí mismo, sino también para dar a los demás un futuro y un trabajo digno.
En el ámbito económico, se necesitan, especialmente por parte de los estados, políticas de desarrollo industrial y agrícola que se preocupen del progreso social y la universalización de un estado de derecho y democrático. Es fundamental e imprescindible, además, la estructuración ética de los mercados monetarios, financieros y comerciales; éstos han de ser estabilizados y mejor coordinados y controlados, de modo que no se cause daño a los más pobres. La solicitud de los muchos que trabajan por la paz se debe dirigir además –con una mayor resolución respecto a lo que se ha hecho hasta ahora– a atender la crisis alimentaria, mucho más grave que la financiera. La seguridad de los aprovisionamientos de alimentos ha vuelto a ser un tema central en la agenda política internacional, a causa de crisis relacionadas, entre otras cosas, con las oscilaciones repentinas de los precios de las materias primas agrícolas, los comportamientos irresponsables por parte de algunos agentes económicos y con un insuficiente control por parte de los gobiernos y la comunidad internacional. Para hacer frente a esta crisis, los que trabajan por la paz están llamados a actuar juntos con espíritu de solidaridad, desde el ámbito local al internacional, con el objetivo de poner a los agricultores, en particular en las pequeñas realidades rurales, en condiciones de poder desarrollar su actividad de modo digno y sostenible desde un punto de vista social, ambiental y económico».
Particularmente importantes me parecen los números 6 y 7 del Mensaje; merecen una lectura pausada y atención, porque aportan soluciones. El documento manifiesta alguna validez para este momento que vivimos y, en mi opinión, el Papa Benedicto quiere dar una lección magistral.
Así termina: «Como conclusión, aparece la necesidad de proponer y promover una pedagogía de la paz. Ésta pide una rica vida interior, claros y válidos referentes morales, actitudes y estilos de vida apropiados. En efecto, las iniciativas por la paz contribuyen al bien común y crean interés por la paz y educan para ella. Pensamientos, palabras y gestos de paz crean una mentalidad y una cultura de la paz, una atmósfera de respeto, honestidad y cordialidad. Es necesario enseñar a los hombres a amarse y educarse a la paz, y a vivir con benevolencia, más que con simple tolerancia. Es fundamental que se cree el convencimiento de que hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fin, perdonar, de modo que los errores y las ofensas puedan ser en verdad reconocidos para avanzar juntos hacia la reconciliación. Esto supone la difusión de una pedagogía del perdón».
¿Qué echo de menos en este Mensaje papal? Lo que habitualmente suele faltar: la autocrítica y la petición de perdón, el examen de conciencia y la propuesta de conversión. La Iglesia también ha sido y sigue siendo en estos tiempos motivo de escándalo y causa grave de perturbación de la paz por: el trato discriminatorio hacia la mujer, por los abusos hacia niños, por los modos poco claros en el manejo del dinero, por su connivencia con el poder, por el maltrato que dispensa a quienes dentro de ella son relegados al silencio y privados de su libertad…
Lejos de parecerme una cuasi-encíclica considero que se trata de un documento perfectamente prescindible. Se lo podía haber ahorrado o, en su lugar, haberse mostrado más audaz.

Garoña está cerrándose en estos momentos…



Está amortizada, de modo que desde hace un tiempo sólo genera beneficios para la empresa propietaria. Aún así ahora está comenzando el proceso de apagado de la central atómica en uso más antigua de España.
Mi información sólo llega a lo que han publicado los medios, o sea, poca cosa. A favor y en contra se han manifestado quienes saben del asunto: que es peligrosa, que es la riqueza de la zona y sus gentes.
Desde mi experiencia personal sólo digo que las cosas me sirven hasta que dejan de ser productivas, o su reparación es imposible. Ejemplos tengo en maquinaria, ropa y mobiliario. Las hago durar, o ellas se mantienen a mi servicio, no importa si se pasan de moda o aparecen en el mercado otras más chulas. Con que valgan razonablemente es suficiente.
Existe una figura, la ruina económica, que legalmente permite quitar de en medio aquello que ya no interesa. ¿Será este el caso? Sucede este supuesto cuando la reparación del bien o su mantenimiento conlleva un coste superior al 50% de su valor. Parece, pues, que como ya está amortizado, cualquier gasto -bien sea en impuestos, bien en acomodación- sea suficiente motivo.
Hubo una época en que los contenedores de mi barrio amanecían día sí/día no atestados de mesas, camas, sillas y demás utensilios de uso doméstico hasta que iban desapareciendo de uno en uno o todos de golpe, según la gente los fuera cogiendo o el camión municipal apareciera para cargar con todo lo que hubiera. Eran los tiempos de las vacas gordas. Se notaba en días de fiesta que incluso los restos de comida correspondían a gastos suntuarios por las conchas de almeja, las peladuras de langostino o los huesos de lechazo. Ahora en cuanto alguien deja algo tirado rápidamente desaparece. Estamos en época de vacas flacas.
Antes teníamos lista de espera de personas que solicitaban trabajadoras domésticas internas. Ahora la lista es de las que se ofrecen como tales, y además de larga es permanente.
Se dice, -¡serán lenguas viperinas!-, que en algunas residencias de mayores están sacando las familias a sus allegados para poder disfrutar de la pensión…
Nos estamos empobreciendo a marchas forzadas; las familias se aprietan el cinturón con peligro de troncharse por la mitad al tiempo que se amontonan todos sus miembros en la vivienda paterna, hay que reducir gastos y usar una sola mesa para todos; las empresas despiden personal más allá de la prudencia económica, corriendo desaforadamente hacia la inactividad por excesiva carga de trabajo por unidad productora; los ayuntamientos ya no saben qué calles apagar y cuáles no, limpiar o no limpiar, jardines que atender o abandonar… Y el estado amenaza cada día con un nuevo recorte para reducir en unos cuantos milloncetes su carga de responsabilidades.
Garoña es una parábola más de nuestra vida.