Martirio de San Esteban. Juan de Juanes. Museo del Prado. Madrid |
Desde aquellas
muchedumbres de pordioseros que hacían cola a la puerta trasera de las cocinas
de catedrales, abadías y hospitales para recoger en sus escudillas la, al decir
de los anuales y crónicas, tan reconfortante “sopa boba”, hasta estos tiempos
de penuria tras el bum del ladrillo y del pelotazo, ha llovido y ha escampado
muchas veces. En poco han cambiado, sin embargo, las actitudes humanas, por más
que las circunstancias sean muy diferentes, e incluso entre aquellas y estas
pueda pensarse que haya distancias siderales.
La chusma de entonces
sigue siendo la chusma de ahora. Claro que si en otro tiempo antiguo el fraile
repartidor podía arrear zurriagazos al gañan o a la zorrilla que intentaban
saltarse el orden en la fila, en este moderno ni se le ocurriría; menudo
escándalo podría montarse, y la correspondiente denuncia por malos tratos y
abuso de autoridad. Porque sí se ha avanzado en eso que dicen de los derechos
de la persona, al menos sobre el papel. Las leyes ahora hilan muy fino, y
obligan.
Si las personas
honorables y pudientes entran por derecho por la principal, justo al lado del
cajón de los dineros con el letrero más o menos “pan de los pobres”,
“limosnas”, “banco de solidaridad”, “para San Meteorito”, “ayuda para el
culto”, “caritas”, o similares; las otras, las que han de recibir, o eso
pretenden, han de hacerlo por la auxiliar, donde no hay caja de ningún tipo
porque para qué. Nunca hubo ni entonces ni ahora ventanilla ante la cual
enseñar documentación y dar fe y autenticidad de la filiación y patronímica
propia y ajena. Bastaba sólo con mirar. Además en el pueblo ya se sabía, y
también en la ciudad, quiénes eran pobres de solemnidad y quiénes sólo pobres a
secas. Y por supuesto, era claro y manifiesto las personas caritativas que
donaban para gloria propia y constancia de su buen corazón. Incluso servía para
luego hacerlo manifiesto en la esquela: “fue protector de los pobres”.
No contentos, -no sé
a quién me estoy refiriendo ahora, pero a buen seguro que alguna persona
avispada que lea lo sabrá-, con no haber hecho aún desaparecer de los archivos
los antecedentes de cuantos pisaron la vieja DGS o sufrieron los embates de la
"censoría" del estado de nuestra más oscura época reciente, es ahora
cuando vienen a pedir listado de quienes son receptores de unos alimentos que
dicen son excedentes de nuestra rica producción agraria y están sirviendo para
que algunos se lo estén llevando crudo.
Es para evitar el
fraude. Sí, porque es probado que hay duplicados y que esa gente se las sabe
todas y guarda cola en varios sitios y así hace doblete en acopio. ¿De qué? Pues de
arroz, de leche, de macarrones, de tomate frito, de sopa… No se puede consentir
tamaño abuso de confianza con nuestras finanzas.
Es la hora en que no
sabemos con certeza, -sólo se dice, se comenta, se cotillea; pero saber, saber
propiamente, no-, quienes están defraudando millonariamente al pueblo. Pero se
pretende controlar lo que se llevan a la boca los miserables, esa gentuza que
sólo quiere vivir a costa de los demás, y exigen más “sopa boba”.
Es pura coincidencia
que esta reclamación legal ocurra precisamente hoy, día 26 de diciembre, San
Esteban*, el
diácono que murió apedreado por la institución judía. Saulo no participó
directamente, sólo fue espectador interesado.
No mataron a Esteban
por negarse a decir a qué pobres ayudaba, que para eso lo eligieron; entonces
ya se sabía quiénes eran y eso no interesaba. Pero tan bien lo debía estar
haciendo que incomodó a los de siempre. Le acusaron de hereje, que entonces ya
se estilaba.
Lo dicho, de ahora
hasta allá, tal para cual.
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* “Por
aquellos días, al crecer el número de los discípulos, se produjo una protesta
de los de lengua griega contra los de lengua hebrea, a saber, que en el
servicio asistencial de cada día desatendían a sus viudas. Los Doce convocaron
la asamblea de los discípulos y les dijeron:
-«No está bien que nosotros desatendamos el mensaje de Dios por
un servicio de administración. Por tanto, hermanos, escoged entre vosotros a
siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y saber, a los que podamos
encargar de este asunto; nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio
del mensaje».
La propuesta pareció bien a toda la asamblea, y eligieron a
Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor,
Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los
apóstoles, y éstos, imponiéndoles las manos, oraron”. (Hechos de los Apóstoles
6, 1-6)
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