Hasta un desahucio se puede sublimar, si los primeros en saber del nacimiento son unos pastores



Si el río es de plata y el establo huele a gloria,
si el niño está corito y sin embargo sonríe,
si la madre parece arrebolada y el papá adorador,
si las comadres vienen de lavar la ropa y los niños juegan a las tabas,
si un pesebre hace de cuna y ángeles cantan en el cielo,
si una estrella con su cola baja y la luna sigue arriba,
si en el pueblo no hay campanas y en todas las casas lumbre,
si hay una yunta arando y los segadores con la hoz agavillan,
si en el zaguán de palacio hacen guardia y en el templo sacrificios,
si la lechera reparte por las casas y la polea del pozo chirría,
si la posada está a rebosar y las gallinas dormitan mientras el gallo vigila,
si un rebaño de ovejas baja por la cuesta y la comitiva real se va acercando al portal,
si un señor escribe y otros ponen ladrillos,
si en Jerusalén no se enteran y los de Belén tampoco,
si un buey y una mula están quietos y la noria sigue dando vueltas,
si…
­–Sigue.
–No, no sigo. Que no. He dicho que nooooo.
Entre unos y otros me han dejado sin nacimiento. Unos por hacer una lectura historicista, lo real y sólo lo real; otros por pasarse de la raya al pintar un melodrama místico espacial, el intríngulis de la metahistoria.
Esta noche, con todos los cacharros rotos, voy a recomponer mi belén. Usaré cola de simpatía, y repintaré con ternura; colocaré musgo de sencillez y dejaré que el río suene a villancicos; situaré a los sin techo adelante y yo me quedaré en la majada, entre pastores. Y si el ángel viene a anunciar que ha nacido, seré de los primeros en enterarme.
Entonces mi alegría será completa.

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